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Una vez que hemos pasado alguna Fiesta Santa, la reflexión sobre el pecado en nuestras vidas puede comenzar a pasar a un segundo plano.

Celebrar las Fiestas Santas de Dios ha sido una gran bendición en mi vida. El hecho de que cada cierto tiempo tengamos una nueva fiesta, y que las mismas estén enfocadas en la reflexión y el autoconocimiento más que en el placer inmediato, me ha ayudado a poner la vida en perspectiva. No todo es diversión, y no podemos ignorar todo aquello que no nos gusta ver.

Justo tras haber pasado la Fiesta de Panes sin Levadura, estuve pensando en el enorme riesgo que es dejar de reflexionar acerca del pecado en nuestras vidas; porque siendo honestos, seguimos pecando incluso sin darnos cuenta. Y digo que es un enorme riesgo porque el perder del radar el pecado que mora en nosotros, puede significar que perdamos el significado de esta fiesta.

Ahora también pasamos Pentecostés, en donde se nos habló de ser primicias de Dios, ser la primera cosecha. Y seguro que todos queremos formar parte de ese grupo selecto de personas que resucitarán a la llegada de Cristo. Todos queremos recibirlo con gozo y transformados en espíritu. Pero, ¿es eso posible si perdemos lo ganado en la reflexión de Panes sin Levadura?

Ser llamados a formar parte del pueblo de Dios trae consigo muchas responsabilidades; una de las cuales es guardar las fiestas. Pero no guardarlas solamente en el momento de celebrarlas, sino mantenerlas presentes cada instante de nuestra vida.

Cada fiesta alberga un significado que nos motiva, exhorta y responsabiliza en todo lo relativo a nuestra salvación.

La primera temporada nos hace un llamado a cambiar de vida, a honrar el sacrificio de Cristo. La segunda nos motiva a través de la promesa a ser parte de la familia de Dios, recordándonos el don del Espíritu Santo que ahora vive (o puede vivir) en nosotros. Mientras que la tercera nos recuerda que este llamado es al servicio de la humanidad, no a nuestra gloria personal. La salvación es una oferta que llegará a todos, sin excepción. Pero el honor de servir se nos reserva a unos pocos, siempre y cuando demos el ancho.

Y, ¿qué es dar el ancho? Culminar un exitoso proceso de transformación.

Entonces, junto con la importancia de guardar las fiestas en su tiempo, mantengámonos firmes en este camino de vida todo el tiempo. Pese a los malos tiempos, pero especialmente en los buenos tiempos. Y no solo en los días de fiesta, sino especialmente los días que no lo son, porque esos días son nuestro trabajo personal.

 

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