Preguntas Bíblicas

¿Acabará alguna vez el racismo?

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Sí, y será Dios quien lo termine en un hermoso plan que hará cesar para siempre el sufrimiento, la muerte, el odio y la división.

¿Cómo se puede remediar el abundante odio y desunión que existe en la humanidad de hoy en día? La respuesta no es sencilla, pero está claramente explicada en la Biblia. Solo Jesucristo puede lograr una paz verdadera y duradera, pero ¿cómo lo hará y cuál es nuestra responsabilidad como seguidores suyos?

En la canción icónica "Imagine" de John Lennon, escribió: "Imagina que no hay países, no es difícil de hacer. Nada por lo que matar o morir y tampoco religión. Imagínese a toda la gente viviendo en paz. Podrás decir que soy un soñador pero no soy el único. Espero que algún día te unas a nosotros y el mundo sea uno ".

El mensaje de Lennon fue que la armonía entre las diferentes razas podría lograrse, en parte, al final de la religión. Otra postura existente es el movimiento "coexistir", que afirma que la paz se logrará no con el fin de las religiones, sino con la mezcla de ellas. Ambas ideologías tienen en común el anhelo de armonía y paz en el mundo.

Lo cierto es que la paz entre las razas no se alcanzará eliminando o mezclando las religiones. Más bien, la solución se encuentra en el plan perfecto de Jesucristo y Dios el Padre para la salvación de la humanidad, así como en la verdad claramente revelada en la Palabra de Dios.

La Biblia dice que Dios creó a todos los seres humanos para que algún día fueran sus hijos (Romanos 8:16-17). Su deseo es que todos lleguen al arrepentimiento para que nadie perezca (2 Pedro 3:9).

La razón por la que no disfrutamos de un mundo pacífico, incluyendo las disputas raciales, es que el hombre se rebeló contra Dios desde el Jardín del Edén. Esa rebelión llevó a la ruptura de la relación entre los dos hijos de Adán y Eva, Caín y Abel. Eran diferentes: uno era agricultor y el otro pastor. Finalmente, Caín se volvió tan envidioso y se llenó de tanto odio hacia Abel que lo asesinó y le mintió a Dios al respecto. Hasta el día de hoy, los hermanos (es decir, los diferentes pueblos de la tierra) continúan luchando por la envidia, el poder y el odio. “No hay paz, dice el SEÑOR, para los impíos” (Isaías 48:22).

¿Y quiénes son los malvados? Todos los que hemos pecado sin arrepentimiento somos malvados. Todos nuestros sueños de paz son inútiles hasta que reconozcamos la verdadera fuente de los problemas de la humanidad: el pecado y la influencia de Satanás en el mundo. Primero debemos mirar hacia adentro para ver qué cambios debemos hacer y pedirle a Dios que nos ayude a vencer el pecado en nuestras vidas. Afortunadamente, Dios nos ha provisto de los medios para vencer y también para alcanzar la unidad entre todas las razas a través de un Salvador y su gran sacrificio.

¡Dios está trabajando para tener una humanidad reconciliada!

La paz de Dios trasciende todas las barreras divisorias que comenzaron con la rebelión de Adán y Eva.

Se nos dice que los ángeles marcaron el comienzo del nacimiento de Jesús con las palabras “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!" (Lucas 2:14).

Dios ha planeado crear una sociedad completamente nueva, pacífica y hermosa a través de Jesucristo. El apóstol Pablo escribió esta verdad al tratar con conflictos entre judíos y gentiles.

En Efesios 2:14-17, leemos: “Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca”.

Pablo escribió más tarde: “Porque si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no solo eso, sino que también nos regocijamos en Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien ahora hemos recibido la reconciliación.” (Romanos 5: 10-11).

Para el judío y el no judío, el arrepentimiento y la recepción del Espíritu Santo de Dios los hizo como uno, ya no divididos por razas. Hoy también, hay personas de diferentes razas y culturas que caminan juntas como una en el camino de su Señor Jesucristo.

Jesucristo regresará para ocupar el lugar que le corresponde como gobernante de toda la tierra.

Bajo el gobierno perfecto de Cristo, los hombres y mujeres de todas las naciones, razas y culturas serán tratados con justicia y se les enseñarán los caminos de Dios. Aprenderán a abrazar la cultura suprema de la obediencia a la ley de Dios, que traerá a la humanidad un profundo sentido de responsabilidad personal, comunidad, amor piadoso y servicio a los demás.

El apóstol Juan nos brinda un guiño de este futuro: “Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo.” (Apocalipsis 21:3-7).

Trabajemos para vencer nuestros propios pecados y oremos por ese día en que la tierra será totalmente renovada y transformada por Dios en el hogar hermoso y pacífico que él pretendía.

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¿Cómo se puede remediar el abundante odio y desunión que existe en la humanidad de hoy en día? La respuesta no es sencilla, pero está claramente explicada en la Biblia. Solo Jesucristo puede lograr una paz verdadera y duradera, pero ¿cómo lo hará y cuál es nuestra responsabilidad como seguidores suyos?

En la canción icónica "Imagine" de John Lennon, escribió: "Imagina que no hay países, no es difícil de hacer. Nada por lo que matar o morir y tampoco religión. Imagínese a toda la gente viviendo en paz. Podrás decir que soy un soñador pero no soy el único. Espero que algún día te unas a nosotros y el mundo sea uno ".

El mensaje de Lennon fue que la armonía entre las diferentes razas podría lograrse, en parte, al final de la religión. Otra postura existente es el movimiento "coexistir", que afirma que la paz se logrará no con el fin de las religiones, sino con la mezcla de ellas. Ambas ideologías tienen en común el anhelo de armonía y paz en el mundo.

Lo cierto es que la paz entre las razas no se alcanzará eliminando o mezclando las religiones. Más bien, la solución se encuentra en el plan perfecto de Jesucristo y Dios el Padre para la salvación de la humanidad, así como en la verdad claramente revelada en la Palabra de Dios.

La Biblia dice que Dios creó a todos los seres humanos para que algún día fueran sus hijos (Romanos 8:16-17). Su deseo es que todos lleguen al arrepentimiento para que nadie perezca (2 Pedro 3:9).

La razón por la que no disfrutamos de un mundo pacífico, incluyendo las disputas raciales, es que el hombre se rebeló contra Dios desde el Jardín del Edén. Esa rebelión llevó a la ruptura de la relación entre los dos hijos de Adán y Eva, Caín y Abel. Eran diferentes: uno era agricultor y el otro pastor. Finalmente, Caín se volvió tan envidioso y se llenó de tanto odio hacia Abel que lo asesinó y le mintió a Dios al respecto. Hasta el día de hoy, los hermanos (es decir, los diferentes pueblos de la tierra) continúan luchando por la envidia, el poder y el odio. “No hay paz, dice el SEÑOR, para los impíos” (Isaías 48:22).

¿Y quiénes son los malvados? Todos los que hemos pecado sin arrepentimiento somos malvados. Todos nuestros sueños de paz son inútiles hasta que reconozcamos la verdadera fuente de los problemas de la humanidad: el pecado y la influencia de Satanás en el mundo. Primero debemos mirar hacia adentro para ver qué cambios debemos hacer y pedirle a Dios que nos ayude a vencer el pecado en nuestras vidas. Afortunadamente, Dios nos ha provisto de los medios para vencer y también para alcanzar la unidad entre todas las razas a través de un Salvador y su gran sacrificio.

¡Dios está trabajando para tener una humanidad reconciliada!

La paz de Dios trasciende todas las barreras divisorias que comenzaron con la rebelión de Adán y Eva.

Se nos dice que los ángeles marcaron el comienzo del nacimiento de Jesús con las palabras “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!" (Lucas 2:14).

Dios ha planeado crear una sociedad completamente nueva, pacífica y hermosa a través de Jesucristo. El apóstol Pablo escribió esta verdad al tratar con conflictos entre judíos y gentiles.

En Efesios 2:14-17, leemos: “Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca”.

Pablo escribió más tarde: “Porque si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no solo eso, sino que también nos regocijamos en Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien ahora hemos recibido la reconciliación.” (Romanos 5: 10-11).

Para el judío y el no judío, el arrepentimiento y la recepción del Espíritu Santo de Dios los hizo como uno, ya no divididos por razas. Hoy también, hay personas de diferentes razas y culturas que caminan juntas como una en el camino de su Señor Jesucristo.

Jesucristo regresará para ocupar el lugar que le corresponde como gobernante de toda la tierra.

Bajo el gobierno perfecto de Cristo, los hombres y mujeres de todas las naciones, razas y culturas serán tratados con justicia y se les enseñarán los caminos de Dios. Aprenderán a abrazar la cultura suprema de la obediencia a la ley de Dios, que traerá a la humanidad un profundo sentido de responsabilidad personal, comunidad, amor piadoso y servicio a los demás.

El apóstol Juan nos brinda un guiño de este futuro: “Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo.” (Apocalipsis 21:3-7).

Trabajemos para vencer nuestros propios pecados y oremos por ese día en que la tierra será totalmente renovada y transformada por Dios en el hogar hermoso y pacífico que él pretendía.

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Iglesia de Dios Unida

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

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La promesa de un reino venidero

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Jesús y los apóstoles predicaron el evangelio —las buenas nuevas— del Reino de Dios. ¿En qué consiste, exactamente, este reino?

“En los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (Daniel 2:44).

Hemos visto que Jesús y los apóstoles predicaron el evangelio —las buenas nuevas— del Reino de Dios. ¿En qué consiste, exactamente, este reino?

Existen muchas ideas acerca del Reino de Dios. Algunos creen que es la iglesia, otros lo definen como un concepto etéreo que se encuentra dentro de los cristianos, y hay quienes piensan que es la bondad propia de la humanidad.

Pero ¿qué nos dice la Biblia al respecto? ¿Qué es, realmente, el Reino de Dios?

La palabra griega que a lo largo del Nuevo Testamento se traduce como “reino” es basileia, la cual “denota soberanía, poder regio, dominio” (W.E. Vine, Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento, 3:340). Si examinamos cuidadosamente lo que la Biblia nos enseña, veremos que la próxima etapa del Reino de Dios será nada menos que ¡una monarquía establecida por Dios! Cuando Jesucristo vuelva a la tierra, será el Monarca y regirá eternamente sobre todas las naciones (Apocalipsis 11:15).

Un vistazo a los gobiernos humanos

En varios pasajes de la Biblia podemos encontrar esta sorprendente verdad. El profeta Daniel, inspirado por Dios, describió la sucesión de los gobiernos humanos que se presentaría durante miles de años. Esta profecía, que se encuentra en Daniel 2:28-45, describe la visión que tuvo el rey Nabucodonosor acerca de cinco imperios mundiales. Al leer estos versículos podemos ver que el Reino de Dios, descrito como el quinto gobierno, es un reino literal que aún no ha sido establecido sobre la tierra.

Según leemos en este pasaje, Nabucodonosor había soñado con una gran imagen que tenía la forma de un hombre, con la cabeza de oro, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de bronce, las piernas de hierro y los pies compuestos de una mezcla de hierro y barro cocido. Dios le había dado a su profeta Daniel, quien servía en la corte de Nabucodonosor, la capacidad de interpretar sueños (Daniel 1:17; Daniel 2:28). Por inspiración divina, Daniel explicó que las cuatro secciones de la imagen correspondían a cuatro imperios mundiales que existirían sucesivamente. Dios, por medio de Daniel, identificó al primero de estos gobiernos, representado por la cabeza de oro, como el Imperio Babilonio (Daniel 2:38).

En Daniel 8:1-21 leemos acerca de una visión posterior que nos identifica los dos gobiernos siguientes. En las Escrituras, estos reinos aparecen con los nombres de “los reyes de Media y Persia” y “el reino de Grecia” (vv. 20-21). La historia nos comprueba que el Imperio Babilonio fue conquistado por el Imperio Persa (según leemos en Daniel 5:30-31) y que éste, a su vez, sucumbió ante Alejandro Magno, emperador de Grecia.

Los cuatro gobiernos del sueño de Nabucodonosor se describen nuevamente en el capítulo 7, esta vez con la apariencia de bestias. La característica opresora y dominante de cada imperio sobre sus súbditos está representada en un animal salvaje.

El cuarto imperio se describe como algo particularmente cruel. Según la historia, al reino de Alejandro Magno le sucedió el Imperio Romano. Este último se destaca porque desafía la autoridad de Dios y persigue a sus santos (Daniel 7:25). Tiene 10 cuernos (v. 7), que representan los 10 resurgimientos de esta cuarta potencia mundial (v. 24). Estos resurgimientos se han sucedido a lo largo de los siglos hasta nuestros días, y la última y final restauración de este imperio estará en su cenit cuando regrese Jesucristo (vv. 8-14).

Dios reemplazará los gobiernos humanos

En la época de este cuarto imperio, Dios va a reemplazar los gobiernos humanos con su reino eterno: “En los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (Daniel 2:44). El cuarto imperio regirá hasta que Jesucristo regrese para establecer su reino sobre la tierra.

El Reino de Dios, profetizado tantas veces en el libro de Daniel, es el mismo que Jesús anunció. La naturaleza de este reino es evidente. Las cuatro potencias descritas en Daniel 2, 7 y 8 eran gobiernos literales que regían sobre pueblos y sobre sus tierras. Eran grandes imperios mundiales que tenían poder y dominio para gobernar y que peleaban contra otras naciones para conquistarlas. Fueron reinos literales y aún podemos ver sus ruinas.

De igual manera, lo que encontramos descrito en Daniel 7:27 es un reino literal que va a regir sobre toda la tierra: “Que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán”.

Las grandes potencias serán destruidas

La esencia del mensaje que proclamó Jesucristo es que el Reino de Dios vendrá; Jesús regresará para establecerlo y él mismo será su Gobernante. En Apocalipsis 11:15 podemos leer una profecía específica acerca de este acontecimiento: “El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos”. Jesucristo asumirá el gobierno sobre las naciones literales de este mundo.

El hombre se ha mostrado totalmente incapaz de resolver los males que le agobian, los cuales, de hecho, ponen en peligro la supervivencia de la humanidad. La razón es que ha rechazado la Palabra de Dios, fuente de conocimientos y orientación que sólo el Creador del género humano nos puede proporcionar. El camino de vida que Dios revela en la Biblia es el único que puede traernos paz, armonía y verdadero bienestar. Un aspecto importantísimo del evangelio del Reino de Dios es que Dios va a establecer un gobierno mundial que sí pondrá fin a todos nuestros males. Este gobierno reemplazará todas las monarquías, oligarquías, democracias, dictaduras y demás regímenes humanos, ¡y Jesucristo mismo lo encabezará!

Este es el evangelio —las buenas noticias— que Jesús enseñó. El meollo del mensaje es el anuncio de un gobierno mundial que regirá todas las naciones (Lucas 21:31). El Rey de ese gobierno será Jesucristo, quien lo administrará bajo la autoridad del Dios todopoderoso; el poder ya no estará en las manos de hombres egoístas y beligerantes.

Daniel no fue el único profeta que habló acerca del reinado de Jesucristo. En Miqueas 4:1-3 también encontramos una descripción de esta maravillosa época de paz: “Acontecerá en los postreros tiempos que el monte de la casa del Eterno será establecido por cabecera de montes, y más alto que los collados, y correrán a él los pueblos. Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte del Eterno, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Eterno. Y él juzgará entre muchos pueblos, y corregirá a naciones poderosas hasta muy lejos; y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra”.

Cuando Jesucristo establezca su gobierno, tal como lo leemos en este pasaje, la humanidad por fin entenderá cuán grandes bendiciones se derivan de la obediencia a la ley de Dios y deseará sinceramente seguir este camino de vida. Jesucristo resolverá los problemas que se presenten entre las naciones y corregirá a los pueblos que no quieran aceptar su dirección y autoridad (Zacarías 14:16-19).

Profecías acerca del reinado de Jesucristo

En el conocido pasaje de Isaías 9:6-7 se describe la clase de gobernante que será Jesús: “El principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre”.

El futuro reinado de Jesucristo tendrá como principales características el “juicio” y la “justicia”, algo completamente opuesto a la injusticia, impiedad, opresión e ineficacia que caracterizan a todos los gobiernos humanos. La paz florecerá en todo el mundo: en los matrimonios, las familias, las comunidades y las naciones. Como la profecía nos lo indica, bajo el reinado de Jesucristo ¡la paz no tendrá límite! El Príncipe de Paz traerá armonía y buena voluntad a un mundo que jamás ha conocido la paz verdadera.

Bajo el reinado justo y sabio de Jesús, la humanidad aprenderá por fin los caminos de Dios y, por consiguiente, gozará de una paz maravillosa. Las instituciones educativas enseñarán a las personas no solamente cómo ganarse la vida sino también cómo vivirla de manera que puedan disfrutar de paz, armonía y felicidad. Se les enseñarán amplia y detalladamente los principios bíblicos para cultivar y mantener relaciones interpersonales positivas y armoniosas. Dios nos dice: “No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento del Eterno, como las aguas cubren el mar” (Isaías 11:9). Este maravilloso conocimiento de Dios estará disponible para incontables millones de personas que jamás han tenido la oportunidad de recibirlo. Como resultado, a todos se les dará la oportunidad de recibir la salvación y entrar en el Reino de Dios.

El origen de los males de la humanidad

¿Por qué el hombre, aun después de tantos siglos de probar diferentes clases de gobiernos y administraciones, ha sido totalmente incapaz de resolver sus problemas? La respuesta a este interrogante es que la humanidad simplemente no sabe cómo debe conducirse. Por medio del profeta Jeremías, Dios nos advierte: “. . . ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos” (Jeremías 10:23).

El rey Salomón nos dice: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12; Proverbios 16:25). Por generaciones la humanidad ha confirmado la penosa realidad de esta afirmación. Este mundo nunca ha conocido una época sin guerras, conflictos, dificultades y sufrimientos. Hemos llegado al punto en que tenemos la capacidad de destruir —¡varias veces!— todo vestigio de vida sobre la faz de nuestro planeta.

¿Por qué ocurre todo esto? Por medio de sus profetas, y por espacio de muchos siglos, Dios nos ha reiterado cuál es la causa de los males que nos agobian. La supervivencia del género humano se ve amenazada ¡porque hemos rechazado a Dios! Por inspiración divina, el rey David describió así a la humanidad: “Se han corrompido, hacen obras abominables; no hay quien haga el bien. El Eterno miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido, que buscara a Dios. Todos se desviaron, a una se han corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Salmos 14:1-3).

El profeta Jeremías nos dice que el hombre ha sido cegado por el engaño de sus motivaciones e intenciones malvadas: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9).

El profeta Isaías agrega: “He aquí que no se ha acortado la mano del Eterno para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír. Porque vuestras manos están contaminadas de sangre, y vuestros dedos de iniquidad; vuestros labios pronuncian mentira, habla maldad vuestra lengua. No hay quien clame por la justicia, ni quien juzgue por la verdad; confían en vanidad, y hablan vanidades; conciben maldades, y dan a luz iniquidad . . . Sus pies corren al mal, se apresuran para derramar la sangre inocente; sus pensamientos, pensamientos de iniquidad; destrucción y quebrantamiento hay en sus caminos. No conocieron camino de paz, ni hay justicia en sus caminos; sus veredas son torcidas, cualquiera que por ellas fuere, no conocerá paz. Por esto se alejó de nosotros la justicia, y no nos alcanzó la rectitud . . .” (Isaías 59:1-4, Isaías 59:7-9).

Los caminos de Dios son totalmente diferentes de los del hombre: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo el Eterno. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8-9).

El apóstol Pablo nos describe las consecuencias inevitables de rechazar a Dios y sus mandamientos santos, justos y buenos: “Como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican” (Romanos 1:28-32).

Jesucristo intervendrá para salvar a la humanidad

Si se le permitiera, ¡el hombre borraría toda forma de vida de sobre la faz de la tierra! Esto es inquietante, pero es la verdad. Jesús nos dice que tendrá que intervenir para librarnos de nosotros mismos: “Habrá entonces una angustia tan grande, como no la ha habido desde que el mundo es mundo ni la habrá nunca más. Si no se acortaran aquellos días, nadie escaparía con vida; pero por amor a los elegidos se acortarán” (Mateo 24:21-22, Nueva Biblia Española).

Refiriéndose a los tiempos que precederán a su retorno, él afirmó: “Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo con poder y gran gloria” (vv. 29-30).

En Apocalipsis 19:11-16 podemos leer más detalles acerca de este acontecimiento: “Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea. Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo. Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: El Verbo de Dios. Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos. De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso. Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES”.

Un reinado sempiterno

Jesucristo establecerá en la tierra un gobierno literal: el del Reino de Dios. Pero aquí no termina todo; veamos lo que nos dice Apocalipsis 11:15: “El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos”.

Hemos estudiado que cuando Cristo regrese, establecerá un reino literal que regirá sobre todas las naciones. Según leemos en Apocalipsis 20:3-7, su reinado va a durar mil años. Sin embargo, en el versículo que acabamos de leer se nos dice que él reinará “por los siglos de los siglos”. En otras palabras, el período de los mil años (comúnmente llamado el milenio) es solamente el comienzo del gobierno eterno de Jesucristo en el Reino de Dios.

El propósito primordial del gobierno milenario de Jesucristo con los santos resucitados es el de permitir que toda la humanidad tenga la oportunidad de entrar en este reino eterno. Millones de personas que estarán vivas en el momento del regreso de Cristo vivirán bajo su gobierno y serán los progenitores de muchas generaciones que nacerán y vivirán a lo largo del milenio; todos ellos tendrán la oportunidad de ser transformados de seres físicos en seres espirituales y de entrar en el eterno Reino de Dios.

Jesús puso muy claro que el Reino de Dios es un reino eterno; no durará sólo mil años. En Mateo 19:16 vemos que un joven rico se acercó a Jesús y le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener lavida eterna?” Jesús procedió a explicarle lo que debía hacer. Cuando fue evidente que el joven no estaba dispuesto a obedecerle, Jesús dijo: “. . . es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (v. 24). O sea que en este pasaje, entrar en el Reino de Dios se equipara con tener la vida eterna.

Para millones de seres humanos, la oportunidad de recibir la vida eterna (ser salvos) y de entrar a formar parte del eterno Reino de Dios llegará durante el reinado milenario de Jesucristo. El milenio, un tiempo de paz, felicidad y prosperidad sin precedentes, será tan sólo un pequeño anticipo de las magníficas bendiciones que se disfrutarán por toda la eternidad.

Cielo nuevo y tierra nueva

En Apocalipsis 21:1-7 se describe otra serie de acontecimientos que ocurrirá después del milenio: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios . . . Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo”.

Desde la época de Adán y Eva, la humanidad no ha tenido acceso al árbol de la vida, símbolo de la vida eterna (Génesis 3:22-24). Pero en el Reino de Dios estará disponible para todos aquellos que obedezcan los mandamientos de su Creador: “¡Dichosos los que guardan sus Mandamientos, para que tengan derecho al árbol de la vida, y entren por las puertas en la ciudad!” (Apocalipsis 22:14, Nueva Reina-Valera).

Al entrar a formar parte del Reino de Dios, ¡seremos sus hijos inmortales, poseedores de la vida que nunca tendrá fin!

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

 

El imperecedero Reino de Dios

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Jesús dijo que debíamos pedirle a nuestro Padre celestial: “Venga tu reino”.

Jesús dijo que debíamos pedirle a nuestro Padre celestial: “Venga tu reino” (Mateo 6:10). También dijo que debíamos buscar “primeramente el reino de Dios y su justicia” (v. 33).

¿Qué es el Reino de Dios y por qué debe tener la máxima importancia en nuestra vida? ¿Es simplemente un sistema administrativo nuevo y diferente que está a cargo de los fieles siervos de Dios? ¿O va mucho más allá de los conceptos que hemos tenido de lo que es un reino?

El apóstol Pablo tocó el meollo del asunto cuando dijo: “La carne y la sangre [los seres humanos físicos] no pueden heredar el reino de Dios” (1 Corintios 15:50). El Reino de Dios será la familia de seres inmortales: Dios y todos sus hijos. Aquellos que Dios agregue a su familia van a heredar y gobernar sobre “todas las cosas” que él ha creado (Apocalipsis 21:7).

Con respecto al futuro del hombre, en la Epístola a los Hebreos leemos: “En cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas” (Hebreos 2:8). En los capítulos 21 y 22 del Apocalipsis se describe la época en la que “todas las cosas” estarán bajo aquellos que hereden el Reino de Dios.

¿Cómo puede, entonces, entrar un ser humano en ese reino? Pablo explica: “Es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria” (1 Corintios 15:53-54). Los seres humanos podrán entrar en el Reino de Dios solamente al recibir el don de la vida eterna como hijos suyos.

Veamos uno de los requisitos esenciales para recibir el don de la vida eterna: “En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (Mateo 18:1-4).

Es necesaria la conversión, una transformación de la manera de pensar y actuar. Esta transformación es posible únicamente por medio de la humildad que nos lleva al verdadero arrepentimiento (que se demuestra por la ceremonia del bautismo) y va creciendo a medida que el don del Espíritu Santo guía nuestras vidas (Hechos 2:38; Romanos 8:14).

Como el Salvador de la humanidad, Jesús preparó el camino para que pudiéramos heredar la vida eterna al hacer posible el perdón de nuestros pecados. Para esto, era necesario que en su primera venida enseñara y explicara en qué consiste el arrepentimiento y que además permitiera que lo crucificaran por los pecados de la humanidad. Por eso Marcos escribió: “Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:14-15).

En su primera venida, Jesús instruyó a sus discípulos para que, después de su crucifixión y resurrección, le ayudaran a establecer su iglesia. También puso el fundamento para el establecimiento del Reino de Dios.

En su segunda venida, las primicias de la cosecha espiritual de Dios (Santiago 1:18; Juan 4:35-36) recibirán la vida eterna y entrarán en ese reino. Estas primicias espirituales reinarán con Cristo hasta la fase final del juicio de Dios, cuando haya terminado la separación entre los impíos y los justos.

La comunidad de los hijos de Dios

En Apocalipsis 21 y 22 se habla de “un cielo nuevo y una tierra nueva”, completamente diferentes. En ese tiempo todos los hijos de Dios, aquellos que hayan heredado la vida eterna en el Reino de Dios, empezarán verdaderamente a degustar la plenitud de la salvación. ¿Cómo será todo esto?

Juan escribe: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido” (Apocalipsis 21:1-2).

En esta descripción podemos ver que los hijos inmortales de Dios habrán formado una comunidad familiar tan grande que morarán en una ciudad de “dos mil doscientos kilómetros: su longitud, su anchura y su altura [serán] iguales” (v. 16, Nueva Versión Internacional). Esta comunidad es descrita como la novia, “la esposa del Cordero” (v. 9), sujeta a Cristo en todo (Efesios 5:24).

Esta maravillosa ciudad será el hogar de la familia de Dios. “Él morará con ellos; y ellos serán su pueblo” (Apocalipsis 21:3). En esta comunidad familiar de personas salvas rebosarán la paz, la armonía y la felicidad, y “ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (v. 4). Todos aquellos que previamente hayan rechazado el camino de vida que produce amor, paz y colaboración, ya habrán dejado de existir para siempre “en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (v. 8).

Dios describe la nueva Jerusalén como una ciudad construida con los mejores y más finos materiales. Estará adornada exquisitamente como una novia ataviada con preciosas joyas. Reflejará la verdadera “gloria de Dios” (vv. 9-11, 18-21).

Esta comunidad familiar estará organizada según los nombres de “las doce tribus de los hijos de Israel” y en los doce cimientos estarán “los doce nombres de los doce apóstoles del Cordero” (vv. 12, 14).

Claramente, este será el resultado final de lo que Dios comenzó con Abraham, el padre de la familia que vino a ser el antiguo Israel. Y eso tan sólo prefiguraba la familia eterna, la familia de todos los que “siguen las pisadas de la fe que tuvo nuestro padre Abraham” (Romanos 4:12). La “luz” que ilumina la nueva Jerusalén proviene de Dios (Apocalipsis 21:23). En ella no podrá entrar “ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira” (v. 27).

Un resumen de la historia del hombre

Cuando Dios creó a Adán y Eva, los primeros seres humanos, los puso en el huerto del Edén, donde estaba el árbol de la vida. El fruto de ese árbol representaba el camino de vida que Dios quería que ellos entendieran y siguieran. Cerca del árbol de la vida había otro árbol, cuyo fruto representaba una mezcla del bien y del mal. Dios les ordenó que no comieran del segundo árbol. Quería evitarles los sufrimientos que provienen de un sistema de vida que es una mezcla de bien y mal.

Pero la curiosidad de Eva la venció, y ella se dejó llevar por la influencia engañosa de “la serpiente antigua” y después persuadió a Adán para que también comiera del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Desde entonces, toda la humanidad ha hecho lo mismo. El resultado son todas las inimaginables tragedias que vemos en las profecías del Apocalipsis. Pero Dios en ninguna forma fue derrotado por este giro en los acontecimientos. Él planeó y tiene toda la intención de ofrecer la salvación a todos aquellos que se arrepientan. Cuando el plan de Dios se haya completado, el grupo de personas arrepentidas será tan numeroso que se convertirá en la increíble ciudad de la nueva Jerusalén, que está descrita en el capítulo 21.

En Apocalipsis 22 vemos a la comunidad de los redimidos en un lugar similar al huerto del Edén. Juan vio “un río limpio de agua de vida . . . que salía del trono de Dios y del Cordero . . . y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida. . .” (vv. 1-2). El relato bíblico de la historia del hombre comienza en un hermoso jardín, donde perdió el acceso al árbol de la vida. La conclusión nos muestra la familia de Dios morando en armonía delante del trono de Dios, mientras se deleita con los frutos del árbol de la vida. Son estos frutos, el producto de relaciones justas, los que harán que la vida eterna sea algo realmente maravilloso.

Luego Juan escribe: “Y me dijo: Estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto” (v. 6).

Nuestro mundo vive en confusión y engaño, pero no permanecerá así para siempre. Jesucristo inspiró las profecías del Apocalipsis para que todos aquellos que le crean al Dios viviente y lo sirvan, tengan esperanza, confianza y un propósito claro en la vida.

Jesús personalmente pronuncia el último mensaje del Apocalipsis: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último . . . Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana” (vv. 12-13, 16).

Juan finaliza con las siguientes palabras: “Amén; sí, ven, Señor Jesús. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén” (vv. 20-21).

Este maravilloso futuro está al alcance de cada uno de nosotros. Todos podemos convertirnos en hijos inmortales de Dios —miembros de su familia eterna— en el Reino de Dios. Pero para eso es necesario que nos arrepintamos verdaderamente, recibamos el Espíritu de Dios y aprendamos cómo “guardar los mandamientos de Dios” sin dejarnos enredar por los caminos engañosos de este mundo malo (Hechos 2:38; Apocalipsis 12:17; 2 Pedro 2:20-21).

Si usted desea más información sobre cómo lograr esto, no vacile en solicitarnos los siguientes folletos: Los Diez Mandamientos, Nuestro asombroso potencial humano y El camino hacia la vida eterna. Y si desea profundizar más acerca de la profecía bíblica, también puede solicitar Usted puede entender la profecía bíblica. Se los enviaremos completamente gratis.

¿Qué debe hacer usted ahora?

El Apocalipsis termina con una ojeada al asombroso futuro que Dios tiene para la humanidad: vivir con él por siempre siendo parte de su familia inmortal. Dios también lo invita a usted a que sea parte de ese maravilloso futuro.

Pero no es suficiente con sólo aprender acerca de lo que Dios nos revela. El conocimiento implica responsabilidad. Si usted desea obtener provecho de lo que ha aprendido, es necesario que obre conforme a ese conocimiento. Dios inspiró el Apocalipsis para hacernos reflexionar acerca de nuestro futuro, para motivarnos a reconocer que somos responsables por nuestro carácter y comportamiento.

En la Biblia se nos dice que Dios es su autor, que toda la Escritura viene a ser su revelación a los hombres (2 Timoteo 3:16). Se nos dice que en ella se revelan los caminos de Dios, su modo de ser y su carácter. Pero ¿se ha preguntado alguna vez si la Biblia es veraz, si Dios existe y si puede estar seguro de ello? Estas preguntas tienen efecto en su vida, y es muy importante que encuentre las respuestas.

Si tales preguntas le parecen abrumadoras o desconcertantes, queremos ayudarle. Contamos con varias publicaciones, todas gratuitas, que podrán ayudarle a contestarse estas preguntas.

Si cree que Dios existe y que la Biblia es su Palabra, ¿está usted conduciendo su vida conforme a ese conocimiento? ¿Se ha preguntado: ¿Adónde se dirige mi vida? ¿Soy parte de la solución de los problemas del mundo, o soy parte de los problemas?

Si usted desea saber las respuestas, o si está interesado en aprender acerca del arrepentimiento, de cómo recibir el Espíritu de Dios y cómo obedecer sus mandamientos, no deje de solicitar uno o todos estos folletos gratuitos: ¿Existe Dios?, ¿Se puede confiar en la Biblia?, Cómo entender la Biblia, Los Diez Mandamientos, Nuestro asombroso potencial humano y El camino hacia la vida eterna.

Siéntase también en libertad de solicitar nuestras otras publicaciones sobre la profecía: Usted puede entender la profecía bíblica, ¿Estamos viviendo en los últimos días?, El evangelio del Reino de Dios y Las fiestas santas de Dios, a fin de que pueda entender mejor lo que Dios nos revela acerca del futuro y su reino venidero.

Asimismo, no deje de suscribirse a la revista bimestral Las Buenas Noticias. En cada número analizamos diferentes aspectos de las noticias a la luz de la profecía bíblica y también damos consejos prácticos sobre cómo vivir por la Palabra de Dios.

Todas nuestras publicaciones se envían sin costo alguno. Usted puede descargarlas de nuestro sitio en Internet (www.ucg.org/espanol) o solicitar ejemplares impresos a cualquiera de nuestras direcciones.

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

 

Volvamos al principio

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Dios ha invitado a las personas —incluso a toda una nación— a establecer una relación especial, un pacto, con él.

Al principio de esta lección nos enfocamos en el deseo que Dios tenía de establecer una relación eterna con su creación humana. Quiere compartir con sus hijos su naturaleza divina. A lo largo de los siglos Dios ha invitado a las personas —incluso a toda una nación— a establecer una relación especial, un pacto, con él. Entre estos acuerdos divinos están muchas promesas que Dios ha cumplido y que aún cumplirá a su pueblo.

Comenzando hace aproximadamente 2000 años, Dios invitó a una nación espiritual, aquellos llamados a su iglesia (Gálatas 6:16), a tener una relación con él, y estableció el proceso para que esto fuera posible. La Biblia lo llama conversión (Hechos 3:19; 15:3).

Dios nos llama a establecer una relación personal con él. Debemos notar que a Dios le complace mucho conferir sus promesas y sus dones: “Por lo cual asimismo oramos siempre por vosotros, para que nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento, y cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder, para que el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, por la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1:11-12).

Al comienzo Dios hizo que el hombre se enfrentara a una decisión crucial, simbolizada por los dos árboles del huerto del Edén (Génesis 3). Dios nuevamente le ofrece a su pueblo la oportunidad de tomar del árbol de la vida y entrar en una relación eterna con él. Este es el cumplimiento espiritual de la intención que Dios tenía originalmente con Adán y Eva. El sacrificio de Jesucristo lo hizo posible.

Jesús nos dice: “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último. Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad” (Apocalipsis 22:13-14).

Recordemos el cumplimiento seguro de la inspiradora promesa de la relación que tenemos con Dios bajo el nuevo pacto. ¡Él hará que sus promesas se cumplan! En Apocalipsis 21:3-5 se resume la relación que nuestro Creador quiere establecer con todos nosotros: “He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas”.

Dios nos llama —nos invita— a tener una relación eterna con él como miembros de su familia. En la próxima lección estudiaremos cómo es que Dios quiere que respondamos a su llamamiento y cultivemos nuestra relación con él.

En esta lección hemos tratado brevemente ciertos aspectos del plan de Dios, su propósito con la humanidad y su forma de trabajar y relacionarse con nosotros. Para entender mejor los conceptos fundamentales de esta lección, le recomendamos los siguientes folletos gratuitos:

• Nuestro asombroso potencial humano

• El camino hacia la vida eterna

• Usted puede tener una fe viva

• La iglesia que edificó Jesucristo

• El evangelio del Reino de Dios

• Los Diez Mandamientos

Tendremos mucho gusto en enviárselos, sin costo alguno para usted, al recibir su solicitud. O si prefiere, puede descargarlos directamente de nuestro portal en Internet.

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¿De dónde proviene la maldad, y cómo acabará?

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La belleza y las maravillas del mundo comprueban la existencia de un Dios amoroso. Sin embargo, toda esa hermosura se ve estropeada por la maldad y la miseria. ¿De dónde proviene la maldad? ¿Tiene Dios el poder para acabar con ella? ¿Desaparecerá alguna vez?

¿Por qué vemos en nuestro mundo horrores tales como genocidios, terrorismo, tortura y asesinatos en serie? ¿A qué se debe la interminable seguidilla de guerras sin sentido en diferentes partes, que empeoran las cosas y truncan las vidas de gente ya empobrecida y desesperada?

En los últimos cien años ha habido un gran aumento de dichas atrocidades, que han provocado la muerte de cientos de millones y han condenado a otros miles de millones a la miseria y la esclavitud política y económica.

Sin importar cuánto se condene la maldad producida por las guerras, los disturbios políticos, los malos gobiernos y el desmoronamiento social, en realidad nada cambia para mejorar la situación. Por el contrario, debido a la proliferación de medios cada vez más poderosos para causar una devastación global, la probabilidad de aniquilación de la raza humana sigue en aumento.

Las normas de conducta están en franco deterioro. Lo que antes se consideraba pecaminoso, espantoso e inmoral, es ahora cada vez más aceptable. Un meme [idea o mensaje propagado en las redes sociales] aparecido recientemente en Facebook y atribuido al escritor y locutor Dwight Longenecker, lo describe así: “Primero, pasamos por alto la maldad. Luego la permitimos. Después la legalizamos. Después la promovemos. Luego la celebramos, y finalmente perseguimos a quienes la llaman maldad”.

Claramente hemos llegado al punto descrito por el profeta Isaías: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos!” (Isaías 5:20-21).

Un ejemplo obvio de ello es el aborto. En los años cincuenta y sesenta el aborto era ilegal. ¡Matar a un niño recién concebido en el útero era algo impensable! ¡Era asesinato! La conciencia tanto individual como comunitaria respetaba la vida en el útero como algo sagrado y sostenía que debíamos ejercer responsabilidad moral frente a esa vida. ¡Pero eso ha cambiado! El niño en el vientre, con un corazón que late, ha sido degradado a un “tejido humano” que puede ser destruido y desechado como basura sin el más mínimo escrúpulo.

Incluso se afirma que esto es un derecho y se lleva a cabo sin ninguna vergüenza. Cualquier oposición a esta terrible práctica suscita fuertes declaraciones, tales como “¡Mantén tus leyes alejadas de mi cuerpo!” Lo que una vez fuera ilegal e inmoral se ha vuelto legal y aprobado, y como resultado ha habido más de 60 millones de abortos desde 1973 solo en los Estados Unidos. Además, una nueva legislación en este país permite que también los bebés casi a punto de nacer sean abortados.

El apóstol Pablo predijo un aumento significativo del pensamiento malvado y corrupto, que pondría a la sociedad en gran peligro: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita” (2 Timoteo 3:1-5, énfasis añadido en todo este artículo).

¡Estamos viviendo precisamente en esos tiempos profetizados, cuando el enojo, el odio, la venganza, el egoísmo y el trauma sicológico de la maldad se hallan fuera de todo control! Esto es lo que vemos a diario en las noticias; pero las cosas empeorarán aún más.

¿De dónde provino toda esta maldad? ¿Por qué Dios la permite, y cómo será posible finalmente acabar con ella?

Si Dios es bueno y todopoderoso, ¿cómo es posible que exista la maldad?

Muchos ateos alegan que una de las principales razones de por qué no creen en Dios es que no logran entender cómo puede existir un Dios amoroso y todopoderoso que no es capaz de acabar con las guerras, el sufrimiento y la injusticia. ¿Cómo es posible que un Dios compasivo que nos creó a su imagen no pueda ponerle fin a todo el mal? ¿Cómo puede ser tan frío y ciego?

Ciertos personajes bíblicos de gran relevancia hicieron las mismas preguntas. Note esta oración del profeta Jeremías: “Justo eres tú, oh Eterno, para que yo dispute contigo; sin embargo, alegaré mi causa ante ti. ¿Por qué es prosperado el camino de los impíos, y tienen bien todos los que se portan deslealmente?” (Jeremías 12:1).

De la misma manera, Job se queja diciendo: “¿Por qué prosperan los malvados mientras se vuelven viejos y poderosos? Llegan a ver a sus hijos crecidos y establecidos, y disfrutan de sus nietos. Sus hogares no corren ningún peligro, y Dios no los castiga” (Job 21:7-9, Nueva Traducción Viviente).

Leemos una pregunta similar en el libro de los Salmos: “¿Hasta cuándo los impíos, hasta cuándo, oh Eterno, se gozarán los impíos?” (Salmos 94:3).

Quizá nosotros también estemos enfadados porque la maldad continua y desenfrenada es contraria a nuestro sentido de justicia. Si consideramos la gran cantidad de filósofos, religiones y expertos que se han referido a la maldad, ¿hay acaso alguna fuente confiable a la que podamos acudir en búsqueda de respuestas claras? ¿Será posible que la maldad llegue a su fin? ¿Triunfaremos sobre el mal, o el mal triunfará sobre nosotros?

Numerosas culturas y religiones han intentado comprender la aparente dicotomía entre los aspectos opuestos del bien y el mal en la naturaleza humana y han procurado explicarla de varias maneras, usando términos como dualismo o fuerzas positivas y negativas. La religión de oriente presenta los principios o energías del Yin y el Yang como las que le dan forma a esta dinámica. Entre los pensadores seculares y religiosos que intentan explicar el lado oscuro de la naturaleza humana abundan las teorías, ¿pero cuáles son las verdaderas respuestas?

La Biblia entrega explicaciones creíbles, claras y verdaderas a todos estos interrogantes. Aquellos que toman en serio la Biblia y aprenden lo que realmente enseña, pueden encontrar en sus páginas la descripción del mal y la cronología de su origen, desarrollo y destrucción final.

Revelación del origen y futuro del mal

La palabra mal o maldad aparece más de 590 veces en la Biblia. Además, hay muchos términos sinónimos, como “malvado”, “iniquidad” y “pecado”. No cabe duda de que este tema es abordado exhaustivamente en las Escrituras.

¿Qué podemos aprender entonces?

La Biblia revela que el origen del mal se remonta a mucho antes de la creación de los primeros seres humanos. La historia comienza con la rebelión de un poderoso ser angelical llamado Lucifer (según su traducción al latín). El profeta Isaías describe cómo el orgullo de este ser lo llevó a perpetrar un lamentable ataque en contra de Dios, y sus consiguientes consecuencias:

“¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.

“Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo. Se inclinarán hacia ti los que te vean, te contemplarán, diciendo: ¿Es éste aquel varón que hacía temblar la tierra, que trastornaba los reinos; que puso el mundo como un desierto, que asoló sus ciudades, que a sus presos nunca abrió la cárcel?” (Isaías 14:12-17).

Un siglo después de Isaías, el profeta Ezequiel escribió un relato paralelo sobre el destino final de este mismo ángel rebelde y corrupto que había sido uno de los querubines que cubría el trono de Dios, según es representado en la escultura ubicada encima del arca del pacto:

“Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura. En Edén, en el huerto de Dios estuviste; de toda piedra preciosa era tu vestidura; de cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro; los primores de tus tamboriles y flautas estuvieron preparados para ti en el día de tu creación.

“Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad.

“A causa de la multitud de tus contrataciones fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector.

“Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor; yo te arrojaré por tierra; delante de los reyes te pondré para que miren en ti.

“Con la multitud de tus maldades y con la iniquidad de tus contrataciones profanaste tu santuario; yo, pues, saqué fuego de en medio de ti, el cual te consumió, y te puse en ceniza sobre la tierra a los ojos de todos los que te miran. Todos los que te conocieron de entre los pueblos se maravillarán sobre ti; espanto serás, y para siempre dejarás de ser” (Ezequiel 28:12-19).

El gobernador de este mundo y dios de esta era

Este fue el inicio de los malos pensamientos y actitudes en contra de Dios y su camino. Comenzó con el autoengrandecimiento y orgullo distorsionado de Lucifer que lo llevaron al descontento, a la crítica, la amargura y la rebelión, y a un fallido ataque contra Dios.

Dios había permitido que Lucifer y el resto de los ángeles tuviesen libertad moral, ya fuera para escoger el camino de Dios, lleno de amor y evidente preocupación por otros, o la búsqueda del egoísmo. Lucifer y sus cómplices angelicales, que ahora son demonios, escogieron lo último y Lucifer pasó a conocerse como Satanás el diablo, que significa adversario o acusador mentiroso.

La rebelión de Satanás y sus demonios –un tercio de los ángeles– fue un fracaso y todos fueron derrotados y arrojados a la Tierra: “También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas [que simbolizan los poderes mundiales que surgen a partir de él]; y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese” (Apocalipsis 12:3-4; compare con Lucas 10:18).

Se nos dice además que habrá una guerra futura en el cielo (Apocalipsis 12:7-8), a raíz de la cual Satanás y sus secuaces serán nuevamente arrojados a la Tierra: “Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él” (v. 9).

Desde esta rebelión inicial, Satanás ha estado lleno de odio contra Dios y el hombre y ha corrompido el mundo al cual fue confinado. Actualmente está intensamente ocupado en destruir la creación de Dios.

Este ser malvado también es llamado “príncipe de este mundo”, “príncipe de la potestad del aire”, “Beelzebú”, “Belial”, “padre de mentira” y “el tentador”.

El mundo en que vivimos es dominio de Satanás, al menos por ahora. Pablo nos dice lo que Satanás está haciendo diligentemente hoy entre los habitantes del mundo, “en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Corintios 4:4).

Pablo les recuerda a los cristianos que anteriormente estuvieron bajo este gran engaño y control de Satanás: “. . . en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:2-3).

En Lucas 4 leemos que cuando Jesucristo fue tentado por Satanás, este era gobernador de “todos los reinos de la Tierra” y ofreció dárselos a Jesús con la condición de que lo adorara. Todavía acariciaba su sueño de derrocar a Dios: “Y le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra. Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy. Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos” (Lucas 4:5-7).

No obstante, Jesucristo lo rechazó y el diablo se alejó.

La maldad pasa a formar parte de la experiencia humana

Volviendo al relato del origen del hombre, vemos que los seres humanos fueron creados con características y rasgos divinos: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27). El hombre fue hecho de manera única para que tuviera un significado y propósito superior al de cualquier otra forma de vida: fue creado para tener una relación especial con Dios, como parte de su familia divina.

Dios puso a los primeros seres humanos en un ambiente ideal llamado huerto del Edén, y les permitió el acceso directo y personal a su Creador. Como muestra Génesis 2, también colocó en el huerto dos árboles. Ambos fueron puestos a propósito en un lugar accesible para el hombre, y Dios les dio a Adán y a Eva instrucciones explícitas y claras respecto a ellos.

Aquí es donde vemos que la palabra “mal” aparece por primera vez en las Escrituras. Uno de los árboles fue llamado “árbol de la ciencia del bien y del mal”, y el otro, “árbol de la vida”. Se les dijo a Adán y a Eva que podían comer a su gusto del árbol de la vida, pero se les advirtió que comer del árbol de la ciencia del bien y del mal les provocaría la muerte. No podían comer de ambos, pero la decisión era suya.

El árbol de la vida, como indica obviamente su nombre, representaba la perpetuidad de la vida. El árbol de la ciencia del bien y el mal simbolizaba el decidir buscar uno mismo lo que es bueno o malo. Era un árbol que incitaba a adquirir conocimiento a través de la experimentación, con resultados inciertos y dudosos.

Después de darles sus instrucciones a Adán y Eva, Dios se apartó y observó a la distancia lo que harían.

En ese momento la serpiente, que era Satanás el diablo según nos dice Apocalipsis 12:9, se arrastró por el huerto y se acercó a la primera pareja humana. El dominio de Satanás todavía era este mundo. Rápidamente se aprovechó de lo que Dios les había dicho y desechó su instrucción y advertencia.

También acusó a Dios de esconder de ellos lo que él mismo codiciaba, es decir, ser como Dios y tenerlo todo: “No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:5). Satanás no pudo disimular su codicia y ambición de poder.

Adán imitó a Eva y ambos hicieron exactamente lo que Dios les dijo que no hicieran: comieron del fruto prohibido, y el resultado fue catastrófico. Fueron expulsados del huerto del Edén y se les negó el acceso al árbol de la vida. Luego fueron arrojados al mundo del mismo ser malvado que habían seguido hasta que los hizo pecar: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). Nosotros también hemos heredado la muerte y las cosas que llevan a la muerte.

El mundo que Adán y Eva escogieron y al que fueron exiliados no era el paraíso en el que habían estado, y poco después fue corrompido por el pecado y la violencia. Caín, su primer hijo, asesinó a su hermano Abel y el mundo continuó su marcha por unos 1600 años hasta el diluvio en tiempos de Noé. Esta es la evaluación que Dios hizo de aquel período: “Y vio el Eterno que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Y se arrepintió el Eterno de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón” (Génesis 6:5-6).

Dios castigó la maldad de aquel entonces con juicio divino, y el diluvio que envió redujo la raza humana a solo ocho personas. Sin embargo, él no pretendía eliminar toda la maldad del mundo en ese tiempo. La familia de Noé creció y poco a poco comenzó a repoblar el mundo, ¡el cual seguía bajo la profunda influencia del espíritu malvado de Satanás! Según la perspectiva de fuentes bíblicas y seculares, la historia del mundo es una crónica escabrosamente dolorosa de interminables disputas, guerras y todo mal imaginable e inimaginable.

¿Le importa a Dios?

Indudablemente, Dios es todopoderoso y podría eliminar la maldad en cualquier momento. Sin embargo, si lo hiciera, se invalidaría la razón por la cual él permite que el mal exista y continúe momentáneamente. El propósito de Dios al crear seres humanos con voluntad propia requiere que se les permita escoger la opción de la maldad. Más aún, al permitir que estas decisiones vayan acompañadas de consecuencias, ellos aprenden importantes lecciones. Y si bien las tentaciones de Satanás incitan a los seres humanos a la maldad, aquellos que con la ayuda de Dios lo resisten desarrollan un carácter justo.

Pero Dios solo permitirá que la maldad continúe por un tiempo limitado, hasta que sus propósitos se cumplan.

A Dios ciertamente le preocupa lo que usted y yo vemos en este mundo que nos sirve de hogar. Por el bien de aquellos que están dispuestos a arrepentirse, Jesucristo vino en la carne para llevar sobre sí mismo la carga de la pena de muerte y el sufrimiento que la maldad ha causado, y regresará para enderezar el mundo.

El gobierno de Satanás está empeñado en destruir lo que Dios está haciendo, pero tenga la seguridad de que no podrá desbaratar los propósitos divinos, ¡y que la maldad del reino de Satanás llegará a su fin dentro de poco!

Jesús regresará a la Tierra a establecer y restaurar el Reino de Dios. En la oración modelo que él les dio a sus discípulos en Mateo 6:9-13, nos dice que oremos regularmente por aquel reino futuro que vendrá y acabará con el poder de Satanás sobre el mundo. En ese mismo bosquejo de oración Jesús nos dice que le pidamos a Dios “líbranos del mal”. Debemos orar para que nos proteja en el peligroso ambiente de este mundo y también de su líder hostil.

Satanás y sus demonios serán encarcelados por mil años durante el gobierno justo de Cristo sobre la Tierra, y luego liberados una vez más por un breve período (Apocalipsis 20:1-3) para que se cumplan los propósitos de Dios de ayudar a las personas a aprender lecciones y crecer mientras resisten la tentación.

El reinado de Satanás llegará a su fin y él será arrojado junto a sus demonios a un lago de fuego (Apocalipsis 20:7-10; Mateo 25:41). Al final, toda la gente que escoja el camino del diablo y continúe rechazando a Dios y rehusándose a arrepentirse también será arrojada al lago de fuego y aniquilada (Apocalipsis 20:13-15; 21:8). La maldad dejará de existir para siempre.

La Biblia nos dice lo siguiente en cuanto a lo que sucederá cuando la maldad ya no exista: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4).

Sí, ¡a Dios sí le importa! Toda la maldad y el dolor que esta produce serán abolidos y habrá amplio acceso al árbol de la vida (Apocalipsis 2:7; 22:1-3, 14).

Aún más, todo el sufrimiento provocado por los males de esta era será puesto en la perspectiva correcta. A pesar de lo difíciles que son las pruebas, Pablo dice: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Romanos 8:18). Al final, todo lo que la gente haya soportado en esta vida valdrá la pena.

La maldad se acabará por fin y para siempre. ¡Que Dios acelere la llegada de ese tiempo tan maravilloso! BN

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.