Comparación de textos

¿Cuál fue el título que se puso sobre la cruz?
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La Biblia contiene algunos pasajes que parecen contradecirse, pero que realmente se complementan.

La Biblia contiene algunos pasajes que parecen contradecirse, pero que realmente se complementan.

La Biblia contiene algunos pasajes que parecen contradecirse, pero que realmente se complementan. Un buen ejemplo de esto son los versículos que se refieren al título que Pilato, el gobernador romano en Judea, mandó poner sobre el madero donde fue crucificado Jesús:

• Mateo 27:37: “Este es Jesús, el Rey de los judíos”.

• Marcos 15:26: “El Rey de los judíos”.

• Lucas 23:38: “Este es el Rey de los judíos”.

• Juan 19:19: “Jesús nazareno, Rey de los judíos”.

A primera vista, podría parecer que ninguno de los cuatro escritores copió correctamente las palabras del título. Pero cuando leemos los cuatro relatos nos damos cuenta de que cada uno agrega un poco más de información. Juan nos dice que fue Pilato quien escribió el título y Lucas nos permite entender por qué las palabras eran diferentes: el título había sido escrito en tres idiomas, griego, latín y hebreo (lo que también se hace notar en Juan 19:20). Este hecho hace pensar, lógicamente, que las diferencias se deban en parte a los tres idiomas que se utilizaron, así como al punto de vista personal de cada autor o biógrafo.

Al combinar las cuatro versiones del título podemos ver el mensaje completo: “Este es Jesús nazareno, el rey de los judíos”.

Ninguno de los cuatro evangelios contradice a los otros; más bien se complementan, ya que cada uno hace resaltar aspectos ligeramente diferentes de la vida y ministerio de Jesús, lo que nos permite tener una mejor perspectiva en general. El libro titulado Una armonía de los cuatro evangelios, por A.T. Robertson (editado por la Casa Bautista de Publicaciones), puede ser de mucha ayuda en el estudio de la vida de Jesús, ya que acomoda los cuatro relatos en columnas paralelas y en orden cronológico.

En muchos casos, las aparentes contradicciones se aclaran con un poco de investigación y una cuidadosa comparación de pasajes paralelos. También puede ser de beneficio el uso prudente de los libros de consulta.

Aceptar la inspiración divina de toda la Biblia

Debemos confiar en la Escritura misma, no en la forma en que los hombres la explican según sus conceptos personales.

¿Qué concepto tenemos de las Sagradas Escrituras? ¿Consideramos que son inspiradas por Dios? Una clave indispensable para poder entenderlas correctamente es aceptar la autoridad de la Biblia entera. Todos los libros que la forman —tanto los del Antiguo Testamento como los del Nuevo— fueron inspirados por Dios.*

Dios nos asegura que podemos confiar plenamente en las Escrituras. Por eso el apóstol Pablo escribió: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2‑Timoteo 3:16-17).

Esta es una afirmación contundente. Significa que con toda confianza podemos aceptar que la Biblia, en sus escritos originales, es la inspirada e infalible Palabra de Dios. Lo que ha llegado hasta nosotros son diferentes traducciones, de las cuales ninguna está libre de algunos errores humanos. Por esta razón, al estudiar la Biblia es conveniente comparar diferentes versiones.

No obstante, entre las principales versiones, que han sido traducidas concienzudamente de los textos originales en hebreo y en griego, las diferencias son mínimas. Se han analizado minuciosamente muchos manuscritos antiguos para descubrir casi todos los errores que pudieran haberse cometido al copiar los textos a lo largo de los siglos. Las verdades básicas han sido preservadas fielmente.

¿Qué prueba tenemos de que toda la Biblia —tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo— fue inspirada por Dios? Esta es una pregunta muy importante. Si la Biblia sólo fuera otro de tantos libros religiosos que se han escrito desde hace miles de años, ¿qué falta podría hacernos? Al fin y al cabo, muchos de esos libros aún pueden conseguirse, y cada día aparecen nuevas obras religiosas. Lo que hace resaltar como únicas a las Sagradas Escrituras es la inmutabilidad de sus principios fundamentales, los cuales permanecieron constantes durante los 1.500 años en que la Biblia fue escrita.

Los libros que forman la Biblia fueron escritos por unas 40 personas que vivieron en distintas épocas, y muy pocas de ellas llegaron a conocerse personalmente. No obstante, la continuidad de pensamiento en todos los escritos es obvia. Los escritos religiosos que forman la base de otras religiones y filosofías contienen contradicciones doctrinales y errores históricos fáciles de identificar.

Sólo la Biblia ha resistido el minucioso escrutinio de historiadores, críticos y arqueólogos. En toda la historia de la literatura universal ningún libro se ha mostrado tan digno de confianza como la Biblia.

Gleason Archer, erudito bíblico y lingüista, escribe acerca de algunas de las cualidades de la Biblia: “Conforme he estudiado una tras otra las aparentes discrepancias y las supuestas contradicciones entre el relato bíblico y los hechos de la lingüística, la arqueología o la ciencia, mi confianza en la veracidad de las Escrituras ha sido confirmada y reforzada repetidamente. Me he dado cuenta de que casi todos los problemas que en la Escritura han sido descubiertos por el hombre desde la antigüedad hasta ahora, han sido resueltos de manera amplia y satisfactoria por el texto bíblico mismo o por los hechos imparciales de la arqueología” (Encyclopedia of Bible Difficulties [“Enciclopedia de dificultades bíblicas”], 1982, p.‑12).

La Biblia es históricamente exacta, y además sus principios unificadores, que le dan continuidad, se encuentran desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Uno de esos principios unificadores es la fe. En Génesis 4, en los albores de la historia humana, vemos la fe de Abel, quien pagó con su vida por su fe. Posteriormente, esta misma fe fue manifiesta en las pruebas que tuvieron Noé, Abraham, Moisés, los profetas, los apóstoles, los primeros cristianos y Jesucristo mismo.

El capítulo 11 de la Epístola a los Hebreos nos declara que por miles de años se mantuvo un pensamiento unánime basado en el principio de la fe. Por lo tanto, cuando estudiamos la Biblia necesitamos tener en cuenta la unidad y continuidad de sus principios espirituales. Ya sea que estemos estudiando una narración, un himno, una de las cartas apostólicas o alguno de los cuatro evangelios, nos damos cuenta de que todos están entrelazados por los mismos principios fundamentales que Dios inspiró. Si esto fuera sólo el trabajo de hombres falibles, desde hace mucho se habrían descubierto contradicciones en sus principios, tal como ha sucedido en la mayoría de los escritos humanos. Existen muchas interpretaciones y puntos de vista contradictorios sobre lo que dice la Biblia, pero ninguna de estas opiniones sectarias afecta la integridad de las Escrituras.

Los mandamientos divinos son otro ejemplo de continuidad. Estos preceptos forman la base para la relación entre Dios y el hombre. Se encuentran desde el Génesis, donde se revelan ciertos principios básicos que son ampliados a lo largo de la Biblia, hasta el último libro, donde leemos acerca del remanente perseguido de la verdadera Iglesia de Dios poco antes del retorno de Jesucristo. Estos cristianos fieles son identificados como “los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” y “los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 12:17; Apocalipsis 14:12).

Los mandamientos de Dios son los mismos desde el Génesis hasta el Apocalipsis, aunque en el Nuevo Testamento éstos han sido ampliados hasta el punto de incluir los pensamientos y las intenciones del corazón del hombre. Todas las Escrituras fueron inspiradas por el mismo autor: el Dios verdadero y omnipotente.

Jesús mismo declaró el principio de que las Escrituras tienen como cimiento la ley de Dios. En Mateo 22:37-40 habló acerca de los dos principios espirituales más grandes. Uno abarca los cuatro primeros mandamientos del Decálogo, y el otro comprende los últimos seis. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”. Aquí Jesús afirma que estos dos grandes principios espirituales son el fundamento de todas las leyes de Dios.

Otro ejemplo de la continuidad de pensamiento se encuentra en las genealogías que hay a lo largo de la Biblia. Algunos piensan que sólo son vestigios históricos y que no tienen importancia. Sin embargo, las genealogías en los capítulos 5 y 10 del Génesis y los capítulos 1 al 9 de Primero de‑Crónicas establecen la base del linaje de algunos personajes del Nuevo Testamento, incluso el de Jesucristo en Mateo 1 y Lucas 3. Estas genealogías presentan a Jesús no como un personaje legendario, sino como descendiente de personas cuya existencia puede ser comprobada. Las pruebas históricas y arqueológicas han demostrado la existencia de muchos de los ancestros de Jesús, dando así credibilidad a las profecías de que él sería descendiente de Abraham (Génesis 22:18; Gálatas 3:16) y de David (Mateo 1:1). Así, las genealogías sirven como guías históricas de la existencia de Jesucristo.

Aunque muchos escritores de la Biblia vivieron en épocas muy distantes la una de la otra y ni siquiera pudieron darse cuenta de que sus palabras formarían parte de las Escrituras, Dios se encargó de que tales escritos quedaran cuidadosamente entretejidos de acuerdo con su voluntad y propósito.

Sí, la Biblia contiene historia, genealogías, poesía, cartas, profecías y símbolos, pero estos escritos fueron inspirados por el mismo Dios infalible, y cada sección es parte de un gran todo. Jesús mismo dijo: “La Escritura no puede ser quebrantada” (Juan 10:35). Dios no se contradice; es por eso que encontramos unidad y continuidad en el mensaje bíblico.

Esta es una de las principales razones por las que después de miles de años aún tenemos las Sagradas Escrituras, a pesar de los numerosos esfuerzos por destruirlas. La Biblia continuará existiendo mientras exista el hombre, pues fue escrita para que la estudiáramos, la entendiéramos y viviéramos de acuerdo con sus preceptos. Como dijo el apóstol Pablo: “Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15:4). Jesús dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35).

Si reconocemos y aceptamos el principio de que la Biblia es la inspirada Palabra de Dios, entonces es necesario que modifiquemos nuestras creencias para que estén en conformidad con las Escrituras. Dios no se equivoca ni se contradice. De principio a fin, la Biblia es como un asombroso y maravilloso tejido de las verdades de Dios y la revelación de su plan maestro para el hombre.

El apóstol Pedro hizo referencia a los inspirados mensajeros de Dios: “Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” (1‑Pedro 1:10-12). Toda la Escritura está unificada, fruto de la inspiración divina.

Más adelante, el mismo apóstol explicó que “ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2‑Pedro 1:20-21). Podemos ver que Dios, por el poder de su Espíritu, es el verdadero autor de las Escrituras.

Ya en el tiempo de Pedro, algunos habían empezado a tergiversar no sólo lo que se había escrito en esos años sino también las Escrituras antiguas. Pedro les advirtió a los miembros de la Iglesia de Dios: “Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz. Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (2‑Pedro 3:14-16).

Como citamos antes, el apóstol Pablo escribió a Timoteo recordándole que “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2‑Timoteo 3:16-17). En ese tiempo, los libros del Nuevo Testamento aún no habían sido canonizados y algunos ni siquiera habían sido escritos. Por consiguiente, las “Escrituras” a las que Pablo se refería eran las Escrituras hebreas, las que ahora conocemos como el Antiguo Testamento. Para la Iglesia apostólica, esta era la única Biblia existente.

El reconocer sólo una parte de las Escrituras como base de la fe ha dado como resultado cientos de sectas e iglesias con creencias contradictorias. Sin embargo, si damos el debido crédito a lo que la Biblia dice, debemos respetar, creer y obedecer toda la Escritura, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Jesús dijo que debemos vivir “de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4; Lucas 4:4).

Debemos confiar en la Escritura misma, no en la forma en que los hombres la explican según sus conceptos personales.

Una cosa es ver la Biblia como una simple recopilación de relatos, y otra muy distinta es reconocerla como un conjunto de instrucciones y ejemplos divinamente inspirados que forman un todo unificador. La Biblia está repleta de ejemplos de personas como nosotros cuyas vidas nos muestran su obediencia o desobediencia a los principios de Dios.

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*Algunas ediciones de la Biblia contienen, como parte del Antiguo Testamento, varios libros denominados deuterocanónicos (término que significa “del segundo canon”). Si bien estos escritos tienen cierto valor histórico, no los consideramos iguales a las Sagradas Escrituras.

 

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