Preguntas Bíblicas

¿Por qué los cristianos debemos celebrar la fiesta de Pentecostés?

-

Jesucristo eligió la Fiesta de las Semanas (Shavuot en Hebreo) o Pentecostés para comenzar su Iglesia. ¿Cuál es el significado de Pentecostés para los cristianos hoy en día?

La tercera de las Fiestas Anuales de Dios (después de la Fiesta de los Panes sin Levadura) es la Fiesta de las Semanas o Pentecostés (Como se lee en Levítico 23:16-21 y Hechos de los Apóstoles 2:1). Esta fiesta, también llamada la Fiesta de la Cosecha o Las Primicias (Vea Éxodo 23:16 y Éxodo 34:22), es también el día en que por primera vez Dios concedió su Espíritu a la Iglesia de Dios del Nuevo Testamento (Consulte Hechos 2).

Pentecostés describe a Dios como: Señor de su cosecha, el cual selecciona y prepara los primeros frutos (Primicias) de su Reino venidero, entregándoles su Espíritu Santo (como leemos en Mateo 9:38, Lucas 10:2, Romanos 8:23 y Santiago 1:18). La Fiesta anterior, la Fiesta de Panes sin Levadura, representa nuestro compromiso de salir de una vida de pecado y vivir nuestras vidas a través de las perfectas leyes de Dios. Pero no podemos hacer esto solos. La Fiesta Santa de Pentecostés refleja la voluntad de Dios de dar su Espíritu Santo para proveer de energía y poder espiritual a aquellos a quienes él ha llamado.

El Espíritu Santo de Dios nos entrega el poder con el amor de Dios, la motivación para obedecerle, así como una mente sana para discernir su verdad (Vea 2 Timoteo 1:7, Juan 15:26 y Juan 16:13). Sólo aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios son llamados a ser hijos de Dios (como leemos en Romanos 8:9 y 14). Estos cristianos tienen una promesa o “pago inicial” de la vida eterna (según se nos indica en 2 Corintios 5:5), y podrán disfrutar de la primera resurrección, que es la vida eterna en la familia de Dios.

A la Iglesia de Dios (que comenzó el día de Pentecostés), se le da la misión de predicar las buenas nuevas del Reino de Dios como preparación para el siguiente paso en el plan de Dios: el regreso de Jesucristo. Y esto es representado en la próxima fiesta, la Fiesta de las Trompetas.

Transcript

Jesucristo eligió la Fiesta de las Semanas (Shavuot en Hebreo) o Pentecostés para comenzar su Iglesia. Pero ¿Cuál es el significado de Pentecostés para los cristianos hoy en día?

La tercera de las Fiestas Anuales de Dios (después de la Fiesta de los Panes sin Levadura) es la Fiesta de las Semanas o Pentecostés (Como se lee en Levítico 23:16-21 y Hechos de los Apóstoles 2:1). Esta fiesta, también llamada la Fiesta de la Cosecha o Las Primicias (Vea Éxodo 23:16 y Éxodo 34:22), es también el día en que por primera vez Dios concedió su Espíritu a la Iglesia de Dios del Nuevo Testamento (Consulte Hechos 2).

Pentecostés describe a Dios como: Señor de su cosecha, el cual selecciona y prepara los primeros frutos (Primicias) de su Reino venidero, entregándoles su Espíritu Santo (como leemos en Mateo 9:38, Lucas 10:2, Romanos 8:23 y Santiago 1:18). La Fiesta anterior, la Fiesta de Panes sin Levadura, representa nuestro compromiso de salir de una vida de pecado y vivir nuestras vidas a través de las perfectas leyes de Dios. Pero no podemos hacer esto solos. La Fiesta Santa de Pentecostés refleja la voluntad de Dios de dar su Espíritu Santo para proveer de energía y poder espiritual a aquellos a quienes él ha llamado.

El Espíritu Santo de Dios nos entrega el poder con el amor de Dios, la motivación para obedecerle, así como una mente sana para discernir su verdad (Vea 2 Timoteo 1:7, Juan 15:26 y Juan 16:13). Sólo aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios son llamados a ser hijos de Dios (como leemos en Romanos 8:9 y 14). Estos cristianos tienen una promesa o “pago inicial” de la vida eterna (según se nos indica en 2 Corintios 5:5), y podrán disfrutar de la primera resurrección, que es la vida eterna en la familia de Dios.

A la Iglesia de Dios (que comenzó el día de Pentecostés), se le da la misión de predicar las buenas nuevas del Reino de Dios como preparación para el siguiente paso en el plan de Dios: el regreso de Jesucristo. Y esto es representado en la próxima fiesta, la Fiesta de las Trompetas.

Like what you see?

Create a free account to get more like this

USD
Formato: 9.99

Iglesia de Dios Unida

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

Related Media

El Día de Pentecostés

Las primicias de la siega de Dios
Studying the bible?

Sign up to add this to your study list.

Course Content

Esta fiesta tiene varios nombres, los cuales se derivan de su significado y del tiempo de su celebración.

Para revelar su plan de salvación a la humanidad, Dios estableció sus fiestas de tal manera que coincidieran con los diferentes tiempos de siega en la tierra de Israel (Levítico 23:9-16; Éxodo 23:14-16). Así como el pueblo recogía sus cosechas durante estas tres temporadas festivas, las fiestas bíblicas nos revelan cómo Dios está “segando” —llamando y preparando— gente para darle vida eterna en su reino.

El significado de las fiestas de Dios nos revela en forma progresiva cómo obra él con la humanidad. Primero, la Pascua simboliza el sacrificio de Cristo para el perdón de nuestros pecados. Luego, los Días de Panes sin Levadura nos enseñan que debemos rechazar y evitar el pecado, ya sea en hechos o en actitudes. La fiesta siguiente, Pentecostés, se basa en este importante fundamento.

Esta fiesta tiene varios nombres, los cuales se derivan de su significado y del tiempo de su celebración. Conocida también como “la fiesta de la siega” y “el día de las primicias” (Éxodo 23:16: Números 28:26), esta festividad corresponde a la cosecha de grano de la primavera, la cual constituía los primeros frutos del ciclo agrícola anual en la antigua nación de Israel (Éxodo 23:16).

También se le llama “la fiesta de las semanas” (Éxodo 34:22), cuyo nombre proviene de las siete semanas más un día (50 días) que se cuentan para determinar cuándo ha de celebrarse (Levítico 23:16). En el Nuevo Testamento, que fue escrito en griego, se le da el nombre de Pentecostés (Hechos 20:16), pentekostos en griego, “adjetivo que denota quincuagésimo [día]” (W.E. Vine, Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento, 3:156).

El nombre más generalizado para esta fiesta entre los judíos es la Fiesta de las Semanas (Shavuot en hebreo). Muchos judíos, al celebrar esta fiesta, recuerdan uno de los acontecimientos más grandes de la historia: cuando Dios codificó su ley en el monte Sinaí. Pero la Fiesta de Pentecostés también nos muestra —por medio del gran milagro que se realizó en el primer Pentecostés de la iglesia apostólica— cómo podemos obedecer a Dios según el espíritu y el propósito de sus leyes.

La dádiva del Pentecostés: el Espíritu Santo

Dios escogió el primer Pentecostés después de la resurrección de Jesús para derramar su Espíritu sobre 120 creyentes (Hechos 1:15). “Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas [idiomas], según el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2:1-4).

Estos hombres hablaban en otros idiomas frente a una multitud que había venido a Jerusalén de muchos lugares y que estaban sorprendidos de que les hablaran en sus lenguas nativas (vv. 6-11). Este extraordinario acontecimiento fue una muestra innegable de la presencia del Espíritu Santo.

Al principio, los que presenciaron este milagro estaban asombrados, aunque hubo algunos que pensaron que los que así hablaban estaban ebrios (vv. 12-13). Entonces el apóstol Pedro, lleno ahora del Espíritu Santo, hablando vigorosamente a la multitud les dijo que lo que estaban viendo era el cumplimiento de una profecía: “En los postreros días, dice Dios, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne” (v. 17; Joel 2:28).

Pedro les dijo cómo ellos también podían recibir el Espíritu Santo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hechos 2:38-39).

Por medio de este milagro y la predicación inspirada de Pedro, Dios agregó 3.000 personas a su iglesia en ese día. Todas ellas fueron bautizadas y recibieron el Espíritu Santo (vv. 40-41). Desde ese importantísimo acontecimiento, el Espíritu de Dios ha estado accesible a todos los que verdaderamente se arrepienten y son bautizados en forma apropiada. La Fiesta de Pentecostés es un recordatorio anual de que Dios derramó su Espíritu para establecer su iglesia, la cual es el conjunto de personas que son guiadas por ese Espíritu.

Por qué necesitamos el Espíritu Santo

Como humanos, seguimos cometiendo pecado, no importa cuánto nos esforcemos por no hacerlo (1 Reyes 8:46; Romanos 3:23). Conociendo esta innata debilidad humana, Dios dijo: “¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre!” (Deuteronomio 5:29).

Aquí Dios nos hace ver que el problema del hombre está en su corazón. El conocimiento teórico de la ley no nos da la capacidad para pensar como Dios. De hecho, sin el don especial del Espíritu Santo es absolutamente imposible que comprendamos las cosas espirituales (1 Corintios 2:11); tampoco podemos obedecer a Dios ni aprender a pensar como él piensa.

La forma de pensar de Dios produce paz, felicidad y sincera preocupación por el bienestar de otros. En cierta ocasión, Jesús citó el meollo de la ley de Dios: “El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos” (Marcos 12:29-31). Estas citas son de Deuteronomio 6:4-5 y Levítico 19:18. Con esto, Jesús confirmó que las Escrituras que nosotros conocemos como el Antiguo Testamento se basan en estos dos grandes principios del amor (Mateo 22:40).

El fundamento de la ley de Dios es elamor (Romanos 13:8-10; 1 Tesalonicenses 4:9). Dios nos ha dado sus mandamientos porque nos ama. El apóstol Juan, dirigiéndose a algunos de los que tenían el Espíritu Santo, escribió: “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:2-3).

Debido a que los miembros de la iglesia tenían el Espíritu de Dios, podían manifestar verdadero amor. “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:34-35). La dádiva del Espíritu Santo en la Fiesta de Pentecostés hizo posible que la iglesia pudiera cumplir plenamente los mandamientos divinos de amor.

Jesucristo: las primicias de la vida eterna

Las primicias son los primeros productos agrícolas que han madurado y están listos para ser cosechados. Dios se vale del ejemplo de la cosecha para hacer más claros algunos de los aspectos de su plan de salvación, y el tema de la Fiesta de Pentecostés es el de las primicias. El pueblo de Israel celebraba este día a fines de la primavera, al final de la temporada de las cosechas de trigo y cebada. Durante la Fiesta de los Panes sin Levadura se hacía una ofrenda especial del primer cereal que maduraba. Esta ofrenda, llamada la ofrenda mecida, marcaba el inicio de los 50 días que habrían de concluir al final de dicha temporada, cuando se celebraba la Fiesta de Pentecostés (Levítico 23:11). Tales cosechas eran las primicias del ciclo agrícola anual.

Una de las lecciones de la cosecha que encontramos en el Nuevo Testamento es esta: “Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho” (1 Corintios 15:20). El domingo después de su resurrección, el mismo día durante la Fiesta de los Panes sin Levadura en que se mecía ante Dios la primera gavilla de la cosecha, Cristo se presentó a sí mismo ante el Padre como un tipo, o ejemplo, de primicias. De hecho, la ofrenda mecida representaba a Jesucristo, quien fue “el primogénito de toda creación” y “el primogénito de entre los muertos” (Colosenses 1:15, 18).

El primer día de la semana (el domingo en la madrugada), cuando aún estaba oscuro y Jesús ya había resucitado (Juan 20:1), María Magdalena fue al sepulcro y vio que se había quitado la piedra que había sido puesta a la entrada. Corrió para avisarles a Pedro y a Juan que Jesús ya no estaba en la tumba. Los dos discípulos corrieron al sepulcro y pudieron comprobar que, efectivamente, ya no estaba allí (vv. 2-10). Después de que ellos se retiraron del sepulcro, María se quedó afuera llorando (v. 11). Jesús se acercó a ella, pero no le permitió que lo tocara porque “aún no [había] subido” a su Padre (v. 17).

En otro de los evangelios podemos ver que ese mismo día, más tarde, Jesús sí permitió que lo tocaran (Mateo 28:9). Sus propias palabras muestran que, entre la hora en que vio a María Magdalena la primera vez y la hora en que permitió que lo tocaran, él había ascendido al Padre, quien lo había aceptado.

Así que el rito de la ofrenda mecida que Dios le dio al antiguo Israel prefiguraba la aceptación de Jesucristo por su Padre como “las primicias de los que durmieron” (1 Corintios 15:20).

La iglesia como primicias

En Romanos 8:29 se nos dice que Jesucristo es “el primogénito de muchos hermanos”. Pero también a la iglesia se le considera como primicias. Al hablar del Padre, el apóstol Santiago dijo: “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (Santiago 1:18).

El Espíritu de Dios en nosotros nos identifica y nos santifica, es decir, nos aparta como cristianos. En su carta a los cristianos en Roma, el apóstol Pablo dijo: “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”, y: “Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Romanos 8:9, Romanos 8:14). Y se refirió a los cristianos como a los que tienen “las primicias del Espíritu” (v. 23).

El significado de referirse al pueblo de Dios como las primicias resulta claro cuando tenemos en cuenta lo que Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6). A lo largo de los siglos, ¿cuántos realmente se han arrepentido y vivido conforme a los principios que Jesús enseñó? Aun en la actualidad, mucha gente sencillamente no sabe mucho acerca de Cristo, si acaso han oído algo acerca de él. ¿Cómo les dará Dios la salvación a ellos?

Son poquísimos los que entienden que Dios tiene un plan sistemático —representado en sus fiestas santas— para salvar a toda la humanidad ofreciéndole a cada uno vida eterna en su reino. En este tiempo estamos simplemente al principio de la cosecha para el Reino de Dios. El apóstol Pablo entendía bien esto: “Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho . . . Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden; Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida” (1 Corintios 15:20-23). Cualquiera que sea llamado y escogido por Dios en este tiempo queda incluido, junto con Cristo, como las primicias de Dios (Santiago 1:18).

La Biblia nos enseña que los únicos que pueden convertirse en cristianos son los que Dios llama (Juan 6:44, Juan 6:63); por tanto, nuestro Creador controla el tiempo de su cosecha. Cuando Dios fundó su iglesia al dar su Espíritu a algunos creyentes el Día de Pentecostés, estaba aumentando su cosecha espiritual. Fue un cumplimiento preliminar de lo que el profeta Joel anunció, que al final Dios derramaría de su Espíritu sobre “toda carne” (Joel 2:28-29; Hechos 2:14-17).

La obra del Espíritu Santo

La vida de esos primeros cristianos cambió en forma dramática con la venida del Espíritu Santo. El libro de los Hechos está lleno de relatos del extraordinario impacto espiritual que la iglesia apostólica tuvo en la sociedad que la rodeaba. Fue una transformación tan clara que los que no creían los acusaron ante las autoridades de que estaban trastornando el mundo entero (Hechos 17:6). Tal era la magnitud del milagroso poder del Espíritu Santo.

Para entender bien cómo Dios puede obrar en nuestra vida por medio de su Espíritu, necesitamos comprender lo que es ese Espíritu. No es una persona que, junto con el Padre y el Hijo, forma una “Santísima Trinidad”. En la Biblia el Espíritu Santo se describe como el poder de Dios que obra en nuestra vida (Hechos 1:8; Romanos 15:13, Romanos 15:19), el mismo poder que obró en el ministerio de Jesucristo (Lucas 4:14; Hechos 10:38). Es el poder divino por medio del cual Dios nos “guía” (Romanos 8:14). Fue este mismo Espíritu el que transformó la vida de los primeros cristianos y es el poder que obra en la Iglesia de Dios actualmente. Pablo le dijo a Timoteo que el Espíritu de Dios es un “espíritu de . . . poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).

La Fiesta de Pentecostés es un recordatorio anual de que nuestro Creador aún hace milagros, otorgando su Espíritu a las primicias de su cosecha espiritual, lo que los capacita para vivir en obediencia a él y realizar su obra en este mundo.

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

 
¡Cuán delicioso puede ser un esponjoso y atractivo pastel! Sin embargo, en la fiesta de Panes sin Levadura, Dios nos enseña que debemos evitar la levadura (símbolo del pecado) porque es una muy mala influencia en nosotros.
¿Has recibido algo que hayas querido cuidar con mucho esfuerzo? Averigua qué recibió Poly y cómo aprendió uno de los elementos más importantes de esta fiesta de Pentecostés.

Los festivales proféticos bíblicos

Studying the bible?

Sign up to add this to your study list.

Course Content

Dios proclamó siete festivales anuales que representan la obra de Jesucristo para salvar a la humanidad. Es fundamental que sepamos cuáles son y también lo que significan.

Como revela en su Palabra, la Santa Biblia, el Dios creador hizo a los seres humanos con la intención de que llegaran a ser parte de su familia: miles de millones de hijos que se unirán en gloria a Dios el Padre y Jesucristo para siempre, compartiendo su naturaleza y carácter.

Sin embargo, desde los tiempos de Adán y Eva, el primer hombre y la primera mujer, la humanidad ha sido descarriada por el ángel rebelde caído conocido ahora como Satanás el diablo. Debido a su influencia, todos los seres humanos han pecado (han desobedecido a Dios) y han sufrido el consecuente castigo y en última instancia la muerte (ver Romanos 3:23 y 6:23).

¿Quiere decir entonces que la humanidad está irremediablemente perdida? ¿Acaso el plan de Dios de tener a su familia se ha visto impedido? De ninguna manera, porque Dios ya tenía listo un plan para salvar a sus preciados hijos incluso antes de que existieran.

La Biblia describe el asombroso plan de salvación de Dios. Como dicho plan abarca muchos siglos, incluye a algunos que han sido guiados en esta era para que se den cuenta de la necesidad del perdón de sus pecados, y continúa hasta el momento en que se ofrezca la salvación a todos los que alguna vez hayan existido. Los pasos principales de este plan se revelan por medio de las festividades bíblicas que la Palabra de Dios nos manda observar (según la secuencia explicada en Levítico 23). Y a través de estas conmemoraciones anuales aprendemos el papel clave que desempeña Jesucristo en la salvación de la humanidad.

La Pascua

Éxodo 12 presenta al cordero pascual como el medio de redención para los antiguos israelitas en la esclavitud egipcia. Cuando Dios envió una plaga mortal sobre la tierra de Egipto, la sangre de los corderos sacrificados untada en las puertas de las casas de los israelitas permitió que ellos se salvaran. Tal ocasión debía celebrarse todos los años el mismo día en que ocurrió, a principios de la primavera, como una conmemoración (ver también Levítico 23:4-5). Sin embargo, el principal propósito de sacrificar un cordero sin defecto era representar a Jesucristo, en quien no hubo defecto espiritual alguno por el pecado.

El Nuevo Testamento revela que Cristo fue crucificado en el mismo día de la Pascua y que él es “nuestra Pascua, sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:7). De hecho, él es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). A través de su sacrificio, por la gracia de Dios, nuestros pecados son perdonados y finalmente somos librados de la pena de muerte por el pecado.

Hoy en día a los cristianos se nos ordena conmemorar la Pascua todos los años, en la misma época, bebiendo de la copa del nuevo pacto y comiendo panes sin levadura en memoria del increíble sacrificio de Cristo. Al hacerlo, recordamos con gratitud y solemnidad la muerte del Señor hasta que regrese (1 Corintios 11:25-26). Este festival representa el comienzo del plan de redención de Dios: el lavamiento de nuestros pecados por la propia sangre de Jesucristo.

La Fiesta de los Panes sin Levadura

¿Acaso quiere decir esto que una vez perdonados nuestros pecados por la gracia de Dios mediante el sacrificio de Cristo, tenemos derecho a seguir pecando?

Pablo pregunta: “¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?” (Romanos 6:1). En otras palabras, ¿seguiremos siendo iguales, con nuestros hábitos pecaminosos, esperando que Dios los pase por alto? Pablo responde enfáticamente: “En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos 6:2).

Por el contrario, debemos valorar profundamente lo que Dios ha hecho y está haciendo por nosotros por medio de su Hijo, continuar arrepintiéndonos de nuestros pecados y vivir una vida transformada. A medida que nos sometemos a la gracia y la misericordia de Dios, debemos continuar “limpiándonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 7:1).

Los Días de Panes sin levadura siguen inmediatamente a la Pascua (Levítico 23:5-8). Históricamente, los siete días de este festival conmemoran el momento de la liberación de los israelitas que abandonaron Egipto y sus caminos impíos. Para un cristiano que vive bajo el nuevo pacto, estos días revelan la verdad incuestionable de que debemos dejar nuestros caminos pecaminosos y luchar para vencer el pecado. ¡No podemos continuar pecando!

Sin embargo, a diferencia de los israelitas de antaño, tenemos una nueva y mejor manera de hacer este trabajo espiritual. Este festival comienza a mostrarnos cómo se puede lograr una nueva vida, basada en Cristo.

Este festival de siete días destaca elementos de la obra de Jesucristo que son esenciales para nuestro entendimiento del proceso de salvación de Dios el Padre. Por un lado, fue durante esta fiesta que Jesucristo resucitó de entre los muertos, tres días y tres noches después de haber sido puesto en la tumba, como él dijo que sucedería (1 Corintios 15:3-4). Esta verdad medular de las Escrituras es clave para nuestra salvación, porque sin un Salvador resucitado todavía estamos en nuestros pecados, sin esperanza (1 Corintios 15:14, 17).

Las Escrituras nos dicen que durante el lapso de una semana debemos evitar toda la levadura, el agente que hace que el pan se expanda al hornearlo. La levadura representa “malicia y maldad”, o pecado (1 Corintios 5:8). Y durante esta semana, en cambio, debemos consumir pan sin levadura con nuestras comidas (Éxodo 12:15; 19-20). Al hacerlo, recordamos nuestra constante necesidad de eliminar el pecado de nuestras vidas reemplazándolo por la sinceridad y la verdad (1 Corintios 5:8) en nuestras vidas.

Además, los Días de Panes sin levadura también representan la obra de Cristo resucitado. En cumplimiento de una ofrenda especial de las primicias de los granos que se traía durante esta fiesta (véase Levítico 23:9-14; 1 Corintios 15:20, 23), Jesús, en el momento en que iba a ser ofrecido, ascendió al trono de Dios a presentarse para ser aceptado como la primicia de la cosecha espiritual de Dios de la humanidad y como Aquel que nos guía a todos por el camino de la salvación. Al ser aceptado como el Cordero de Dios, entró al Lugar Santísimo con su propia sangre y comenzó un nuevo papel como Sumo Sacerdote intercediendo por nosotros (Hebreos 9:12, 24-25).

Además, esa labor continua hace que el consumo de panes sin levadura durante esta fiesta tenga mayor significado. Jesucristo, como el pan de vida (Juan 6:48, 51), entra en la vida de un cristiano a través del Espíritu de Dios. Entonces es posible vivir una nueva vida con Jesucristo, gracias a su ayuda, mientras él vive de nuevo a través de nosotros y en nosotros.

El apóstol Pablo habló de esta asombrosa verdad cuando escribió: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).

La Fiesta de Pentecostés

La siguiente fiesta que Dios reveló a los israelitas (Levítico 23:15-22) caía a finales de la primavera en Israel, después de siete semanas o el día cincuenta después de la ofrenda de las primicias que había tenido lugar durante la Fiesta de los Panes sin levadura. En este día, llamado también fiesta de las semanas (Éxodo 34:22; Deuteronomio 16:10, 16), Pentecostés (que significa 50, o quincuagésimo, en griego) y fiesta de la cosecha (Éxodo 23:16), se traía otra ofrenda de grano de las primicias. Este día representa el siguiente paso en el gran plan de salvación de Dios.

Hechos 2 explica que el Espíritu Santo de Dios fue derramado sobre los discípulos de Cristo en este mismo día. Ese Espíritu cambió para siempre a estas personas. Enseguida Pedro pronunció un sermón inspirado y exclamó a la multitud reunida: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (vv. 38-39).

Sí, la promesa de recibir el Espíritu Santo está disponible para todos aquellos a quienes Dios está llamando hoy. Se dice que los que reciben el Espíritu de Dios tienen “las primicias del Espíritu” (Romanos 8:23), siendo ellos mismos “una especie de primicias de sus criaturas” (Santiago 1:18).

Si bien Jesús, como vimos, fue las primicias de la cosecha espiritual de Dios para la humanidad, aquí vemos que los seguidores de Cristo en esta era también son considerados primicias — por lo tanto, Jesús es el primero de los primeros frutos. El hecho de que los siervos de Dios en la era actual sean sus primicias significa que otros se convertirán espiritualmente en el futuro, un hecho que analizaremos más detenidamente en breve.

De los festivales de primavera a los de otoño

Hasta aquí vemos una secuencia lógica en el plan de salvación de Dios. Primero, Jesús, nuestro cordero pascual, demuestra el amor de Dios por nosotros al morir por nuestros pecados.

En segundo lugar, los Días de los Panes sin levadura nos enseñan a vencer el pecado en nuestras vidas y a seguir el ejemplo del Cristo resucitado, quien nos libra del poder del pecado y nos ayuda a vivir en rectitud.

En tercer lugar, aprendemos a través del Día de Pentecostés que Dios promete darnos el Espíritu Santo, su poder, mente y vida, como primicias en la cosecha espiritual de su familia. Únicamente a través del Espíritu podemos “hacer morir las obras [pecaminosas] de la carne” (Romanos 8:13) y caminar como lo hizo Cristo.

Ahora echemos un vistazo a los últimos cuatro festivales. Desde finales del verano y el otoño en la tierra de Israel, las fiestas otoñales proféticas representan sucesos que acontecen después de los que se describen en las fiestas de primavera. De hecho, presagian acontecimientos maravillosos que aún no han ocurrido en el gran plan de Dios.

La Fiesta de las Trompetas

Levítico 23:23-25 ordena al pueblo de Dios observar “un reposo sabático, un memorial al toque de trompetas”.

Las trompetas tenían un gran significado para los israelitas. Eran utilizadas para convocar asambleas especiales (Números 10:1-10) y para hacer sonar la alarma de guerra (Jeremías 4:19). Además, en una manifestación de poder, Dios había descendido en el monte Sinaí para revelar su ley con el sonido de una trompeta (Éxodo 19:16-19).

Las Escrituras también profetizan que las trompetas servirán como señal de grandes eventos futuros que pronto tendrán lugar en la Tierra. El libro del Apocalipsis nos dice que unos ángeles tocarán siete trompetas para anunciar asombrosos acontecimientos del tiempo del fin. La trompeta del primer ángel anunciará una gran plaga de granizo, fuego y sangre que destruirá una tercera parte de la vegetación de la Tierra (Apocalipsis 8:7).

Se escucharán más toques de trompeta, culminando con la séptima y última trompeta (Apocalipsis 11:15). Esta trompeta anuncia el regreso de Jesucristo a la Tierra y el establecimiento de su glorioso reino sobre todas las naciones.

El apóstol Pablo también nos dice que esta trompeta marcará la resurrección de los muertos en Cristo y la transformación de todos los seguidores de Cristo de carne física a una existencia espiritual glorificada (1 Tesalonicenses 4:16; 1 Corintios 15:50-52). Jesús mismo dijo que su pueblo escogido se reunirá al “gran sonido de trompeta” (Mateo 24:31).

Al observar este festival de Trompetas hoy, debemos tener en cuenta los grandes eventos que pronto tendrán lugar en la Tierra, que culminarán con el regreso de Jesucristo y la resurrección de los santos.

El Día de Expiación

El Día de Expiación (Levítico 23:26-32) se menciona en el Nuevo Testamento en Hechos 27:9, donde se le llama “el ayuno”, como afirman las notas marginales en muchas Biblias modernas. Por lo tanto, para los cristianos del Nuevo Testamento era una celebración normal que aún guardaban con ayuno.

Este Día de Expiación, en el cual debemos ayunar, es un “día oficial de asamblea santa” (Levítico 23:27-32, Nueva Traducción Viviente). Los antiguos rituales del día se explican con gran detalle en Levítico 16. La ceremonia principal incluía dos machos cabríos: uno era sacrificado en representación del Señor ya el otro, llamado en hebreo Azazel, significaba “el macho cabrío expulsado” y era enviado al desierto, representando a Satanás.

Levítico 16:22 nos dice: “El macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades [es decir, las de los israelitas] a tierra inhabitada; y él [el hombre idóneo elegido para la tarea, versículo 21] dejará ir el macho cabrío en el desierto”.

A este macho cabrío no se le permitía volver a habitar entre los humanos: era expulsado y desterrado. Este es el concepto exactamente opuesto al papel de Jesucristo, quien como Emanuel, que significa “Dios con nosotros” (Mateo 1:23), ha prometido estar siempre cerca nuestro. Él nos dice que nunca nos dejará ni desamparará (Hebreos 13:5). Entonces, a diferencia del macho cabrío desterrado, Jesús estará siempre con nosotros.

Satanás es quien será desterrado de la faz de la Tierra. Cuando Jesús regrese, el diablo será atado y arrojado a un abismo (Apocalipsis 20:1-3) y luego será apartado de la humanidad para siempre (versículo 10).

El Día de Expiación representa el maravilloso momento en que la humanidad en general se arrepentirá y aceptará el sacrificio expiatorio de Cristo, representado por el primer macho cabrío, y Satanás será desterrado, como lo muestra el destierro del segundo macho cabrío. Se nos dará la victoria completa sobre el diablo por medio de Jesucristo.

La Fiesta de los Tabernáculos

El siguiente festival anual, de siete días, la Fiesta de los Tabernáculos (Levítico 23:33-36), fue celebrada por los antiguos israelitas con viviendas improvisadas, recordando su morada transitoria cuando salieron de Egipto y se dirigieron a la Tierra Prometida.

También llamada fiesta de la cosecha (Éxodo 23:16; Deuteronomio 16:13), este festival celebraba la cosecha de finales del verano y principios del otoño en la tierra de Israel. En un sentido espiritual, representa la gran cosecha espiritual de la humanidad que llevará a cabo Dios después del regreso de Cristo. Esta fiesta anticipa el tiempo del reinado terrenal de Jesucristo.

Jesús mismo observó esta fiesta durante su ministerio y les dijo a otros que también lo hicieran (Juan 7:8-14). La Biblia incluso dice que esta fiesta, en lugar de ser eliminada, será guardada por las naciones gentiles (no israelitas) durante el reinado de Cristo sobre la Tierra (Zacarías 14:9, 16-18).

La Escritura nos dice que los santos resucitados reinarán con Cristo. Apocalipsis 20:4 dice: “Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar . . . Y vivieron y reinaron con Cristo mil años” (comparar con Daniel 7:27).

La maravillosa verdad es que cuando Cristo regrese, los verdaderos cristianos de esta época gobernarán bajo su mando como reyes y sacerdotes (Apocalipsis 5:10; 20:6), guiando al resto del mundo a los caminos de Dios.

El Octavo Día

Inmediatamente después de los siete días de la Fiesta de los Tabernáculos hay otro día santo, o sábado, al que las Escrituras se refieren simplemente como “el octavo día” (Levítico 23:36, 39). Este día representa el acontecimiento más gozoso de todos los que han tenido lugar en el gran plan de Dios.

Debemos tener presente que la celebración de la cosecha de toda la humanidad no se completa con el reinado de Cristo de mil años. ¿Qué sucederá entonces con todos los que hayan muerto en esta era, aquellos que no hayan sido llamados a ser parte de las primicias de Dios? Habrá miles de millones de personas que aún no habrán sido salvadas.

Entonces, ¿se perderán para siempre?

Muchos estudiosos de la Biblia se dan cuenta de que un día todos estaremos ante el tribunal de Cristo (2 Corintios 5:10). Lo que la mayoría no percibe es que para quienes murieron sin el verdadero conocimiento del plan de salvación, llegará el momento en que serán resucitados a vida física y tendrán la oportunidad de comprender realmente el plan de Dios y tomar una decisión consciente al respecto.

Apocalipsis 20:11-15 habla de aquel tiempo futuro, mil años después de “la primera resurrección” (ver Apocalipsis 20:6), cuando “los otros muertos” volverán a la vida en una segunda resurrección (ver Apocalipsis 20:5). Ezequiel 37:1-14 describe el mismo período, un tiempo en el que aquellos que parecían condenados, sin ninguna esperanza (versículo 11), resucitarán. Se asombrarán al descubrir que Dios les ofrecerá su Espíritu Santo (versículo 14) y les dará la oportunidad, por primera vez, de saber realmente quién es el Dios verdadero (versículo 13).

Esta visión, por tanto, habla del tiempo en que todos los seres humanos que nunca comprendieron suficientemente la verdad de Dios finalmente llegarán a conocerla. Será en ese momento cuando tendrán que decidir si van a someterse y servir a Dios. En otras palabras, su salvación dependerá de si eligen o no aceptar la sangre derramada de Jesús por sus pecados y servir a Dios fielmente una vez que lleguen a conocerlo.

Este será un tiempo de juicio en el sentido de que las vidas de estas multitudes resucitadas estarán bajo evaluación. Aquellos que permanezcan en el camino correcto con la ayuda de Dios serán salvos. Los que finalmente rechacen a Dios son los únicos que finalmente serán condenados. Sin duda, la mayoría de la humanidad tomará la decisión correcta de obedecerle y seguir sus caminos.

En su gran sabiduría, Dios tiene un plan para ofrecer a todos los que alguna vez han vivido: la oportunidad de heredar la vida eterna. Él está llamando a algunos al arrepentimiento ahora, y llamará al resto durante el reinado de Cristo en el Milenio y en la futura segunda resurrección.

Si ha leído hasta aquí y está comprendiendo el gran plan de Dios, tal vez él lo esté llamando en este momento. ¡Que Dios le ayude a responder a su llamado de recibir a Jesucristo y seguir sus caminos, incluida la observancia de estos importantes festivales que muestran el camino a la salvación eterna en la familia de Dios! BN

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.