Preguntas Bíblicas

¿Cómo pueden ser santificados el cónyuge y los hijos de una persona convertida?

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Dios, en las familias donde el padre o la madre es el o la creyente, ve de una manera especial tanto al cónyuge incrédulo como a sus hijos.

En virtud del llamado de Dios, en las familias donde el padre o la madre es el o la creyente, él ve de una manera especial tanto al cónyuge incrédulo como a sus hijos. Este versículo no necesariamente dice que Dios llama a los cónyuges incrédulos, sino que él los bendice. Al vivir con una persona convertida, tienen acceso a un contacto íntimo con la forma de vida de Dios.

La palabra “santificación”, como nos índica el Diccionario Expositivo de Vine, se utiliza para indicar la “separación para Dios”. Algo o alguien “santificado” es apartado en una categoría separada para un uso particular. “Santo” viene de agios, que “fundamentalmente significa separado (entre los griegos, dedicado a los dioses), y por ello, en la Escritura, en su sentido moral y espiritual, separado del pecado y por lo tanto consagrado a Dios, sagrado” (ibid., “santidad, santamente, santo”).

Mientras que la conducta del creyente puede ser un ejemplo valeroso para el cónyuge no creyente, por lo general él o ella puede ir más allá de solo darle ejemplo a sus hijos, enseñándoles activamente los caminos de Dios y desarrollándoles directamente su entendimiento y relación con él. Sin la influencia de un padre converso, los niños de un hogar no serían diferentes de otros que desobedecen a Dios y llevan vidas espiritualmente "inmundas" por su ignorancia. Sin embargo, debido a la conversión de uno de los padres y su relación con Dios, estos niños están en una categoría especial. A pesar de no estar bautizados, son parte de la “nación santa”, la Iglesia. Ellos también tienen un acceso especial al conocimiento del camino de vida de Dios.

En su proceso de maduración física, emocional y espiritual, los hijos tienen la opción de aceptar y responder al llamado de Dios. Si lo hacen, pueden recibir el Espíritu Santo, como está prometido (Hechos 2:38-39). Al igual que cualquier converso, los hijos de los miembros deben experimentar un verdadero arrepentimiento. Además, deben entender el compromiso vitalicio y las responsabilidades de ser un “embajador de Cristo." Los valiosos consejos de una variedad de personas espiritualmente sabias, tales como los ministros, los padres y miembros con experiencia, pueden ayudar grandemente en el proceso hacia el bautismo de un adulto joven.

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En virtud del llamado de Dios, en las familias donde el padre o la madre es el o la creyente, él ve de una manera especial tanto al cónyuge incrédulo como a sus hijos. Este versículo no necesariamente dice que Dios llama a los cónyuges incrédulos, sino que él los bendice. Al vivir con una persona convertida, tienen acceso a un contacto íntimo con la forma de vida de Dios.

La palabra “santificación”, como nos índica el Diccionario Expositivo de Vine, se utiliza para indicar la “separación para Dios”. Algo o alguien “santificado” es apartado en una categoría separada para un uso particular. “Santo” viene de agios, que “fundamentalmente significa separado (entre los griegos, dedicado a los dioses), y por ello, en la Escritura, en su sentido moral y espiritual, separado del pecado y por lo tanto consagrado a Dios, sagrado” (ibid., “santidad, santamente, santo”).

Mientras que la conducta del creyente puede ser un ejemplo valeroso para el cónyuge no creyente, por lo general él o ella puede ir más allá de solo darle ejemplo a sus hijos, enseñándoles activamente los caminos de Dios y desarrollándoles directamente su entendimiento y relación con él. Sin la influencia de un padre converso, los niños de un hogar no serían diferentes de otros que desobedecen a Dios y llevan vidas espiritualmente "inmundas" por su ignorancia. Sin embargo, debido a la conversión de uno de los padres y su relación con Dios, estos niños están en una categoría especial. A pesar de no estar bautizados, son parte de la “nación santa”, la Iglesia. Ellos también tienen un acceso especial al conocimiento del camino de vida de Dios.

En su proceso de maduración física, emocional y espiritual, los hijos tienen la opción de aceptar y responder al llamado de Dios. Si lo hacen, pueden recibir el Espíritu Santo, como está prometido (Hechos 2:38-39). Al igual que cualquier converso, los hijos de los miembros deben experimentar un verdadero arrepentimiento. Además, deben entender el compromiso vitalicio y las responsabilidades de ser un “embajador de Cristo." Los valiosos consejos de una variedad de personas espiritualmente sabias, tales como los ministros, los padres y miembros con experiencia, pueden ayudar grandemente en el proceso hacia el bautismo de un adulto joven.

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Iglesia de Dios Unida

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

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Nacido en la Iglesia: Un tipo diferente de llamamiento

Para nuestros lectores jóvenes
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¿Has pasado por momentos en que escuchas a los ministros o a tus padres manifestar gran entusiasmo y compromiso respecto a la Iglesia, pero tú no te sientes así?

¿Te gustaría haber tenido la clase de llamado que tuvieron tus padres, directo, inesperado y dinámico? ¿Te han dicho las personas mayores de tu congregación que estás dando por sentada la oportunidad de haber nacido en la Iglesia?

Dan Apartian, un diácono residente en Illinois, Estados Unidos, dio un sermón sobre las diferencias entre los cristianos de primera y de segunda generación. En él describió cómo Dios llama a las personas de distintas maneras, dependiendo de la edad en que fueron iniciados en la verdad y de si crecieron o no con padres creyentes. La clave es que no existe una manera mejor ni peor de ser llamado. Este sermón causó gran impacto entre personas de diferentes edades, y apreciamos que Dan nos haya entregado sus apuntes para poder compartir con ustedes algunos de los conceptos de su mensaje.

Este artículo se enfoca en las singulares maneras que Dios utiliza para llamar a su Iglesia a los creyentes de diferentes generaciones, por qué esas diferencias son importantes, y qué podemos hacer los cristianos de segunda generación con dicha información.

¿Cuál es la diferencia?

Los cristianos de primera generación son aquellos que son llamados como adultos, generalmente aparte de sus parientes directos. “Adultos” aquí se refiere a todos los que tienen edad suficiente como para decidir por sí mismos su sendero espiritual y, por tanto, este grupo a veces incluye a adolescentes y jóvenes adultos. Los cristianos de primera generación son los primeros llamados en sus familias.

El apóstol Pablo es un ejemplo de cristiano de primera generación en la Biblia. Hechos 9 nos muestra la historia de lo que fue el llamamiento de Dios en la vida de este apóstol: “Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén.

“Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:3-6).

La conversión de Pablo fue inesperada, dramática y directa. En su mayoría, los cristianos de primera generación tienen una historia que contar acerca de su llamado, y con frecuencia disfrutan contarla.

Los cristianos de segunda generación, por otro lado, inicialmente entran en contacto con la verdad en su niñez, por medio de sus padres o familiares creyentes. (El término cristiano de segunda generación será usado en este artículo para describir también a los cristianos de tercera y cuarta generación). Actualmente, la mayoría de la Iglesia está compuesta de cristianos de segunda generación. El Sr. Apartian es uno de ellos, y yo también.

En la Biblia, el joven Timoteo también era un cristiano de segunda generación. En 2 Timoteo 1, Pablo le escribe a Timoteo: “Doy gracias a Dios . . . trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también” (vv. 3 y 5). Para Timoteo, el llamado de Dios ocurrió en su juventud, y fue inesperado y directo. Los cristianos como Timoteo por lo general no tienen una historia como la del “camino a Damasco” que contar.

Además, los cristianos de segunda generación reciben un legado espiritual por haber nacido en la Iglesia. En 1 Corintios 7:14 leemos: “Porque el marido incrédulo es santificado en la mujer, y la mujer incrédula en el marido; pues de otra manera vuestros hijos serían inmundos, mientras que ahora son santos”. Y en Hechos 2, Pedro explica que Dios promete su Espíritu a quienes él llama y también a sus hijos: “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (vv. 38-39).

Los cristianos de segunda generación también tenemos acceso a la mente de Dios y a la dádiva de un llamamiento especial; sin embargo, a menudo este es diametralmente distinto del que recibieron nuestros padres.

¿Por qué es importante esta diferencia?

Los cristianos de primera y de segunda generación tienen los mismos objetivos espirituales, pero ven la vida de manera muy distinta. La comprensión de las diferencias generacionales dentro de la Iglesia nos permite entendernos mutuamente y desarrollar más unidad, además de capacitarnos para satisfacer las necesidades de los demás. Así lo explica 1 Corintios 1:10: “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer”.

Es importante que ambas generaciones entiendan que hay dos maneras distintas de entrar a la Iglesia de Dios. Una no es más legítima que la otra, y cada una tiene sus propios retos e inconvenientes. Para los cristianos de primera generación, el proceso de conversión generalmente comienza cuando Dios le revela o hace disponible a la persona una enseñanza que hace que cuestione su estilo de vida. Esto comprende aprender información relativa a Dios que puede parecerle intrigante, e incluso amenazante. La abrupta exposición a la nueva enseñanza por lo general impulsa a las personas a investigar y estudiar la Biblia de manera profunda y exhaustiva. Cuando se convencen de su validez, son guiadas a encontrar una iglesia que practique y sostenga esa verdad. Con el tiempo se dan cuenta de que la obediencia espiritual que se enseña en la Iglesia constituye una meta mucho más importante que la vida que han estado viviendo. A continuación, salen de un mundo que ahora les parece malo. Su llamado es primeramente un proceso académico o intelectual de estudio de información; esto luego se transforma en un celo emocional por la verdad, lo cual los convence de que la aplicación práctica de esta verdad es algo necesario y bueno.

Compare esto con los cristianos de segunda generación: nacemos en la Iglesia y con frecuencia estamos protegidos de lo que está fuera de ella. Comenzamos a asistir a la Iglesia porque tenemos que ir con nuestros padres. De niños, dormíamos sobre una frazadita, jugábamos con nuestros juguetes y nos reprendían por hablar. ¡Algunas veces los servicios parecían ser las dos horas más largas de la historia! Somos entrenados para vivir la verdad de Dios y obedecer, mucho antes de lograr entender por qué es lo correcto. Aprendemos aplicaciones prácticas antes de que poseamos una convicción personal. En contraste con nuestros padres de primera generación, el mundo a veces nos parece un lugar lleno de aventuras sin explotar. Sí nos damos cuenta de que el mundo no está carente de problemas, pero francamente, algunas veces vemos problemas similares en la Iglesia.

Para los cristianos de segunda generación es fácil dar por sentados el llamado de Dios y su verdad. Nos criaron aprendiéndola, así que nada de ella nos sorprende. Y debido a que primero aplicamos la verdad, y a menudo nos elogiaron por hacerlo, es probable que nos hayamos saltado la etapa de comprobarla, ya fuera en su totalidad o en algunas de sus partes. Esto nos hace sentir impactados y faltos de preparación cuando nuestras creencias son puestas en duda. Y si no hemos comprobado personalmente la verdad que nos ha sido enseñada, es más fácil que nos pongamos a la defensiva y nos avergoncemos cuando se nos pregunta acerca de la Iglesia y de nuestras creencias.

Es importante aclarar que hay una diferencia entre reconocer y probar la verdad de Dios. Los cristianos de segunda generación tienden a reconocer la verdad de Dios muy fácilmente. Me identifiqué con el Sr. Apartian cuando él recordó que mientras era adolescente, muchos de los mensajes de los ministros le parecían todos iguales. En ocasiones hasta nos parece que podríamos terminar las frases de los oradores, porque hemos escuchado sermoncillos y sermones similares desde que éramos niños. Nuestro problema no es reconocer la verdad, sino probarla y conocerla. Cuando nuestros amigos nos piden que defendamos nuestras diferencias e intenciones espirituales, nos vemos forzados a sondear hasta el fondo mismo de nuestras creencias para averiguar de manera personal por qué hacemos lo que hacemos. Y ello exige comprobarlo (Romanos 12:2).

Hasta que nosotros, como cristianos de segunda generación, sepamos por qué hacemos lo que hemos hecho durante todas nuestras vidas (y nos involucremos emocionalmente para querer hacerlo), nunca nos sentiremos totalmente cómodos en la Iglesia de Dios. Para nuestros padres, entrar a la Iglesia fue toda una lucha; nosotros, los cristianos de segunda generación, rara vez tenemos que esforzarnos por ser parte de ella, porque nacimos en su medio. ¡Nuestra lucha es permanecer en ella! Y si no probamos lo que creemos, la autocomplacencia ganará la batalla.

Ahora que sabemos esto, ¿qué debemos hacer?

Una vez que hemos examinado este punto de vista acerca de la diferencia del llamado de Dios entre generaciones, puede ser interesante releer una historia muy conocida: la parábola del hijo pródigo. El llamado de cada persona es único, y en esta historia ambos hermanos son cristianos de segunda generación. Sin embargo, la desilusión que a menudo sienten los cristianos de segunda generación es similar a la del hijo mayor, expresadas en estas palabras en Lucas 15:29-31:

“Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas”.

Muchos cristianos de segunda generación albergan sentimientos parecidos a los del hijo mayor y resienten que Dios trabaje dramáticamente con algunos, para los cuales aparentemente “mata el becerro gordo”. Por otro lado, los cristianos de segunda generación pueden sentir que han estado sirviendo a Dios sin fanfarria ni elogios. Pero el asunto es que nuestros llamamientos difieren profundamente. Un llamado de primera generación puede parecer muy emocionante, pero uno de segunda generación es igual de valioso a los ojos de Dios y no debe ser subestimado.

Crecer en la Iglesia puede ofrecer cierta protección y ayudarnos a evitar la comisión de grandes errores. No siempre funciona así, pero cuando sí lo hace debemos apreciar la bendición. Puede que ni siquiera reconozcas el extenso historial de cómo la verdad de Dios ha cambiado tu vida. Los cristianos de segunda generación cosechan las recompensas de seguir su camino desde la infancia, así que es difícil ver y apreciar cómo hubiesen sido las cosas de otro modo.

Eclesiastés 11:9 nos recuerda que es bueno divertirse, esforzarse por tener éxito y vivir una vida plena, pero que por todo ello deberemos rendir cuenta: “Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios”.

No te sientas culpable por ser diferente o porque no tienes una historia espectacular que compartir. No hay ninguna forma de probar la verdad de Dios antes de aplicarla cuando somos bebés, pero ciertamente puedes probar tus creencias ahora; recuerda que tus convicciones no son plenas sino hasta que sabes por qué haces lo que haces y optas personalmente por hacerlas. Seguir el camino de Dios no produce éxito a menos que lo acompañemos de convicción. 1 Tesalonicenses 1:15 dice que “nuestro evangelio no vino a vosotros solamente en palabras, sino también en poder y en el Espíritu Santo y con plena convicción” (Nueva Versión Internacional).

Solo podemos acceder al poder pleno del Espíritu Santo mediante el bautismo. Los cristianos de segunda generación hemos estando calculando los gastos de vivir el camino de Dios durante todas nuestras vidas mediante nuestras acciones y hemos sido condicionados para ser responsables en el cumplimiento de sus leyes, pero llega un momento en el que cada uno debe lidiar con el meollo mismo de su naturaleza. Calcular el costo del bautismo sigue siendo un factor importante, pero lo que debe preocuparnos más es aceptar el costo de nuestro llamado y admitir nuestra necesidad personal de Dios y del sacrificio de Jesucristo. Parte de probar nuestras creencias consiste en darse cuenta de la importancia de la invitación de Dios y aceptarla.

Finalmente, no temas embarcarte en discusiones honestas y abiertas con otros en la Iglesia acerca de situaciones del mundo real. No hay problema con hablar de los desafíos y las duras realidades de la vida. Pídeles a algunos cristianos de primera generación que compartan contigo sus experiencias de cuando fueron tentados o enfrentaron dificultades por seguir el camino de Dios. Todos podemos aprender de los demás.

Espero que este artículo te haya brindado un poquito de claridad respecto a las diferencias entre las dos formas que Dios utiliza para llamar a la gente a entrar a su familia. ¡El llamado de Dios a la vida eterna en su reino siempre es único y extraordinario! Como cristianos de primera y de segunda generación, todos hemos recibido un legado espiritual muy especial. Si nos respetamos y trabajamos juntos para complementar nuestras diferencias únicas, podremos salvar la brecha entre nuestras generaciones de cristianos y obtener de manera colectiva la gran recompensa de convertirnos en primicias de Dios.

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

 
¿Son los santos una clase especial de personas en el cielo que podrían interceder ante Dios en su nombre? ¡La Biblia dice que no! Descubra por qué.

Cómo encontrar el camino hacia una familia feliz

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Una de las bendiciones más grandes de una vida plena y feliz es el tener una familia amorosa.

Una de las bendiciones más grandes de una vida plena y feliz es el tener una familia amorosa. No hay nada mejor que llegar a una casa donde nos espera una familia cariñosa, niños felices y un matrimonio maravilloso. Por mucho éxito que tengamos en el trabajo,  si no tenemos un hogar bien constituido será inevitable experimentar un gran vacío en nuestras vidas.

En el sentido más amplio, nuestra familia incluye no solo nuestro cónyuge y nuestros hijos e hijas, sino también nuestros padres, tíos, tías, primos, sobrinos, sobrinas y todos nuestros demás parientes. Disfrutar de una buena relación con cada uno de ellos es una tremenda bendición.

Para descubrir cómo hacer que funcionen nuestras relaciones familiares, analicemos cómo empezó la institución de la familia. 

Poco después de crear al primer hombre, Adán, Dios dijo: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” (Génesis 2:18). Adán estaba incompleto. Entonces Dios creó a la mujer, Eva, para ser la compañera de vida de Adán.

Dios creó al hombre y a la mujer para que se complementaran mutuamente, no para que compitieran entre sí. Él los creó para que trabajaran juntos dentro del matrimonio, para que formaran familias y poblaran la Tierra.

Claves para la felicidad

Dios no creó las relaciones familiares para luego dejarnos tropezar ciegamente mientras buscamos la mejor forma de hacer que ellas funcionen. Las claves para la felicidad y el éxito familiar son reveladas en las Escrituras. Cuando seguimos estas instrucciones, gran parte de las peleas que surgen en el seno familiar desaparecen.

Una de las claves entregadas por Dios establece que el matrimonio es un compromiso de por vida. Cuando se le preguntó a Jesucristo por el divorcio, él contestó: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne?” (Mateo 19:4-5).

Jesús demostró así que el matrimonio fue diseñado por Dios como un contrato sagrado, un pacto entre un hombre y una mujer (Malaquías 2:14), una alianza que no puede romperse.

La felicidad no llega por accidente. Estamos más satisfechos cuando hacemos algo que consideramos importante. Tal es el caso con la familia. Dios creó esta institución para que pudiéramos aprender muchas lecciones y alcanzar nuestro potencial en su familia espiritual (2 Corintios 6:18; Hebreos 2:10-11; 1 Juan 3:2).

Dios da las instrucciones sobre cómo debe funcionar una familia. En el quinto mandamiento, él nos dice: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que el Eterno tu Dios te da” (Éxodo 20:12).

Siempre tenemos que honrar a nuestros padres. En la juventud los honramos con obediencia y respeto. Cuando son ancianos los honramos con respeto, visitas y comunicación frecuente y nos preocupamos de que todas sus necesidades físicas y emocionales estén cubiertas.

Dios promete bendiciones especiales para aquellas personas que obedezcan este mandamiento. Observe la recompensa por honrar a nuestros padres: “. . . para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra”. En Efesios 6:2, el apóstol Pablo describe esta instrucción “como el primer mandamiento con promesa”.

Otra bendición de la familia son los hijos. Salmos 127:3-5 nos dice: “He aquí, herencia del Eterno son los hijos; cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos . . .”

Todos descubren que los hijos son una fuente viva de alegría dada por Dios, desde los padres primerizos que se maravillan con el milagro de la vida, hasta la abuela que carga en sus brazos a su nieta o el abuelo que juega a la pelota con su nieto.

Es fácil olvidar que los hijos son una bendición de Dios. Con mucha frecuencia creemos que divertirnos significa visitar un lugar exótico durante nuestras vacaciones, conocer personas interesantes o presenciar algún evento espectacular. Sin embargo, con el tiempo nos damos cuenta de que la vida es mucho más satisfactoria cuando nos damos el tiempo de observar y valorar las cosas simples que nos rodean.

La felicidad empieza por casa

Lamentablemente, la vida moderna tiende a separar a las familias. Los nietos a menudo viven lejos de sus abuelos. Los más jóvenes están separados de sus tíos, tías y primos. Las visitas frecuentes y las llamadas telefónicas pueden ayudar a acortar las distancias y a mantenernos en contacto con otros miembros de nuestra familia, pero estas medidas no siempre son las más adecuadas.

Se requiere de un gran esfuerzo para desarrollar familias felices y estables. Gálatas 6:7 afirma que cosechamos lo que sembramos. Una familia que funciona apropiadamente demanda mucho trabajo, comparable al que exige el estudiar una carrera, construir una casa o arar la tierra.

Por lo general, las recompensas que cosechamos son proporcionales al esfuerzo que invertimos en las cosas. Si comenzamos a construir una casa, pero no usamos materiales y mano de obra de buena calidad, nuestra casa no tendrá mucho valor. Con nuestras familias pasa algo similar. Si invertimos esfuerzo y cuidados, cosechamos los beneficios de relaciones saludables. Por otro lado, si no dedicamos suficiente tiempo y esmero en nuestras familias, no podemos esperar mucho a cambio.

Consideremos algunas inversiones que podemos hacer para crear el ambiente más positivo posible en nuestro pequeño núcleo.

Tiempo: un recurso valiosísimo

En cualquier relación, pasar tiempo juntos es muy importante. La gran cantidad de presiones y demandas por nuestro tiempo tienden a separar más que a acercar a los padres. Algunos padres solo pueden pasar unos pocos minutos al día con sus hijos y esposas, y se les dificulta mucho poder dedicarles
más tiempo.

Es muy común escuchar a las personas quejarse de que les falta tiempo, pero, al parecer, igual logran encontrar espacio para hacer las cosas que verdaderamente les interesan.

¿Cuán importante es su familia? ¿En qué lugar la pone? Cuando nos hagamos estas preguntas, tal vez veamos la necesidad de reestructurar nuestras prioridades. Es posible que usted tenga que hacerse tiempo para su familia.

Cuando los distintos miembros de una familia viven en la misma área y comparten el compromiso de obedecer los mandamientos de Dios, tienen una oportunidad especial para pasar tiempo juntos mientras adoran a Dios. El cuarto mandamiento nos exhorta a “acordarnos del día de reposo para santificarlo” (Éxodo 20:8). Aunque es uno de los mandamientos de Dios más ignorados, la observancia del día sábado proporciona a las familias incontables oportunidades para compartir. (Si desea saber cómo hacerse tiempo en la semana para dedicarlo a los valores espirituales, asegúrese de solicitar nuestro folleto gratuito El día de reposo cristiano, donde aprenderá acerca de los sábados semanales de Dios.).

El mandamiento del sábado es hoy más importante que nunca, debido a lo ocupado de nuestros horarios. Es un día en que los miembros de la familia pueden comer juntos, tal vez dar un paseo y, por sobre todo, adorar a Dios todos juntos. Invertir tiempo en sus parientes durante este día puede mejorar su relación con ellos, enseñarles los valores de Dios y unirlos a través de principios espirituales que nunca pasan de moda.

Además del sábado, hay otros momentos y actividades como viajes, vacaciones y feriados, que son una buena instancia para que las familias compartan más. Tales ocasiones permiten a los padres poder conversar con sus hijos, descubrir qué piensan acerca de la vida y enterarse de sus esperanzas, sueños y frustraciones. Es también una buena oportunidad para que los niños comiencen a hacer preguntas a sus padres acerca de la vida. Cuando una familia viaja por muchas horas, los padres pueden aprovechar ese tiempo para comunicarse con sus hijos, generando así más unión entre todos.

Una fuente de apoyo

Siempre hay momentos que no son del todo buenos. Cuando llegan los tiempos difíciles, la familia puede entregar todo el apoyo necesario. Eclesiastés 4:11-12 señala la ventaja de este apoyo: “También si dos durmieren juntos, se calentarán mutuamente; mas ¿cómo se calentará uno solo? Y si alguno prevaleciere contra uno, dos le resistirán; y cordón de tres dobleces no se rompe pronto”. ¿Qué mejor apoyo físico, emocional, e incluso espiritual, puede tener uno, que una familia amorosa que acude en ayuda de uno de sus miembros que sufre?

Pablo exhortó así a la congregación en Tesalónica: “. . . que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos” (1 Tesalonicenses 5:14). El apoyo de la familia debe ser la primera fuente de ayuda cuando surgen problemas. Si algún pariente cae enfermo o pierde su trabajo, una familia solidaria es un gran soporte. Los otros miembros pueden animarlo a no rendirse ni desalentarse.

Uno de los problemas que Jesucristo debió enfrentar al comienzo de su ministerio en la Tierra fue el de las familias desatendidas. Cristo reprendió a los fariseos, diciéndoles que necesitaban cuidar a los miembros más ancianos y necesitados de la familia: “¡Qué buena manera tienen ustedes de dejar a un lado los mandamientos de Dios para mantener sus propias tradiciones! Por ejemplo, Moisés dijo: ‘Honra a tu padre y a tu madre’, y: ‘El que maldiga a su padre o a su madre será condenado a muerte’. Ustedes, en cambio, enseñan que un hijo puede decirle a su padre o a su madre: ‘Cualquier ayuda que pudiera haberte dado es corbán’ (es decir, ofrenda dedicada a Dios). En ese caso, el tal hijo ya no está obligado a hacer nada por su padre ni por su madre” (Marcos 7:9-12, NVI). Jesús dejó en claro que la familia tiene la responsabilidad de cuidar a sus padres ancianos.

Una forma de apoyar a los padres en la tercera edad es mantener contacto regular con ellos. El primer paso son las cartas y llamadas telefónicas para saber cómo están. Luego, uno debería prestar la ayuda que sea necesaria. El principio de ayudar también se aplica a otros miembros de la familia cuando tienen necesidad.

La importancia de las tradiciones

Las tradiciones ayudan al funcionamiento y la unidad familiar. Hemos mencionado que la obediencia al cuarto mandamiento (guardar el sábado) puede contribuir al fortalecimiento de las familias. Además del sábado y de los días santos bíblicos, existen otros momentos tradicionales para reunirse, como los aniversarios, que ofrecen una instancia propicia para desarrollar relaciones afectivas. (Para entender el significado de los días santos en la Biblia, asegúrese de solicitar el folleto Las fiestas santas de Dios).

Jesucristo nos alienta a extender esta hospitalidad a otros que no son familiares: “Cuando hagas comida o cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a vecinos ricos; no sea que ellos a su vez te vuelvan a convidar, y seas recompensado. Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos” (Lucas 14:12-14).

La necesidad de reglas

Vivimos en una era en la que han desaparecido muchas de las reglas —estándares y tradiciones— que alguna vez gobernaron la sociedad. ¿El resultado? Los jóvenes carecen de referentes que los ayuden a crecer y madurar para convertirse en adultos responsables. Hay muchos que deambulan por las calles sin ninguna regla que les ayude a definir en qué consiste un comportamiento apropiado.

Los niños necesitan límites y reglas. Requieren saber qué se espera de ellos. Proverbios 29:15 nos dice: “La vara y la corrección dan sabiduría; mas el muchacho consentido avergonzará a su madre”. Puede que los niños y los adolescentes no aprecien la corrección y las reglas cuando son jóvenes; pero cuando sean adultos, agradecerán y se darán cuenta de que sus padres tenían toda la razón y que les dieron una guía apropiada.

El doctor en medicina Ross Campbell entiende la importancia de las reglas en el desarrollo de los niños. En su libro How to Really Love Your Teenager (Cómo amar realmente a su hijo adolescente), escribe: “Los adolescentes, en algún nivel de su conciencia, se dan cuenta de que necesitan guía y control de parte de sus padres. Es algo que realmente desean. He escuchado a muchos adolescentes decir que sus padres no los aman, porque no son suficientemente estrictos o firmes. Por otro lado, muchos adolescentes expresan su gratitud y amor a los padres que demuestran su cuidado y protección mediante la guía y el control” (1988, p. 77).

Las normas y los límites son buenos para los niños. Les permiten saber qué se espera de ellos, identificando los estándares de comportamiento apropiado. 

Los padres responsables que aman a sus hijos prestarán mucha atención a las reglas que ellos mismos establecen. El Dr. Campbell pregunta: “¿Deberían ser justas, flexibles y razonables, o estrictas? Es importante recordar que un adolescente normal desafiará, y en ocasiones traspasará, los límites o reglas impuestos por usted. En estos casos, el sentido común indica que como el desafiar y transgredir las reglas, sin importar lo flexibles o estrictas que sean, es parte de la forma de ser de un adolescente, lo sensato es establecer desde el principio normas bastante estrictas y restrictivas” (ídem, p. 76).

Más tarde, a medida que los niños maduran y demuestran un comportamiento responsable, las reglas pueden irse flexibilizando y relajando.

La Biblia nos dice que los niños también tienen responsabilidades. Pablo escribió: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo” (Efesios 6:1). Lo ideal es que los jóvenes aprendan los preceptos de Dios de parte de sus mismos progenitores.

Por supuesto, los hijos tienden a poner a prueba las reglas. A veces llegan a pensar que saben mucho más que sus padres. Cuando esto sucede, los padres deben darse el tiempo para explicar por qué existen ciertas normas. Por ejemplo, si a un preadolescente o adolescente no le gusta ponerse cinturón de seguridad cuando anda en auto, explíquele la razón de por qué debe hacerlo. Los cinturones de seguridad por lo general salvan vidas y previenen serios daños en caso de accidentes. Si a los niños se les acostumbra desde pequeños a usar cinturón de seguridad, cuando sean jóvenes ya habrán desarrollado el hábito de abrochárselo y probablemente no se quejarán de tener que usarlo mientras crecen.

Amor: el ingrediente duradero

El amor es el ingrediente más importante en el éxito de cualquier familia. Si sus miembros se aman unos a otros, serán más tolerantes, se perdonarán mucho más, y estarán dispuestos a apoyar a los integrantes más débiles del clan.

El apóstol Pablo describe las características del verdadero amor, una preocupación generosa por el prójimo: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:4-7).

El amor es especialmente importante dentro de la estructura familiar, porque nos orienta cuando no sabemos cómo tratar a un integrante de la familia. El amor significa aplicar disciplina cuando se hace necesario. Este tipo de amor exige de los padres valentía y autodisciplina, los mismos atributos que nos gustaría ver en nuestros hijos.

Los cambios sociales amenazan seriamente a la familia. Algunos se preguntan si la estructura familiar podrá sobrevivir. Muchas fuerzas culturales se hallan en constante funcionamiento, amenazando y socavando este pilar básico de la sociedad.

Usted puede hacer mucho para que su vida familiar tenga éxito e impedir que su familia se convierta en una más de las víctimas. Colabore para que su grupo más íntimo sea un refugio seguro, un puerto alejado de las tormentas de la vida en este mundo tan atribulado. Para que su vida familiar prospere, asegúrese de aplicar estos principios y muchos otros más que se encuentran en la Biblia.

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

 

Matrimonio

Fundamento de la familia
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Los matrimonios son la base sobre la que se construyen las comunidades, las sociedades, y en última instancia, las civilizaciones.

La Palabra de Dios declara que “el que halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia del Eterno” (Proverbios 18:22, Nueva Versión Internacional). Lo mismo se aplica a las mujeres que encuentran esposos amorosos y responsables. Los matrimonios son la base sobre la que se construyen las comunidades, las sociedades, y en última instancia, las civilizaciones. Una sociedad es fuerte en la medida que lo son sus matrimonios y familias.

Desde el principio, Dios enseñó: “Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 2:24). Este compromiso especial, este vínculo entre un hombre y una mujer, tenía el propósito de durar para siempre, o “hasta que la muerte los separe”, como lo expresan las ceremonias matrimoniales tradicionales. El matrimonio fue diseñado para que fuera una relación de por vida (Romanos 7:2-3), que produciría descendencia para Dios (Malaquías 2:15) y ayudaría a la pareja a entender mejor la profunda y amorosa relación entre Jesucristo y los miembros de “la familia de Dios”, su Iglesia (Efesios 5:25-32; Efesios 2:19-22).

Un matrimonio feliz es una de las bendiciones más grandes que podemos disfrutar. Dios desea que una vez que las parejas intercambien sus votos matrimoniales, vivan felices para siempre. Con ese fin, Eclesiastés 9:9 instruye a los esposos: “Goza de la vida con la mujer que amas, todos los días de la vida de tu vanidad que te son dados debajo del sol, todos los días de tu vanidad; porque esta es tu parte en la vida, y en tu trabajo con que te afanas debajo del sol”. De igual forma, las esposas deberían disfrutar de la vida junto a sus esposos.

Sin embargo, a juzgar por los índices de divorcio en muchos países, la humanidad no ha aprendido cómo hacerlo. Todos desean un buen matrimonio, pero pocos están dispuestos a seguir las instrucciones de Dios, que de ser aplicadas, dan como resultado relaciones conyugales amorosas.

Dios diseñó el matrimonio y quiere que estemos felizmente casados (Génesis 2:24). Para tener éxito en este aspecto de la vida, necesitamos aprender del Creador mismo del matrimonio los principios que llevan a uniones felices y exitosas. En resumen, necesitamos entender y aplicar los conceptos que sí funcionan, en vez de seguir los caminos modernos que tan a menudo conducen al fracaso.

El noviazgo: una preparación para el matrimonio

De acuerdo a la Palabra de Dios, los cimientos para un buen matrimonio se echan mucho antes de la ceremonia. En realidad, se establecen cuando dos personas comienzan una relación.

A medida que los hijos crecen, con frecuencia preguntan a sus padres: “¿Cuándo puedo tener novia (o)?”. Aunque la Biblia no indica una edad específica y apropiada para tener una relación de pareja, los padres prudentes enseñan a sus hijos principios bíblicos útiles que les ayuden a comportarse como Dios desea. Los padres deberían saber cuándo están listos sus hijos para iniciar una relación seria, con la madurez y capacidad para asumir las responsabilidades de sus acciones. Antes de que los padres otorguen su permiso para tener novio (a), deberían enseñar y alentar a sus hijos para que sigan los preceptos bíblicos, en vez de darles libertad de hacer cualquier cosa que les parezca lógica. 

Para quienes piensan de manera supuestamente progresista, enseñar a los niños los preceptos de Dios antes de permitirles estar de novios puede sonar muy anticuado y restrictivo. Pero la mayoría de los gobiernos prohíbe que las personas conduzcan vehículos motorizados hasta que puedan demostrar el conocimiento y la habilidad para hacerlo de manera segura. Ningún padre responsable pondría a su hijo o hija adolescente en un automóvil en medio de una carretera congestionada sin haberle enseñado primero a manejar.

En nuestro mundo moderno, involucrarse sentimentalmente con alguien tiene sus riesgos. Sin la guía adecuada, muchos jóvenes se vuelven promiscuos, contraen enfermedades de transmisión sexual, experimentan embarazos no deseados, y eligen el camino equivocado que parece ser agradable y correcto en el momento, pero que acarrea incalculable angustia (Proverbios 14:12; Proverbios 16:25). Ellos necesitan instrucción desde muy temprana edad, y conversaciones interactivas sobre por qué y cómo los valores bíblicos pueden protegerlos de tales sufrimientos.

Sin esta guía apropiada, muchas personas nunca podrán experimentar un matrimonio feliz. ¡Ningún progenitor amoroso desearía miseria a sus propios hijos! Pero dejarlos en la ignorancia es un camino que garantiza muchas tristezas y desilusiones. Una de las grandes bendiciones que los niños pueden recibir de sus padres es un entendimiento profundo y completo de los preceptos diseñados por Dios para el noviazgo y el matrimonio.

Sin embargo, muchos ya han pasado este umbral y han alcanzado la adultez; algunos incluso ya se han casado y divorciado. Lo ideal, obviamente, es enseñarles a los jóvenes cómo comportarse adecuadamente en el noviazgo ideal. Pero, ¿qué pasa con los adultos? El hecho de ser mayores, ¿les otorga licencia para tomarse más libertades que los adolescentes? ¿Son todas las cosas apropiadas para los adultos en edad de decidir por sí mismos?

Como veremos, los preceptos bíblicos para el noviazgo se aplican a personas de todas las edades. Dios no tiene dos conjuntos de reglas morales, una para adultos y otra para jóvenes. Seguir sus leyes es igualmente beneficioso para todas las edades, y quebrantarlas, igualmente desastroso para todos.

Estándares modernos del noviazgo

Para entender la diferencia entre el camino de Dios y el del mundo, tomemos como ejemplo los patrones de comportamiento que se estilan en la cultura occidental cuando se está en pareja.

Muchos asumen que cuando se tiene un compromiso sentimental es apropiado tener relaciones sexuales, para saber si hay compatibilidad. Estas personas creen que el sexo es simplemente una expresión natural del amor entre dos personas y, por lo tanto, algo normal que hacen las parejas que conviven o “van a vivir juntas”. Si más tarde se separan y cada cual comienza a salir con otros, la suposición común es que ambos son libres de tener relaciones sexuales con su nueva pareja.

Esta práctica de monogamia en serie, es decir, de estar sexualmente activo con una persona soltera a la vez, es un comportamiento ampliamente aceptado como algo muy conveniente si se trata de encontrar a una futura pareja.

En los Estados Unidos, cerca de dos tercios de las mujeres de entre veinte y treinta años que se encuentran casadas convivieron con sus esposos antes del matrimonio (Robert Moeller, “America’s Morality Report Card” [Ficha informativa sobre la moralidad estadounidense], Christian Reader, noviembre-diciembre 1995, pp. 97-100). Esta cuestionable práctica es seguida por muchos jóvenes adultos en el mundo occidental.

De acuerdo a los estándares actuales, otro principio honorable es la confesión mutua respecto a la existencia de enfermedades venéreas antes de tener relaciones sexuales, para tomar las medidas de protección pertinentes. Además, se considera correcto el practicar “sexo seguro” (el uso de contraceptivos para evitar enfermedades y embarazos no deseados). Estas prácticas son tan aceptadas, que cada vez son más los colegios que proporcionan contraceptivos  gratuitos a los estudiantes, sin hacer ninguna pregunta.

Aunque estos enfoques pueden parecer lógicos, no están a la altura de los preceptos de Dios. Lo que muchos no entienden es que esta lógica incorrecta es precisamente la causa de tanta infelicidad en las relaciones y fracasos matrimoniales. Analicemos lo que Dios dice.

El noviazgo a la manera de Dios

Ciertos registros históricos, como los de la antigua ciudad de Corinto, revelan que en el corazón del Imperio romano, la civilización tecnológicamente más avanzada de esa época, los valores sexuales del primer siglo eran similares a los conceptos practicados en la actualidad cuando se tiene pareja. Sus estándares eran tan pervertidos, que las relaciones sexuales con las prostitutas del templo no eran consideradas escandalosas, sino una forma apropiada de adoración.

A través del apóstol Pablo, Dios enseñó a los corintios un camino mejor: “Huid de la fornicación”. “Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca. ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo . . . y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:18-20).

¿Cómo se atrevió Pablo a referirse al comportamiento privado de los demás? Lo hizo porque entendía que Dios permite las relaciones sexuales solo dentro del matrimonio (Génesis 2:24; Hebreos 13:4). Las relaciones sexuales en cualquier otra situación siempre han sido y siguen siendo inmorales.

Luego Pablo habló de las relaciones entre personas del sexo opuesto de manera más directa. Rogando a los hermanos que vivieran sus vidas de una forma que complaciera a Dios, escribió:

“Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que de la manera que aprendisteis de nosotros cómo os conviene conduciros y agradar a Dios, así abundéis más y más . . . Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación; que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor; no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios; que ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano.

“Porque el Señor es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y testificado. Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación. Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo” (1 Tesalonicenses 4:1-8).

La costumbre y práctica del noviazgo, que posteriormente culmina con el  matrimonio, debiera ser una etapa de respeto mutuo. No debe ser subvalorada y transformada en una excusa para la gratificación sexual. Dios espera que lleguemos vírgenes al matrimonio. Este enfoque muestra respeto hacia Dios, a nuestro cuerpo, a nuestro futuro cónyuge y a esta institución divina.

El camino de Dios es la mejor forma de hacer que un matrimonio funcione. Muchos sociólogos han descubierto que el modelo de noviazgo diseñado por Dios es lo que hace que los matrimonios duren. “Después de estudiar los patrones matrimoniales y de concubinato de un grupo de 13.000 adultos, dos sociólogos de la Universidad de Wisconsin-Madison (E.E.U.U.) concluyeron que las parejas que viven juntas antes de casarse experimentan altos niveles de conflictos conyugales y no se comunican muy bien. Tales parejas estaban menos comprometidas con el matrimonio y veían el divorcio como una salida más probable que aquellos que no habían convivido antes” (Journal of Marriage and the Family [Boletín sobre el matrimonio y la familia], vol. 54, 1992).

Enseñe cómo tener un noviazgo apropiado

¿Cómo pueden los padres contrarrestar la presión que experimentan sus hijos para involucrarse en prácticas inmorales?

El primer paso, como se indicó anteriormente, es enseñarles los principios cristianos del noviazgo y la amistad. Muchas familias han descubierto que cuando sus hijos adolescentes alcanzan cierta madurez, las salidas en grupo son una buena alternativa para que estos jóvenes puedan entrar a la siguiente etapa de la vida.

Debido a que los adolescentes no están preparados para el matrimonio
—porque les falta madurar y terminar su educación y preparación para la vida laboral— algunas de las presiones y tentaciones que se originan al salir de a dos se pueden evitar saliendo en grupo. Tanto el aprendizaje como el desarrollo social que resultan de la diversión en compañía del sexo opuesto, en un ambiente seguro, son experiencias saludables para los adolescentes.

Pensando en casarse

Cuando dos personas maduras comienzan una relación con la idea de casarse, deben considerar muchos aspectos. ¿Qué valores posee el otro? ¿Cree en Dios? ¿Le obedece? ¿Cuál es su formación? ¿Qué valores y estándares personales tiene? ¿Qué le gusta y qué no? ¿Cuál es su carácter y personalidad? ¿Será esta persona el complemento que necesita? ¿Podrá amarla y respetarla?

Con frecuencia, en las relaciones modernas no hay mucho interés en encontrar a un compañero con potencial para toda la vida; lo que importa es el goce que los dos tienen durante la actividad sexual. Sin embargo, cuando dos personas se abstienen de las emociones propias de las relaciones sexuales como Dios instruye, pueden evaluar de manera mucho más racional los valores y características de un potencial esposo (a).

Una de las consideraciones primordiales debe ser la de encontrar un compañero con valores religiosos similares. La antigua nación de Israel perdió reiteradamente su asidero espiritual cuando sus ciudadanos se casaron con personas de diferentes convicciones y prácticas religiosas (Números 25:1-3; Nehemías 13:23-26). Casarse con alguien que profesa su misma fe sigue siendo igualmente importante.

Idealmente, los niños deberían tener dos padres que crean, practiquen y enseñen los mismos principios religiosos. Cuando los niños tienen padres con valores distintos, se confunden. Los conflictos entre dos sistemas de valores que se contraponen pueden ser dolorosos para los niños, aunque no estén involucrados directamente. Muchos de los que han pasado por esta amarga experiencia lamentan no haber seguido el consejo del apóstol Pablo cuando se comprometieron “en yugo desigual” con alguien de diferente creencia religiosa (2 Corintios 6:14).

Una pareja sabia buscará consejo cuando decida comprometerse con intenciones de casarse. Tal consejo les ayudará a examinar sus fortalezas y debilidades antes del matrimonio. Además de este análisis objetivo, pueden conversar sobre las habilidades que se requieren para sostener una relación de pareja.

Aunque la decisión de casarse es personal, la información obtenida puede ayudar a las parejas a tomar decisiones sabias acerca de la persona con quien van a casarse. Aquellos que deseen continuar con su decisión de contraer matrimonio, podrán usar lo aprendido y establecer la base necesaria para construir una relación duradera.

La base del matrimonio

Dios da instrucciones específicas para ser aplicadas dentro del matrimonio, que producirán paz y felicidad a ambos cónyuges. Estos preceptos pueden ayudar a cualquier pareja.

Aunque siempre la mejor alternativa es seguir los consejos de Dios, él también nos alienta a alejarnos de los pecados pasados para comenzar a obedecerle (Ezequiel 18:21; Hechos 2:38; Hechos 26:18). (Si le interesa saber más acerca del propósito de la vida humana y de cómo comprometer su vida a Dios, solicite nuestros folletos gratuitos ¿Por qué existimos? y El camino hacia la vida eterna).

Aunque las relaciones sólidas se desarrollan más rápidamente cuando tanto el esposo como la esposa aceptan y practican la ley de Dios, él espera que cada uno de nosotros le obedezca, sin importar las circunstancias de nuestro matrimonio (Santiago 4:17). Incluso cuando solamente uno de los dos se compromete a vivir según el camino de Dios y sus preceptos, ello abre la puerta para que Dios bendiga a la pareja (1 Corintios 7:13-14). Un ejemplo positivo de amor y de obediencia a Dios por parte de uno de los dos cónyuges puede influir en el otro para que también desee complacer a Dios (1 Pedro 3:1-4). Una sola persona puede hacer una gran diferencia.

Revisemos algunos principios bíblicos que, de ser puestos en práctica, benefician grandemente la relación matrimonial.

Un compromiso para toda la vida

En el libro de Génesis, Dios nos dice que el hombre “dejará a su padre y madre” y se “unirá a su mujer y será una sola carne” (Génesis 2:24). La palabra hebrea traducida como “unirá” es dabaq, que significa “adherirse, ser fiel, estar cerca”.

“Usado en el hebreo moderno en el sentido de ‘pegarse, adherirse a algo’, dabaq equivale al sustantivo ‘pegamento’ y también a ideas más abstractas como ‘lealtad, devoción’” (“Vine’s Expository Dictionary of Biblical Words” [Diccionario expositor de palabras bíblicas de Vine], 1985).

Cuando tanto el esposo como la esposa obedecen el mandamiento bíblico de ser fieles entre sí, literalmente se unen para siempre. Tener relaciones sexuales, ser “una sola carne”, es parte del compromiso mutuo que adquieren al casarse. Este compromiso incluye fidelidad, confianza y el carácter necesario para actuar apropiadamente cuando se está bajo presión o tentación. Sin embargo, muy a menudo las personas tienen relaciones sexuales sin ningún compromiso, una total contradicción a este principio que produce matrimonios exitosos.

Cuando dos personas intercambian votos matrimoniales, hacen un compromiso para toda la vida. Bíblicamente hablando, este es un pacto (Malaquías 2:14), es decir, una promesa solemne de ser fiel a Dios y a su pareja.

Este compromiso no debiera ser tomado a la ligera o respetado solamente cuando nos dé la gana. Necesitamos entender que nuestros sentimientos pueden llevarnos por el camino equivocado. Dios no aprueba episodios ocasionales de fidelidad y obediencia a él únicamente cuando nos conviene. De igual forma, quienes desean buenos matrimonios no deben buscar personas que solo están dispuestas a comprometerse la mayor parte del tiempo.

Las buenas relaciones se sustentan en compromisos a largo plazo y basados en la confianza, incluso bajo circunstancias muy difíciles. Cuando dos personas se comprometen a seguir a Dios y sus instrucciones dentro del matrimonio, están dando el primer paso hacia una relación feliz y duradera.

¿Qué es el amor?

Amar y ser amado es una de las experiencias más estimulantes que una persona pueda disfrutar. Escritores y poetas, tanto antiguos como modernos, hablan del poder y la emoción del amor romántico. Sin embargo, la Biblia revela que el amor, en su sentido más amplio, es una opción. El amor es algo que nosotros escogemos.

Dios ordena a los esposos que amen a sus esposas (Efesios 5:25, Efesios 5:28; Colosenses 3:19), pero no solo cuando estén de humor para hacerlo. Al carecer de un entendimiento básico sobre este tema, muchas parejas asumen trágicamente que son incapaces de controlar sus sentimientos. Al estar convencidas de que el amor aparece o desaparece mágicamente, muchísimas parejas han sufrido y han llegado incluso a terminar su relación por dificultades que pudieron haber sido resueltas.

En una hermosa explicación del amor que Dios espera de nosotros, el apóstol Pablo describe la naturaleza y las cualidades del amor: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará” (1 Corintios 13:4-8).

El amor es mucho más que una emoción etérea o una atracción física. Practicar el amor verdadero exige determinación y decisiones conscientes. El amor genuino se propone mostrar amabilidad y paciencia en los momentos de sufrimiento. No retribuye maldad con maldad (Romanos 12:17; 1 Tesalonicenses 5:15). Las personas que practican este tipo de amor siguen el ejemplo de Dios mismo, quien es “benigno para con los ingratos y malos” (Lucas 6:35).

Un amor pleno y cabal es aquel que Dios espera que los esposos les expresen a sus esposas. Esta es la base de un liderazgo cristiano. Sin este, los esposos no pueden cumplir adecuadamente dentro del matrimonio el rol de líder que Dios espera de ellos (Efesios 5:23). Cuando un esposo demuestra este amor cristiano, toda su familia se beneficia y su esposa e hijos se sienten seguros. Cuando saben que son honrados y amados, es más fácil para ellos respetarlo como la cabeza de la familia.

Los esposos deben entender que aunque Dios les haya dado una gran responsabilidad dentro de la familia, su posición de líderes debe ser usada solamente para el bienestar de ella. Jamás deben usar este poder por razones egoístas. Este tipo de liderazgo se basa en que, a su vez, el esposo también está sujeto a una autoridad, la de Dios (1 Corintios 11:3).

Como a través de la historia humana muchos esposos no han vivido de acuerdo a las expectativas de Dios, algunos han llegado a la conclusión de que la posición de liderazgo del padre dentro de la familia es nefasta y anticuada. Sin embargo, el verdadero problema no reside en el modelo familiar que Dios diseñó, sino en los esposos que descuidan o rechazan los deberes del carácter cristiano. Si aceptamos las instrucciones del Eterno, debemos aceptar sus enseñanzas sobre el modelo matrimonial.

El Todopoderoso coloca sobre los hombros del esposo la inmensa responsabilidad de guiar a su esposa e hijos con amor y ternura. Dios no le da ninguna autoridad para usar su posición con severidad o egoísmo, ni tampoco el derecho a descuidar el bienestar de su familia. La humildad, que es lo opuesto del orgullo y la arrogancia, es esencial en una relación cristiana.

En una conmovedora carta a Tito, Pablo explicó que la estructura familiar diseñada por Dios es una enseñanza bíblica fundamental: “Pero tú habla lo que está de acuerdo con la sana doctrina. Que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor, en la paciencia. Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada” (Tito 2:1-5).

Respeto: la clave para un matrimonio exitoso

Dios estableció el rol de liderazgo de los esposos dentro de su familia, pero espera que tanto hombres como mujeres practiquen el respeto y amor que se enseña en la Biblia (Efesios 5:21).

Pablo, además de entregar detalladas instrucciones a los esposos sobre cómo deben amar a sus esposas (Efesios 5:25-33), les da instrucciones específicas a ellas: “Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo” (vv. 22-24).

Este pasaje nos enseña que el reconocimiento voluntario de la esposa en cuanto al rol de liderazgo de su esposo es un ingrediente vital en el modelo de matrimonio cristiano. Esto no significa que el esposo debe tomar todas las decisiones. Muchas parejas dividen con éxito las responsabilidades del hogar, y trabajan juntos de acuerdo a sus fortalezas e intereses. En un matrimonio donde hay amor, los dos conversan las decisiones principales y prioridades. Entonces, de acuerdo al modelo bíblico, si el esposo escoge tomar las decisiones finales, todos los miembros de la familia deben acatarlas.

Pero hay veces en que el esposo sabiamente debe ceder en favor de su esposa e hijos. El solo hecho de tener el derecho a tomar las decisiones familiares no significa que todo lo que él hace es necesariamente lo más apropiado. Muchas decisiones son un asunto de preferencia, y las preferencias son individuales. Un esposo y padre amoroso debería ser sensible a los deseos y preferencias de cada miembro de la familia, siempre que ello no atente contra los preceptos cristianos y familiares.

Ningún esposo puede liderar exitosamente su familia a menos que su esposa respete el rol de líder que Dios le ha dado. Si ella no decide conscientemente obedecer a Dios, usurpará la posición de cabeza de la familia, y ambos cónyuges discutirán constantemente. Pablo insta a las casadas a respetar a sus maridos (v. 33). La actitud, tanto de los esposos como de las esposas, es la clave para que el modelo bíblico del matrimonio sea una experiencia satisfactoria.

Como el amor, el respeto también implica tener que escoger esa actitud. Podemos escoger respetar a las personas por sus cualidades positivas, o menospreciarlas por los rasgos que no nos gustan. El mejor momento para la evaluación crítica es antes del matrimonio. Después de casados, los cónyuges necesitan enfocarse en el respeto mutuo. Se debe lidiar amorosamente con las imperfecciones y elogiar sin límites las buenas cualidades. Benjamín Franklin, uno de los primeros presidentes estadounidenses, expresó este principio con sabiduría y un poco de humor: “Antes de casarte, abre bien los ojos; y después, mantenlos entrecerrados”.

Conflicto y comunicación

Algunos investigadores han descubierto que la forma en que dos personas se comunican refleja el estado de su relación. Una comunicación positiva y alentadora es indicio de una buena relación, y las críticas excesivas indican una relación muy deficiente. Dependiendo de las circunstancias, las breves palabras “lo siento” pueden llegar ser tan efectivas como “te amo”.

Ciertos consejeros matrimoniales sostienen que las parejas deberían aprender a discutir bien y a no preocuparse tanto de la cantidad de peleas. “Lo más sano es sacar todo fuera y conversarlo”, aconsejan.

Pero aunque la franqueza puede ser saludable, se ha demostrado que pelear y discutir por cada desacuerdo que surja no es algo muy inteligente. Un estudio realizado a 691 parejas demostró que mientras más discuta una pareja, sea cual sea su estilo de enfrentar sus diferencias, más posibilidades existen de que finalmente se divorcien (Richard Morin, “What’s Fair in Love and Fights?” [¿Qué es lo justo en el amor y las peleas?] Washington Post Weekly, junio 7, 1993, p. 37). Los conflictos socavan el respeto y pueden provocar resentimiento. Una discusión podría transformarse en el detonante de un divorcio.

¿Cuánto conflicto puede soportar una relación? Cierto método de medición, que asegura poder determinar con una precisión de un 90% si un matrimonio durará o fracasará, se basa en el porcentaje de comentarios positivos y negativos que una pareja se hace mutuamente. Los investigadores descubrieron que entre los recién casados, las parejas que terminaron juntas fueron aquellas que de cien comentarios, criticaron cinco veces o menos al otro. Los recién casados que más tarde se divorciaron habían criticado 10 o más veces a su pareja. (Joanni Schrof, “A Lens on Matrimony” [El matrimonio bajo la lupa], U.S. News and World Report [Reporte Mundial y Noticias de Estados Unidos]”, febrero 21, 1994, pp. 66-69).

Como es imposible que dos personas estén de acuerdo en todo, y esto incluye a las que están felizmente casadas, es importante aprender cómo resolver pacíficamente las diferencias, manteniendo siempre el respeto. A continuación se describen algunos principios que las parejas deberían seguir:

• Conversar los problemas. Expresar sus opiniones y preocupaciones de una forma amable, respetando el turno respectivo y sin levantar la voz (Proverbios 15:1). Rehusarse a hablar de los problemas no resuelve las diferencias; aprenda a expresar las opiniones de manera imparcial.

Respete las diferencias de su pareja. Debido a que Dios creó a los seres humanos con una amplia gama de personalidades, necesitamos valorar estas diferencias. Incluso la forma en que cumplimos con los preceptos de Dios varía de una persona a otra (2 Pedro 3:9).

• Buscar una solución en que ambos ganen. Cada vez que sea posible, se debe buscar una solución a los problemas que sea aceptable para ambas partes (Filipenses 2:4). Haga todo lo posible por tener dos ganadores en vez de un ganador y un perdedor. A veces debemos estar dispuestos a ceder, siempre que la opción o acción adoptada no se oponga a la voluntad de Dios (Mateo 5:9; 1 Corintios 6:7).

Pablo explicó muy bien este principio: “. . . no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:4-5).

• Perdón. Todos cometemos errores. Perdone de manera que Dios y su pareja se sientan también inclinados a perdonarle (Mateo 6:15; Lucas 6:37). Dé lo mejor de usted. La acción a menudo sigue al pensamiento. Acérquese a su pareja con espíritu de amor y perdón, y pídale a Dios que le restaure la actitud correcta (Salmos 51:10). En vez de dejarse dominar por sus actitudes negativas, propóngase tratar a su pareja con respeto (2 Corintios 10:5). Con frecuencia, sus emociones concordarán con sus acciones. 

• Busque ayuda. Si han aplicado todo lo que saben y aún siguen peleando, busquen ayuda profesional competente. Tanto usted como su cónyuge pueden estar cometiendo errores que ninguno de los dos ha reconocido, pero que un consejero profesional puede discernir. Las personas maduras no tienen miedo a buscar ayuda cuando la necesitan (Proverbios 4:7; Proverbios 11:14).

La importancia del trabajo en equipo

Dios quiere que las parejas trabajen, vivan y crezcan en armonía. En vez de fomentar una guerra entre los sexos, como hacen muchos filósofos modernos, Dios enseña a los esposos y esposas que deben trabajar juntos como equipo. “Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo” (1 Pedro 3:7).

Si el esposo y la esposa trabajan juntos, podrán lograr más cosas que si trabajaran cada uno por su cuenta. En el primer siglo, Aquiles y Priscila sentaron un buen ejemplo de trabajo en equipo dedicado a Dios y al servicio de su pueblo. Como matrimonio, trabajaban haciendo carpas junto al apóstol Pablo en Corinto (Hechos 18:2-3), viajaron con él a Siria (v. 18), ayudaron a Apolo a entender “que se debe enseñar con diligencia lo concerniente a Dios” cuando él estaba iniciando su camino de fe (vv. 24-26), y ofrecían su casa para que la Iglesia se congregara (1 Corintios 16:19).

Ambos eran amados y respetados por los demás. Observe el comentario que Pablo hace de ellos: “Saludad a Priscila y a Aquila, mis colaboradores en Cristo Jesús, que expusieron su vida por mí; a los cuales no sólo yo doy gracias, sino también todas las Iglesias de los gentiles” (Romanos 16:3-4). Esta pareja vio un propósito mayor en sus vidas que estar peleando por asuntos sin importancia. Ellos eran ejemplos vivientes de lo que significaba “ser coherederos de la gracia de la vida” (1 Pedro 3:7).

Cuando los esposos y las esposas voluntariamente se someten a los roles que estableció Dios en el matrimonio, aprenden cómo someterse a él. La relación amorosa e íntima entre los cónyuges nos enseña mucho acerca de la relación de Cristo con la Iglesia (Efesios 5:32). Aplicar los principios de Dios en el matrimonio no solamente produce felicidad en esta vida, sino también un mejor entendimiento de los principios cristianos que durarán para toda la eternidad.

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.