Los frutos de la honradez

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La honradez se puede definir como la cualidad para actuar con rectitud, justicia y honestidad. Este precepto se refiere a los aspectos buenos por naturaleza, es decir a todo aquello valioso ante los ojos de Dios.

Generalmente todos nos vemos en un espejo antes de salir de casa porque queremos vernos bien ante los demás. Pero hay algo más valioso que nuestra apariencia física, esto es, nuestra imagen interna. La Biblia − nuestro manual de comportamiento − declara que la tendencia del hombre ha sido hacer lo malo. Génesis 8:21 explica: “porque la intención del corazón del hombre es mala desde su juventud”. Para ser honrados, debemos luchar contra nuestras propias debilidades.

El apóstol Pablo nos presentó una declaración gráfica de su propia lucha mental contra el pecado. “En mi interior yo estoy de acuerdo con la ley de Dios. Pero veo que aunque mi mente la acepta, en mi cuerpo hay otra ley que lucha contra la ley de Dios. Esa otra ley es la ley que impone el pecado. Esa ley vive en mi cuerpo y me hace prisionero del pecado” (Romanos 7:22-23 PDT).

Cuando nos sintamos atraídos hacia algo que no es honorable, no tenemos por qué ceder ante ese impulso, como si no tuviésemos el control sobre nuestras acciones. No debemos ser esclavos de las tentaciones; hacer lo correcto o no es nuestra decisión. Cuando rechazamos un mal pensamiento, hemos dado el primer paso en el camino hacia la honradez, una virtud cada vez más escasa en nuestra sociedad actual.

Podríamos concluir, entonces, que la honradez está muy ligada a nuestras convicciones. Lamentablemente, para mucha gente es más importante guardar las apariencias que actuar con honradez y terminan justificando su mal obrar. Podemos llegar a engañarnos, pensando que seguimos siendo honestos.

Millones de personas en todo el mundo reconocen que la Biblia es una buena guía. La Palabra de Dios contiene un código moral incomparable (Salmos 19:7). Es una guía confiable en cualquier tema: la familia, el trabajo, el deporte, la moralidad y la espiritualidad. Sus consejos no son obsoletos; sus leyes y principios son válidos para cualquier nación, raza, tribu y pueblo. Si las obedecemos, podemos llegar a ser honrados de corazón.

Ahora bien, como vivimos en un mundo que nos presiona para que vivamos según sus normas, no basta solo conocer la Biblia para ser honrados. Para ganar la batalla contra la falta de honradez, necesitamos orar a Dios y pedirle que nos ayude. Entonces tendremos el valor y la fe para defender lo que es veraz.

La recompensa de la honradez

La reputación de un trabajador honrado es algo muy valioso. Si un compañero nos pide que mintamos sobre cierto aspecto laboral y nos negamos, cuando la verdad sale a flote, nos ganamos la confianza y respeto de nuestros superiores. Igualmente cuando rechazamos un soborno. La Biblia asegura que una buena reputación es mucho más valiosa que el oro, la plata y las riquezas (Proverbios 22:1).

La mayoría sabemos que es importante ser honrado. Pero ¿cómo reaccionamos cuando se presenta como una oportunidad de obtener un gran beneficio? Allí es donde se ponen a prueba nuestras convicciones y nuestros principios.

El escritor estadounidense Charles D. Warner, amigo personal de Mark Twain, expresó lo siguiente sobre actuar correctamente: “Una de las hermosas compensaciones de esta vida es que nadie puede tratar sinceramente de ayudar a otro sin ayudarse a sí mismo”. La honradez es fundamental en cualquier sociedad civilizada, mientras que la deshonestidad genera miedo, desconfianza y desintegración social.

 La honradez debe ser parte de la personalidad que estamos formando como cristianos y que no debe cambiar según las circunstancias o nuestra conveniencia.

Dios nos da su respuesta sobre quienes habitarán en su tabernáculo, refiriéndose al lugar en donde descansaba el arca del pacto, donde los creyentes se reunían para rendirle culto. Salmos 15:2-3 nos dice: “El que anda en integridad y hace justicia y habla verdad en su corazón. El que no calumnia con su lengua, ni hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino”. Esforcémonos por ser siervos honrados en todas las cosas que hagamos para poder cosechar los preciosos frutos de la honradez.

Francisco Solórzano es escritor y traductor de las publicaciones de la Iglesia. Él y su esposa Hilda son miembros de la Iglesia de Dios Unida desde 1981. Viven en la ciudad de Guatemala, Centro América, junto con sus hijos Werner, Lissette y sus nietos Christian e Isabella.

 

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