Beyond Today Daily

Persistencia: Desarrollando la fe en Dios

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La oración persistente y apasionada es clave para desarrollar fe y una profunda relación con Dios.

Transcript

Cuando era niño, molestaba a mis padres con las cosas que se me metían en la cabeza, como obtener algo o ir a alguna parte. Y no podía soportar que me dieran un “no” como respuesta. 

Yo continuaba con mis súplicas y ruegos, era muy persistente. Y si, era un poco egoísta. Bueno, en realidad era muy egoísta cuando me pasaba esto. Pero algunas veces funcionaba y otras no. ¿Qué tal tú? ¿Lo hacías? ¿Lo hacen tus hijos contigo ahora? ¿Cómo reaccionas?

La persistencia es una cualidad interesante. Yo pienso que Dios quiere que seamos persistentes cuando nos acercamos a pedirle algo, cuando nos acercamos a su trono de gracia, y le pedimos atención pidiendo por nosotros o por otra persona. Creo que Dios quiere que seamos persistentes, diligentes, y enfocados en lo que pedimos y que no nos rindamos.

Hay una parábola que habla de esto. Se llama “La parábola de la viuda persistente”. Permíteme leerla. 

También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar,

diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre.

Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario.

Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia.

Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto.

¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles?

Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? (Lucas 18:1-8)

Jesús utiliza esta parábola, creo, para demostrar que debemos poner pasión a nuestras peticiones. Que tenemos que ser persistentes. Debe haber un sentido de urgencia. Tenemos que clamar a Dios, y debemos hacerlo continuamente. Esta persistencia es la que nos ayuda a desarrollar fe dentro de nosotros. Jesús dijo:  Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?

Si continuamos con oraciones persistentes con sentido de urgencia, nos ayudará a desarrollar la fe en Dios. No importa cuál sea la respuesta, ni el cómo o el cuándo. Dios persiste estar con alguien de día y de noche que está sufriendo, que necesita ser sanado, que tiene una aflicción, que tiene una necesidad espiritual, o tal vez una con algo en tu propia vida que no es fácil superar y sobrellevar. Pero no nos rendimos, y clamamos a Dios. Nos urge hablarle y ser persistentes en eso.

Desarrollamos fe, porque en el proceso, estamos desarrollando una relación con Dios. Seremos capaces de aceptar la respuesta que él nos da y nos daremos cuenta que lo que hicimos estuvo bien, tendremos fe, y lo reconoceremos en nuestros caminos, y el verá que hay fe en nosotros cuando regrese. 

Esto es BT Daily, hasta la próxima

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Darris McNeely

Darris McNeely works at the United Church of God home office in Cincinnati, Ohio. He and his wife, Debbie, have served in the ministry for more than 43 years. They have two sons, who are both married, and four grandchildren. Darris is the Associate Media Producer for the Church. He also is a resident faculty member at the Ambassador Bible Center teaching Acts, Fundamentals of Belief and World News and Prophecy. He enjoys hunting, travel and reading and spending time with his grandchildren.

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Lección 25 - Trasfondo histórico de los evangelios

Parábolas famosas que solo se encuentran en Lucas 10-19 (3ra parte)
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Continuamos en el Evangelio de Lucas, donde se encuentran algunas de las enseñanzas de Jesús, incluidas tres parábolas.

La curación de los diez leprosos

En Lucas encontramos uno de los relatos donde Jesús critica con más dureza la ingratitud típica de los seres humanos. Dice: “Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate, vete; tu fe te ha salvado” (Lucas 17:11-19).

La ley judía obligaba a los leprosos a permanecer fuera de las aldeas. Estos se acercaron a Jesús tanto como pudieron y después le rogaron que tuviera piedad de ellos. Cristo, viendo su situación, tuvo compasión y sanó a los diez.

Una vez sanados, hubo nueve que no le dieron las gracias a Jesús ni glorificaron a Dios, sino que rápidamente se fueron a celebrar. Solo uno de los diez, un samaritano (los de Samaria generalmente eran despreciados por los judíos), recordó quién había hecho la sanación y regresó, dando gracias a Cristo y glorificando a Dios.

De todos los pecados, sin duda la ingratitud es uno de los más comunes entre los seres humanos. Aquí hay una lección: no se debe esperar agradecimiento o manifestaciones de gratitud cuando se sirve a alguien. Si solo uno de los diez leprosos dio gracias a Cristo por haber sido sanado de esta terrible enfermedad, no debería sorprendernos si no siempre se nos agradece cuando ayudamos a otros. Sin embargo, debemos ser cuidadosos; no debemos dar por sentado que quienes reciben nuestra ayuda son desagradecidos, aun si las gracias no son explícitas.

La parábola de la viuda importuna

Luego, Jesús entrega una parábola que compara las buenas acciones que lleva a cabo la gente del mundo (aun cuando sus motivaciones no sean las correctas) con las de un Dios justo quien, con motivaciones perfectas, cuánto más no hará.

Lucas escribe: “También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar, diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia. Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Lucas 18:1-8).

Note que Jesús no solo habla del presente, sino que también hace énfasis en que la última generación de cristianos debe ser paciente y perseverante. Como lo señala Tyndale NT Commentary (Comentario de Tyndale del N.T.), “No hay indicios de tiempo, pero el último capítulo está relacionado con el Segundo Advenimiento y [él] ‘les dijo’ parece indicar que se trata del mismo público. El relato se refiere a la oración a lo largo del tiempo. Cuando los hombres que oran no ven señales de la respuesta que anhelan, fácilmente se desaniman. Pero deben orar y no desfallecer . . . La recompensa llegará pronto, pero esto debe entenderse en términos del tiempo de Dios (para él un día es como mil años y mil años como un día, 2 Pedro 3:8).

“Jesús está hablando de la certeza de la rapidez con que ocurrirán los sucesos cuando llegue el momento. Cuando pregunta que si el Hijo del hombre encontrará fe en la Tierra, no está sugiriendo que no habrá creyentes. Lo que está diciendo es que la característica de la gente del mundo en ese momento no será la fe. Los hombres del mundo jamás reconocen los caminos de Dios y no verán cuando recompense a sus elegidos” (Op. cit., pp. 262-263).

De hecho, es importante darse cuenta de que al final de los siglos, cuando aumenten la irreligiosidad y la inmoralidad, será más difícil mantener una relación sólida con Dios, por eso la advertencia de Cristo de perseverar en la oración.

The Believer’s Bible Commentary (Comentario bíblico del creyente) dice: “La razón por la cual Dios aún no ha intervenido es porque está siendo paciente con la gente, y no quiere que nadie se pierda. Pero llegará el día en que su espíritu ya no contenderá con los hombres, y entonces castigará a los que persiguen a sus seguidores.

“Jesús termina la parábola con esta pregunta: ‘Sin embargo, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿realmente encontrará fe en la tierra?’ Esto probablemente se refiere al tipo de fe que tenía la viuda pobre. Pero también puede significar que cuando el Señor regrese, solo habrá un remanente que permanecerá fiel. Mientras tanto, debemos ser avivados por el tipo de fe que clama a Dios día y noche’” (nota sobre Lucas 18:1).

La parábola del fariseo y el publicano

Después de haber hablado sobre la necesidad de persistir en la oración, Jesús continúa con la siguiente parábola sobre la actitud correcta cuando se ora. En aquella época, los fariseos eran considerados expertos en la oración. Sin embargo, muchos eran culpables de autojusticia.

Jesús no quería que sus discípulos cayeran en esta trampa religiosa. Lucas escribe: “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lucas 18:9-14).

Una vez más Cristo se rehusó a dejarse impresionar por la religiosidad externa. Su interés se enfocaba más en las verdaderas intenciones de una persona.

The Believer’s Bible Commentary explica: “Aunque el fariseo cumplía con la rutina de la oración, en realidad no estaba hablando con Dios. Más bien se jactaba de sus propios logros morales y religiosos. En lugar de compararse con el estándar perfecto de Dios y ver lo pecaminoso que era en realidad, se comparó con otros miembros de la comunidad y se enorgullecía de ser mejor. Su repetición frecuente del pronombre personal ‘yo’ revela el verdadero estado de su corazón: presumido y autosuficiente. Por otro lado, la actitud del publicano contrasta fuertemente. De pie ante Dios, sintió su propia indignidad. Se humilló al máximo. Ni siquiera alzaba la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y clamaba a Dios por misericordia: ‘¡Dios, ten misericordia de mí, (literalmente ‘el’) pecador!’ No se consideraba un pecador entre muchos, sino como el pecador indigno de recibir algo de Dios. Jesús recordó a sus oyentes que es este espíritu de autohumillación y arrepentimiento lo que Dios acepta. Contrario a lo que podrían indicar las apariencias humanas, fue el publicano quien bajó a su casa justificado. Dios exalta a los humildes, pero humilla a los que se exaltan a sí mismos”.

Jesús y Zaqueo

Más tarde Cristo viajó a Jericó, donde vivía un publicano adinerado llamado Zaqueo. Jericó era una de las ciudades más ricas de Judea. Lucas relata: “Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:1-10). El relato parece indicar que Zaqueo ya había estado haciendo buenas obras en el pasado. Sin embargo, es más probable que el significado del tiempo presente en el griego se refiera a lo que haría, no a lo que había estado haciendo.

El erudito griego Richard Young destaca el tiempo presente en este versículo, diciendo: “Lucas 19:8 es una referencia futura donde Zaqueo le dijo al Señor (daré a los pobres)” (Intermediate New Testament Greek [Nuevo Testamento interlineal griego], 1994 pág. 105, énfasis añadido). Vincent’s Word Studies (Estudio de palabras de Vincent) también se refiere así a este versículo: “‘No, mi práctica es dar’. La declaración de Zaqueo no es una reivindicación, sino un voto. ‘Ahora doy para compensar’”.

Parece tener más sentido que Zaqueo, después de recibir y aceptar la enseñanza de Cristo, se arrepintió y cambió sus prácticas. La Nueva Versión Internacional dice: “Pero Zaqueo dijo resueltamente: Mira, Señor: Ahora mismo voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes y, si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces la cantidad que sea. —Hoy ha llegado la salvación a esta casa —le dijo Jesús—, ya que este también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:8-10).

The Bible Knowledge Commentary (Comentario sobre el conocimiento bíblico) agrega: “Como de costumbre, muchos se quejaron porque Jesús se había convertido en el invitado de un ‘pecador’. Pero Zaqueo se puso de pie y anunció voluntariamente que daría la mitad de lo que le pertenecía a los pobres y que pagaría cuadriplicado a todo el que hubiera perjudicado. Quería hacer pública su declaración de que su experiencia con Jesús había cambiado su vida. Es interesante que se despojó de gran parte de su riqueza, lo que Jesús le había pedido al joven rico (Lucas 18:22)”.

La parábola de las minas

Luego, Lucas escribe: “Oyendo ellos estas cosas, prosiguió Jesús y dijo una parábola, por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente. Dijo, pues: Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, y les dijo: Negociad entre tanto que vengo. Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros. Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno. Vino el primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez minas. Él le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades. Vino otro, diciendo: Señor, tu mina ha producido cinco minas. Y también a éste dijo: Tú también sé sobre cinco ciudades. Vino otro, diciendo: Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo; porque tuve miedo de ti, por cuanto eres hombre severo, que tomas lo que no pusiste, y siegas lo que no sembraste. Entonces él le dijo: Mal siervo, por tu propia boca te juzgo. Sabías que yo era hombre severo, que tomo lo que no puse, y que siego lo que no sembré; ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco, para que al volver yo, lo hubiera recibido con los intereses?

“Y dijo a los que estaban presentes: Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez minas. Ellos le dijeron: Señor, tiene diez minas. Pues yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y también a aquellos mis enemigos que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y decapitadlos delante de mí” (Lucas 19:11-27).

Cristo sabía que los que escuchaban pensaron que el Reino de Dios, con él a la cabeza, se establecería en ese momento. Les relató esta parábola para mostrar que debía transcurrir más tiempo antes de que él estableciera su reino. Quería que se concentraran en lo que recibirían del Espíritu de Dios y en cómo lo iban a administrar y desarrollar.

En esta parábola el joven gobernante sin duda representa a Cristo, el gobernante del futuro Reino de Dios. La palabra griega mina era el equivalente a unos tres meses de salario.

Las ciudades que se mencionan aquí como recompensa representan posiciones de gobierno que se darán a los fieles cuando Cristo regrese para gobernar la Tierra. Como Jesús les había dicho a sus discípulos: “De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel” (Mateo 19:28).

También le diría a la Iglesia: “Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro, y serán quebradas como vaso de alfarero; como yo también la he recibido de mi Padre” (Apocalipsis 2:26-27).

Así que la mina, que representa la porción del Espíritu Santo que Dios da, debe ser multiplicada a través de un uso espiritualmente sabio y provechoso de ella. La recompensa será otorgada por Cristo en el futuro, como él dijo: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22:12).EC

Darris McNeely works at the United Church of God home office in Cincinnati, Ohio. He and his wife, Debbie, have served in the ministry for more than 43 years. They have two sons, who are both married, and four grandchildren. Darris is the Associate Media Producer for the Church. He also is a resident faculty member at the Ambassador Bible Center teaching Acts, Fundamentals of Belief and World News and Prophecy. He enjoys hunting, travel and reading and spending time with his grandchildren.

 
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#251 - Lucas 16-19

"Las últimas parábolas que sólo se encuentran en Lucas"
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Continuamos con las parábolas en Lucas. Recuerden que cada evangelio añade partes nuevas para así llegar a tener un cuadro completo de la vida de Jesús.

La parábola del mayordomo infiel

Cristo le sigue enseñando a sus discípulos los principios para gobernar su futura iglesia. Enfoca en la necesidad de administrar fielmente y con habilidad los fondos que llegarán a la iglesia. Su capacidad para invertir sabiamente estos ingresos mostrará sus habilidades para ser fieles ahora “en lo poco”, y luego “en lo mucho” cuando llegue el reino. Cristo comienza:

“Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste fue acusado ante él como disipador de sus bienes. Entonces le llamó, y le dijo: ¿Qué es esto que oigo acerca de ti? Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás más ser mayordomo. Entonces el mayordomo dijo para sí: ¿Qué haré? Porque mi amo me quita la mayordomía. Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que haré para que cuando se me quite de la mayordomía, me reciban en sus casas. Y llamando a cada uno de los deudores de su amo, dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? Él dijo: Cien barriles de aceite. Y le dijo: Toma tu cuenta, siéntate pronto, y escribe cincuenta. Después dijo a otro: y tú, ¿cuánto debes? Y él dijo: Cien medidas de trigo. Él le dijo: Toma tu cuenta, y escribe ochenta. Y alabó el amo al mayordomo malo por haber hecho sagazmente; porque los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz. Y yo os digo: Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto. Pues si en las riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si en lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro? Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. Y oían también todas estas cosas los fariseos, que eran avaros, y se burlaban de él. Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominable” (Lucas 16:1-15). 

En su iglesia, Dios iba a llamar a “lo necio del mundo… para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo… para avergonzar a lo fuerte… a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Corintios 1:27-29). En otras palabras, no llamaría a casi ningún banquero, empresario, jefe de estado o persona con grandes habilidades. Ellos estarían demasiado llenos de sí mismos, y si los llamara, probablemente se jactarían en su presencia de que fueron llamados por tener esas grandes habilidades, de modo que, en vez, los deja seguir la corriente de este mundo. 

Sabiendo Jesús que llamaría a hombres sencillos, la mayoría pescadores, para encargarse de la obra más importante sobre la faz de la tierra, les dijo que tendrían que esforzarse para ser dignos de su llamamiento. Con la ayuda del Espíritu Santo en ellos, tendrían que desarrollar habilidades para invertir sabiamente el dinero de su obra. El dinero no es malo en sí mismo, pues es un medio que se usa para bien o para mal. Recuerden que es el amor o la codicia del dinero lo que es pecado (1 Timoteo 6:10). Al administrar el dinero, no podemos volvernos avaros o codiciosos, ni podemos servir a “otro maestro”, es decir, al dinero, para conseguirlo a toda costa, y dejar de lado lo espiritual en nuestras vidas. 

Si somos fieles administradores del dinero sea en la iglesia, el hogar o en nuestra vida personal, le estamos mostrando a Dios que puede confiar en nosotros y darnos responsabilidades ahora y en su reino. Recuerda lo que dijo Dios de David, un fiel administrador suyo: “He hallado a David... varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero” (Hechos 13:22). En otras palabras, David fue un mayordomo fiel que supo cómo administrar las riquezas de Israel para glorificar la obra de Dios. Promulgó la verdadera religión, proveyó al pueblo de levitas fieles y adecuadamente remunerados. Formó coros y compuso salmos para alabar a Dios. Preparó la obra del templo. Dios dice de él: “David mi siervo, que guardó mis mandamientos y anduvo en pos de mí con todo su corazón, haciendo solamente lo recto delante de mis ojos” (1 Reyes 14:8). David no fue perfecto, y cometió graves errores, pero jamás dejó de entregarse de corazón al camino de Dios. Cristo desea que también usemos sabiamente el “dinero injusto” del mundo, para que, cuando regrese, nos confíe “lo verdadero”, es decir, las responsabilidades en su reino.

Respecto a cómo podemos ganar amigos con las riquezas injustas o el dinero, para que nos reciban en “las moradas eternas”, hay dos formas de lograrlo. Primero hay que entender que la expresión en Lucas 16:9 “cuando éstas falten”, se refiere a cuando morimos, o “cuando faltemos”. El Diccionario Expositivo de Vine explica: “‘faltar’ viene de ekleipo, usado en Lucas 16:9 para referirse a la cesación de vida”, (p. 68). Estos “amigos” primero pueden referirse a las personas que se han convertido gracias a nuestros diezmos y ofrendas, o sea, el dinero que se ha invertido en ellos. Al resucitar en el reino de Dios, nos recibirán y nos abrazarán por ello. 

La segunda forma de “hacer amigos” es al ser una luz a las personas que usamos para cumplir nuestra misión, como los lugares para celebrar la Fiesta, o los medios de comunicación. Cuando llegue el reino, y ellos por fin resuciten, podrán reconocer la forma sabía que fue administrada la iglesia y la obra de Dios. El Sr. Armstrong fue un buen ejemplo de cómo se administró sabiamente los fondos de la iglesia, que de tan poco, finalmente el evangelio pudo llegar al mundo entero.

Al escuchar a Jesús, los fariseos, que eran avaros, se burlaron. Consideraban que ni él ni sus discípulos eran hombres prósperos y de éxito. Pero ante Dios, sí lo eran, mientras que los fariseos, que muchos eran codiciosos de dinero y prósperos, eran en realidad los fracasados. 

La parábola del rico y Lázaro

Les dio una parábola para mostrarles este principio, al creer que creían tenían asegurado el reino de Dios. Les indicó a los fariseos que muchos no entrarían en el reino por su avaricia y la falta de compasión hacia los demás.

“Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los perros venían y le lamían las llagas. Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. Y en el Hades [la tumba] alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama. Pero Abraham le dijo: Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá. Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento. Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen: oiganlos. El entonces dijo: No, padre Abraham, pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” (Lucas 16:19-31).

Lamentablemente, esta es una de las parábolas peores entendidas de toda la Biblia. Pero no era así en los días de Jesús, pues no creían en la inmortalidad del alma, pero sí en la resurrección del cuerpo. Vayamos por partes. 

Lo primero que notamos es la falta de compasión del hombre rico. Hoy día lo llamaríamos “un multimillonario”. No le faltaba nada, cada día se vestía con las ropas más costosas e invitaba a sus amigos a compartir un gran banquete. Él podía ver afuera a un hombre pobre y enfermo, que miraba ansioso toda esa comida y sólo deseaba comer las migajas que caían de la mesa, pero el rico le prohibía acercarse y el pobre murió, probablemente de hambre debido a esta actitud.

El rico endureció de tal manera su corazón que destruyó su consciencia. No sentía nada de compasión. Como se dice en 1 Timoteo 4:2, su conciencia quedó “cauterizada”, o insensible. Dios requiere que exista la consciencia para poder conectarla a su espíritu, en esta vida, o en la segunda resurrección. Cristo les advirtió a algunos de los fariseos que estaban muy cerca de apagar sus conciencias al endurecer tanto sus corazones contra la obra que él hacía y estaban por cometer el pecado imperdonable, al morir sus conciencias (Mateo 12:31-32). 

Según el juicio de Dios, el rico llegó a ese extremo. Por eso resucitó en “la resurrección de la condenación” (Juan 5:29), que llamamos “la tercera resurrección”, para distinguirla de la primera y la segunda. En cambio, Lázaro murió y logró estar “en el seno de Abraham”, que significa “compartir una estrecha relación”. Es decir, Lázaro había heredado el reino junto con Abraham (Gálatas 3:29). Estaba con “Abraham… y todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros [tales como el hombre rico] estéis excluidos” (Lucas 13:28). No se sabe si Lázaro entró en el reino de Dios en la primera o en la segunda resurrección, pero, el punto es que estaba presente cuando el rico despertó en la tumba [el hades]. 

Es el momento cuando Jesús separa a los corderos [obedientes a su ley] de los cabritos [los desobedientes] y les dice a tales como Lázaro: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” pero a tales como el rico les dice: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles… E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mateo 25:34-46). El rico injusto es así juzgado y sentenciado al lago de fuego, que es la segunda muerte. En Apocalipsis 20:15 leemos: “Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego”. 

Al contemplar el lago de fuego, el rico y los demás injustos sienten “el llanto y el crujir de dientes”. Él no estaba en el fuego, sino por el miedo, deseaba un poco de agua de Lázaro para mojar su boca seca. El juicio será rápido, y el rico todavía cree que sus hermanos están vivos. No es el momento para explicarle todo sobre el plan de Dios. Abraham sólo menciona que ellos tienen la palabra de Dios para decidir si desean ser parte del plan de salvación. Añade que ellos no cambiarían su forma de vida, aunque un muerto apareciera para advertirles. De hecho, cuando más tarde Jesús resucitó a su amigo Lázaro, la gran mayoría de los líderes judíos no cambiaron su forma de vida. Noten también que en todo el relato no se menciona el cielo o la inmortalidad del alma. Pero sí vemos que hay resurrecciones—una para Lázaro, y otra para el rico. La lección principal es no dejar que nuestras conciencias se endurezcan por el pecado y siempre ser compasivos (Hebreos 3:13). 

La parábola de la viuda y el juez injusto

También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar, diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia: y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¡Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Lucas 18:1-8).

Nos ayudará a entender mejor esta parábola saber del sistema de jueces que había en Judá en ese entonces. Ramsay explica: “Es claro que, en el relato, el juez no era judío, pues todas las disputas normales se llevaban a los ancianos, y no a un juzgado público. En caso de tener un caso más grave, la justicia judía constituía a tres jueces, no a uno, y eran escogidos por el acusador, por el acusado y uno en forma independiente. El juez de la parábola es más bien uno de los magistrados designados por Herodes o los romanos. Tenían una pésima reputación. La única manera de conseguir justicia era si había suficiente dinero para sobornarlos. Los llamaban ‘los jueces ladrones’. Era obvio que la pobre viuda no sería tomada en cuenta por este juez, pero ella tenía un arma—la persistencia. Y el juez por fin cedió al darse cuenta de que ella no lo dejaría tranquilo”. 

Cristo compara la persistencia de esta viuda y cómo por fin consiguió la justicia, con nuestra constancia al orar ante Dios. Dios no es un juez injusto, y sabe exactamente cuándo y cómo intervenir en nuestras vidas. No debemos desanimarnos jamás, pero Jesús pregunta, ¿seguiremos con fe hasta los tiempos del fin? ¿Perseveraremos hasta ese entonces? Eso es lo que lo preocupa. Dios hará su parte, pero ¿haremos la nuestra?

La parábola del fariseo y el publicano

La parábola del fariseo y el publicano

Jesús luego se enfoca en otro elemento de la oración, la humildad. “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios: te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lucas 18:9-14). 

Según el historiador y fariseo, Josefo, había unos 6,000 fariseos en Israel. Al seguir todas las tediosas tradiciones, se sentían superiores a los demás, pero muchos tenían un espíritu de arrogancia espiritual. En la Biblia, hay sólo un ayuno establecido en el año, el día de Expiación. Pero los fariseos habían añadido dos ayunos cada semana (sin comida, pero con agua), los días lunes y jueves durante los tres meses desde la Pascua hasta Pentecostés y los tres meses entre la Fiesta de los Tabernáculos y la fiesta de la Dedicación. Estos días eran los del mercado, y ellos blanqueaban sus rostros y usaban harapos para ser vistos y alabados por los hombres. Además, diezmaban hasta las hierbas del huerto, como la menta y el comino, que no exigía la ley de Dios. El fariseo en realidad no estaba orando, sino dando un testimonio a Dios de lo bueno que era. En cambio, el publicano mostró la actitud correcta, de humildad, y Jesús lo alabó. Así también debemos ser nosotros.

La parábola de las diez minas

La última parábola sólo en Lucas comienza así: “Dijo una parábola, por cuanto... ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente. Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos les dio diez minas, y les dijo: Negociad entre tanto que vengo. Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros. Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos siervos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno. Vino el primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez minas. Él le dijo: Está bien, buen siervo por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades [en el reino]. Vino otro diciendo: Señor, tu mina ha producido cinco minas. Y también a éste dijo: Tú también sé sobre cinco ciudades. Vino otro diciendo: Señor, aquí está tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo; porque tuve miedo de ti, por cuanto eres hombre severo, que tomas lo que no pusiste, y siegas lo que no sembraste. Entonces él le dijo: Mal siervo, por tu propia boca te juzgo… ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco, para que al volver yo, lo hubiera recibido con los intereses… Quitádle la mina, y dadla al que tiene las diez minas.... Pues yo os digo que a todo el que tiene [crecimiento], se le dará [más]; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará (Lucas 19:11-26).

Una mina equivale a una libra de plata o 100 denarios. Aquí vemos la importancia de desarrollar lo que Dios nos da, su Espíritu Santo. Cuando vuelva Cristo tendremos que rendir cuentas por ello. Los frutos del Espíritu Santo son amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gálatas 5:22-23). Debemos desarrollar esos atributos al recibir esa pequeña porción del Espíritu Santo cuando nos bautizamos y recibimos la imposición de manos.

El principio de estas parábolas es: “El que es fiel en lo poco, también lo será en lo mucho y el que es infiel en lo poco, también lo será en lo mucho”. ¿Cómo estamos?

Darris McNeely works at the United Church of God home office in Cincinnati, Ohio. He and his wife, Debbie, have served in the ministry for more than 43 years. They have two sons, who are both married, and four grandchildren. Darris is the Associate Media Producer for the Church. He also is a resident faculty member at the Ambassador Bible Center teaching Acts, Fundamentals of Belief and World News and Prophecy. He enjoys hunting, travel and reading and spending time with his grandchildren.

 

Permanece junto a mí

Parábola de la viuda importuna
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La fe se encuentra en la oración que musitamos débilmente en los momentos más difíciles de nuestras vidas. En medio de esa quietud, podemos escuchar más nítidamente el “silbo apacible y delicado” (1 Reyes 19:12) de la voz de Dios.

¿Quienes ejercen el poder y la autoridad muchas veces cambian, ya sea por decisión? propia o por las circunstancias. Cristo describió esta situación en su parábola de la viuda importuna.

Comienza diciendo: “Había un juez en una ciudad, el cual ni temía a Dios, ni respetaba a hombre” (Lucas 18:2). Los jueces ejercen una influencia decisiva en la vida de las personas que comparecen ante los tribunales y la mayoría de ellos actúa con firmeza y determinación. Los jueces exigen orden y respeto; la gente se pone de pie cuando entran en la sala de audiencias y debe dirigirse a ellos como “su señoría”.

Todo ello alimenta el ego de los jueces y fácilmente puede hacer que éstos se enaltezcan y, si no tienen cuidado, hasta la aplicación de la ley en sus cortes puede verse afectada. Y como su deber es impartir justicia, es vital que “teman a Dios” y “respeten a los hombres”.

El juez que Cristo describe parece estar cansado de su trabajo. Demasiadas personas acuden a él con infinidad de quejas y necesidades para que les haga justicia, asesore o ayude.

Con el tiempo, en vez de ser una vocación o un deber, la labor de juez se convierte en un trabajo cualquiera, perdiéndose el sentido y propósito iniciales. El juez cumple un papel importante en la comunidad, y quien desempeña este rol no puede permitirse el lujo de cansarse y hastiarse.

La viuda importuna

Continuando con la historia de Cristo, en la ciudad de este juez vivía una viuda que tenía un problema. Ella amaba a Dios, pero su problema era superior a sus fuerzas, lo que la afligía en gran manera pues ella era muy independiente y siempre se había valido por sí misma.

Alguien se había aprovechado de sus circunstancias, y como resultado ahora enfrentaba una situación adversa que no había podido resolver. Su único recurso legal era acudir al juez en busca de ayuda.

Ella clamaba por justicia, que el juez la escuchara y viera que ella tenía razón e interviniera en su favor. Según parece, ella había ido una y otra vez ante el juez a pedir ayuda, pero él no quería escucharla.

Pasó el tiempo y las súplicas de la viuda continuaban incesantemente. Ella necesitaba ayuda y solución a su problema. ¿Podrá el juez, o quienquiera que fuera, ayudarla? ¡Parecía no haber esperanza!

El juez por fin cede

Hasta la persona con el corazón más indolente frente al dolor ajeno puede irritarse por la majadería interminable. El juez llegó a impacientarse tanto, que decidió por fin atender el asunto para no tener que ver más a esta mujer.

Concluyó que era tiempo de escuchar su caso e impartir la justicia que ella pedía, pues no quería que la situación se convirtiera en motivo de desgaste o humillación para él. Quizá sentía algo de compasión por la viuda, pero era mayor su deseo de acabar de una vez por todas con su caso.

Llegó el día en que el juez emitió su fallo a favor de la viuda. El caso se dio por concluido, y la mujer volvió a su casa. Había aprendido una lección valiosa acerca de la justicia humana, pero más que todo, había aprendido a no darse por vencida y a persistir sin desfallecer en busca de la solución, porque al final, siempre se hará justicia.

La sabiduría de un juez injusto

Cristo dijo: “Oíd lo que dijo el juez injusto” (Lucas 18:6). Esto quiere decir que aunque este juez era indolente y arrogante, lo que él dijo nos enseña una lección en cuanto a cómo debemos manejar nuestra relación con Dios.

No se trata de que Dios sea injusto o indiferente. Por medio de esta parábola, Jesús quiere que aprendamos algo acerca de cómo él y el Padre administran su “tribunal”. Dios es el Juez justo de toda la Tierra, su juicio es siempre ecuánime e imparcial, y responde oportunamente.

Ahora Jesús va al meollo del asunto: “¿Yno hará Dios justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles?” (Lucas 18:7). Los elegidos son el pueblo de Dios, los miembros llamados, escogidos y fieles del Cuerpo de Cristo. Por un momento, Cristo hace énfasis en este grupo que él llama “los suyos”.

Es indudable que Dios tiene la prerrogativa de contestar las oraciones de cualquier persona cuándo y dónde él quiera, pero esta declaración de Jesucristo contiene un mensaje especial para los que son llamados por el Padre a ser parte de su Iglesia. Hay momentos en que hasta los escogidos de Dios se cuestionan si él escucha sus oraciones y si entiende que necesitan respuestas inmediatas. Ellos van ante el trono de Dios cada día y le presentan sus ruegos y peticiones de justicia, sanidad, paz mental, perdón y limpieza de corazón.

Cuando no pueden dormir o se despiertan en medio de la noche sin poder conciliar el sueño, oran en busca de comprensión y consuelo, anhelando el suave contacto de la mano amorosa de Dios que los lleva a verdes pastizales y frescas aguas.

Dios oye absolutamente todo. Cristo dijo: “Se tardará en responderles?” (Lucas 18:7). Él conoce al instante, antes de que vayamos a su presencia, lo que necesitamos. Él escucha cada palabra de nuestra oración y su oído está atento.

A continuación, Cristo dice algo que puede parecernos difícil de creer: “Les digo que pronto les hará justicia. No obstante, cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe en la tierra?” (Lucas 18:8).

¿Pronto? Tal vez pongamos esto en duda, o lleguemos a pensar que Dios no escucha o tarda mucho en responder. Pero nos equivocaríamos, pues el verdadero propósito de esta parábola está en la pregunta “hallará fe en la tierra?”

Fe era lo que tenía esta viuda, fe en que su causa era justa y que estaba en lo cierto. Fe en que la ley era buena y estaba de su lado y que, en última instancia, era útil para aquellos que son víctimas de injusticias. Fe en que incluso el duro corazón del viejo juez se conmovería ante la situación de una viuda como ella y que podría finalmente actuar según su deber.

Con este ejemplo de fe, Cristo nos enseña que debemos perseverar en nuestro caminar con Dios. No hay que rendirse, ni dejar de creer, ni mucho menos pensar que él es indiferente, o que está lejos y distraído.

Dios está siempre cerca y atento. Lo que para nosotros puede parecer “demorado” no lo es para Dios. Para Dios el tiempo no transcurre de la misma forma que para nosotros. Recuerde, Cristo dijo que Dios “pronto les [nos] haría justicia”. Dios siempre responde justo a tiempo, pero en su tiempo.

“Permanece junto a mí”

Lo que Cristo quiere decir es permanece junto a mí. Retrocedamos al comienzo de la parábola, donde Lucas explica la moraleja de este relato: “Y les refería Jesús una parábola para enseñarles que ellos debían orar en todo tiempo, y no desfallecer” (Lucas 18:1, énfasis añadido).

La viuda no perdió las esperanzas y siguió insistiendo ante el juez en busca de justicia. Igualmente, tenemos que acudir a Dios en oración para cada necesidad y deseo que tengamos. No debemos desanimarnos y sumirnos en la desesperación, para terminar desistiendo.

Dios va a terminar lo que comenzó en cada uno de sus escogidos (ver Filipenses 1:6). Él es justo y generoso, y responde a nuestras oraciones (Mateo 7:7-11). Él lo ha dicho, y lo hará, pero depende de nosotros seguir clamando ante su trono de justicia y misericordia, pues no se cansa de escucharnos. Él no está jugando con nosotros para ver por cuánto tiempo o cuántas veces vamos a ir a su presencia.

Dios promete escucharnos, no abandonarnos, y nos dice: Permanece a mi lado cuando estés saludable y feliz y tengas todo lo que necesitas; cuando tengas un trabajo y dinero en el banco; cuando veas brillar el sol, te vaya bien en la vida y tengas el viento a tu favor; cuando tengas muchos amigos y la aceptación y el aplauso de la multitud; y cuando te sientas confiado de tu prudencia y sabiduría.

Permanece junto a mí, dice, cuando te vaya bien, y así aprenderás a temerme en todas las cosas, y las riquezas y los bienes que tienes serán de provecho para ti y también para los demás.

Pero también dice: Permanece a mi lado cuando estés pobre y hambriento, sin saber cómo conseguirás tu alimento; cuando estés enfermo o tengas un accidente y sufras como nunca; cuando todo aquello por lo que has trabajado se derrumba ante tus ojos y aquellos cuya amistad apreciabas te rechazan;  cuando te sientas tan solo y angustiado, que la sola idea de salir de la cama cada día constituya una lucha casi imposible de ganar.

Permanece junto a mí, dice él, un día más, una vez más, orando una vez más. No te vayas de mi lado, porque no hay nadie más que yo.

Esto es lo que la parábola de esta viuda importuna nos enseña acerca de la oración: a tener fe y no desmayar. Podemos perder mucho en esta vida, pero jamás debemos dejar que nuestro corazón sucumba a la desesperación y la incredulidad. No se desaliente e insista, igual que la viuda de este relato ante aquel juez humano, convencido de que la verdad y la justicia al final prevalecerán.

Permanece a mi lado, dice Dios, porque yo te llevaré a mi reino eterno. Voy a terminar lo que empecé contigo. ¡Ten paciencia y no pierdas la esperanza!  BN

Darris McNeely works at the United Church of God home office in Cincinnati, Ohio. He and his wife, Debbie, have served in the ministry for more than 43 years. They have two sons, who are both married, and four grandchildren. Darris is the Associate Media Producer for the Church. He also is a resident faculty member at the Ambassador Bible Center teaching Acts, Fundamentals of Belief and World News and Prophecy. He enjoys hunting, travel and reading and spending time with his grandchildren.