Preguntas Bíblicas

¿Qué edad tenía Isaac cuando iba a ser sacrificado por Abraham?

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Y extendió Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo (Génesis 22:10)...

La palabra hebrea “yeled” usada en los versículos 5 y 12 de Génesis 22 significa “alguien concebido" o "alguien nacido” y es utilizada para referirse a un varón hasta la juventud.

La versión Reina Valera 1960 traduce “yeled” en el relato de Génesis 22:1–14 como muchacho. Podemos encontrar también el mismo término en el relato de la expulsión de Agar e Ismael (Génesis 21:14–21), donde la Biblia traduce “muchacho” en todos los versículos.

El interlineal hebreo-español de Ricardo Cerni traduce la expresión hebrea de Génesis 22:5-12 como joven. En Génesis 21, Cerni, traduce muchacho en el versículo 12; niño en los versículos 14-16 y muchacho en los versículos 17-21. Hay una leve diferencia en la expresión hebrea de los primeros versículos y esa puede ser la razón por la que Cerni traduce con distintas palabras, pero está refiriéndose a la misma persona.

En español también usamos muchas veces la expresión niño para referirnos a un adolescente. Lo interesante de comparar ambos relatos es que la edad aproximada de Ismael en ese momento es más clara al leer Génesis 17:25, donde se nos dice que Ismael fue circuncidado a los trece años por lo que al momento de su expulsión debe haber tenido por lo menos quince o dieciséis ya que esto ocurre después del destete de Isaac.

Volviendo al relato de Génesis 22, entre los versículos 3 y 4 se relata que habían caminado y que al tercer día Abraham vio de lejos el lugar indicado por Dios, que era un monte (versículo 2);  y en el verso 6 se nos dice que Abraham puso la leña sobre su hijo, la que probablemente no era poca.

De todo el relato se puede inferir que en ese momento, Isaac era un joven o adolescente con bastante fortaleza física.

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La palabra hebrea “yeled” usada en los versículos 5 y 12 de Génesis 22 significa “alguien concebido" o "alguien nacido” y es utilizada para referirse a un varón hasta la juventud.

La versión Reina Valera 1960 traduce “yeled” en el relato de Génesis 22:1–14 como muchacho. Podemos encontrar también el mismo término en el relato de la expulsión de Agar e Ismael (Génesis 21:14–21), donde la Biblia traduce “muchacho” en todos los versículos.

El interlineal hebreo-español de Ricardo Cerni traduce la expresión hebrea de Génesis 22:5-12 como joven. En Génesis 21, Cerni, traduce muchacho en el versículo 12; niño en los versículos 14-16 y muchacho en los versículos 17-21. Hay una leve diferencia en la expresión hebrea de los primeros versículos y esa puede ser la razón por la que Cerni traduce con distintas palabras, pero está refiriéndose a la misma persona.

En español también usamos muchas veces la expresión niño para referirnos a un adolescente. Lo interesante de comparar ambos relatos es que la edad aproximada de Ismael en ese momento es más clara al leer Génesis 17:25, donde se nos dice que Ismael fue circuncidado a los trece años por lo que al momento de su expulsión debe haber tenido por lo menos quince o dieciséis ya que esto ocurre después del destete de Isaac.

Volviendo al relato de Génesis 22, entre los versículos 3 y 4 se relata que habían caminado y que al tercer día Abraham vio de lejos el lugar indicado por Dios, que era un monte (versículo 2);  y en el verso 6 se nos dice que Abraham puso la leña sobre su hijo, la que probablemente no era poca.

De todo el relato se puede inferir que en ese momento, Isaac era un joven o adolescente con bastante fortaleza física.

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Iglesia de Dios Unida

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

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Reflexiones sobre el libro de Lamentaciones

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Mire a nuestro país y todo lo que hemos sido bendecidos. Posiblemente la nación más rica que jamás haya existido, pero la mayoría no se da cuenta de que nuestro poder y fuerza no han sido por nuestras propias manos o nuestra propia justicia

Al leer el libro de Lamentaciones, mi mente se remonta a la dedicación del templo y a la majestuosidad, belleza y grandiosidad descrita:

  • La gloria de Dios que llenaba el templo y la humilde oración de Salomón.
  • Josías, que leyó las palabras escritas y se dio cuenta de que su nación iba por el camino equivocado.
  • Aquellos después de Josías que volvieron a los mismos antiguos caminos que los llevaron a la perdición.

Para aquellos de nosotros que vivimos en Estados Unidos, vemos nuestro país y todo lo que hemos sido bendecidos. Algunos llaman a Estados Unidos la nación más rica que jamás haya existido, pero la mayoría no se da cuenta de que nuestro poder y fuerza no han sido por nuestras propias manos o nuestra propia justicia. Ya no le damos crédito a Dios y ni siquiera consideramos que todo podría acabar.

La angustia de las palabras de Lamentaciones manifiesta la difícil situación de nuestra gran nación que ha sido un tipo de gobierno diferente en el mundo, y que también está llegando a su fin. Comparado con los imperios antiguos, ayudamos tanto o más de lo que pretendíamos conquistar. En muchos casos, no íbamos tras toda la riqueza de otras naciones, sino que buscábamos compartir la nuestra y ayudar a otros a llegar a una mejor forma de gobierno que se preocupara por las personas.

Todos los gobiernos humanos a lo largo del tiempo han llegado a un punto en el que se enriquecieron y satisficieron, y permitieron el libertinaje y la destrucción de la familia y la moral que los hacía fuertes. Dios advirtió al antiguo Israel y está registrado para que lo tomemos en serio. Sin embargo, parece que nunca aprendemos.

Deuteronomio 8:10 dice: "Y comerás y te saciarás, y bendecirás al Eterno tu Dios por la buena tierra que te habrá dado. Cuídate de no olvidarte del Eterno tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se aumente; y se enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios, que te sacó de tierra de Egipto, de casa de servidumbre; que te hizo caminar por un desierto grande y espantoso, lleno de serpientes ardientes, y de escorpiones, y de sed, donde no había agua, y él te sacó agua de la roca del pedernal; que te sustentó con maná en el desierto, comida que tus padres no habían conocido, afligiéndote y probándote, para a la postre hacerte bien; y digas en tu corazón: Mi poder y la fuerza de mi mano me han traído esta riqueza”.

Finalmente, Dios mostrará a la humanidad por medio de su reinado de 1,000 años que hay un camino hacia la paz y la prosperidad duraderas, pero no depende del hombre encontrarlo. Solo proviene de escribir las leyes de Dios en nuestros corazones y preocuparnos por los demás y su bienestar tanto como lo hacemos por nosotros mismos.

Todos los seres humanos algún día verán que la historia del gobierno de la humanidad apartada de Dios ha sido escrita con sangre, comenzando por el justo Abel.

Debemos centrarnos en lo que está por venir para no dejarnos vencer por la tristeza por el antiguo Israel y Judá y por nuestra nación que ha olvidado lo que realmente hace grande a una nación.

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Los hijos de Abraham

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Sin tener algún conocimiento de las tres religiones que se originaron en el Cercano Oriente sería imposible entender lo que sucede hoy en esa región.

Sin tener algún conocimiento de las tres religiones que se originaron en el Cercano Oriente —el judaísmo, el cristianismo y el islamismo— sería imposible entender lo que sucede hoy en esa región. Las raíces espirituales de estas tres creencias se encuentran, de hecho, en la misma persona: Abraham. Los grandes personajes históricos detrás de estas tres religiones —Moisés, Jesucristo y Mahoma— fueron descendientes de Abraham.

Abraham nació en la ciudad mesopotámica de Ur; fue hijo de Taré, descendiente de Sem, uno de los tres hijos de Noé. Aunque Abraham nació hace casi 4.000 años, sigue influyendo en el Cercano Oriente. Por descender de Sem, hijo de Noé, Abraham y sus descendientes eran un pueblo semítico. En Génesis 11:14-26 podemos ver que Heber, bisnieto de Sem, fue un antepasado directo de Abraham, y es precisamente del nombre de Heber que proviene el término hebreo.

Abraham, el “padre de todos los creyentes” (Romanos 4:11), obedeció el mandato de Dios de salir de Ur, su tierra natal, e irse a Harán. Como dijo Esteban, el primer mártir de la era cristiana: “El Dios de la gloria apareció a nuestro padre Abraham, estando en Mesopotamia, antes que morase en Harán, y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela, y ven a la tierra que yo te mostraré” (Hechos 7:2-3).

Tanto Ur como Harán se encontraban en Mesopotamia, que es la región entre los ríos Tigris y Éufrates. Harán era una escala natural en el camino que tendrían que seguir Abraham y Sara para llegar a la nueva tierra a donde los llamaba Dios; su llegada sería un momento trascendental en la historia de esa comarca.

En Génesis 12:1-4 podemos ver que Abraham inició el viaje después de la muerte de su padre Taré (ver también Génesis 11:31-32). Veamos su ejemplo de obediencia total: “Pero el Eterno había dicho a Abram [su nombre original]: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición . . . Y se fue Abram, como el Eterno le dijo”. Y en Hebreos 11:8 leemos que el patriarca “salió sin saber a dónde iba”.

Dios se proponía establecer a Abraham y sus descendientes en la tierra de Canaán (llamada más adelante la Tierra Prometida o la Tierra Santa). Esta región, cruce de las rutas comerciales entre Asia, África y Europa, resultaba ideal para los planes de Dios, quien quería que su pueblo escogido fuera un ejemplo para el resto del mundo (Deuteronomio 4:5-8).

Cuando llegó Abraham a la nueva tierra, Dios le prometió que se la daría a sus descendientes (Génesis 12:7). En el siguiente capítulo leemos que el Eterno dijo a Abraham: “Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre” (Génesis 13:14-15).

Luego agregó: “Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada” (v. 16). Más tarde, de manera reveladora, Dios le cambió a Abram el nombre por el de Abraham (Génesis 17:5). El significado del primer nombre era “padre enaltecido”; Dios se lo cambió por el de “padre de una multitud”, diciéndole: “Y te multiplicaré en gran manera, y haré naciones de ti, y reyes saldrán de ti” (v. 6).

En ese tiempo, tales profecías debieron haberle parecido inverosímiles a Abraham, ya que su esposa no podía dar a luz. Su infecundidad resultaría muy significativa para el futuro del Cercano Oriente.

Como Abraham no tenía hijos, pensó que quizá su mayordomo lo heredaría; pero Dios claramente le dijo: “No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará” (Génesis 15:4). Sin embargo, Sara, al ver que no podía darle hijos, le dijo a Abraham que se llegara a Agar, una sierva egipcia, para que así pudiera tener un hijo (Génesis 16:1-3).

Nace el primer hijo de Abraham

“Y él se llegó a Agar, la cual concibió; y cuando vio que había concebido, miraba con desprecio a su señora” (Génesis 16:4). Pronto se deterioró la relación entre Sara y Agar, y ésta huyó.

Pero en el camino, el ángel del Eterno le habló y le dijo que volviera y se sometiera a su señora. Le dijo además que tendría una gran descendencia con ciertas características que serían evidentes a lo largo de su historia: “De tal manera multiplicaré tu descendencia, que no se podrá contar. Estás embarazada, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Ismael [‘Dios oye’], porque el Señor ha escuchado tu aflicción. Será un hombre indómito como asno salvaje. Luchará contra todos, y todos lucharán contra él; y vivirá en conflicto con todos sus hermanos” (vv. 10-12, Nueva Versión Internacional).

Esta imagen de los descendientes de Agar es significativa debido a que muchos de los árabes en la actualidad son ismaelitas, descendientes del mismo Ismael (Ismail en árabe), cuyo padre fue Abraham. Mahoma, fundador del islamismo, era descendiente de Cedar, uno de los 12 hijos de Ismael (ver Génesis 25:12-16).

Actualmente, 22 países en el Cercano Oriente y en África del Norte son países árabes, cuyos habitantes son en su mayoría musulmanes. Además, otros 35 países forman parte de la Confederación Islámica, cuyos gobiernos son musulmanes, aunque la población es de origen diferente.

Aun antes de que los descendientes de Ismael llegaran a la región, ya se usaba el término árabe para referirse a los pueblos de la península Arábiga. Gracias a la propagación del islamismo, los árabes y el idioma arábigo abarcan una inmensa región.

Las palabras proféticas que el ángel le dijo a Agar aún tienen gran significado hoy en día. La profecía de que Ismael sería “hombre indómito como asno salvaje” no era un insulto. De todos los animales salvajes del desierto, el asno salvaje era la presa más preciada de los cazadores. La profecía declaraba cómo la vida de los descendientes de Ismael se asemejaría a la libre y noble existencia que llevaba esa clase de asno en el desierto.

“Luchará contra todos, y todos lucharán contra él” igualmente se refería al estilo independiente de vida que siempre han llevado los descendientes de Ismael, resistiendo cualquier dominación extranjera. “Vivirá en conflicto con todos sus hermanos” tenía que ver con la enemistad que históricamente ha existido entre los mismos árabes, y entre los árabes y los otros hijos de Abraham.

El segundo hijo de Abraham

A los 14 años de haber nacido Ismael, Dios bendijo a Abraham con otro hijo, esta vez nacido de su esposa Sara. Les dijo que lo nombraran Isaac (cuyo significado en hebreo es “risa”, tanto por la incrédula reacción que tuvieron cuando Dios les informó que tendrían un hijo a su avanzada edad, como por el gozo que éste les traería a sus padres, Génesis 17:17, Génesis 17:19; Génesis 18:10-15; Génesis 21:5-6). Isaac a su vez engendró a Jacob, nombrado también Israel, el padre de los israelitas. Los descendientes de Ismael y de Isaac son primos.

“Y creció el niño, y fue destetado; e hizo Abraham gran banquete el día que fue destetado Isaac. Y vio Sara que el hijo de Agar la egipcia, el cual ésta le había dado a luz a Abraham, se burlaba de su hijo Isaac. Por tanto, dijo a Abraham: Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo” (Génesis 21:8-10).

Esto, lógicamente, no fue grato para Abraham, ya que también amaba a Ismael. “Entonces dijo Dios a Abraham: No te parezca grave a causa del muchacho y de tu sierva; en todo lo que te dijere Sara, oye su voz, porque en Isaac te será llamada descendencia” (v. 12). Y en el versículo 13 leemos que, para animar a Abraham, Dios le dijo: “Y también del hijo de la sierva [Ismael] haré una nación, porque es tu descendiente”. Luego vemos que “Dios estaba con el muchacho; y creció, y habitó en el desierto, y fue tirador de arco” (v. 20).

No se puede decir que Ismael haya aborrecido a Isaac. Sin embargo, después de haber sido hijo único durante 14 años, el nacimiento de Isaac cambió sustancialmente la relación entre Ismael y su padre Abraham. Es de suponerse que, después de algún tiempo, Ismael tuvo sentimientos de envidia y rivalidad hacia su medio hermano, sentimientos que han prevalecido en sus descendientes a lo largo de la historia y que todavía afectan la política en el Cercano Oriente.

Los dos hijos de Isaac

Años después surgirían más enredos de familia. A Isaac, su esposa Rebeca le dio dos hijos mellizos: Jacob y Esaú. Aun antes de nacer “los hijos luchaban dentro de ella”, y Dios le dijo a Rebeca: “Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas; el un pueblo será más fuerte que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor” (Génesis 25:22-23). De ambos hermanos nacerían grandes naciones, una bendición de Dios para los nietos de Abraham.

La costumbre generalizada era que el primogénito recibía el derecho de primogenitura, pero en este caso sería diferente. En la Biblia leemos que Esaú vendió su primogenitura a Jacob por un guisado de lentejas (vv. 27-34), menospreciando así su derecho. Algún tiempo después, Jacob engañó a su padre para que le confiriera la bendición de la primogenitura (capítulo 27). Este hecho hizo que Esaú odiara a Jacob (v. 41).

Las consecuencias de esto aún están presentes en la actualidad.

Los descendientes de Esaú (llamado también Edom, Génesis 25:30) se casaron con descendientes de Ismael, y la amargura y el resentimiento fueron creciendo con el correr del tiempo. Un nieto de Esaú, Amalec (Génesis 36:12), fue el padre de los amalecitas, quienes fueron enemigos acérrimos de los descendientes de Jacob, las 12 tribus de Israel. En Éxodo 17:16 se anunció proféticamente que Dios tendría guerra contra Amalec “de generación en generación”. Algunos estudiosos de la Biblia creen que muchos de los palestinos actuales son descendientes de los amalecitas.

Examinemos ahora la extraordinaria historia de las tribus de Israel, su esplendor y su ocaso.

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#027 - Génesis 20-24

"La prueba suprema de Abraham y su vida posterior"
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Fue durante la estadía en la tierra costera que por fin le nace el hijo prometido, Isaac, que significa risa por haberse reído Sara de la idea que aún podía tener un hijo al ser estéril y a su edad.

Luego de la destrucción de Sodoma y Gomorra, Lot se mudó a Zoar. Después de semejante destrucción, las hijas pensaron que el cataclismo había cubierto toda la tierra, y en esta desesperación para repoblar a la tierra, embriagaron a su padre para quedar embarazadas. Lot, desde luego, no tuvo la culpa pues fue engañado por sus hijas. Puesto que estos hijos fueron los nuevos fundadores de esa región devastada, los descendientes de ellos tomaron el nombre de los dos hijos, Moab y Amón para llamar sus tribus, los moabitas y los amonitas. Hoy día todavía viven sus descendientes, llamados los jordanos de Jordania.

Abraham mientras tanto, al ver la destrucción de estas ciudades que "el humo subía de la tierra como el humo de un horno" (Génesis 19:28), se fue de Hebrón al suroeste, a la región costera alrededor de la ciudad de Gerar.

Aquí Abraham de nuevo teme por su vida al entrar como forastero en una ciudad extraña donde tenían como costumbre tomar a la mujer bella y matar al esposo. Sin embargo, Dios le muestra que no debía tener miedo y confiar en él, pues interviene al revelarle al Rey Abimelec que Abraham era su protegido y que debía devolver a Sara a su esposo. Para asegurarse Dios que el rey cumpliera con la orden, hizo a todas las mujeres de esa casa estériles hasta que Abraham orase por ellas.

Fue durante la estadía en la tierra costera que por fin le nace el hijo prometido, Isaac, que significa risa    por haberse reído Sara de la idea que aún podía tener un hijo al ser estéril y a su edad. Ismael ya tenía 15 años y Agar se burlaba de Isaac, el hijo que causaba risa. Llegó a tal extremo que Sara ya no la aguantaba más y fue expulsada del hogar. Ella se fue al sur, al desierto de Parán, y allí Ismael se casó con una egipcia, como era su madre.

El Rey Abimelec ve cómo Dios bendice a Abraham, y que donde va encuentra pozos de agua que inmediatamente traen vida a la tierra para pacer el ganado y cultivar la tierra. Hay un lugar en particular donde Abraham encuentra siete pozos alrededor y la llama Beerseba, o el lugar de los siete pozos. Allí hacen Abraham y el Rey Abimelec un pacto de amistad. Este lugar sería famoso en los tiempos de las tribus de Israel, pues figura como la frontera meridional de Israel.

"Beerseba es la ciudad principal del Neguev (el semidesierto del sur de Israel), ubicada en la unión de la vía hacia el sur desde Hebrón hasta Egipto, y la ruta que recorre hacia el norte desde Arabá hacia la costa. Sirvió como límite de la población de Israel y de ese modo el territorio total podía ser designado como "desde Dan hasta Beerseba" (Jueces 20:1) (Diccionario Arqueológico de la Biblia, p.1 53).

La expulsión de Agar con Ismael es usada por el Apóstol Pablo como un paralelo entre el Antiguo y el Nuevo Pacto:

“Ismael ya era de unos 15 años (Génesis 21:5-8; Génesis 16:16) Pablo usó la historia de estos dos niños como alegoría de los pactos mosaicos y cristianos (Gálatas 4:21-31) …'Beerseba era una región semidesértica, y tales pozos eran una posesión inapreciable. Estos mismos pozos aún existen" (Compendio Manual de la Biblia, Halley, p. 98).

Llegamos ahora a la prueba suprema que tendía Abraham, y quizás la más difícil que pudiera tenerla cualquier ser humano – el ofrecer en sacrificio a un hijo único por obedecer a Dios.

“Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él le respondió: Heme aquí. Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré” (Génesis 22:1-2).

Esta prueba trascendental es un tipo de prueba que tendría que llevar a Dios el Padre al ofrecer a su único hijo, Jesucristo, mediante la crucifixión, justo al lado del Monte Moriah.

“La ofrenda de Isaac era un cuadro profético de la muerte de Cristo. El padre ofrenda a su hijo. El hijo estuvo como muerto tres días (en la mente de Abraham, vs. 4). Un sustituto, y un sacrificio verdadero. Y todo esto sobre el Monte Moriah (o Sión), el mismo lugar donde, 2000 años después, fue sacrificado el Hijo de Dios. De esta manera fue una sombra, en los comienzos mismos de la nación hebrea, del gran evento que aquella nación fue creada para traer” (Halley, p.99). El templo está encima del lugar.

La Biblia nos habla de la tremenda fe que tuvo Abraham al superar esta terrible prueba: “Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito, habiéndosele dicho: En Isaac te será llamada descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir” (Hebreos 11:17-19).

Una vez vencida esta gran prueba, quedan dos incidentes finales en la vida de Abraham: La muerte de Sara y la búsqueda de la esposa para Isaac.

Sara murió a la edad de 127 años. Abraham muestra una característica que se repite durante toda su vida – el no aprovecharse de los favores de los demás y más bien dejar siempre las cuentas bien cuadradas: “…respondió Efrón heteo a Abraham… No, señor mío, óyeme: te doy la heredad, y te doy también la cueva que está en ella… Entonces Abraham respondió… cuatrocientos siclos de plata, de buena ley entre mercaderes… Después de esto sepultó Abraham a Sara su mujer en la cueva de la heredad de Macpela al oriente de Mamre, que es Hebrón, en la tierra de Canaán” (Génesis 23:10-19).

Ahora bien, este Efrén no era tan generoso como parecía, pues al regalarle la cueva a Abraham con sus alrededores, Abraham tendría que presentarle ciertos servicios.

“La compra por Abraham de la propiedad de Efrén el heteo, para el entierro, se puede entender a la luz del código de leyes heteo hallado en Boghazkoy, Turquía. El código estipula que un comprador debe prestar ciertos servicios feudales, si compra toda la propiedad, el vendedor continuará con la obligación. Aunque Abraham sólo requirió la cueva en la orilla del campo de Efrén como el lugar para sepultura (Génesis 23:9), Efrén insistía en que le comprara todo el terreno (Génesis 23:11). Efrén evidentemente vio la oportunidad de deshacerse de sus obligaciones, haciendo a Abraham feudatario de todo el campo” (Diccionario Arqueológico de la Biblia, p. 12).

El último episodio de la vida de Abraham es dejar a Isaac con una esposa de su parentela, y así asegurar que seguiría la verdadera religión y no la de los cananeos idólatras. Le dice a su mayordomo: “No tomarás para mi hijo mujer de las hijas de los cananeos, entre los cuales yo habito; sino que irás a mi tierra y a mi parentela, y tomarás mujer para mi hijo Isaac” (Génesis 24:3-4).

Dios estaba detrás de esta decisión, pues le había hablado a Abraham diciéndole: “…A tu descendencia daré esta tierra; él enviará su ángel delante de ti, y tú traerás de allá mujer para mi hijo” (Génesis 24:7).

Así fue como el criado viajó a la ciudad de Nacor en Mesopotamia y trajo a Rebeca para que se casara con Isaac. Es un hermoso relato de la fidelidad del mayordomo y de la fe de Rebeca al creer que Dios estaba guiando todo y que Isaac sería la persona indicada para ella. Todo resultó de maravilla, y fue la esposa ideal para Isaac. Así se cumple la promesa que Dios hace, no solo para Isaac, sino para todos los jóvenes que confían en Dios:

“La casa y las riquezas son herencia de los padres; Mas de El Eterno la mujer prudente” (Proverbios 19:14).

Abraham murió a los 175 años y fue sepultado en la misma cueva de Macuela, al lado de su esposa Sara. Así concluye la historia de nuestro “padre de la fe” quien estará en la primera resurrección, sirviendo bajo el mismo Cristo sobre la tierra prometida, que entonces abarcará toda la tierra, y entonces realmente será “padre de muchos pueblos”. Nosotros también podremos compartir esa misma herencia si somos fieles hasta el fin.

“…cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios… porque vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios” (Lucas 13:28-29). “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa; porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios… porque les ha preparado una ciudad… Y todos éstos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometido… para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros” (Hebreos 11:8-10, Hebreos 11:16, Hebreos 11:39-40).

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

 

El pacto de Dios con Abraham y sus descendientes

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La asombrosa historia del ascenso a la grandeza de los Estados Unidos y Gran Bretaña comenzó hace cuatro mil años con el patriarca bíblico Abraham. Las promesas de Dios harían posible un extraordinario futuro para sus descendientes.

Y serán benditas en ti todas las familias de la tierra. (Génesis 12:3).

Para llegar a comprender algunas de las profecías más increíbles e inspiradoras de la Biblia debemos embarcarnos en un estudio que comienza cuatro mil años atrás, cuando Dios comenzó a trabajar con un hombre llamado Abraham. Él fue un personaje extraordinario; Dios le hizo extraordinarias promesas que continúan impactando no solo a sus descendientes, sino también a todo el mundo.

El relato bíblico acerca de sus descendientes, igualmente extraordinario, cubre la mayor parte de lo que conocemos como el Antiguo Testamento, y está lleno de grandes temas: el ascenso y caída no solo de grandes hombres y mujeres, sino además de reinos e imperios.

La historia de los descendientes de Abraham tiene una buena cuota de giros, vaivenes, subidas y bajadas, y no pocos misterios.

Los libros del Antiguo Testamento describen el proceso de desarrollo de la descendencia de Abraham hasta convertirse en una gran nación –el reino israelita– y el comienzo de su relación con Dios, basada en un pacto especial con él. Dicha nación, compuesta de doce tribus (o grupos familiares), adquirió prominencia temporal.

Sin embargo, al poco tiempo los israelitas se dividieron en dos naciones rivales. La más numerosa de las dos (que retuvo el nombre Israel y estaba compuesta de diez de las doce tribus) rechazó su asociación con Dios y dio origen a uno de los misterios más grandes de la historia cuando su gente fue forzada a salir de su antiguo territorio.

La más pequeña, llamada Judá y equivalente al reino del sur, estaba compuesta de las dos tribus restantes y los remanentes de otra. Sus ciudadanos no lograron aprender la lección de sus parientes del norte y también rechazaron a Dios, por lo cual fueron llevados en cautiverio. Sin embargo, en su gran mayoría retuvieron su identidad y se han mantenido visibles a través de la historia como una raza numéricamente insignificante y frecuentemente perseguida: el pueblo judío.

Pero, ¿qué pasó con las diez tribus de Israel, cuyos enemigos las expulsaron a la fuerza de su terruño? El Imperio asirio las capturó y exilió de su patria en el Medio Oriente en el siglo VIII a. C., pero actualmente los libros de historia convencionales no las mencionan en absoluto. El mundo solo las recuerda como las diez tribus perdidas de Israel.

No obstante, Dios hizo un pacto –un compromiso divino– con las doce tribus, sin exceptuar a ninguna. Él les prometió que siempre serían su pueblo y él siempre sería su Dios. ¿Podemos confiar en que él cumplirá su palabra? ¿Cómo puede ser posible tal cosa si las diez tribus perdidas se extinguieron, según muchos suponen?

Para añadir más misterio al enigma, la profecía bíblica reiteradamente nos dice que estos supuestos israelitas perdidos están destinados a reaparecer en el escenario mundial cumpliendo un rol de importancia inmediatamente después del regreso de Jesús, y a ser rescatados de un “tiempo de angustia” que podría infligirles más sufrimiento que antes. Incluso los profetas de antaño hablan de volver a su patria original bajo el gobierno del Mesías después de este tiempo de angustia.

Note esta promesa que Jesús les hizo a sus apóstoles: “Les aseguro –respondió Jesús– que en la renovación de todas las cosas, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono glorioso, ustedes que me han seguido se sentarán también en doce tronos para gobernar a las doce tribus de Israel” (Mateo 19:28, Nueva Versión Internacional, énfasis nuestro en todo este folleto).

¿Quiso Jesús realmente decir tal cosa? Si estos descendientes de Israel están destinados a desempeñar un futuro rol mundial que Dios ha profetizado, ¿dónde están ahora? ¿Cómo podemos identificarlos entre los pueblos del mundo actual? Y, por último, ¿por qué es tan importante este conocimiento para nosotros?

A medida que avancemos en este revelador estudio, usted aprenderá cuán involucrado está Dios en darle forma a ciertos aspectos cruciales de nuestro mundo. Usted no puede permitirse ignorar este increíble conocimiento.

Si esta información acerca de las tribus perdidas tuviese solamente un valor histórico y arqueológico, puede que esto sea de interés solo para aquellos que están fascinados con la historia. ¡Pero la verdad es que es mucho más importante que eso!

Es una llave maestra para comprender toda la profecía bíblica. Explica por qué tantas profecías hablan de una restauración futura de todas las tribus de Israel bajo un reino unido, y por qué tales profecías son tan relevantes en las páginas de las Sagradas Escrituras.

Al comprender esta increíble historia, usted podrá aprender mucho acerca de lo que Dios espera de todo aquel que le sirve. Que Dios le entregue la perspectiva espiritual para entender esta increíble historia y prestar atención a las lecciones que está a punto de descubrir.

Una historia de relaciones y acuerdos

Nuestra historia comienza con una serie de extraordinarias promesas que Dios le hizo miles de años atrás a un hombre llamado Abram.

“Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré. Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!” (Génesis 12:1-3, NVI).

Como aprenderemos en esta serie, Dios es siempre fiel a sus promesas. Él comenzó su preparación para relacionarse con el antiguo Israel siglos antes de que su pueblo se convirtiera en una nación. Inició sus planes para Israel con un grupo de tribus –o familias interrelacionadas–, estableciendo una relación con Abram y cambiando su nombre, que quiere decir “padre eminente”, al de Abraham, que quiere decir “padre de una multitud” (Génesis 17:5).

Note nuevamente la promesa que Dios le hizo: “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:2-3).

¡Qué maravilloso compromiso! Con estas promesas Dios puso en marcha un grandioso plan destinado a beneficiar a “todas las familias de la tierra” cuando fueran cumplidas. La historia y las profecías de esta nación, que se originaron con Abraham, son importantes no solo para su propio pueblo sino también para la gente de todas las naciones.

Posteriormente Dios traspasó estas promesas a Isaac (el hijo de Abraham), a su nieto Jacob, y luego a los doce hijos de este, de cuya simiente se originaron las doce tribus de Israel. Dios entregó a las subsecuentes generaciones más detalles acerca de su propósito para Israel y de cómo pretendía llevar a cabo su grandioso plan para ellas.

Este compromiso del Creador de la humanidad es el hilo que conecta las distintas partes de las Escrituras, realzando su significado y otorgándoles estructura. Incluso la misión de Cristo es una continuación de esta promesa.

Casi ochocientos años después de que Israel desapareciera como nación, el apóstol Pablo describió a los gentiles (gente que no era israelita) que estaban “sin Cristo” como “alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Efesios 2:12).

El lenguaje usado por Pablo en esta declaración es bastante fuerte, pero destaca la importancia del compromiso de Dios con Abraham y deja en claro que Pablo reconoció que Israel, incluyendo las diez tribus perdidas, continuaba existiendo. Si Pablo hubiese estado refiriéndose solo a los judíos –las tribus conformadas por el reino del sur– hubiese hablado de Judá, no de Israel.

La promesa de Dios a Abraham no se limitó a un pequeño y antiguo pueblo del Medio Oriente,  sino que se extiende ampliamente en el futuro y no está limitada por fronteras nacionales. Dios diseñó esta promesa para bendecir a todas las naciones.

Pablo luego esclarece el significado de esto: “Ese misterio, que en otras generaciones no se les dio a conocer a los seres humanos, ahora se les ha revelado por el Espíritu a los santos apóstoles y profetas de Dios; es decir, que los gentiles son, junto con Israel, beneficiarios de la misma herencia, miembros de un mismo cuerpo y participantes igualmente de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio” (Efesios 3:5-6, NVI).

¿Cómo pueden todos los pueblos compartir a través de Jesucristo las promesas que Dios le hizo a Abraham? Pablo explica: “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gálatas 3:29).

Esto significa que Dios debe injertar en la familia de Abraham a todo aquel que se convierta en su siervo, lo cual se ha comprometido a hacer mediante una serie de pactos (Romanos 11:13-27).

La promesa de Dios a Abraham no se limitó a un pequeño y antiguo pueblo del Medio Oriente, sino que se extiende ampliamente en el futuro y no está limitada por fronteras nacionales. Desde el comienzo mismo, Dios diseñó esta promesa para bendecir a todas las naciones. Ese es su propósito, y eso es lo que llevará a cabo.

Por qué escogió Dios a Abraham

¿Por qué escogió Dios a Abraham para que fuera su siervo y por medio de él se hiciera posible la existencia del antiguo Israel como nación? ¿Qué tenía en mente, y por qué llamó a Abraham a su servicio en ese particular momento de la historia?

Después del diluvio en tiempos de Noé, los habitantes de la Tierra nuevamente comenzaron a darle la espalda a Dios. Ya en tiempos de Abraham, todos los pueblos habían vuelto a ser corruptos.

Como consecuencia, Dios puso en marcha un importantísimo aspecto de su plan: ofrecer la salvación a toda la humanidad. La selección de Abraham fue un paso crucial en el plan de largo plazo diseñado por Dios para hacer que todas las naciones se volvieran a él. El resto de la Biblia se entreteje en torno a este plan de reconciliar a toda la humanidad con su Creador.

Tal vez usted recuerde que poco antes del diluvio, “Al ver Dios tanta corrupción en la tierra, y tanta perversión en la gente, le dijo a Noé: He decidido acabar con toda la gente, pues por causa de ella la tierra está llena de violencia. Así que voy a destruir a la gente junto con la tierra” (Génesis 6:12-13, NVI).

Dios salvó de la destrucción únicamente a Noé y su esposa, y a sus tres hijos y sus respectivas esposas.

Luego, poco después del diluvio y cuando la humanidad nuevamente comenzó a oponerse al camino de Dios, la torre de Babel se convirtió en el símbolo de su rebelión (Génesis 11:1-9). En el contexto de dicha rebelión y del sistema ciudad-Estado del gobierno humano que la acompañó, Dios inició una nueva fase de su plan para lograr que todas las naciones lo adoraran. Con ese propósito, decidió seleccionar a un hombre fiel y convertir a sus descendientes en un grupo de naciones destacadas, escogidas con el propósito específico de enseñar y representar sus valores y su camino de vida.

Elegidos para servir

Dios creó a todos los pueblos de la Tierra “de una sangre” (Hechos 17:26). La historia de los israelitas es la historia de una sola familia que el Dios Creador escogió de entre todos los pueblos de la Tierra para que le sirviese.

Pero a pesar de que los israelitas fueron el pueblo escogido, de ninguna manera debía considerárseles superiores, ni en los tiempos antiguos ni ahora. El apóstol Pedro explicó más adelante que “en toda nación él [Dios] ve con agrado a los que le temen y actúan con justicia” (Hechos 10:35, NVI). Este principio ha sido y es inalterable.

Note lo que Dios le dijo al antiguo Israel: “No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido el Eterno y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto el Eterno os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado el Eterno con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto. Conoce, pues, que el Eterno tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones” (Deuteronomio 7:7-9; compare con 1 Corintios 1:26-29).

Dios eligió a Abraham para una obra en particular, pero antes lo probó para ver si le sería fiel. Abraham superó todas las pruebas y demostró que creía y confiaba en su Creador, por lo cual Dios comenzó a usarlo. “Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia” (Romanos 4:3; compare con Génesis 15:6).

Bajo su cuidadosa guía, Dios forjó al antiguo Israel a partir de doce tribus interrelacionadas mediante lazos familiares y cuyos ancestros eran Abraham, el hijo de este, Isaac, y Jacob, el hijo de Isaac.

Los parientes de Abraham se multiplicaron y formaron una multitud aún más numerosa: los descendientes de los doce hijos de Jacob. Dios los convirtió en una nación y comenzó a relacionarse con ellos mediante un pacto. Como grupo llegaron a ser conocidos como “Israel”, o “los hijos de Israel”.

Israel era el otro nombre de Jacob. Cuando Dios comenzó a trabajar directamente con Jacob lo renombró Israel, que significa “el que lucha con Dios” o “el príncipe de Dios” (Génesis 32:24-30).

Los descendientes de Israel también se conocieron como “la simiente de Abraham”, “la casa de Isaac” (Amós 7:9), “la casa de Jacob” (Génesis 46:27; Éxodo 19:3), o simplemente “Jacob” — y por sus nombres tribales individuales de Rubén, Simeón, Leví, Judá, Zabulón, Isacar, Dan, Gad, Aser, Neftalí, Benjamín y José.

El patriarca Jacob luego adoptó a Efraín y Manasés, sus nietos a través de su hijo José, como sus propios hijos en cuanto a derechos de herencia. Como resultado, históricamente se ha dicho que la nación de Israel consiste de doce o trece tribus, dependiendo de si los descendientes de José se cuentan como una tribu (José) o como dos (Efraín y Manasés).

Promesas de importancia histórica

A medida que Dios fue trabajando con Abraham, aumentó los compromisos del pacto entre ellos. Estos compromisos estaban basados en la serie de promesas y profecías más importantes y trascendentales que Dios les ha dado a los seres humanos. Tanto los profetas posteriores de Israel como los apóstoles de Jesús, y hasta el mismo Jesús, consideraron estas promesas como el fundamento de su obra (Hechos 3:13, 25).

Note nuevamente lo que Dios le dijo al patriarca Abraham: “Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la Tierra” (Génesis 12:2-3; también lea Génesis 18:18; 22:18; 26:4; 28:14).

Aprendimos de los apóstoles que la bendición más importante que se ha hecho disponible a todas las naciones por medio de la “simiente” de Abraham es la dádiva de la vida eterna a través de Jesucristo (Hechos 3:25-26; Gálatas 3:7-8, 16, 29). Mediante su madre, María (de la tribu de Judá), Jesús nació como judío y descendiente de Abraham (Hebreos 7:14). Su sacrificio abrió la puerta a las personas de todas las naciones para que pudiesen disfrutar una relación con el Dios de Abraham.

Cuando los seres humanos, cualquiera sea su raza u origen, establecen una alianza con Cristo, también se convierten en simiente de Abraham. Como Pablo escribió en Gálatas 3:28-29, “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa”.

Por lo tanto, es evidente que desde el comienzo mismo de la interacción de Dios con Abraham el objetivo del Eterno era hacer la salvación disponible para todos. El resto de la Biblia revela muchos más detalles de cómo Dios implementará este plan en toda su plenitud. Sin embargo, su fundamento se encuentra en el libro de Génesis, en las promesas que Dios le hizo a Abraham.

La Biblia revela muchos aspectos del plan maestro de Dios para la salvación de la humanidad. La dimensión espiritual de su promesa a Abraham es solo una parte de la historia. Como seres físicos, funcionamos en un mundo igualmente físico. Consecuentemente, Dios con frecuencia alcanza sus metas espirituales a través de medios físicos (como dar o quitar bendiciones materiales), utilizando el principio de la recompensa por el buen comportamiento y el castigo por el pecado.

Por ejemplo, debemos considerar por qué Dios prometió hacer de Abraham una “nación grande” (Génesis 12:2). Muchos estudiosos modernos de la Biblia no logran comprender la importancia de esta gran promesa física. Algunos críticos de la Biblia simplemente se burlan de esto porque creen que el pueblo de Israel nunca llegó a ser más que un par de reinos insignificantes al oriente del mar Mediterráneo. Pero están equivocados, porque Dios no miente (Tito 1:2) y sí cumple sus promesas. Pronto veremos por qué y cómo ha cumplido Dios esta particular promesa de grandeza nacional que le hizo a Abraham.

Promesas de grandes bendiciones nacionales y materiales

Desde Génesis 12 al 22 hay siete pasajes que describen las promesas que Dios le hizo y reconfirmó a Abraham. En el relato inicial (Génesis 12:1-3), Dios le dijo a Abraham que dejara su patria y su familia. Esta fue la primera condición que Abraham debió cumplir para poder recibir la promesa.

Debido a que Abraham obedeció voluntariamente, Dios le prometió bendecirlo y engrandecer su nombre. Su progenie también sería engrandecida. (Como veremos, los resultados de esta promesa llegarían a contarse entre los avances mundiales más importantes de la historia).

Unos pocos versículos más adelante, Dios se le apareció a Abraham y le prometió la tierra de Canaán para sus descendientes (versículo 7). Las promesas de Dios incluyeron sin duda aspectos materiales, como tierras y posesiones físicas.

Génesis 13 aporta más detalles acerca de estas promesas. Después de que Abraham gentilmente cediera a su sobrino Lot el fértil valle contiguo al río Jordán (leer el relato en los versículos 5-13), recibió a cambio una promesa de Dios: toda la tierra de Canaán sería suya para siempre (versículos 14-17). Esto indica que los aspectos temporales y eternos de su promesa estaban íntimamente relacionados.

Y a pesar de que Abraham aún no tenía hijos, Dios también le prometió que sus descendientes serían “como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia [de Abraham] será contada” (v. 16). El gigantesco alcance de esta promesa –la multiplicación prácticamente infinita de los descendientes de Abraham– no debe ser tomada a la ligera porque, como veremos, tiene enormes implicancias.

Aproximadamente una década más tarde, Dios nuevamente se le apareció a Abraham en una visión. Y aunque todavía no tenía hijos, Dios nuevamente le prometió un heredero y le dijo “un hijo tuyo será el que te heredará” (Génesis 15:4).

Una enorme multitud de personas descendería de aquel heredero, Isaac. “Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar . . . Así será tu descendencia” (v. 5). ¿Cómo respondió Abraham? “Y creyó al Eterno, y le fue contado por justicia” (v. 6).

Abraham confió plenamente en que Dios cumpliría su palabra, incluso en un futuro muy lejano, y esa fue una de las razones por las cuales Dios lo amó y lo escogió para ser no solo el padre de varias grandes naciones, sino además el “padre de todos los creyentes” (Romanos 4:11). Dios estaba diseñando un rol dual para el fiel Abraham.

"Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar... Así será tu descendencia"

Unos versículos más adelante Dios le promete innumerables descendientes, y también todo el territorio que se extendía “desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates” (Génesis 15:18). Esta franja territorial abarcaba mucho más que la tierra que Dios incluyó en su promesa original de la tierra de Canaán (Génesis 12:6-7; 17:8; 24:7).

Dios amplía sus promesas

A medida que Abraham demostraba su fidelidad, Dios incrementó el alcance de las promesas que le había hecho. A la larga, estas incluyeron mucho más de lo que había revelado originalmente. El relato más detallado de las promesas que Dios le hizo a Abraham se encuentra en Génesis 17: “Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció el Eterno y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto. Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera . . . He aquí mi pacto es contigo, y serás padre de muchedumbre de gentes.

“Y no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes. Y te multiplicaré en gran manera, y haré naciones de ti, y reyes saldrán de ti. Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti. Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos” (vv. 1-8).

Tal como en declaraciones anteriores de esta promesa, la bendición de Dios aún era condicional y dependía de la obediencia y el compromiso de Abraham de madurar espiritualmente. Aquí, Dios le recuerda esto diciendo: “Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto” (v. 1; compare con Mateo 5:48).

Una “gran nación” se expande a “muchas naciones”

Recuerde que una parte importante de la promesa de Dios consistía en multiplicar grandemente la descendencia de Abraham. Aquí Dios enfatizó esta realidad que aún estaba por cumplirse dándole un nuevo nombre al patriarca. Hasta aquel momento, él era conocido como Abram. Dios le dijo: “Y no se llamará más tu nombre Abram, sino que será tu nombre Abraham, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes” (Génesis 17:5). Como se mencionó anteriormente, el nombre Abram significa “padre eminente”, pero Abraham significa “padre de una multitud”.

Dios explicó en detalle este aspecto de su promesa: “Y te multiplicaré en gran manera, y haré naciones de ti, y reyes saldrán de ti” (v. 6; vea también los versículos 15-16).

Dios continuó: “Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos . . . En cuanto a ti, guardarás mi pacto, tú y tu descendencia después de ti por sus generaciones” (vv. 8-9). El relato en Génesis 17 establece el compromiso de Dios con Abraham como “pacto perpetuo” (vv. 7, 13, 19), un contrato vinculante que obliga a Dios a darle la tierra de Canaán a perpetuidad a la descendencia del patriarca (v. 8). El compromiso de Dios con Abraham fue enormemente importante y trascendental.

El sexto relato de la promesa que Dios le hizo a Abraham aparece en Génesis 18, inmediatamente antes de la destrucción de Sodoma y Gomorra, dos ciudades plagadas de pecado. Los visitantes angelicales de Abraham (mensajeros con noticias del castigo divino que caería sobre esas dos ciudades) reconfirmaron el nacimiento del hijo que Abraham –quien ya tenía noventa y nueve años– tendría con Sara, diez años menor que él (versículos 10-14).

Conforme a la promesa que Dios hizo de que no encubriría sus intenciones a Abraham (Génesis 18:17; Amós 3:7), los ángeles que visitaron al anciano patriarca ratificaron la promesa mesiánica de que serían “benditas en él todas las naciones de la tierra” (Génesis 18:18).

Tal promesa se cumplió espectacularmente aproximadamente un año después de este encuentro, cuando Sara dio a luz a Isaac (Génesis 21:1-3). Primero, Abraham había probado ser fiel a Dios. Ahora, milagrosamente, Dios probaba su lealtad al compromiso que había hecho con él.

La prueba suprema de Abraham

La culminación de estos siete relatos de las promesas de Dios aparece en Génesis 22, donde encontramos uno de los eventos más significativos de la Biblia. Este es el desenlace final de la promesa que Dios le hizo a Abraham.

En este relato, la disposición de Abraham para sacrificar a Isaac simboliza el fundamento mismo del plan de Dios de ofrecerle la salvación a todos: la disposición de Dios de ofrecer a su Hijo único, Jesucristo, como sacrificio (Juan 3:16-17).

Anteriormente señalamos que las promesas de Dios dependían de la obediencia continua de Abraham (Génesis 12:1; 17:9). Sin embargo, después de los eventos de Génesis 22 Dios transformó este pacto con Abraham y lo elevó a un nuevo nivel — y con buena razón.

Dios le dijo a Abraham que tomara a Isaac, el hijo prometido (Romanos 9:9), y lo sacrificara como ofrenda encendida en el monte Moriah (Génesis 22:2). Había llegado el momento de la prueba suprema de fe para  Abraham.

A estas alturas de su vida, Abraham había aprendido a confiar absolutamente en el Eterno. Había experimentado desde hacía mucho la sabiduría, verdad y fidelidad de Dios, así que se preparó para hacer lo que se le había ordenado, solo para ser milagrosamente detenido en el preciso momento en que iba a sacrificar a su hijo (versículos 9-11).

Podemos aprender varias y profundas lecciones de este incidente. Primero, Dios jamás ha autorizado que se le adore con sacrificios humanos, ni en los tiempos antiguos ni en los modernos.

Segundo, Dios le prohibió a Israel imitar la práctica pagana de ofrecer a los hijos primogénitos como sacrificios a los ídolos. El sacrificio humano era arte y parte de la sociedad mesopotámica de la cual Abraham había sido llamado, como también de las naciones que lo rodeaban. Pero Dios se aseguró de que su fiel siervo no matase a su hijo, a pesar de que Abraham no sabía con anticipación lo que Dios tenía en mente.

En el versículo siguiente, las palabras de Dios revelan lo que él realmente quería saber acerca de Abraham: “. . . porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único” (v. 12). Mediante su disposición para obedecer al Dios viviente, Abraham había probado ser capaz de renunciar a lo más preciado para él: su único heredero (versículo 16; compare con Juan 3:16). Dios no quería al hijo de Abraham como sacrificio, pero sí quería saber si Abraham confiaba en él lo suficiente como para tomar la decisión más difícil que Dios podía pedirle. Y Abraham pasó la prueba.

Tercero, el comportamiento de Abraham demostró que era un hombre apto para el rol de “padre de todos los creyentes” (Romanos 4:11-22; Gálatas 3:9; Hebreos 11:17-19), el fundador ideal de la familia de innumerables descendientes que podrían llegar a ser el pueblo de Dios (Génesis 18:19).

Sin embargo, Dios no podía completar el plan que había iniciado a través de Abraham sin tomar en cuenta el problema del pecado humano, que más adelante requeriría el sacrificio del redentor de la humanidad: Jesús el Mesías, el Cordero de Dios (Juan 1:29).

El compromiso de Dios se vuelve incondicional

En ese momento, las promesas de Dios a Abraham –tanto físicas como espirituales– se volvieron incondicionales. Cuando Dios dijo “Por mí mismo he jurado” (Génesis 22:16), dejó en claro que el cumplimiento de la promesa ya no dependía de Abraham. El cumplimiento de la promesa dependía ahora exclusivamente de Dios mismo. Él se comprometió incondicionalmente a cumplir la promesa que había hecho a Abraham y a sus descendientes.

Dios pone en juego su propia veracidad e integridad a través de estos compromisos. Él se obliga personal e incondicionalmente a llevar a cabo todas estas promesas, en todos sus detalles.

Una vez que comprendemos la naturaleza incondicional de las promesas de Dios, es más fácil determinar lo que se debe tomar en cuenta al estudiar la historia relacionada con los descendientes del antiguo Israel. Como Dios no puede anular su promesa a Abraham porque él no quebranta su palabra (Números 23:19), cada detalle de sus promesas se convierte en una guía a la hora de buscar la identidad de las diez tribus perdidas de Israel después de su exilio.

Génesis 22 concluye con una reafirmación de Dios en cuanto a los elementos centrales de su promesa a Abraham: “De cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos” (v. 17). Estas bendiciones físicas, materiales y nacionales continúan siendo indicios de la identidad de los descendientes modernos de Abraham.

Dios continuó: “En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (v. 18). El apóstol Pablo, hablando acerca de este versículo muchos siglos más tarde en Gálatas 3:16, explica que esta bendición prometida se refiere a Jesucristo: “Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente, la cual es Cristo”. A través de Cristo (como la simiente de Abraham), Dios haría disponible la salvación para toda la humanidad (compare con Juan 3:16).

Promesas renovadas a Isaac, el hijo de Abraham

Dios renovó sus promesas a Abraham en generaciones subsiguientes. Él reconfirmó este pacto a Isaac, el hijo del patriarca (Génesis 26:1-5), y a su nieto Jacob (Génesis 27:26-29; 28:1-4, 10-14; 35:9-12).

Por medio de Jacob, Dios traspasó los aspectos nacionales y materiales de sus promesas a los descendientes de los tataranietos de Abraham (Efraín y Manasés, hijos de José, Génesis 48:1-22).

El hecho de que la Biblia registre en detalle cómo estas promesas de bendiciones son traspasadas de generación en generación es otra evidencia de que el pacto de Dios con Abraham incluyó aspectos físicos, materiales y nacionales además de las trascendentales profecías mesiánicas.

La promesa que Dios le hizo a Isaac de darles a él y a su descendencia “todas estas tierras” (Génesis 26:3-4) comprende grandes bendiciones materiales. Dios también le prometió, al igual que a Abraham, una descendencia casi sin límites, diciéndole que sus descendientes serían multiplicados “como las estrellas del cielo” (v. 4).

Esta promesa se cumplió de manera preliminar cuando varios millones de israelitas llegaron al monte Sinaí bajo el liderazgo de Moisés (Deuteronomio 1:10), y después, en tiempos de Salomón (1 Reyes 4:20-21). Pero Moisés mismo estaba consciente de que las grandes multitudes, según la promesa de Dios, serían multiplicadas muchas veces más en el futuro (Deuteronomio 1:11).

Jacob recibe el derecho a la primogenitura y la bendición

En circunstancias normales, las bendiciones físicas que se traspasaron a Isaac hubiesen ido a su hijo primogénito, Esaú (Génesis 25:21-26). Sin embargo Jacob, su hermano gemelo y el menor de los dos, persuadió a Esaú de venderle su primogenitura por un plato de lentejas (vv. 29-34).

¿Qué era la primogenitura y por qué era tan importante? The International Standard Bible Encyclopedia (Enciclopedia bíblica estándar internacional) explica que la primogenitura era “el derecho que naturalmente le pertenecía al hijo primogénito . . . Tal persona se convertía finalmente en la cabeza de la familia, y la línea familiar continuaba a través de él. Como primogénito, él heredaba una porción doble de los bienes paternales . . . el primogénito era responsable de . . . ejercer absoluta autoridad sobre el hogar” (1979, vol. 1, “Birthright” [“Primogenitura”], pp. 515-516).

A objeto de obtener las bendiciones de la primogenitura por parte de su padre Isaac, que ya estaba anciano y ciego, Jacob recurrió al engaño para hacerle creer que él era Esaú (Génesis 27:18-27). Jacob no tenía idea de que este engaño era innecesario: Dios ya había revelado, incluso antes del nacimiento de los hermanos gemelos, que Jacob sería el más fuerte de los dos y que Esaú finalmente se convertiría en su subordinado (Génesis 25:23).

Pero Dios permitió que Jacob recibiera la promesa mediante el derecho de primogenitura y que recibiera la mejor parte de la herencia familiar de su padre, sin intervenir para cambiar las circunstancias. Más tarde, Dios le enseñaría a Jacob a dejar de confiar en sus propias estrategias engañosas.

Note ahora la bendición que Dios le prometió a Jacob: “Dios, pues, te dé del rocío del cielo, y de las grosuras de la tierra, y abundancia de trigo y de mosto. Sírvante pueblos, y naciones se inclinen a ti; sé señor de tus hermanos, y se inclinen ante ti los hijos de tu madre. Malditos los que te maldijeren, y benditos los que te bendijeren” (Génesis 27:28-29). Estas palabras no fueron insignificantes: Isaac le estaba traspasando oficialmente a Jacob las maravillosas promesas que Dios le había hecho a Abraham.

Luego, valiéndose de un sueño, Dios le confirmó a Jacob que recibiría la promesa del derecho de primogenitura y le reveló que sus descendientes, que serían tantos “como el polvo de la tierra”, se extenderían “al occidente, al oriente, al norte y al sur” — en todas las direcciones desde el Medio Oriente (Génesis 28:12-14). En capítulos posteriores veremos cómo esta profecía ha sido cumplida de manera increíble.

Las dos identidades nacionales de José

En Génesis 35 encontramos otro aspecto de la promesa de primogenitura. Aquí Dios le promete a Jacob que “una nación y conjunto de naciones” procederían de él (v. 11). Es fundamental entender este aspecto de la herencia de Israel si queremos comprender las profecías claves. La promesa de primogenitura sería cumplida en dos diferentes entidades nacionales.

En Génesis 48 vemos que Jacob traspasó esta parte de la promesa que Dios le hizo a Abraham e Isaac a los hijos de José (Efraín y Manasés). Al mismo tiempo, Jacob puso su propio nombre en estos dos prominentes nietos (v. 16). Como resultado, muchas referencias posteriores a “Jacob” o “Israel” en los libros proféticos de la Biblia se refieren principalmente a estas dos ramas de los descendientes de Jacob.

La bendición de Jacob incluía tierras –territorios nacionales– que los descendientes de sus dos nietos recibirían “por heredad perpetua”. Ellos también se multiplicarían “en gran manera”.

La bendición de Jacob incluía tierras territorios nacionales– que los descendientes de sus dos nietos recibirían “por heredad perpetua”. Ellos también se multiplicarían “en gran manera” (v. 16). Aquí vemos por segunda vez la extraordinaria promesa de que los descendientes de Jacob –específicamente aquellos que provendrían de Efraín y Manasés– se multiplicarían y llegarían a formar “muchas naciones” y “una nación muy importante”, respectivamente (v. 19, Dios Habla Hoy).

Sin embargo, no todos los aspectos de las promesas irían a José y sus descendientes: Judá recibiría una promesa con una importante dimensión espiritual. A través de Jacob, Dios profetizó que “no será quitado el cetro [vara de autoridad] de Judá” (Génesis 49:10). Esa profecía se refería tanto a la dinastía del futuro rey de Israel, David, como al rol de Jesús –también de la tribu de Judá y descendiente de David– como el Mesías (Lucas 1:32; Hebreos 7:14; Apocalipsis 5:5). Cristo está destinado a gobernar la Tierra como Rey de reyes (Apocalipsis 11:15; 17:14; 19:16).

En contraste, la promesa de primogenitura de la grandeza física, material y nacional no fue entregada a Judá sino que a José, saltándose al hijo primogénito, Rubén. Note las circunstancias que hicieron que esta gran promesa cayera en manos de José:

“Los hijos de Rubén primogénito de Israel (porque él era el primogénito, mas como violó el lecho de su padre, sus derechos de primogenitura fueron dados a los hijos de José, hijo de Israel, y no fue contado por primogénito; bien que Judá llegó a ser el mayor sobre sus hermanos, y el príncipe de ellos; mas el derecho de primogenitura fue de José)” (1 Crónicas 5:1-2). Gracias a la promesa de primogenitura, los descendientes de José –Efraín y Manasés– recibirían bendiciones de riqueza, poder y prominencia nacionales.

Este pasaje profético en Génesis 49 nos dice que los descendientes de José disfrutarían de abundantes cosechas, numerosas manadas de ganado y magníficos recursos naturales, tales como grandes reservas de madera y valiosos minerales. Todas estas bendiciones serían de ellos “en los días venideros”..

Bendiciones para los descendientes de José

Quizás el pasaje bíblico más revelador acerca de la promesa de primogenitura se halle en Génesis 49. Aquí encontramos a Jacob profetizando acerca de los descendientes de sus hijos “en los días venideros” y bendiciéndolos (v. 1). Note que las bendiciones que Jacob pronuncia para los descendientes de José en un tiempo futuro son monumentales.

“José es un retoño fértil, fértil retoño junto al agua, cuyas ramas trepan por el muro. Los arqueros lo atacaron sin piedad; le tiraron flechas, lo hostigaron. Pero su arco se mantuvo firme, porque sus brazos son fuertes. ¡Gracias al Dios fuerte de Jacob, al Pastor y Roca de Israel! ¡Gracias al Dios de tu padre, que te ayuda! ¡Gracias al Todopoderoso, que te bendice! ¡Con bendiciones de lo alto! ¡Con bendiciones del abismo! ¡Con bendiciones de los pechos y del seno materno! Son mejores las bendiciones de tu padre que las de los montes de antaño, que la abundancia de las colinas eternas. ¡Que descansen estas bendiciones sobre la cabeza de José . . .” (Génesis 49:22-26, NVI).

Este pasaje profético nos dice que “en los días venideros” los descendientes de José vivirían en una tierra productiva, bien irrigada y fértil. Serían un pueblo que expandiría su territorio e influencia en gran manera –política, militar, económica y culturalmente–, un pueblo “cuyas ramas trepan por el muro”, o se extienden más allá de sus fronteras naturales. Ocasionalmente sería atacado por otras naciones, pero generalmente saldría victorioso. Sus triunfos a veces serían considerados como “milagrosos” o “providenciales”, porque el Dios Todopoderoso los ayudaría y sería su fuente de bendiciones.

Este pueblo viviría en un clima excepcionalmente favorable que fácilmente satisfaría las necesidades de su población en constante crecimiento. Sus habitantes disfrutarían la bendición de abundantes cosechas, numerosas manadas de ganado y magníficos recursos naturales, tales como grandes reservas de madera y valiosos minerales.

En otras palabras, los depositarios de tales promesas poseerían las mejores bendiciones y recursos de la Tierra. Todas estas bendiciones serían suyas “en los días venideros” (Génesis 49:1).

¿Dónde podemos encontrar a los descendientes de José, las tribus perdidas de Efraín y Manasés? Esta lista de bendiciones elimina a la mayoría de las naciones del mundo como candidatas. Para encontrarlas, debemos preguntarnos: ¿Qué naciones poseen estas bendiciones en nuestro mundo? Dios les prometió todas estas bendiciones a los descendientes de José “en los días venideros”. Y como Dios no miente, podemos confiar en el cumplimiento de estas promesas.

¿Qué nos dice la evidencia? Como veremos, esta se inclina abrumadoramente hacia el lado de Dios. Si creemos en estas promesas y en que Dios las llevará a cabo, nuestra perspectiva del mundo será muy distinta a la de quienes carecen de este conocimiento.

En los casi 3700 años desde que Dios entregó estas promesas, pocas naciones pueden jactarse de bendiciones que siquiera se parezcan a estas. Menos aún pueden afirmar que poseen la superioridad económica y la prominencia nacional –incluso el estatus de superpotencia– que se les prometió a los hijos de José (Efraín y Manasés) “en los días venideros”.

Sin embargo, hay dos candidatos que encajan perfectamente en el criterio de estas profecías: Estados Unidos y la Mancomunidad Británica de Naciones. ¿Qué tan bien calza esta aparente conexión con la evidencia que existe? Para responder a esta pregunta, nos embarcaremos en un estudio de la evidencia histórica de las tribus de Israel desde su comienzo como nación hasta la actualidad.

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.