Preguntas Bíblicas

¿Cómo entender la transfiguración de Mateo 17 y Lucas 9?

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En Mateo 17 y Lucas 9, aparecen las figuras de Moisés y Elías, quienes no estaban vivos. ¿Cómo podemos explicar este pasaje?

 

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En Mateo 17 y Lucas 9, aparecen las figuras de Moisés y Elías, quienes no estaban vivos. ¿Cómo podemos explicar este pasaje?

La clave para entender el relato, es comprender que se trata de una visión del futuro, no la resurrección de dos hombres ya muertos. Los versículos 2 al 8 de Mateo 17 describen una visión basada en la promesa que Cristo mencionó en Mateo 16:28, diciendo: "que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino". Marcos 9:1 registra las palabras de Cristo de una manera levemente diferente: "De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el reino de Dios venido con poder".

Obviamente ninguno de los discípulos vivió para verlo regresar con poder y establecer el Reino de su Padre. El contexto nos explica el significado. 

Seis días después de la declaración de Mateo 16:28, Cristo eligió a Pedro, Santiago y Juan para que lo acompañaran a una zona aislada, donde le da a estos tres discípulos una muestra única de la venida del Reino de Dios a través de una visión sobrenatural. El Reino de su Padre aún no estaba establecido poderosamente en la tierra, ni estaban Elías o Moisés presentes en un sentido literal.

Ambos personajes sólo estaban presentes en la visión, que simboliza dos principales facetas de la venida del Reino: En primer lugar la Iglesia, representada por Elías; que era a la vez un profeta y un educador en la congregación del Antiguo Testamento. En segundo lugar el gobierno, representado por Moisés; a quien Dios escogió para dar y administrar sus leyes en el pueblo físico de Israel.

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La clave para entender el relato, es comprender que se trata de una visión del futuro, no la resurrección de dos hombres ya muertos. Los versículos 2 al 8 de Mateo 17 describen una visión basada en la promesa que Cristo mencionó en Mateo 16:28, diciendo: "que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino". Marcos 9:1 registra las palabras de Cristo de una manera levemente diferente: "De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el reino de Dios venido con poder".

Obviamente ninguno de los discípulos vivió para verlo regresar con poder y establecer el Reino de su Padre. El contexto nos explica el significado. 

Seis días después de la declaración de Mateo 16:28, Cristo eligió a Pedro, Santiago y Juan para que lo acompañaran a una zona aislada, donde le da a estos tres discípulos una muestra única de la venida del Reino de Dios a través de una visión sobrenatural. El Reino de su Padre aún no estaba establecido poderosamente en la tierra, ni estaban Elías o Moisés presentes en un sentido literal.

Ambos personajes sólo estaban presentes en la visión, que simboliza dos principales facetas de la venida del Reino: En primer lugar la Iglesia, representada por Elías; que era a la vez un profeta y un educador en la congregación del Antiguo Testamento. En segundo lugar el gobierno, representado por Moisés; a quien Dios escogió para dar y administrar sus leyes en el pueblo físico de Israel.

Iglesia de Dios Unida

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

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¿Qué significado tiene la transfiguración de Mateo 17 y Lucas 9?

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Aparecen la figura de Moisés y Elías quienes no estaban vivos. ¿Cómo explicar este pasaje?

La clave para entender este relato es que se trata de una visión en el futuro, no la resurrección de dos hombres ya muertos. Los versículos 2-8 describen la visión basada en la promesa que Cristo menciona en Mateo 16:28 "que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino". Marcos 9:1 registra las palabras de Cristo de una manera levemente diferente: "De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el reino de Dios venido con poder". 

Obviamente ninguno de los discípulos vivió para ver regresar con poder y establecer el reino de su Padre. El contexto explica el significado. Seis días después de la declaración de Mateo 16:28, Cristo eligió a Pedro, Santiago y Juan que lo acompañaran a una zona aislada donde les da a estos tres discípulos una visión única de la venida del Reino a través de una visión sobrenatural. El Reino de su Padre no estaba todavía en el poder sobre toda la tierra, ni era Elías o Moisés presente en un sentido literal.

Ellos sólo estaban presentes en la visión, que simboliza dos principales facetas de la venida del Reino: (1) La Iglesia, representada por Elías, que era a la vez un profeta y un educador en la congregación del Antiguo Testamento; (2) El Gobierno, representado por Moisés, a través de quien Dios escogió para dar y administrar sus leyes a Israel físico.

Para obtener más información sobre el hecho de que ni Elías ni Moisés están en el cielo, por favor revise nuestro folleto "El cielo y el infierno: ¿Qué es lo que enseña realmente la Biblia?". 

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

 

#248 - Mateo 16-17

"¿Fue Pedro «la Roca» de la Iglesia?; La transfiguración"
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Volvemos ahora a Galilea, la tierra nativa de Jesús. Allí pasaría los últimos seis meses de su vida. Sólo haría dos viajes más a Jerusalén; uno para la Fiesta de Dedicación y el otro para guardar la última Pascua, cuando estaba profetizado que sería sacrificado por los pecados de la humanidad y luego resucitaría.

Volvemos ahora a Galilea, la tierra nativa de Jesús. Allí pasaría los últimos seis meses de su vida. Sólo haría dos viajes más a Jerusalén; uno para la Fiesta de Dedicación y el otro para guardar la última Pascua, cuando estaba profetizado que sería sacrificado por los pecados de la humanidad y luego resucitaría. Por eso, de aquí en adelante veremos a Jesús preparando diligentemente a sus discípulos para su próxima partida y para que se encargaran de su futura Iglesia.

Comienza el relato: “Vinieron los fariseos y los saduceos para tentarle, y le pidieron que les mostrase señal del cielo” (Mateo 16:1). Esta es la primera vez que se unen dos grupos religiosos opuestos, pero que tienen a un adversario en común: Jesús. Explica Robertson: “Odiaban a Jesús más de lo que se odiaban entre sí”.

Los saduceos y fariseos representaban dos enfoques distintos de la religión judía. Los fariseos seguían cuidadosamente las tradiciones de los ancianos, o rabinos, aceptaban la autoridad de todo el Antiguo Testamento y creían en la resurrección de los muertos. En cambio, los saduceos sólo aceptaban la autoridad de los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, o los escritos por Moisés—de Génesis hasta Deuteronomio, y negaban la resurrección de los muertos. Además, mientras que los fariseos no eran un partido político y estaban dispuestos a vivir bajo cualquier gobierno que les permitiera observar sus tradiciones, los saduceos eran un partido religioso y político de sacerdotes y aristócratas acaudalados que colaboraban con los romanos para poder conservar sus riquezas y privilegios.

Sin embargo, ahora dejaron de lado sus diferencias para atacar a Jesús. Lo tentaron para que hiciera una señal en el cielo y así creer en él. Los rabinos enseñaban que el Mesías, cuando apareciera, haría grandes señales en el cielo, como detener el sol o hacer sonar un trueno en pleno día. Pero Jesús sabía que ellos lo pidieron para tentarle y no para creer en él. Cristo sanó a enfermos, resucitó a muertos y también alimentó milagrosamente a miles de personas en dos ocasiones. De modo que ellos tenían suficientes pruebas para creer en él si en realidad lo deseaban, pero obviamente, no era el caso.

Por eso Cristo les dijo: “Cuando anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡mas las señales de los tiempos no podéis! La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Y dejándolos, se fue” (Mateo 16:2-4).

En una nación agrícola como Israel, era muy importante entender ciertos indicios del tiempo. Cuando se veía el cielo enrojecer en la tarde, significaba que el viento seco venía del oriente y traía buen tiempo. Pero si venía el viento húmedo del Mediterráneo que enrojecía el cielo en la mañana, podía significar lluvias y tormentas.

Los fariseos y saduceos sabían discernir el tiempo físico, pero no el momento espiritual. El Mesías estaba en frente de ellos, hacía milagro tras milagro, y, aun así, no lo reconocían. Por eso, la única señal que les dejaría sería la de su resurrección después de tres días. De hecho, hubo más tarde fariseos y saduceos que llegaron a convertirse por esa señal (vea Hechos 6:7; Hechos 15:5).

“Llegando sus discípulos al otro lado, se habían olvidado de traer pan. Y Jesús les dijo: Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos… Entonces entendieron que no les había dicho que se guardasen de la levadura del pan, sino de la doctrina de los fariseos y de los saduceos” (Mateo 16:5-12).

La doctrina de los fariseos y saduceos estaba llena de vanas tradiciones y creencias que, tal como la levadura infla el pan, los había llenado de auto-justicia, vanidad, insolencia y obstinación. Así, sus tradiciones habían contaminado a la verdadera fe. Los que estaban de acuerdo con ellos eran populares, pero tendrían que dejar de lado el verdadero camino de Dios. Por eso, Jesús los denuncia con tanta vehemencia al decir: “Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mateo 21:43). Es decir, la autoridad en vez se daría a la Iglesia. Jesús sabía que ellos querían matarlo, y por eso se aleja a otra región donde podría estar más tranquilo para enseñar a sus discípulos—al norte de Israel. 

“Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:13-16).

Quedaban sólo unos meses para que Jesús estuviera con ellos. Había sido rechazado por gran parte de los líderes religiosos y el pueblo. Hasta un grupo numeroso de discípulos recientemente lo habían abandonado. Ahora se vuelve a los doce discípulos principales para saber si ellos reconocían quién era en realidad. Pedro, siempre impulsivo pero sincero, reconoció que Jesús no sólo era el Mesías, sino también el Hijo de Dios, es decir, que era divino. Pero no era el crédito de Pedro por lo que dijo. Jesús le dijo: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mateo 16:17). Continúa Jesús: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades [la muerte] no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18).

Hay mucha controversia respecto a este versículo, y por eso, debemos estudiarlo cuidadosamente. Primero que nada, Marcos y Lucas dicen en sus relatos lo siguiente: “Respondiendo Pedro, le dijo: Tú eres el Cristo. Pero él les mandó que no dijesen esto de él a ninguno”. Si Cristo iba a fundar la iglesia sobre Pedro, es muy extraño que ni Lucas, un historiador escrupuloso, ni Marcos, el compañero del mismo Pedro, hayan mencionado algo tan importante. Sólo Mateo comenta lo que dijo Jesús con el juego de palabras entre “Pedro” y “Petra”. Por las Escrituras podemos ver que Jesús es el Mesías, y la Roca de la Iglesia y no Pedro.

“Desde tiempos antiguos,” explica un comentario, “el pueblo hebreo había empleado la figura de la roca para referirse específicamente a Dios (Deuteronomio 32:4; Salmos 18:2). Pablo afirma que era Cristo la Roca que había acompañado a su pueblo por el desierto (1 Corintios 10:4). También dice: ‘Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo’ (1 Corintios 3:11). Está claro que Jesús es el fundamento de la Iglesia, y no Pedro”. Robertson explica: “Jesús acepta la confesión de Pedro como genuina y declara que es Dios. Los discípulos expresan esta convicción en contraste con las opiniones divididas del populacho. Lo importante aquí, fuera cual fuere la lengua en que habló el Señor, [arameo o griego], el texto griego sí muestra la distinción entre “petros”, o pequeña piedra, y “petra”, o gran piedra o una peña. Es patente que Dios inspiró este juego de palabras para que fuera parte del texto y es de capital importancia para comprobar que Simón Pedro no fue la “Peña” en la cual se fundara la iglesia, sino Jesús”. Halley añade: “La “Roca” sobre la cual Jesús había de edificar su iglesia, no es Pedro, sino la verdad que Pedro confesaba, es decir, que Jesús es el Hijo de Dios. La deidad de Jesús es el cimiento sobre el cual descansa la iglesia. Es el credo fundamental del cristianismo. Tal es el significado inconfundible del lenguaje” (p. 392).

Pero este pasaje ha sido distorsionado por la iglesia Romana. Explica una fuente: “Cuando se buscó apoyo bíblico para las pretensiones del obispo de Roma a su primacía en la iglesia, las palabras pronunciadas por Cristo en esta ocasión fueron sacadas de su contexto original e interpretadas en el sentido de que Pedro era “esta roca”. El papa León I (445 d.C.) fue el primero en pretender haber recibido su autoridad de Cristo por medio de Pedro. Insistió que, por decreto de Cristo, Pedro era la roca, el fundamento, el guardián de la puerta del cielo, y que, por medio del papa como su sucesor, Pedro seguía realizando la tarea que le había sido encomendada. La mejor evidencia de que Cristo no designó a Pedro como la “roca” sobre la cual habría de construir su iglesia, es que ni siquiera Pedro así lo entendió. Los demás discípulos disputaron en repetidas veces el primer puesto y jamás reconocieron a Pedro como la cabeza de la iglesia” (Comentario Bíblico). Además, Pablo mencionó a los tres principales líderes en Jerusalén, y Pedro ni siquiera era el primero. Dijo: “Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron… la diestra” (Gálatas 2:9).

De hecho, Jesús les dijo a todos los apóstoles que ellos [los 12] tendrían las llaves [un signo de autoridad] del reino (vea Mateo 18:18). Le dijo primero a Pedro: “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos. Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que él era Jesús el Cristo” (Mateo 16:19-20). Las “llaves del reino” es un término usado por los rabinos para indicar la autoridad que ellos tenían para administrar los juicios, pero no para añadir o quitarle a las Escrituras. Comenta Barclay: “Atar y desatar eran frases comunes, especialmente de los grandes rabinos sobre decisiones judiciales basándose en la ley de Dios”. Robertson añade: “La pretensión de poder perdonar pecados es un violento salto lógico, como el de pronunciar la absolución [que hacen los curas], en base al lenguaje rabínico empleado por Jesús acerca de atar y desatar”.

Pedro pensó que por el cumplido que recibió, ahora tenía derecho a reprender a Jesús. ¡Craso error! Sigue el relato: “Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. Entonces Pedro, tomándole aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo 16:21-23). 

Pedro ni aún tenía el Espíritu Santo en él, ni era seguro que seguiría fiel. Satanás quería que fuera Pedro el traidor, pero Jesús rogó al Padre para que lo fortaleciera y evitara tal destino (vea Lucas 22:31-32). De hecho, Pedro negó tres veces a Jesús. Definitivamente no era la “roca” sobre la cual Jesús fundaría su iglesia.

Luego de reprender a Pedro, Jesús mencionó los sacrificios que tendrían sus discípulos por delante, y si lo negaran de corazón, perderían esa entrada al reino de Dios. “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo [todas las riquezas físicas], y perdiere su alma [su vida espiritual]?... porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras”. Aquí vemos que la obediencia a la ley de Dios es un requisito para ser parte del reino de Dios. Entramos en ese reino mediante la obediencia a la ley y al recibir la gracia o el perdón por nuestros pecados. Cristo terminó esta sección al decir: “De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino”.

Esto ocurre así: “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró [gr. metamorfosis—un cambio en forma y estructura] delante de ellos y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas; una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías. Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oid” (Mateo 17:1-5).

Unger menciona: “Esta predicción se cumplió una semana más tarde durante la transfiguración de Cristo, que fue una especie de representación gráfica en miniatura del glorioso suceso futuro—la venida del reino de Dios” (p. 488). Ahora bien, ¿estaban Moisés y Elías vivos en esos momentos? No, pues sólo era una visión y no algo real. Noten lo que les dijo Jesús a sus tres discípulos: “Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos” (Mateo 16:9). El término visión, del griego hórama, de acuerdo con el diccionario significa “una imagen mental que, de manera sobrenatural, se percibe por la vista, pero no es real”. Por ejemplo, la imagen de la bestia con siete cabezas en Apocalipsis no es real, sino que simboliza a un sistema político. Aquí las imágenes de Moisés y Elías, con Jesús transfigurado, representaban lo que sucedería en el futuro cuando vendría el reino de Dios en realidad.

¿Por qué escogió Dios a Moisés y Elías para representar a los seres humanos glorificados en su reino? De nuevo, debemos remontarnos a esos tiempos. Explica Barclay: “En el pensamiento judío, Moisés era el más grande entre los que dieron la ley de Dios, mientras que Elías era el más grande de los profetas”. Otro comentario añade: “La presencia de Moisés y Elías junto con Jesús confirman el papel que Jesús llevaría a cabo—magnificar la ley de Dios y cumplir las profecías de los profetas. La voz de Dios apoyó las palabras pronunciadas por Jesús”.

Una vez desaparecida la visión, volvió la realidad a imponerse y preguntaron por qué uno en el poder de Elías vendría primero, antes del Mesías. Cristo contestó: A la verdad, Elías viene primero [futuro], y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no le conocieron… Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista” (Mateo 17:10-13). Aquí vemos una dualidad en cuanto a las dos venidas de Cristo. En la primera venida, ese “Elías” fue Juan el Bautista. En la segunda venida, también habrá otro en poder como “Elías” que vendría primero. Es obvio que tendrá que estar presente hasta que aparezca el Mesías. Nosotros somos parte de esta obra de Elías, y el Sr. Armstrong fue el que la comenzó, pero todavía queda mucho por hacer antes de que vuelva Jesús. Recuerden que aparecerán en los tiempos del fin los dos testigos, que harán grandes obras, y terminarán esa obra de “Elías”. Mientras tanto, debemos hacer nuestra parte.

Jesús y los tres discípulos descienden del monte, que, a propósito, no se menciona cuál fue, probablemente para que no se volviera en otro lugar de culto y de peregrinajes, al haberse transfigurado allí Jesús. El ser humano ama hacer santuarios, que es un tipo de idolatría y un buen negocio. En la Biblia esto está prohibido, y por eso tampoco menciona dónde fue sepultado Moisés.

Un hombre que tenía un hijo endemoniado se presenta y menciona que los otros discípulos no pudieron sacar al espíritu. Cristo se frustra al ver que sus discípulos no estaban lo suficientemente cerca de Dios. Los reprende y luego saca al demonio. Era un espíritu fuerte, y Jesús les dice: “Pero este género no sale sino con oración y ayuno” (Mateo 17:21). Por eso, cuando los ministros deben tratar tales casos, ayunan un día antes, y se dedican a la oración para estar muy cerca de Dios. Así, el poder de Dios en ellos logrará echar a estos espíritus de las personas.

Luego, Cristo de nuevo prepara a sus discípulos para los eventos que se acercan y los previene. “Estando ellos en Galilea, Jesús les dijo: El Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres, y le matarán; mas al tercer día resucitará. Y ellos se entristecieron en gran manera”. Barclay explica: “A pesar de que los discípulos reconocían que Jesús era el Mesías, no captaban lo que esto implicaba. Para ellos, todavía pensaban en la típica noción judía de que el Mesías sería un gran rey guerrero que arrojaría a los romanos de Israel y establecería un gobierno mundial con los judíos a cargo. Por eso Jesús les prohibía decirle a las personas que era el Mesías, pues podría crear una trágica rebelión contra los romanos. Se calcula que en el siglo anterior al ministerio de Jesús perecieron 200.000 judíos en numerosas rebeliones.

Para finalizar, Jesús muestra que se deben pagar los impuestos, al presentarse unos cobradores del Templo. Barclay menciona: “El Templo en Jerusalén era un lugar costoso para mantener. Había sacrificios de un cordero en la mañana y en la tarde. Se quemaba incienso y la mantención del edificio era caro. En Éxodo 30:13 tenemos la ley sobre el impuesto anual del Templo para todos los varones mayores de 20 años. En el último mes del año, Adar, se montaban quioscos para cobrar este impuesto. Equivalía a dos dracmas, o el salario de dos días. Aunque Jesús era el “Hijo” de ese Templo, dedicado a él y a su Padre, y no tenía por qué pagarlo, en oración le pidió al Padre por un milagro. Igual que podía multiplicar el pan, ahora le dice a Pedro que pescara un pez, y que tendría una moneda adentro que pagaría ese impuesto. Hay muchas maneras que Dios pudo intervenir para lograrlo. Un ángel pudo colocar esa moneda en el vientre del pez o sencillamente fue creado dentro del pez por un milagro. El punto principal es que Jesús respetaba las leyes bíblicas, aunque no las tradiciones rabínicas, y nos dio un ejemplo para seguir. Todavía faltan muchas lecciones por aprender de su ministerio en Galilea.

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

 

Lección 21 - Trasfondo histórico de los evangelios

Mateo 16-17
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¿Era Pedro 'la roca' ? La transfiguración.

Después de celebrar la Fiesta de los Tabernáculos en Jerusalén, Jesús viajó a Galilea para el último año de su ministerio terrenal. A pesar de la reciente multiplicación de los panes y los peces para alimentar a miles de personas en el área, los líderes judíos aun exigían una señal especial del cielo para probar lo que Jesús afirmaba.

Los fariseos y los saduceos tientan a Jesús

Mateo escribe: “Vinieron los fariseos y los saduceos para tentarle, y le pidieron que les mostrase señal del cielo” (Mateo 16:1, énfasis nuestro en todo este artículo a menos que se indique lo contrario). Esta es la primera vez que dos facciones judías antagónicas se unían para tratar de que Jesús se equivocara.

Como Barclay explica: “La hostilidad, como la necesidad, se asocian con lo que sea. Es de lo más extraño el descubrir una coalición de fariseos y saduceos. Representaban creencias y políticas que eran diametralmente opuestas. Los fariseos vivían pendientes de los detallitos más insignificantes de la ley oral de los escribas; los saduceos rechazaban totalmente esa ley, y no reconocían más autoridad que la ley escrita en el Antiguo Testamento como su única norma de conducta. Los fariseos creían en los ángeles y en la resurrección del cuerpo y los saduceos no . . . Y –en este caso lo más importante–, los fariseos no eran un partido político y estaban dispuestos a vivir bajo cualquier gobierno que les permitiera vivir conforme a sus principios religiosos, mientras que los saduceos eran los aristócratas ricos que estaban dispuestos a someterse y a colaborar con el gobierno romano para conservar su posición y sus privilegios. Además, los fariseos esperaban y anhelaban la venida del Mesías, mientras que los saduceos no creían en esas cosas. Habría sido punto [poco] menos que imposible encontrar dos sectas o partidos más diferentes; y, sin embargo, se unieron en el deseo . . . de eliminar a Jesús” (Comentario al Nuevo Testamento, notas sobre Mateo 16:1).

Los rabinos enseñaban que cuando apareciera el Mesías, haría grandes señales, como detener el sol en seco o producir grandes truenos en medio de ellos. Pero Jesús sabía que sus preguntas no eran bien intencionadas (aquí, la palabra griega peirazontes para “prueba” significa hacer tropezar). Estos líderes galileos habían presenciado muchas curaciones milagrosas y la alimentación de millares en dos ocasiones, o habían oído de ellas, pero no fue suficiente. Marcos agrega que Cristo “suspiró profundamente” cuando escuchó esto, como diciendo: ¡Otra vez con lo mismo!, así que les respondió: “Cuando anochece, decís: Buen tiempo; porque el cielo tiene arreboles. Y por la mañana: Hoy habrá tempestad; porque tiene arreboles el cielo nublado. ¡Hipócritas! que sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡mas las señales de los tiempos no podéis! La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Y dejándolos, se fue” (Mateo 16:2-4).

Barclay agrega: “Jesús les dice en su respuesta que la señal ya está presente para los que tienen ojos para ver. Eran expertos en el pronóstico del tiempo. Sabían muy bien lo que dicen los del campo: ‘El cielo rojo por la noche es señal de bonanza, y por la mañana de destemplanza’. Sabían muy bien que los cielos rojos por la tarde presagian tiempo agradable, mientras que los cielos al romper el día advierten que se acerca la tormenta. Pero estaban ciegos a las señales de los tiempos [el Mesías estaba entre ellos haciendo muchos milagros]. Jesús les dijo que la única señal que les daría sería la señal de Jonás. Ya hemos visto lo que era la señal de Jonás (Mateo 12:38-40)” (ibíd., comentario sobre Mateo 16:12).

Discernir los tiempos se refiere principalmente al ministerio de Cristo, el cual ellos se negaron a aceptar y creer. Luego él añadió esta advertencia a sus discípulos: “Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos” (Mateo16:6). Luego viene la explicación: “Entonces entendieron que no les había dicho que se guardasen de la levadura del pan, sino de la doctrina de los fariseos y de los saduceos” (Mateo 16:12). 

Jesús luego explica lo que quiso decir: “Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía” (Lucas 12:1). Ya había llamado hipócritas a los dos grupos, porque habían dejado que sus títulos y su poder se les subieran a la cabeza volviéndolos orgullosos, farsantes y presumidos. Se habían vuelto personas fingidas, centrándose en aspectos externos en lugar de los internos, con el fin de ganar el elogio y reconocimiento de los hombres. 

La declaración acerca de Cristo en Cesarea de Filipo

El tiempo se estaba agotando, y Jesús necesitaba un lugar más pacífico donde enseñar a sus discípulos, así que esta vez viajaron, no a Tiro, sino a la parte aislada del norte de Israel conocida como Cesarea de Filipo. Mateo dice: “Viniendo Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos, diciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Ellos dijeron: Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas. Él les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mateo 16:13-15).

Expositor's Commentary (Comentario del expositor) explica: “Cesarea de Filipo fue construida por Herodes Felipe el tetrarca, quien amplió una pequeña ciudad en una llanura a 350 metros sobre el nivel del mar en la base del monte Hermón, renombrándola ‘Filipos’ en honor de César, y la anexó para distinguirla de la ciudad costera del mismo nombre. Se encuentra a cuarenta kilómetros al norte de Galilea. El monte Hermón, cubierto de nieve, se puede ver en un día despejado desde lugares tan lejanos como Nazaret, donde creció Jesús. Los habitantes eran en gran parte gentiles . . . La opinión sobre la identidad de Jesús estaba dividida. Algunos, como Herodes Antipas, pensaban que era Juan el Bautista que había resucitado de entre los muertos (Mateo 14:2). Los que creían que era Elías lo consideraban el precursor de un Mesías aún por venir (Malaquías 4:5-6). Solo Mateo menciona a Jeremías, el primero de los llamados profetas posteriores en el canon hebreo” (notas sobre Mateo 16:13).

Después que Pedro confesó que Jesús era el Mesías largamente esperado, llegamos a la controvertida sección de Mateo 16:18-19: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos”.

La Iglesia católica ha usado estos versículos para justificar la autoridad del papa sobre la Iglesia, afirmando que este es el sucesor de Pedro. El papa León I fue el primero en reivindicar esto en el año 445 d. C.

Nelson's Bible Commentary (Comentario bíblico de Nelson) afirma: “En el texto griego, Pedro es Petros y roca es petra. Petros es una piedra movible, grande o pequeña, y petra es una saliente o masa rocosa. Esta declaración de Cristo puede haber sido hecha con un gesto, mostrando la estructura rocosa cercana. Algunos argumentan que esta distinción no se puede establecer porque el Señor hablaba arameo, un lenguaje en el que tales variaciones de significado no existen; sin embargo [con la inspiración del Espíritu de Dios], el NT sí utilizó un vocabulario diferente. Además, esta quizás fue una de las veces en que Jesús habló en griego, porque era trilingüe: hablaba griego, arameo y hebreo. De otro modo, el juego de palabras (Petros, petra) no tendría sentido, ¿y por qué mencionar la traducción aramea en otras partes del libro a menos que tal uso no fuera característico y el griego hubiera sido más común? La roca sobre la cual Cristo edificaría su Iglesia es probablemente la confesión de Pedro [considerando que Jesús es la Cabeza de la Iglesia]”.

En otras palabras, Jesús enseñó que edificaría su Iglesia sobre sí mismo (petra, la roca sólida), no sobre Pedro (petros, la piedra menos estable), como se ha interpretado erróneamente.

Jesús también dijo que él estaba estableciendo su Iglesia, y sus discípulos serían una parte integral de la ella. Como dijo luego Pablo sobre la Iglesia, fue “[edificada] sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 2:20). Más tarde, Pedro incluso llamó a Jesús “la principal piedra del ángulo” (1 Pedro 2:4-7). 

Ahora bien, es cierto que Pedro se convirtió en portavoz de los apóstoles en los primeros años de la Iglesia, pero en sus intervenciones vistas a lo largo del Nuevo Testamento, nunca tomó decisiones unilaterales como si fuera la cabeza, sino que consultaba con el resto de los apóstoles hasta que se llegaba a un consenso. Fueron las decisiones de “los apóstoles” las que prevalecieron (ver Hechos 6:6, 8:14, 15:22, 23, 33, 16:40).

Pedro es reprendido

Jesús luego les dijo a sus discípulos que mantuvieran en secreto esta revelación de quién era él realmente: el Mesías. Mateo escribe: “Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día” (Mateo 16:21).

Pedro pensó que esta era una visión muy pesimista de las cosas y trató de corregir a Jesús, pero fue reprendido con estas palabras: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo 16:23).

Jesús entonces advirtió a todos los discípulos que no intentaran cambiar su misión ni destino, y que siguieran su agenda y decisiones. Dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz [los sufrimientos futuros], y sígame . . .
Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras. De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del Hombre viniendo en su reino” (Mateo 16:27-28).

La visión del reino

¿Cómo iban a ver al Hijo del Hombre viniendo en su reino? Los siguientes versículos responden esto. “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él . . . Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo. Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión, hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos” (Mateo 17:1-9). Cuando le preguntaron acerca de la venida del Elías, Cristo les explicó que habría un futuro Elías antes de su segunda venida a la Tierra, y que Juan el Bautista había sido el precursor de su primera venida (Mateo 17:10-13).

Notemos que fue una visión, no algo real. Barnes Commentary (Comentario de Barnes) agrega: “Esta visión fue especialmente diseñada para confirmar que él era el Mesías . . . Cuando fuera crucificado ellos necesitarían esta evidencia de que él era el Cristo y la usarían más tarde. Hubo tres testigos de ello, los necesarios que requería la ley (Deuteronomio 17:6; Hebreos 10:28), y la prueba de que él era el Mesías estaba clara. Por otro lado, si lo hubieran dicho entonces, habrían provocado a los judíos y puesto en peligro sus vidas. Su tiempo aún no había llegado. El único propósito de esta transfiguración fue convencerlos de que él era el Cristo, y superior al más grande de los profetas: él era el Hijo de Dios” (notas sobre Mateo 17:10).  EC

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

 

Principios esenciales de la profecía bíblica

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La profecía revela muchos detalles del gran propósito de Dios.

¿Por qué inspiró Dios a los autores de la Biblia para que escribieran las profecías? ¿Podría ser porque además de revelarnos la manera como Dios interviene en los asuntos del hombre, también nos explica por qué lo hace? De hecho, la profecía revela muchos detalles del gran propósito de Dios; explica la actividad divina en el ámbito humano y cómo ésta se relaciona con el plan que Dios está llevando a cabo.

Examinemos primero los principios y temas proféticos. Éstos son claves que nos ayudan a despejar los enigmas de la profecía. Hacen posible que podamos entender muchos aspectos de la profecía que de lo contrario parecen aislados e incongruentes.

1. El papel de Jesucristo

Gran parte de la profecía que Dios inspiró se relaciona con las dos venidas de Jesucristo. La profecía explica la necesidad tanto de su primera venida como de la segunda en el plan divino para la humanidad.

Con el propósito de demostrar que Jesús era el Mesías prometido, en numerosas ocasiones los apóstoles citaron profecías específicas que él ya había cumplido. Pero ellos también hablaron muchas veces de su segunda venida. Es muy natural que nosotros nos preguntemos acerca de las profecías que tienen que ver con su segunda venida, porque son predicciones que pueden afectar nuestra vida, incluso tal vez nuestro futuro inmediato.

Por consiguiente, la primera clave para entender la profecía bíblica es reconocer que casi toda la profecía se relaciona directamente con la intervención en los asuntos humanos de un personaje principal: Jesús el Mesías. (Los vocablos Mesías y Cristo vienen del hebreo y griego, respectivamente, y ambos significan “el Ungido”.)

Aunque a Jesucristo no se le menciona específicamente en cada pasaje profético, él es la figura central de la profecía. De hecho, uno de los propósitos principales de la profecía es revelar su misión. Después de que Jesús resucitó de la muerte, dejó esto bien claro para sus discípulos: “Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras” (Lucas 24:44-45).

Sin reconocer el papel de Cristo en estas profecías, sus discípulos no podían entenderlas. La mayoría de las profecías que tienen que ver con el futuro tratan directa o indirectamente con la misión y obra de Jesús.

2. El Reino de Dios: tema central de la profecía

El enfoque profético de la misión de Jesucristo es el Reino de Dios. Durante su ministerio “Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios” (Lucas 8:1). Después de su resurrección volvió a sus apóstoles y “se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios” (Hechos 1:3).

El Reino de Dios es el tema central del mensaje de Cristo. Es más, casi toda la profecía bíblica está relacionada, de alguna manera, con la instauración del gobierno y la autoridad de Jesucristo sobre todas las naciones en el reino literal que él establecerá en la tierra. El profeta Daniel explicó que “el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido . . . desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre” (Daniel 2:44). En una de sus parábolas, Jesús se comparó a sí mismo con un “hombre noble [que] se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver” (Lucas 19:12).

En una visión, Daniel vio cómo recibirá Jesús ese reino: “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días . . . Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido” (Daniel 7:13-14).

El apóstol Juan nos dice que cuando suene la última de las siete trompetas proféticas, se proclamará un anuncio de victoria: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11:15). Jesús nos enseñó a orar así: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Lucas 11:2).

El regreso de Jesucristo para establecer el Reino de Dios marcará el principio del fin de los muchos males que amenazan la existencia misma de la humanidad. Este vibrante mensaje de esperanza es un tema esencial en los escritos de los profetas de Dios.

3. El objetivo final: la redención y salvación de la humanidad

Otro propósito de la profecía es instar al arrepentimiento y ofrecerle a todo el mundo el perdón de sus pecados por medio del sufrimiento y muerte de Jesucristo. En las profecías de la Biblia impera el deseo de conducir a todas las personas al arrepentimiento. Jesús mismo dijo: “Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24:46-47).

Por medio del profeta Isaías, Dios revela el problema fundamental que necesita resolverse: “Este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí” (Isaías 29:13). Dios dice que, por naturaleza, tenemos un “corazón de piedra”; es decir, una actitud indoblegable ante Dios y ante sus leyes y enseñanzas. Esta dureza de corazón nos hace llevar una vida de egoísmo, codicia, envidia y odio, lo cual nos acerca cada vez más al borde de la destrucción.

No obstante, la profecía bíblica nos revela cómo Dios resolverá finalmente este problema: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:26-27).

La profecía explica el plan que Dios tiene para efectuar este cambio fundamental de corazón —conocido como arrepentimiento y conversión— en todas las personas y resolver de raíz los problemas que amenazan con destruirnos. Hasta ahora sólo unos pocos se han arrepentido y han permitido que sus corazones sean convertidos por el poder del Espíritu de Dios. Según la profecía, en el futuro Dios conducirá al resto de la humanidad al arrepentimiento y a este cambio de corazón.

Para entender mejor la profecía, debemos tener en cuenta que, aunque Dios la inspiró para beneficio de todo el mundo, tanto en sus aspectos que ya se cumplieron como en sus aspectos que aún están por cumplirse, los corazones de la gran mayoría de las personas no han cambiado. Sus actitudes y acciones son las de un “corazón de piedra” (Ezequiel 36:26; Romanos 8:7). Si queremos entender el trato de Dios para con la humanidad, no debemos olvidar este hecho.

La Biblia compara la relación de Dios con la humanidad a la de un padre con sus hijos. Los hijos a menudo desobedecen a sus padres y se rebelan contra ellos; optan por acciones que decepcionan a sus padres y en ocasiones incluso los hacen enojar. Pero eso no disminuye la paciencia, esperanza y amor de los padres para con sus hijos. El tener presente esta perspectiva nos ayuda a entender las profecías de Dios, nuestro Padre celestial, quien se relaciona con nosotros como sus hijos.

4. Casi no se dan fechas específicas

La profecía bíblica analiza el pasado y proporciona una perspectiva del futuro (Isaías 46:9-10). A menudo revela acontecimientos específicos, pero rara vez revela el tiempo exacto de ellos.

Es muy natural que queramos saber cómo y cuándo se cumplirán las profecías, y los discípulos de Jesús no fueron la excepción. Cuando él se les apareció después de su resurrección, le preguntaron: “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” Él les contestó: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad” (Hechos 1:6-7). El principio que aquí se enuncia es válido para la mayoría de las profecías. Dios rara vez revela el tiempo específico de su cumplimiento; por lo tanto, casi nunca tienen éxito los que pretenden identificar las fechas específicas del cumplimiento de profecías sin fecha.

Debemos creer lo que Jesús dijo. No es el propósito de Dios que sepamos el tiempo exacto del cumplimiento de la mayoría de las profecías. Él quiere que reconozcamos las muchas profecías que ya se han cumplido, porque su cumplimiento nos asegura que las promesas de Dios son fieles y verdaderas.

En otra ocasión, los discípulos de Jesús le preguntaron: “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas . . . ?” (Mateo 24:3). Querían saber cómo podían reconocer la inminencia de su venida, cuando tocara a su fin el mundo presente, esta era que se encuentra bajo el dominio y la influencia de Satanás.

Jesús no les dio una fecha específica. En los versículos siguientes les explicó que habría guerras, hambres, pestes y terremotos devastadores; pero les advirtió que tan horrendos acontecimientos no significarían el fin de esta era, “porque es necesario que todo esto acontezca —les dijo—, pero aún no es el fin” (v. 6). Tan enormes desastres serán apenas el “principio de dolores” (v. 8).

Cuando sus discípulos le pidieron una señal que les indicara el tiempo aproximado de su retorno, Jesús no les dio tal señal. En cambio, hizo hincapié en la necesidad de poner cuidado, de estar espiritualmente alerta y en guardia, para no ser engañados (v. 4).

Aunque Jesús y los apóstoles dejaron en claro que los cristianos pueden y deben vigilar los acontecimientos que indiquen que su venida está cerca (Lucas 21:28-31; 1 Tesalonicenses 5:4-6), en ninguna parte de la Biblia se menciona fecha alguna para la segunda venida de Cristo o para los acontecimientos relacionados con ella.

5. La dualidad en la Biblia

A veces las declaraciones proféticas no se limitan a un solo cumplimiento; este principio se llama dualidad. Un ejemplo típico de la dualidad es la primera venida de Cristo para expiar nuestros pecados y su segunda venida para gobernar como Rey de reyes.

También en la Biblia se habla de los descendientes de alguien como su “simiente”. En algunos pasajes, el vocablo simiente implica tanto un solo individuo (Jesucristo) como múltiples descendientes (gente de descendencia israelita).

La dualidad temática es común en las Escrituras. Por ejemplo, el apóstol Pablo escribió que “fue hecho el primer hombre Adán alma viviente” y “el postrer Adán, [Jesucristo, fue hecho] espíritu vivificante” (1 Corintios 15:45). Pablo señaló que la circuncisión física era señal del pacto que Dios había hecho con la descendencia de Abraham, pero Dios definió la circuncisión espiritual —un corazón convertido— como la verdadera clave para la relación de un ser humano con Dios (Romanos 2:27-28; Deuteronomio 10:16; Jeremías 4:4). Pablo escribió que el verdadero pueblo de Dios no es una raza de gente físicamente circuncisa; más bien, el “Israel de Dios” son los que siendo espiritualmente circuncisos, son “una nueva creación” (Gálatas 6:15-16). Son éstos los que forman la Iglesia de Dios.

Jesús hizo alusión de manera específica a la aplicación dual de algunas profecías. Cuando le preguntaron acerca de la profecía de “Elías”, a quien Dios habrá de enviar “antes que venga el día del Eterno” (Malaquías 4:5), él respondió: “A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino. . .” (Mateo 17:11-12). Los discípulos entendieron que el “Elías” que ya había venido era Juan el Bautista (v. 13). Pero la declaración de Jesús claramente implica que otro “Elías” vendrá antes de su segunda venida para anunciar su regreso así como Juan el Bautista precedió la primera venida de Cristo.

Otra profecía que tiene una aplicación dual es la que Jesús dio en el monte de los Olivos (Mateo 24; Marcos 13; Lucas 21), que domina la ciudad de Jerusalén. Muchas de las condiciones que se describen en esta profecía llegaron a existir en los días anteriores al sitio y destrucción de Jerusalén llevados a cabo por los romanos en el año 70 de nuestra era. Pero Jesús dejó en claro que poco antes de su regreso prevalecerían condiciones similares.

En la profecía del monte de los Olivos, Jesús habló de una “abominación desoladora”. En el año 167 a.C. Antíoco Epífanes cumplió la profecía de Daniel acerca de la abominación desoladora, pero Jesús predijo un acontecimiento futuro similar (ver el Apéndice II, titulado “La futura ‘abominación desoladora’”, p. 82).

Debemos examinar cuidadosamente el contexto de las profecías para entender su significado y discernir si en algún aspecto la profecía quedó incompleta después de su primer cumplimiento. Asimismo, debemos evitar aplicar el principio de dualidad a pasajes que no admiten tal interpretación. Debemos tener mucho cuidado para discernir correctamente si el principio de dualidad se aplica a la profecía que estemos estudiando.

También debemos entender que casi todas las interpretaciones del cumplimiento futuro de las profecías son en cierto grado especulativas, y en muchos casos sólo podremos reconocer el cumplimiento de una profecía cuando esté a punto de cumplirse o cuando ya haya sucedido.

6. El principio de causa y efecto

Otro principio fundamental que se aplica a la profecía bíblica es la correlación de causas y efectos. En muchos casos, el principio de causa y efecto es implícito en la predicción de los acontecimientos futuros. La naturaleza humana es muy previsible, especialmente para Dios, quien nos hizo y sabe cómo pensamos. Por consiguiente, él puede predecir las tendencias generales, y los resultados desastrosos, basado en su conocimiento de causa y efecto. Dicho de otra manera, Dios permite que la gente coseche, individual y colectivamente, lo que siembra (Gálatas 6:7-8). Él hace esto para nuestro beneficio a largo plazo.

Muchas de las calamidades que le sobrevienen a la gente son consecuencia de sus propios pecados y de las actitudes hostiles de los unos hacia los otros. El profeta Jeremías expresó adecuadamente este principio: “Tu maldad te castigará, y tus rebeldías te condenarán. . .” (Jeremías 2:19). Sin embargo, Dios algunas veces ejerce control sobre las consecuencias de las actividades y conflictos humanos para lograr sus objetivos finales. En ocasiones él interviene en forma dramática para alterar el curso de la historia. Su intervención, que puede incluir castigos personales y colectivos, tiene como fin realizar un propósito mayor.

Dios mencionó el principio de causa y efecto cuando dio su ley al antiguo Israel. Él inspiró a Moisés para que advirtiera a Israel: “Cuídate de no olvidarte del Eterno tu Dios, para cumplir sus mandamientos . . . [para que no] se enorgullezca tu corazón . . . y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza . . . Mas si llegares a olvidarte del Eterno tu Dios . . . de cierto pereceréis. Como las naciones que el Eterno destruirá delante de vosotros, así pereceréis, por cuanto no habréis atendido a la voz del Eterno vuestro Dios” (Deuteronomio 8:11-20).

Aquí Dios le dijo al pueblo de Israel que ellos mismos determinarían su futuro con las decisiones que tomaran. Esto era profecía, pero profecía condicionada a las decisiones de la gente. Si los israelitas decidían obedecer a Dios y reconocer que todas las bendiciones venían de él, recibirían su favor y su protección. Pero si ellos se olvidaban de Dios y lo desobedecían, entonces sufrirían las consecuencias que se acarrea toda la gente desobediente.

Como podemos leer en Levítico 26 y Deuteronomio 28, Dios presentó ejemplos de las bendiciones que les da a los que fielmente lo obedecen. También enumeró las consecuencias devastadoras que les sobrevienen si volviéndole la espalda deciden desobedecerlo.

Si examinamos cuidadosamente estos dos capítulos entenderemos más claramente el principio de causa y efecto en lo que se refiere a las profecías bíblicas. Estos pasajes enumeran muchas de las bendiciones que Dios da por la obediencia y los castigos que da por la desobediencia, y establecen la base para la mayoría de las acusaciones posteriores y castigos proféticos que Dios ha pronunciado sobre Israel y otros pueblos.

El principio fundamental es sencillo: Tarde o temprano Dios reacciona al comportamiento humano. Por consiguiente, todos los pueblos determinan en gran parte su futuro por la manera en que responden a Dios y sus preceptos. El rey David notó esto cuando escribió: “Se hundieron las naciones en el hoyo que hicieron; en la red que escondieron fue tomado su pie” (Salmos 9:15). Una vez que comprendemos que la respuesta de Dios a la gente se basa en el principio de causa y efecto (bendiciones por la obediencia y calamidades por la desobediencia), desaparecen muchos de los misterios y conceptos erróneos acerca de la profecía bíblica. Por lo tanto, otros aspectos de ésta se vuelven más fáciles de comprender.

7. El contexto histórico de la profecía

La profecía no se da ni se cumple fuera de un contexto histórico. La profecía analiza actitudes y comportamiento —pasados, presentes y futuros— y revela la perspectiva y las reacciones de Dios. No podemos entender correctamente la profecía bíblica sin un conocimiento del contexto histórico de la época y de la sociedad en que vivía el profeta que la dio.

La Biblia revela el origen del género humano y sus divisiones étnicas (Hechos 17:24-26; Deuteronomio 32:7-8). Relata el ascenso y la caída de los imperios y revela las razones de su éxito y su decadencia. Explica el origen del pecado y el efecto que ha tenido en la historia del hombre. Estos factores constituyen el contexto histórico y son esenciales para poder entender la profecía.

Los libros proféticos tales como Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel contienen muchos datos históricos y un análisis de las condiciones de la época en que fueron escritos. Contienen instrucción, corrección, advertencias y súplicas de cambio. Presentan opciones, y algunas veces explican de manera vívida las consecuencias de dichas opciones.

La profecía, por cuanto refleja la perspectiva de Dios de largo alcance, no puede entenderse si no se tiene en cuenta su contexto histórico. Para tener una perspectiva bíblica correcta del mundo es necesario entender la perspectiva que Dios tiene de la historia y cómo él influye en ella.

Necesitamos reconocer que Dios interviene en los asuntos del hombre para cumplir su propósito. Pero es igualmente importante que entendamos su perspectiva. Esto coloca a la profecía en su contexto apropiado.

Una profecía considerada fuera de su contexto es fácil de malentender. Esta es la razón por la que ha habido tantas interpretaciones erróneas, e incluso irracionales, de la profecía bíblica.

8. Una era satánica

Otra clave para entender la profecía bíblica consiste en comprender el papel que desempeña Satanás el diablo y la influencia que ejerce en el ámbito humano. Su dominio es tan férreo que el apóstol Pablo lo llama “el dios de este siglo” (2 Corintios 4:4). Si queremos entender la profecía bíblica, es necesario que tengamos en cuenta la penetrante influencia de Satanás.

La Biblia contrasta “este siglo” del gobierno de Satanás con “el [siglo] venidero” (Mateo 12:32; Efesios 1:21). Los cristianos tienen que luchar “contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). El apóstol Juan nos dice que Satanás “engaña al mundo entero” (Apocalipsis 12:9) y que “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Juan 5:19).

Antes de que Dios creara los cielos y la tierra, hizo los ángeles. Uno de estos poderosos seres espirituales decidió convertirse en enemigo de Dios y por consiguiente su nombre fue cambiado a Satanás, que significa “adversario”. En Apocalipsis 12:4 se nos hace ver que Satanás (también llamado “el gran dragón”, v. 9) arrastró en su rebelión la tercera parte de los ángeles. Los ángeles que lo siguieron se conocen como demonios, los cuales forman las “huestes espirituales de maldad” de las que nos advierte Pablo en Efesios 6:12.

El “siglo venidero” (Marcos 10:30; Lucas 18:30) estará completamente libre de la influencia de Satanás. Dios le permitió al apóstol Juan ver en visión “al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás”, cuando Dios lo hizo prender y atar por mil años “para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años” (Apocalipsis 20:2-3).

El retorno de Jesucristo y el encarcelamiento de Satanás darán inicio al profetizado siglo venidero, en el cual “los reinos del mundo [vendrán] a ser de nuestro Señor y de su Cristo” (Apocalipsis 11:15).

Con el diablo atado, el mundo por fin experimentará la paz bajo el gobierno de Cristo: “Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo del Eterno de los ejércitos hará esto” (Isaías 9:7).

9. El asombroso potencial humano

Cuando Dios creó al hombre le dio dominio sobre su creación, para supervisar todo lo que él había hecho: “Creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:27-28).

Finalmente, Dios agrandará ese dominio en forma casi inconcebible: “¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que le visites? Le hiciste un poco menor que los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de tus manos; todo lo sujetaste bajo sus pies. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas” (Hebreos 2:6-8).

Por sorprendente que parezca, Dios desea poner todo lo que ha creado bajo nuestro control, para que lo administremos en armonía con su voluntad. Sin embargo, en nuestra condición humana actual eso es imposible. Pero recordemos que también Jesucristo fue un ser humano; él estuvo una vez en la carne, así como nosotros. En la actualidad, él participa de todo el poder del universo con nuestro Padre celestial (Mateo 28:18). (Si desea mayor información acerca del futuro que Dios tiene planeado para todos los que fielmente le sirvan, por favor no deje de solicitar un ejemplar del folleto titulado Nuestro asombroso potencial humano. Se lo enviaremos sin costo alguno para usted.)

Llegará el tiempo en que Cristo compartirá su autoridad con todos los que sean hechos hijos inmortales de Dios. Él nos promete: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:21).

Nuestro Padre celestial también nos dice: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo” (Apocalipsis 21:7). Este es el futuro que Dios le promete a todo aquel que le rinda a él su voluntad.

Para poder entender la profecía, debemos familiarizarnos con estos principios bíblicos. Ahora, consideremos las promesas de Dios y los pactos en los cuales se basa toda la profecía.

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.