Preguntas Bíblicas

¿Es correcto usar crucifijos?

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Algunos piensan equivocadamente que la cruz debería ser parte de la adoración cristiana. Pero debemos recordar que fue un instrumento de tortura.

La palabra griega traducida como “cruz” es staurós. Se refiere a la estaca o poste como instrumento de pena capital usado en varias culturas a través de la historia. Algunas veces los verdugos usaron un travesaño en la parte de arriba o en diferentes puntos de la estaca; otras veces no había un travesaño. Es imposible saber exactamente qué tipo utilizaron los romanos en la crucifixión de Cristo. Sin embargo, es claro que los romanos pusieron un letrero sobre su cabeza (Mateo 27:37), el cual pudo haber estado sobre la estaca o un travesaño.

Debido a que la muerte de Cristo es de suma importancia para el cristiano, algunos piensan equivocadamente que la cruz debería ser parte de la adoración cristiana. Pero debemos recordar que fue un instrumento de tortura. Cuando nos damos cuenta de ese hecho, debería estar claro que es gravemente inapropiado usarla como una joya religiosa u objeto de adoración. Algunos argumentan que usar la cruz de dicha manera simboliza el valor de la muerte de Cristo. Nosotros no estamos de acuerdo.

Es cierto que el apóstol Pablo se refirió a la cruz simbólicamente (1ro Corintios 1:17, 23). Pablo también usó la copa de vino de la Pascua como símbolo (1ro Corintios 10:21). Pero Juan el Bautista se refirió a Cristo como el “Cordero de Dios” (Juan 1:36). Mas esto no significa que debamos usar copas o figuras de corderos como adornos religiosos o como objetos de alabanza.

Además, el segundo de los Diez Mandamientos de Dios estrictamente prohíbe el uso de objetos de adoración. “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás” (Éxodo 20:4-5). (Para más información sobre cómo los Diez Mandamientos se aplican en la vida cotidiana del cristiano, por favor lea nuestro folleto Los Diez Mandamientos. Si no tiene una copia, con gusto le podemos enviar una. También puede encontrarlo en línea en nuestra página web http://espanol.ucg.org).

Dios quiere que dirijamos nuestra alabanza y oraciones a él, no a un objeto físico. Cristo explicó este principio en Juan 4:24: “Dios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” Con base en la instrucción bíblica, la Iglesia de Dios Unida no usa la figura o imagen de la cruz en sus servicios de adoración. Tampoco los miembros de la IDUAI portan cruces como símbolos de devoción. Nos referimos a la cruz de la manera en que lo hace la Escritura, como una figura de discurso para explicar la muerte expiatoria de Cristo por nosotros.

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La palabra griega traducida como “cruz” es staurós. Se refiere a la estaca o poste como instrumento de pena capital usado en varias culturas a través de la historia. Algunas veces los verdugos usaron un travesaño en la parte de arriba o en diferentes puntos de la estaca; otras veces no había un travesaño. Es imposible saber exactamente qué tipo utilizaron los romanos en la crucifixión de Cristo. Sin embargo, es claro que los romanos pusieron un letrero sobre su cabeza (Mateo 27:37), el cual pudo haber estado sobre la estaca o un travesaño.

Debido a que la muerte de Cristo es de suma importancia para el cristiano, algunos piensan equivocadamente que la cruz debería ser parte de la adoración cristiana. Pero debemos recordar que fue un instrumento de tortura. Cuando nos damos cuenta de ese hecho, debería estar claro que es gravemente inapropiado usarla como una joya religiosa u objeto de adoración. Algunos argumentan que usar la cruz de dicha manera simboliza el valor de la muerte de Cristo. Nosotros no estamos de acuerdo.

Es cierto que el apóstol Pablo se refirió a la cruz simbólicamente (1ro Corintios 1:17, 23). Pablo también usó la copa de vino de la Pascua como símbolo (1ro Corintios 10:21). Pero Juan el Bautista se refirió a Cristo como el “Cordero de Dios” (Juan 1:36). Mas esto no significa que debamos usar copas o figuras de corderos como adornos religiosos o como objetos de alabanza.

Además, el segundo de los Diez Mandamientos de Dios estrictamente prohíbe el uso de objetos de adoración. “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás” (Éxodo 20:4-5). (Para más información sobre cómo los Diez Mandamientos se aplican en la vida cotidiana del cristiano, por favor lea nuestro folleto Los Diez Mandamientos. Si no tiene una copia, con gusto le podemos enviar una. También puede encontrarlo en línea en nuestra página web http://espanol.ucg.org).

Dios quiere que dirijamos nuestra alabanza y oraciones a él, no a un objeto físico. Cristo explicó este principio en Juan 4:24: “Dios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” Con base en la instrucción bíblica, la Iglesia de Dios Unida no usa la figura o imagen de la cruz en sus servicios de adoración. Tampoco los miembros de la IDUAI portan cruces como símbolos de devoción. Nos referimos a la cruz de la manera en que lo hace la Escritura, como una figura de discurso para explicar la muerte expiatoria de Cristo por nosotros.

 

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Iglesia de Dios Unida

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

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#263 - Mateo 27

"El juicio y la crucifixión de Cristo"
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Comenzamos estudiando el juicio de Jesús ante Poncio Pilato. ¿Quién era este gobernador romano? Dos historiadores judíos hablan desfavorablemente de él. 

Josefo menciona que, Pilato, al contrario de los gobernantes anteriores, colocó los estandartes con figuras de águilas en Jerusalén, y ofendió a la población. Fue tanto el tumulto que tuvo que retirarlos. Luego tomó fondos del templo para construir un acueducto, que también ofendió a los judíos. Al final de su gobierno, dio órdenes para matar a un grupo de samaritanos, y tuvo que viajar a Roma para ser juzgado.

Por otra parte, Filón de Alejandría escribió: “Poncio Pilato fue un gobernante cruel y tan duro de corazón, que no conocía la piedad. En su tiempo [gobernó desde 26-36 d.C.] reinaban en Judea el soborno, el latrocinio, la opresión, la ejecución sin previo proceso y una crueldad sin límites”. Según Lucas 13:1, mató a muchos. 

Pilato despreciaba a los judíos y ahora tenía que juzgar a Jesús. Lo que más le interesaba no era la justicia, sino el no dañar su reputación ante Roma. Al comienzo del juicio, su esposa le había advertido que Jesús era inocente. “Y estando él sentado en el tribunal, su mujer le mandó decir: No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él” (Mateo 27:19). No obstante, Poncio Pilato siguió adelante. La historia posterior de este gobernador es trágica. Sería removido de su cargo y exiliado. Dice La Enciclopedia Bíblica: “Pilato fue enviado por sus superiores a Roma para explicar la masacre de los samaritanos. Pero llegó justo después de la muerte de Tiberio, su protegido. Eusebio narra que Pilato fue condenado por el siguiente emperador, Gayo, y fue exiliado. Al no poder soportar esa humillación, se suicidó” (Tomo 3, p. 869).

De hecho, todos los que tuvieron que ver con la muerte de Jesús terminaron mal. Judas se suicidó y unos años después, los sacerdotes y sus seguidores murieron cruelmente en la guerra contra Roma. 

Respecto a Judas, dice la Biblia: “Viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó. Los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre. Y después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros. Por lo cual aquel campo se llama hasta el día de hoy: Campo de sangre. Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: Y tomaron las treinta piezas de plata, precio del apreciado, según precio puesto por los hijos de Israel; y las dieron para el campo del alfarero, como me ordenó el Señor” (Mateo 27:3-10). En Jeremías 32:6-9 vemos que Jeremías efectivamente compró un campo con piezas de plata y usó muchas analogías de alfareros (Jeremías 18:2; Jeremías 19:2, Jeremías 19:11). Por otra parte, fue Zacarías quien menciona la compra por 30 piezas de plata. Noten que Mateo aclara que Jeremías no escribió esta profecía, sino que sólo la dijo. Fue en realidad el profeta Zacarías quien terminó dejándola escrita en la Biblia (en Zacarías 11:12-13).

Pilato interroga a Jesús. “Le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Jesús le respondió: ¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí? Pilato le respondió: ¿Soy yo acaso judío? Tu nación, y los principales sacerdotes, te han entregado a mí. ¿Qué has hecho? Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí. Le dijo entonces Pilato: ¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz. Le dijo Pilato: ¿Qué es la verdad? Y cuando hubo dicho esto, salió otra vez a los judíos, y les dijo: Yo no hallo en él ningún delito” (Juan 18:33-38).

Jesús sabía que podía detener este juicio al instante y su Padre le podía enviar 12 legiones de ángeles para salvarlo, pero así no se cumpliría su misión. Le explicó a Pilato que su reino aún no se establecería sobre la tierra, sino cuando volviera una segunda vez. Por eso, Juan 18:36 es una escritura clave para mostrar que el reino de Dios no es la iglesia ni está aquí en la tierra en la actualidad. En el futuro, Jesús traerá su reino a la tierra, pero aún está en los cielos. Por eso, los cristianos no deben participar en guerras, pues su reino no es de este mundo. Pablo dijo: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20).

El juicio continúa: “Y siendo acusado por los principales sacerdotes y por los ancianos, nada respondió. Pilato entonces le dijo: ¿No oyes cuántas cosas testifican contra ti? Pero Jesús no le respondió ni una palabra; de tal manera que el gobernador se maravillaba mucho… Pero ellos porfiaban, diciendo: Alborota al pueblo, enseñando por toda Judea, comenzando desde Galilea hasta aquí. Entonces Pilato, oyendo decir, Galilea, preguntó si el hombre era galileo. Y al saber que era de la jurisdicción de Herodes [Antipas, (4 a.C.-39 d.C.], le remitió a Herodes, que en aquellos días también estaba en Jerusalén. Herodes, viendo a Jesús, se alegró mucho, porque había oído muchas cosas acerca de él, y esperaba verle hacer alguna señal. Y le hacía muchas preguntas, pero él nada le respondió. Y estaban los principales sacerdotes y los escribas acusándole con gran vehemencia. Entonces Herodes con sus soldados le menospreció y escarneció, vistiéndole de una ropa espléndida; y volvió a enviarle a Pilato. Y se hicieron amigos Pilato y Herodes aquel día; porque antes estaban enemistados entre sí” (Mateo 27:12-14; Lucas 23:5-12). Explica un comentarista: “Pilato le hizo un cumplido a Herodes al enviar a Jesús, y Herodes pensó que ahora vería un milagro. Sin embargo, Jesús no le habló. ¿Qué le podía decir a este hombre frívolo que sólo quería entretenerse? Jesús jamás rehusó contestar cuando era una pregunta sincera, pero Herodes no las hizo así. Fue el único que jamás le habló. Herodes pronto perdió interés y se dedicó a ridiculizar a Jesús hasta que lo devolvió a Pilato. Cuatro veces intentó Pilato dejar libre a Jesús. Primero al devolver el caso a las autoridades judías, luego, al enviarlo a Herodes, y una vez devuelto, procuró que fuera al que libraran durante la Pascua. Finalmente ofreció azotar a Jesús y soltarlo, pero por fin cedió por temor al pueblo y tomó esa decisión trascendental” (Evangelio de Lucas, p. 322).

Dice la Biblia: “Entonces Pilato, convocando a los principales sacerdotes, a los gobernantes, y al pueblo, les dijo: Me habéis presentado a éste como un hombre que perturba al pueblo; pero habiéndole interrogado yo delante de vosotros, no he hallado en este hombre delito alguno de aquellos de que le acusáis. Y ni aun Herodes, porque os remití a él; y he aquí, nada digno de muerte ha hecho este hombre. Le soltaré, pues, después de castigarle. Y tenía necesidad de soltarles uno en cada fiesta. Más toda la multitud dio voces a una, diciendo: ¡Fuera con éste, y suéltanos a Barrabás! Este había sido echado en la cárcel por sedición en la ciudad, y por un homicidio… Les habló otra vez Pilato, queriendo soltar a Jesús; pero ellos volvieron a dar voces, diciendo: ¡Crucifícale, crucifícale! Él les dijo por tercera vez: ¿Pues qué mal ha hecho éste? Ningún delito digno de muerte he hallado en él; le castigaré, pues, y le soltaré… y le azotó”.

El látigo romano muchas veces llevaba pedazos de plomo y hueso para hacer más daño al cuerpo

Barclay comenta lo que significaba ser azotado por los romanos: “La flagelación romana era una tortura terrible. La víctima era desvestida y sus manos atadas atrás. Luego era amarrado a un poste con su espalda doblada para hacer los azotes más fáciles. El látigo era de cuero con pedazos afilados de hueso o de plomo. Estos azotes siempre se realizaban antes de ser crucificado, y reducía la espalda a tiras de carne viva con llagas inflamadas y sangrientas. Muchas veces los hombres morían o perdían el juicio bajo ese castigo y pocos permanecían conscientes hasta el final”.

Luego de este horrendo castigo, “los soldados entretejieron una corona de espinas, y la pusieron sobre su cabeza, y le vistieron con un manto de púrpura; y le decían: ¡Salve, Rey de los judíos! Y le daban de bofetadas. Entonces Pilato salió otra vez, y les dijo: Mirad, os lo traigo fuera, para que entendáis que ningún delito hallo en él. Y salió Jesús, llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre! Cuando le vieron los principales sacerdotes y los alguaciles, dieron voces diciendo: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale! Pilato les dijo: Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo delito en él. Los judíos le respondieron: Nosotros tenemos una ley, y según nuestra ley debe morir, porque se hizo a sí mismo Hijo de Dios. Cuando Pilato oyó decir esto, tuvo más miedo. Y entró otra vez en el pretorio, y dijo a Jesús: ¿De dónde eres tú? Mas Jesús no le dio respuesta. Entonces le dijo Pilato: ¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte? Respondió Jesús: Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene. Desde entonces procuraba Pilato soltarle; pero los judíos daban voces, diciendo: Si a éste sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone. Entonces Pilato, oyendo esto, llevó fuera a Jesús, y se sentó en el tribunal en el lugar llamado el Enlosado, y en hebreo Gabata. Era la preparación de la pascua, y como la hora sexta. Entonces dijo a los judíos: ¡He aquí vuestro Rey! Pero ellos gritaron: ¡Fuera, fuera, crucifícale! Pilato les dijo: ¿A vuestro Rey he de crucificar? Respondieron los principales sacerdotes: No tenemos más rey que César… Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros. Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos. Entonces les soltó a Barrabás; y habiendo azotado a Jesús, le entregó para ser crucificado” (Juan 19:2-14; Mateo 27:24-26). Así terminó el juicio más injusto, pero más importante en la historia.

De la Fortaleza Antonia, llevan a Jesús, junto con los dos ladrones, por el centro de la ciudad hasta el monte llamado Gólgota. “Y llevándole, tomaron a cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevase tras Jesús” (Lucas 23:26-27). Barclay explica: “Cuando un criminal era condenado, era rodeado por cuatro soldados romanos y debía cargar el travesaño, pues el poste mismo ya estaba erguido en el lugar y se usaba muchas veces. El cargo por el cual era sentenciado se escribía en un madero y lo colgaban alrededor de su cuello o llevado por el oficial a cargo de la crucifixión. Era llevado por la ruta más larga posible para que la gran mayoría pudiera verlo y temer. Los soldados sabían que todo lo que tenían que hacer para que alguien lo ayudara cargar el travesaño era tocarle en el hombro con la parte plana de la lanza, y el hombre tenía que cumplir sin quejarse con cualquier tarea que le era impuesta. Marcos menciona que Simón era “padre de Alejandro y de Rufo”, aparentemente porque lo hijos de Simón se convirtieron y eran conocidos en la iglesia”. 

Continúa el relato: “Y le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres que lloraban y hacían lamentación por él. Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces comenzarán a decir: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos. Porque si en el árbol verde hacen estas cosas, ¿en el seco, qué no se hará?” (Lucas 23:27-31). Jesús se refería a la destrucción de Jerusalén por los romanos unas décadas después. En realidad, las mujeres se escondieron en las alcantarillas de la ciudad y muchos murieron de hambre. Hasta hubo madres que se comieron a sus propios bebés. Cristo sabía todo esto.

“Llevaban también con él a otros dos, que eran malhechores, para ser muertos. Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera [Gólgota], le crucificaron allí, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda” (Lucas 23:32-33).

Respecto a la crucifixión, es importante entender varios puntos, pues hay muchos malentendidos.

Generalmente, se atribuye la idea de la crucifixión a los asirios que empalaban en una estaca a sus enemigos. Luego los persas y los griegos adoptaron la técnica, pero añadiendo un travesaño arriba. Alejandro Magno era partidario de ello, y una vez crucificó a 2000 soldados al conquistar Tiro. La forma común de crucificar era en una forma de “T”, como vemos abajo.

Ilustración anatómica de una crucifixión

La crucifixión, práctica común en tiempos de Jesús, era la pena que se imponía por robo, agitación y sedición. Se reservaba a los esclavos y extranjeros. Se clavaba a la víctima a una cruz en forma de T por las muñecas y los tobillos, pues las manos y los pies no hubieran soportado el peso del cuerpo. Cuerdas atadas por debajo de los brazos y una fuerte estaca entre las piernas completaban la sujeción. La muerte sobrevenía lentamente, por lo general por fallo cardiaco o asfixia, y por la pérdida de sangre. Aunque existen muchos testimonios escritos relativos a la crucifixión, la única prueba tangible existente es el hueso del tobillo (en la foto abajo) que fue hallado con el claro incrustado. La víctima fue crucificada en el siglo I.

Ejemplo del daño causado por una crucifixión

Respecto al término cruz, W. E. Vine menciona en su Diccionario Expositor de Palabras del Nuevo Testamento: “Cruz: en griego, stauros, que significa principalmente una estaca vertical o un poste, y debe ser diferenciado de la forma usada en las iglesias por dos maderos en cruz. Esta cruz tuvo su origen en la antigua Babilonia, al simbolizar el dios Tammuz (en la forma mística del Tau, la inicial de su nombre) en esa nación y en tierras adyacentes, incluso en Egipto. A mediados del siglo cuarto, con el fin de aumentar el prestigio del sistema cristiano apóstata, la iglesia romana cambió ciertas doctrinas de la fe para que los paganos pudieran ser recibidos sin ser regenerados por la fe, y se les permitió quedarse con sus símbolos y señales paganas. Por eso el Tau o la T, en su forma más frecuente, con el travesaño bajado un poco, fue adoptado para representar la cruz de Cristo. En cuanto a la letra X, o Chi, que Constantino declaró haber visto en una visión, esa letra era la inicial de “Cristo” y no tuvo nada que ver con “la cruz” (p. 257).

Ralph Woodrow comenta: “Ya que Cristo murió en la cruz, dirá alguien, ¿no la convierte este hecho en un símbolo cristiano? ¡No! El hecho de que Jesús haya muerto crucificado indica que su uso como medio de castigo y muerte ya estaba establecido dentro del paganismo. No era un símbolo cristiano cuando Jesús fue colgado de ella, ¡y nunca ha sucedido nada que la convierta en un símbolo cristiano hoy en día! Como alguien preguntó: Supongamos que Jesús hubiera muerto ahorcado. ¿Sería este un motivo para que todos anduvieran con una soga alrededor del cuello para mostrar que es un símbolo cristiano? ¡No! ¡No se trata de cómo murió nuestro Señor, sino de lo que ‘su muerte cumplió’! Al propagarse el símbolo de la cruz, éste tomó diferentes formas en los distintos países hasta que se multiplicaron las formas de la cruz pagana, y hoy día no adoran solamente un tipo de cruz, sino numerosas formas, como vemos en la imagen de portada.

Sigue Woodrow: “No fue sino hasta que el cristianismo comenzó a mezclarse con el paganismo, que la cruz comenzó a reconocerse como un símbolo cristiano. Fue en el año 431 d.C. que se introdujo el uso de cruces en iglesias y recámaras; mientras que el uso de las cruces en las cúpulas no llegó sino hasta el año 586 d.C. En el siglo XI la imagen del crucifijo fue introducida y su culto fue aceptado por la Iglesia de Roma… El uso de la cruz, por lo tanto, no fue una doctrina de la Iglesia Primitiva. No fue parte de ‘la fe que fue una vez dada a los santos’ (Judas 3). No es la forma de la cruz lo que es importante, sino aquél que fue clavado en ella lo que es importante” (Babilonia, Misterio Religioso, p. 83-86). Usar la cruz va contra el 2do mandamiento, y no se debe usar ningún objeto religioso para adorar a Dios.

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

 

El segundo mandamiento

¿Cómo es Dios?
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Los ídolos son representaciones de dioses falsos e inexistentes, pero ¿acaso podemos hacer uso de pinturas u otros tipos de imágenes para representar al Dios verdadero?

“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy el Eterno tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Éxodo 20:4-6)

El segundo mandamiento va al meollo de nuestra relación con el gran Creador. Tiene que ver con varias cuestiones críticas: ¿Cómo conceptuamos a Dios? ¿Cómo nos lo explicamos o se lo explicamos a otros? Los ídolos son representaciones de dioses falsos e inexistentes, pero ¿acaso podemos hacer uso de pinturas u otros tipos de imágenes para representar al Dios verdadero? Pero sobre todo, ¿cuál es la forma correcta de adorar al único Dios verdadero?

Al examinar el primer mandamiento aprendimos que no debemos permitir que nada de la creación, incluso un ser humano, llegue a ser más importante para nosotros que nuestro Creador. El segundo mandamiento explica que en nuestra adoración no debemos reducir a Dios a la semejanza de un objeto físico. Esto, definitivamente, es algo que Dios no acepta.

El segundo mandamiento prohíbe explícitamente el uso de cualquier tipo de símbolos o formas inanimadas en la adoración al Dios vivo: “. . . ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra” (Éxodo 20:4). Pero de hecho Dios creó una imagen de sí mismo aquí en la tierra: el ser humano. En Génesis 1:27 se nos dice enfáticamente: “Creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”.

Los seres humanos —descendientes de Adán y Eva— son imágenes vivientes del Dios vivo. De todo lo que Dios creó, sólo nosotros fuimos hechos a su semejanza: “El día en que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo. Varón y hembra los creó; y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adán [ser humano o humanidad], el día en que fueron creados” (Génesis 5:1-2).

Nuestro Creador es un Dios vivo, no una estatua, figura o pintura inanimada. Cualquier forma en que se le quiera representar desvirtúa, enturbia y limita nuestra percepción de lo que realmente es, dañando así nuestra relación con él.

De todas las cosas creadas en los cielos y en la tierra, sólo los seres humanos reflejan de manera razonablemente realista una imagen del Dios viviente. De igual manera Jesucristo, como humano, reflejó la imagen de su Padre. Dios no sólo hizo a los seres humanos a su imagen, sino que nos creó para que lleguemos a ser aún más como él. Esa es la razón de nuestra existencia: desarrollar en nosotros su mismo carácter santo y justo. Por eso es tan importante que entendamos claramente el propósito del segundo mandamiento.

Sólo Dios puede revelar cómo es él

En cierto sentido, lo que Dios le dice a la humanidad en el segundo mandamiento es: “No traten de decirme cómo soy yo. ¡Yo les diré cómo soy! Es muy importante que se den plena cuenta de que no aceptaré representación alguna de mí”.

Nosotros necesitamos tener un entendimiento práctico de cómo somos semejantes a Dios en nuestra condición actual. También necesitamos saber cómo es que fuimos destinados para llegar a parecernos aún más a él.

Dios nos dotó de la capacidad de crear y dirigir; estas cualidades son comparables a las suyas, aunque obviamente en un grado ínfimo. De toda la creación física, sólo nosotros poseemos verdadero poder mental. Podemos razonar, analizar, planear y visualizar el futuro. Diseñamos y construimos; creamos literatura, arte y música. Podemos organizar, administrar y supervisar cosas, animales y gente. De manera muy, muy limitada, en muchas cosas nos asemejamos a Dios.

Mas en otros aspectos estamos muy lejos de ser como él. Nuestro carácter es débil y corrupto, y nuestras relaciones interpersonales dejan mucho que desear. Nuestro entendimiento espiritual es limitado, y muchas veces equivocado o tergiversado. Nuestras ideas frecuentemente resultan inexactas y nuestros juicios son parciales. Abrigamos prejuicios y estamos prontos a meternos en pugnas o luchas. En todos estos aspectos espirituales estamos muy lejos de ser semejantes a Dios. Si bien es cierto que Dios nos ha dado, en forma limitada, habilidades y características parecidas a las suyas, es mucho lo que debemos aprender y corregir para poder llegar a ser más como él en nuestro carácter y nuestra naturaleza.

El ejemplo perfecto

Con todo, Dios no nos ha dejado sin un modelo perfecto de su carácter. Jesucristo, como humano, tan perfectamente representó cómo es Dios que pudo decirles a sus discípulos: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).

El apóstol Pablo describió a Jesucristo como “la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación” (Colosenses 1:15). Un poco más adelante, describió a los cristianos como aquellos que se han “despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Colosenses 3:9-10).

Dios se propone cambiar la naturaleza espiritual del hombre. Así como Cristo es “la imagen del Dios invisible”, así quiere el Padre inculcar en nosotros su propio carácter. Se acerca el tiempo cuando Dios transformará de una existencia física a una existencia espiritual a quienes en su corazón y mente hayan llegado a ser como él.

El apóstol Pablo explicó a los cristianos en Corinto cómo esto habrá de realizarse: “Esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción. He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad” (1 Corintios 15:50-53).

Esta es la última etapa del proceso de transformación por medio del cual Dios está creando hijos conforme a su propia imagen espiritual. El apóstol Juan se refirió a esta misma transformación: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2).

Nuestro asombroso potencial es llegar a ser como Dios, siempre y cuando sometamos nuestras vidas en obediencia a sus mandamientos (Mateo 19:17). (Si desea más información sobre este tema, no deje de solicitarnos dos folletos gratuitos: Nuestro asombroso potencial humano y El camino hacia la vida eterna.)

Dios nos hace responsables

Esto nos trae a la última parte del segundo mandamiento: “. . . porque yo soy el Eterno tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Éxodo 20:5-6).

El Eterno Dios nos hace responsables por nuestras palabras y hechos. A los que no conocen el propósito del plan divino para el hombre, inclinarse ante un ídolo para rendirle homenaje a Dios puede parecerles un acto de gran devoción. Pero Dios espera que quienes entienden y lo adoran en verdad le demuestren su amor obedeciendo sus mandamientos de corazón, no cumpliendo ritos inútiles frente a determinado objeto.

Jesús dejó esto bien claro cuando dijo: “Dios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Juan 4:24). En nuestra adoración a Dios no debemos utilizar imágenes ni ritos sin sentido. Jesús explicó que “los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (v. 23).

El conocimiento y entendimiento de la verdad de Dios son indispensables para que se vaya formando el carácter santo, justo y perfecto que él quiere crear en nosotros (2 Pedro 3:18).

En Proverbios 2:1-5 leemos: “Hijo mío, si recibieres mis palabras, y mis mandamientos guardares dentro de ti, haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; si inclinares tu corazón a la prudencia, si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros, entonces entenderás el temor del Eterno, y hallarás el conocimiento de Dios”.

Una vez que empezamos a entender la revelación de Dios, él nos hace responsables por lo que sabemos. Debemos aplicar en nuestra vida ese conocimiento. Los verdaderos adoradores de Dios son los que hacen lo que aprenden que deben hacer (Romanos 2:13; Santiago 1:22-25). En 1 Juan 2:4, el apóstol declaró sin ambages: “El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él”.

Cuando obedecemos a Dios estamos imitando su forma de pensar y de actuar (Efesios 5:1), y esto es en sí un acto de adoración. Lo honramos y magnificamos por la forma en que vivimos. Cuando adoramos a Dios en espíritu y en verdad, permitimos que él vaya formando en nosotros su propio carácter santo y justo.

Los resultados insidiosos de la idolatría

La imagen física de una deidad, ya sea un grabado, una pintura, una fotografía, una escultura, etc., no tiene vida ni poder. Aun en el caso de que supiéramos con exactitud cómo es Dios —y nadie lo sabe— sería imposible hacer una imagen que pudiera representar los muchos aspectos del carácter de Dios que nos son revelados por medio de su Palabra escrita. En ocasiones Dios obra con ternura y misericordia, y en otras con gran ira y poder, pero siempre en amor y para el beneficio espiritual de sus hijos e hijas. Él no quiere que consideremos un rasgo de su carácter o personalidad sin tener en cuenta sus muchas otras facetas. Quiere que leamos acerca de él, que aprendamos cómo es y que lo imitemos fielmente.

Dios explica por qué no quiere que se usen imágenes en su adoración: “Guardad, pues, mucho vuestras almas; pues ninguna figura visteis el día que el Eterno habló con vosotros de en medio del fuego; para que no os corrompáis y hagáis para vosotros escultura, imagen de figura alguna, efigie de varón o hembra, figura de animal alguno que está en la tierra, figura de ave alguna alada que vuele por el aire, figura de ningún animal que se arrastre sobre la tierra, figura de pez alguno que haya en el agua debajo de la tierra. No sea que alces tus ojos al cielo, y viendo el sol, y la luna y las estrellas, y todo el ejército del cielo, seas impulsado, y te inclines a ellos y les sirvas; porque el Eterno tu Dios los ha concedido a todos los pueblos debajo de todos los cielos. Pero a vosotros el Eterno os tomó, y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto, para que seáis el pueblo de su heredad como en este día” (Deuteronomio 4:15-20).

Dios quería que los israelitas recordaran que ellos debían adorar al Dios vivo, no a imagen o ídolo alguno, y que siempre dirigieran su adoración hacia el Creador y nunca hacia objetos dentro de su creación. Les mandó: “Guardaos, no os olvidéis del pacto del Eterno vuestro Dios, que él estableció con vosotros, y no os hagáis escultura o imagen de ninguna cosa que el Eterno tu Dios te ha prohibido” (v. 23). Como leemos en Levítico 26:1 y Números 33:52, las representaciones de dioses —ya sean grabados, pinturas, objetos de cerámica o metal u otros artículos cuyo propósito es la adoración— están incluidas entre los objetos prohibidos de idolatría.

Idolatría e inmoralidad

Las religiones idólatras del mundo antiguo estaban ligadas de manera intrincada con la fertilidad de los animales, la tierra y las plantas. Al asociar la fertilidad humana con los fenómenos naturales que sus ídolos representaban —el sol, la lluvia, la tierra— practicaron ritos de fertilidad en los que había orgías sexuales y prostitución en sus templos. La adoración en tales sitios vino a ser el foco de su inmoralidad. Admitían adolescentes para hacerlas servir en los templos como prostitutas. Se esperaba que los hombres acudieran a los lupanares de los templos para adorar a sus dioses locales. De esta manera la inmoralidad y la degeneración, disfrazadas con vestiduras religiosas, se consideraban virtudes.

Esta es la razón por la que con frecuencia la idolatría y la inmoralidad se mencionan juntas en la Biblia. El apóstol Pablo escribió acerca de este problema: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría” (Colosenses 3:5).

El apóstol Pedro nombró otras prácticas corruptas junto con la idolatría: “Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, embriagueces, orgías, disipación y abominables idolatrías. A éstos les parece cosa extraña que vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan” (1 Pedro 4:3-4).

El poder que se encuentra detrás de todo esto

La idolatría se condena tajantemente, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo. Pablo encomió a los cristianos que se habían convertido “de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero” (1 Tesalonicenses 1:9), y a otros les recomendó: “Amados míos, huid de la idolatría” (1 Corintios 10:14).

Mucho más importante aún, él mismo explicó por qué es tan malo adorar a las representaciones de dioses: “¿Qué digo, pues? ¿Que el ídolo es algo, o que sea algo lo que se sacrifica a los ídolos? Antes digo que lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios” (vv. 19-20).

Detrás de este asunto de los ídolos y todas las demás manifestaciones de idolatría se encuentra Satanás mismo: “Si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo [mundo] cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Corintios 4:3-4).

Satanás influye en la gente para que en sus mentes visualicen como una imagen inanimada —muerta— al propio Hijo de Dios. El propósito de Satanás es desviarlos para que no conozcan ni sirvan al verdadero Jesucristo de la Biblia, quien es la imagen viva, vibrante y perfecta del Dios vivo. Al cegar a la mayor parte de la humanidad (Apocalipsis 12:9) para que no vea la importancia que tienen los mandamientos de Dios, Satanás ha tenido éxito en desviar a millones de personas que profesan adorar a Cristo, para que adoren a ídolos o imágenes, todo lo contrario de las claras instrucciones de Dios en el segundo mandamiento.

Debemos recordar por qué fuimos creados

El segundo mandamiento es un recordatorio constante de que, de toda la creación, sólo el hombre fue hecho a imagen de Dios y conforme a su semejanza. Únicamente nosotros podemos ser transformados en la imagen espiritual de Cristo quien, por cierto, vino en la carne como la imagen espiritual perfecta de nuestro Padre celestial. Este mandamiento protege la relación especial que tenemos con nuestro Creador, quien nos hizo a su imagen y continúa modelándonos a fin de que, algún día, cada uno de nosotros llegue a ser una imagen espiritual de él.

El segundo mandamiento nos recuerda que Dios es mucho más grande que cualquier cosa que nosotros podamos ver o imaginar. No debemos permitir nunca que ese conocimiento sea desvirtuado o borrado por hacer uso de imágenes o símbolos en nuestra adoración a Dios.

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

 

¿Son venerables las reliquias y los santos?

¿De dónde proceden las reliquias y los santos? ¿Deberían adorarlos los cristianos?
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Toda forma de idolatría busca minimizar a Dios a fin de hacerlo manejable para usarlo según la imaginación del ser humano. Sin embargo, Dios no puede ser reducido para que nos sirva. Tampoco podemos hacerlo encajar en nuestros propios designios.

En todo el mundo, las personas realizan largos peregrinajes para ver reliquias que, supuestamente, tienen un sustento espiritual en sus religiones. Estas prácticas anteceden el cristianismo.

El sitio web www.catholic.org explica lo siguiente al respecto: “La palabra ‘reliquia’ se refiere a cierto objeto —especialmente alguna parte del cuerpo o prendas de vestir—, que constituye un memorial de un santo fallecido. La veneración de estos objetos es, en cierto sentido, un impulso primitivo que se asocia con otros sistemas religiosos aparte del cristianismo”.

La iglesia católica es centinela de sus reliquias. Entre ellas se encuentran una amplia variedad de artículos que pertenecieron a un supuesto “santo”, tales como una cabeza, una lengua, un dedo, un vestido, fragmentos de madera y muchas cosas más. Según las Escrituras, no importa si se ha comprobado la autenticidad de estos objetos o no.

Según la Biblia:

1.    Dios no nos instruyó a utilizar reliquias en nuestra adoración.

El tercer mandamiento es claro. “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás” (Éxodo 20:4-5).

El profeta Isaías habló de la insensatez de la idolatría: “Los formadores de imágenes de talla, todos ellos son vanidad, y lo más precioso de ellos para nada es útil; y ellos mismos son testigos para su confusión, de que los ídolos no ven ni entienden. ¿Quién formó un dios, o quién fundió una imagen que para nada es de provecho?” (Isaías 44:9-10). “Corta cedros, y toma ciprés y encina, que crecen entre los árboles del bosque; planta pino, que se críe con la lluvia. De él se sirve luego el hombre para quemar, y toma de ellos para calentarse; enciende también el horno, y cuece panes; hace además un dios, y lo adora; fabrica un ídolo, y se arrodilla delante de él” (Isaías 44:14-15).

2.    Los santos no interceden ante Dios

En Hechos 17:16-34 encontramos que el apóstol Pablo condena la idea de elevar una oración a otro que no sea Dios. En la ciudad de Atenas Pablo se topó con muchos de los supuestos dioses a quienes se les podía orar, según la necesidad. Había altares a Zeus, el dios supremo, y de su hija Atenea, la diosa de la sabiduría. Junto con ellos estaban los dioses de la cosecha abundante, Deméter, y Afrodita, la diosa del amor y la belleza.

Pablo respondió a la búsqueda de Dios de los atenienses con un mensaje muy contundente: las oraciones a aquellos que no son dioses son inútiles.

Si Pablo estuviera vivo hoy, no aprobaría la práctica de muchos que oran a santos fallecidos, como por ejemplo, rogarle a San Antonio para encontrar objetos perdidos, o San Judas si experimentamos dificultades económicas. Los anteriores son apenas algunos ejemplos de una adoración equivocada a seres creados que viola las instrucciones y los mandamientos de Dios.

Aquel día, en Atenas, Pablo empezó a predicar la verdad sobre “la resurrección de los muertos”. Algunos se burlaban, pero hubo otros que estuvieron dispuestos a oír esta verdad (Hechos 17:32)

Lo cierto es que todos los seres humanos que han muerto no recobrarán la consciencia hasta que sean resucitados, cuando Jesucristo regrese a la tierra. El patriarca Job escribió: “Mas el hombre morirá, y será cortado; perecerá el hombre, ¿y dónde estará él? Como las aguas se van del mar, y el río se agota y se seca, así el hombre yace y no vuelve a levantarse; hasta que no haya cielo, no despertarán, ni se levantarán de su sueño” (Job 14:10-12).

Para aprender más sobre las resurrecciones, lea nuestra guía de estudio titulada: “¿Qué sucede después de la muerte?

3.    No debemos modificar la instrucción bíblica de adorar a nadie más que a Dios

Las palabras del profeta Isaías debieron retumbar en los oídos de Pablo: “El Eterno; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas” (Isaías 42:8).

Pablo sabía que Dios le ordenó a su pueblo deshacerse de todos los ídolos y servir al único Dios viviente. Sabía que los profetas dejaron muy claro que no se conocía ni honraba a Dios fabricando ídolos; de hecho, es una abominación.

Si usted es un creyente, pídale a Dios que le abra los ojos para que vea si hay ídolos presentes en su vida. Puede estudiar en mayor profundidad esta verdad bíblica por medio de nuestro video titulado: “Preguntas difíciles. ¿Son los cristianos culpables de idolatría?”. En él, Gary Petty pregunta, “¿podría estar usted practicando la idolatría sin saberlo?”


La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

 

Trasfondo Histórico de los Evangelios

Lección 40: Mateo 27
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Flagelación y crucifixión de Jesús.

Cuando Poncio Pilato vio a la multitud enfurecida y acicateada por los líderes religiosos, cedió y condenó a Jesús a morir crucificado. Pero la Biblia no deja a Pilato libre de culpa solo porque se lavó simbólicamente las manos. En Hechos 4 vemos que todos los que estuvieron presentes y consintieron en la muerte de Jesús son considerados responsables de lo que hicieron. En su oración a Dios, los apóstoles dijeron: “Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que se hiciera” (vv. 27-28, énfasis nuestro en todo este artículo).

Así que se llevaron a Jesús, primero para azotarlo y luego para crucificarlo. Barclay dice sobre la crucifixión romana: “Eso era una terrible tortura . . . Desnudaban a la víctima; le ataban las manos a la espalda, y le ataban a una columna con la espalda doblada y convenientemente expuesta al látigo. El látigo era una tira larga de cuero en la que se habían incrustado . . . huesos agudos y piezas de plomo. Tal tortura solía preceder a la crucifixión, y ‘reducía el cuerpo desnudo del reo a tiras de carne cruda, y a sangrantes y ardientes verdugones’. Muchos morían en la tortura, mientras que otros perdían la razón, y eran pocos los que se mantenían conscientes hasta el fin” (notas sobre Mateo 27:26).

Después de esta terrible flagelación, los soldados humillaron aún más a Cristo: “Y los soldados tejieron una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza, y lo vistieron con un manto de púrpura; y le decían: ‘¡Salve, Rey de los judíos!’, y le daban de bofetadas.Pilato salió otra vez, y les dijo: ‘Miren, lo he traído aquí afuera, ante ustedes, para que entiendan que no hallo en él ningún delito’.Jesús salió, portando la corona de espinas y el manto de púrpura. Y Pilato les dijo: ‘¡Aquí está el hombre!’Cuando los principales sacerdotes y los alguaciles lo vieron, a gritos dijeron: ‘¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!’ Pero Pilato les dijo: ‘Pues llévenselo, y crucifíquenlo ustedes; porque yo no hallo en él ningún delito’.Los judíos le respondieron: ‘Nosotros tenemos una ley y, según nuestra ley, este debe morir porque a sí mismo se hizo Hijo de Dios’.Cuando Pilato oyó decir esto, tuvo más miedo. Y entró otra vez en el pretorio, y le dijo a Jesús: ‘¿De dónde eres tú?’ Pero Jesús no le respondió. Entonces le dijo Pilato: ‘¿A mí no me respondes? ¿Acaso no sabes que tengo autoridad para dejarte en libertad, y que también tengo autoridad para crucificarte?’ Jesús le respondió: ‘No tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no te fuera dada de arriba. Por eso, mayor pecado ha cometido el que me ha entregado a ti’. A partir de entonces Pilato procuraba ponerlo en libertad; pero los judíos gritaban y decían: ‘Si dejas libre a este, no eres amigo del César. Todo el que a sí mismo se hace rey, se opone al César’.Al oír esto, Pilato llevó a Jesús afuera y se sentó en el tribunal, en el lugar conocido como ‘el Enlosado’, que en hebreo es ‘Gabata’. Eran casi las doce del día de la preparación de la pascua. Allí les dijo a los judíos: ‘¡Aquí está el Rey de ustedes!’ Pero ellos gritaron: ‘¡Fuera, fuera! ¡Crucifícalo!’ Pilato les dijo: ‘¿Y he de crucificar al Rey de ustedes?’ Pero los principales sacerdotes respondieron: ‘No tenemos más rey que el César’.Entonces Pilato se lo entregó a ellos, para que lo crucificaran. Y ellos tomaron a Jesús y se lo llevaron” (Juan 19:2-16, Reina-Valera Contemporánea). ¡Así termina el juicio más injusto y trascendental de la historia!

Ahora bien, el “día de la preparación de la pascua” (en griego, paraskeue tou pascha) amerita cierta explicación. Como señala The Believer’s Bible Commentary (Comentario bíblico del creyente): “En realidad, la fiesta de la Pascua se había celebrado la noche anterior. El día de la preparación de la Pascua se refiere a la preparación de la fiesta que le seguía” (notas sobre Juan 19:1). Juan dice un poco más adelante, en el versículo 31: “Era el día de la preparación para la Pascua. Los judíos no querían que los cuerpos permanecieran en la cruz en sábado, por ser este un día muy solemne” (Nueva Versión Internacional). El “día solemne” en este caso se refiere claramente al primer día de los Panes sin Levadura.

La ruta que siguió Jesús probablemente se inició en la Fortaleza Antonia y pasó por el centro de la ciudad hasta sus afueras. Una vez ahí, él y dos ladrones llevaron sus estacas a un lugar llamado Gólgota. Lucas añade algunos detalles al relato: “Y llevándole, tomaron a cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevase tras Jesús” (Lucas 23:26).

Barclay explica: “Siempre que se condenaba a un criminal a la cruz, se le sacaba de la sala del juicio entre cuatro soldados romanos. Luego le ponían el travesaño de la cruz en los hombros, y le conducían al lugar de la ejecución por el camino más largo posible, con otro soldado por delante que llevaba un cartel donde se había escrito el delito, para que escarmentaran los que pudieran pensar en hacer algo parecido. Eso es lo que hicieron con Jesús. Al principio, Jesús iba llevando la cruz (Juan 19:17); pero se ve que, con lo que había sufrido, le faltaron las fuerzas y no podía seguir adelante.

“Palestina era un país ocupado, y los soldados romanos podían requisar a cualquier ciudadano para cualquier servicio. Bastaba un golpecito [en el hombro] con lo plano de la espada. Cuando Jesús se hundió bajo el peso de la cruz, el centurión romano a cargo miró a su alrededor, y se fijó en Simón, natural de Cirene, la actual Trípoli [Libia], que parecía suficientemente robusto. Probablemente era un judío que se había pasado toda la vida ahorrando para poder comer algún día la Pascua en Jerusalén; pero también es posible que fuera un residente al que llamaban por su lugar de origen como era frecuente entre los judíos. El golpecito con lo plano de la espada fue la señal, y se encontró, quieras que no, cargando con la cruz de un criminal” (notas sobre Lucas 23:26).

El relato continúa: “Y le seguía gran multitud del pueblo, y de mujeres lloraban y hacían lamentación por él. Pero Jesús, vuelto hacia ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que nunca concibieron, y los pechos que no criaron. Entonces comenzarán a decir a los montes: Caed sobre nosotros; y a los collados: cubridnos. Porque si en el árbol verde [en tiempos de paz] hacen estas cosas, ¿en el seco [en tiempos de  guerra], qué no se hará?” (Lucas 23:27-31).

Jesús estaba profetizando sobre la próxima destrucción de Jerusalén que había mencionado a sus discípulos en Mateo 24. Josefo describe el terrible asedio que sufrió la ciudad entre los años 66 y 70 d. C., cuando el hambre era tan horrenda que las madres llegaron a comerse a sus propios hijos, y cuando la ciudad cayó, la gente se escondía en alcantarillas pútridas para evitar a los captores romanos. Jesús sabía todo esto de antemano.

En cuanto a la cruz, que se ha convertido en un símbolo religioso e incluso en un ídolo u objeto de adoración entre la mayor parte de la cristiandad, es preciso saber la verdad sobre ella.

En el Vine Diccionario de palabras del Nuevo Testamento, el autor nos ofrece esta reveladora historia sobre la palabra cruz: “Stauros [el término griego para cruz] denota, primariamente, un palo o estaca derecha. Se clavaba en ellas a los malhechores para ejecutarlos. Tanto el nombre como el verbo stauroo, fijar sobre un palo o estaca, debieran distinguirse originalmente de la forma eclesiástica de una cruz de dos brazos. La forma de esta última tuvo su origen en la antigua Caldea, y se utilizaba como símbolo del dios Tamuz (que tenía la forma de la mística Tau, la inicial de su nombre) en aquel país y en los países adyacentes, incluyendo Egipto. A mediados del siglo 3 d. C., las iglesias se habían apartado de ciertas doctrinas de la fe cristiana, o las habían pervertido. Con el fin de aumentar el prestigio del sistema eclesiástico apóstata, se recibió a los paganos en las iglesias aparte de la regeneración por la fe, y se les permitió mantener en gran parte sus signos y símbolos. De ahí que se adoptara la Tau o T, en su forma más frecuente, con la pieza transversal abajada, como representación de la cruz de Cristo.

“En cuanto a la Qui, o X, que Constantino declaró haber visto en una visión que le condujo a ser el valedor de la fe cristiana, aquella letra era la inicial de la palabra «Cristo», y no tenía nada que ver con «la cruz»

“Este método de ejecución pasó de los fenicios a los griegos y romanos. Stauros denota: (a) la cruz, o estaca misma (p. ej., Mt 27.32); (b) la crucifixión sufrida (p. ej, 1 Co 1.17,18, donde «la palabra de la cruz» significa el evangelio; Gl 5.11, donde la crucifixión se usa metafóricamente de la renuncia al mundo, lo que caracteriza a la verdadera vida cristiana; 6.12, 14; Ef 2.16; Flp 3.18)” (W. E. Vine, Editorial Caribe, 2000, p. 294).

Ralph Woodrow también tiene una interesante sección sobre la historia de la cruz: “Pero ya que Cristo murió en la cruz, se preguntan algunos, ¿no la convierte este hecho en un símbolo cristiano? ¡No! El hecho de que Jesús muriera crucificado indica que su uso [de la cruz o estaca] como medio de castigo y muerte ya estaba establecido dentro del paganismo. No era un símbolo cristiano cuando Jesús fue colgado en ella, ¡y nunca ha sucedido nada que la convierta en un símbolo cristiano hoy en día! Como alguien preguntó: Supongamos que Jesús hubiese muerto por el disparo de una escopeta, ¿sería este un motivo para que tal objeto se convirtiera en un símbolo cristiano? ¡No! ¡No se trata de cómo murió nuestro Señor, sino de lo que ‘su muerte cumplió’! ¡Eso es lo importante! . . . El catolicismo, adoptando la idea pagana del culto a la cruz, también aceptó varias formas de la cruz. De modo que hasta nuestros días, la Iglesia católica no adora solamente un tipo de cruz, sino numerosas formas . . .” (Babilonia, Misterio Religioso, 1976, p. 83).

Así pues, el uso de la cruz como símbolo religioso entra en la categoría de ídolo, e infringe el segundo mandamiento de Dios.

El relato continúa: “Y cuando llegaron a un lugar llamado Gólgota, que significa: Lugar de la Calavera, le dieron a beber vinagre mezclado con hiel [Marcos 15:23 dice mirra]; pero después de haberlo probado, no quiso beberlo” (Mateo 27:33-34).

Barclay relata: “El lugar de la crucifixión fue una colina llamada Gólgota, porque tenía la forma de una calavera. Cuando se llegaba al lugar de la ejecución, al criminal se le colgaba de la cruz. Se le clavaban las manos al travesaño [ahora las pruebas arqueológicas indican que esto se hacía atravesando las muñecas, para sostener el peso del cuerpo], pero lo corriente era que se le ataran los pies a la cruz. En ese momento, para matar un poco el dolor, se le daba al criminal un vino drogado, preparado por un grupo de mujeres ricas de Jerusalén como obra de misericordia. Un escritor judío escribe: «Cuando se saca a un hombre para matarle, le permiten beber un grano de incienso en una copa de vino para amortiguar sus sentidos . . . Mujeres ricas de Jerusalén solían aportar estas cosas y ofrecerlas». La copa drogada se le ofreció a Jesús, pero él no quiso beberla porque estaba decidido a aceptar la muerte en todo su horror y amargura, sin evitar ninguna partícula de dolor” (notas sobre Mateo 27:33-34).

Poncio Pilato aún tenía algo más que hacer antes de que Jesús fuera crucificado, y sin darse cuenta demostró que Jesús no era un impostor. Leemos en Juan 19:19-24: “Escribió también Pilato un título, que puso sobre la cruz, el cual decía: JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS. Y muchos de los judíos leyeron este título; porque el lugar donde Jesús fue crucificado estaba cerca de la ciudad, y el título estaba escrito en hebreo, en griego y en latín. Dijeron a Pilato los principales sacerdotes de los judíos: No escribas: Rey de los judíos; sino, que él dijo: Soy Rey de los judíos. Respondió Pilato: Lo que he escrito, he escrito. Cuando los soldados hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, e hicieron cuatro partes, una para cada soldado. Tomaron también su túnica, la cual era sin costura, de un solo tejido de arriba abajo. Entonces dijeron entre sí: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, a ver de quién será. Esto fue para que se cumpliese la Escritura, que dice: Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes. Y así lo hicieron los soldados”.

Todos los relatos de los Evangelios mencionan lo que decía el letrero que se colocó encima de la estaca, con leves variaciones porque estaba escrito en tres idiomas, pero básicamente dicen lo mismo.

El sufrimiento de Jesús no se debió solo al inmenso dolor, sino también a toda la humillación. Mateo escribe: “Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los ancianos, decían: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios. Lo mismo le injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él” (Mateo 27:39).

En el Salmo 22 se profetizó que estas cosas sucederían, y Jesús sufrió estoicamente todos los insultos. Como dice Mateo: “Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:45-46).

Barclay comenta: “Es extraña la manera en que el Salmo 22 fluye por toda la narración de la Crucifixión, y esta palabra es de hecho el primer versículo de ese Salmo. Más tarde dice: «Todos los que me buscan se burlan de mí; tuercen la boca y menean la cabeza, diciendo: ‘Él apeló al Señor, líbrele Él; sálvele, si es verdad que se deleita en Él’» (Salmos 22:7-8). Y todavía más adelante leemos: «Se repartieron entre ellos mis vestidos, se jugaron mi ropa a los dados» (Salmos 22:18), El Salmo 22 está entretejido en la misma historia de la Crucifixión” (notas sobre Mateo 27:45).

Mientras el corazón de Dios en el cielo se hacía trizas, todo se oscureció como sucede durante un eclipse de sol, que normalmente dura alrededor de una hora, pero este periodo de tinieblas duró unas tres horas (Mateo 27:45).  EC

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