Preguntas Bíblicas

¿Por qué fueron suprimidos algunos libros del canon Bíblico?

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Actualmente la Biblia cuenta con 66 libros inspirados por Dios, y ningún hombre tiene autoridad para decidir qué otros libros forman parte del canon bíblico inspirado.

Los evangelios no pueden ser más que cuatro. De hecho otros “evangelios” que aparecieron tardíamente, no son de inspiración divina, como el caso del “evangelio de Judas”, sin ir más lejos.

Tal vez usted no sepa que en cada uno de los cuatro evangelios se muestra a Jesucristo con cada una de sus cuatro características y esto queda corroborado por el profeta Ezequiel. Además, cada uno de los evangelios cuenta con narraciones donde Jesucristo es la figura principal. Él vino a cumplir un propósito que ya había sido determinado desde antes de la creación de la tierra.

El Antiguo Testamento profetizó que los discípulos serían quienes concluirían el canon, es decir, quienes completarían el número de libros de la Biblia. Por eso Isaias 8:16, dice: “Ata el testimonio, sella la ley entre mis discípulos”.

Atar viene de la palabra hebrea que significa añadir, ligar, en sentido de completar. Y  precisamente los apóstoles fueron el instrumento que Dios utilizó para completar el Testimonio de Jesucristo (Apocalipsis 12:17).

La mayoría de las personas no se dan cuenta que el Antiguo y el Nuevo Testamento, juntos, comprenden siete divisiones que conforman el canon bíblico completo. He aquí las siete divisiones: La ley, los profetas, los salmos, los evangelios, los hechos, las epístolas y el Apocalipsis .

Asimismo, sabemos que fueron siete libros añadidos tardíamente, los cuales se encuentran en algunas versiones de la Biblia, pero ni Jesús ni los apóstoles los reconocieron, ni citaron. Estos libros son: Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, 1 y 2 de Macabeos. Además de estos libros, algunas versiones cuentan con 107 versículos al final del libro de Ester. En la mitad del tercer capítulo del libro de Daniel, fue insertado el cántico de los tres jóvenes y al final de ese libro se agregaron el capítulo 13, llamado “Susana” y el 14, llamado “Bel y el dragón”. Pero eso no es todo, porque en algunas ediciones más antiguas, fueron incluidos aún más libros. 

Por supuesto que la Biblia está completa sin estos escritos, porque los libros tardíos solo son parte de ediciones humanas agregadas y sin la inspiración de Dios. Estos libros son llamados “apócrifos” por el mundo protestante y “deuterocanónicos” por los católicos.

Estos libros tienen origen secreto, porque nunca fueron dados abiertamente a la comunidad creyente. Son libros que algunos llaman “misteriosos”. El término “deuterocanónico” se deriva del griego que significa “segundo canon” y fueron adoptados por algunos para resaltar la diferencia entre los libros que fueron posteriormente agregados al canon bíblico original y el resto de los escritos seudo bíblicos que circularon tardíamente en el mundo antiguo.

Debe saber que entre los años 200 AC., y el año 100 DC., aparecieron muchas versiones apócrifas entre los esenios judíos, con títulos como: La asunción de Moisés, La asunción de Isaías, El libro tercero y cuarto de Esdras. Luego apareció El testamento de los doce patriarcas, El testamento de Abraham, El Libro de Enoc y mucho más tarde apareció otra obra fraudulenta llamada El libro de Jaser.

En realidad, ninguno de los libros originales de la Biblia fue suprimido, sino más bien, fue celosamente preservado hasta nuestros días. Pero la mayoría de los libros tardíos pretendieron ser introducidos y añadidos en forma secreta y astuta en la Iglesia de entonces.

Puede leer 2da Tesalonicenses 2:2-3 donde el apóstol Pablo deja en claro el creciente engaño de falsos maestros quienes escribían cartas falsificadas con el nombre de Pablo.

También leer Lucas 24:44-45. Las escrituras del Antiguo Testamento, según el testimonio de Jesús, estaban correctamente clasificadas por los judíos en tres divisiones: La ley, los profetas y los salmos.

Si se observa detenidamente, se podrá ver que estos libros preservados celosamente por los judíos son los mismos que figuran, en la mayoría de nuestras bíblicas. Sin embargo, el orden de los libros de las escrituras hebreas fue alterado, es decir, que el actual Antiguo Testamento ha sido el resultado de la influencia de la versión conocida como La Vulgata. Pero los libros deuterocanónicos nunca fueron parte del canon inspirado por Dios.

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Los evangelios no pueden ser más que cuatro. De hecho otros “evangelios” que aparecieron tardíamente, no son de inspiración divina, como el caso del “evangelio de Judas”, sin ir más lejos.

Tal vez usted no sepa que en cada uno de los cuatro evangelios se muestra a Jesucristo con cada una de sus cuatro características y esto queda corroborado por el profeta Ezequiel. Además, cada uno de los evangelios cuenta con narraciones donde Jesucristo es la figura principal. Él vino a cumplir un propósito que ya había sido determinado desde antes de la creación de la tierra.

El Antiguo Testamento profetizó que los discípulos serían quienes concluirían el canon, es decir, quienes completarían el número de libros de la Biblia. Por eso Isaias 8:16, dice: “Ata el testimonio, sella la ley entre mis discípulos”.

Atar viene de la palabra hebrea que significa añadir, ligar, en sentido de completar. Y  precisamente los apóstoles fueron el instrumento que Dios utilizó para completar el Testimonio de Jesucristo (Apocalipsis 12:17).

La mayoría de las personas no se dan cuenta que el Antiguo y el Nuevo Testamento, juntos, comprenden siete divisiones que conforman el canon bíblico completo. He aquí las siete divisiones: La ley, los profetas, los salmos, los evangelios, los hechos, las epístolas y el Apocalipsis .

Asimismo, sabemos que fueron siete libros añadidos tardíamente, los cuales se encuentran en algunas versiones de la Biblia, pero ni Jesús ni los apóstoles los reconocieron, ni citaron. Estos libros son: Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, 1 y 2 de Macabeos. Además de estos libros, algunas versiones cuentan con 107 versículos al final del libro de Ester. En la mitad del tercer capítulo del libro de Daniel, fue insertado el cántico de los tres jóvenes y al final de ese libro se agregaron el capítulo 13, llamado “Susana” y el 14, llamado “Bel y el dragón”. Pero eso no es todo, porque en algunas ediciones más antiguas, fueron incluidos aún más libros. 

Por supuesto que la Biblia está completa sin estos escritos, porque los libros tardíos solo son parte de ediciones humanas agregadas y sin la inspiración de Dios. Estos libros son llamados “apócrifos” por el mundo protestante y “deuterocanónicos” por los católicos.

Estos libros tienen origen secreto, porque nunca fueron dados abiertamente a la comunidad creyente. Son libros que algunos llaman “misteriosos”. El término “deuterocanónico” se deriva del griego que significa “segundo canon” y fueron adoptados por algunos para resaltar la diferencia entre los libros que fueron posteriormente agregados al canon bíblico original y el resto de los escritos seudo bíblicos que circularon tardíamente en el mundo antiguo.

Debe saber que entre los años 200 AC., y el año 100 DC., aparecieron muchas versiones apócrifas entre los esenios judíos, con títulos como: La asunción de Moisés, La asunción de Isaías, El libro tercero y cuarto de Esdras. Luego apareció El testamento de los doce patriarcas, El testamento de Abraham, El Libro de Enoc y mucho más tarde apareció otra obra fraudulenta llamada El libro de Jaser.

En realidad, ninguno de los libros originales de la Biblia fue suprimido, sino más bien, fue celosamente preservado hasta nuestros días. Pero la mayoría de los libros tardíos pretendieron ser introducidos y añadidos en forma secreta y astuta en la Iglesia de entonces.

Puede leer 2da Tesalonicenses 2:2-3 donde el apóstol Pablo deja en claro el creciente engaño de falsos maestros quienes escribían cartas falsificadas con el nombre de Pablo.

También leer Lucas 24:44-45. Las escrituras del Antiguo Testamento, según el testimonio de Jesús, estaban correctamente clasificadas por los judíos en tres divisiones: La ley, los profetas y los salmos.

Si se observa detenidamente, se podrá ver que estos libros preservados celosamente por los judíos son los mismos que figuran, en la mayoría de nuestras bíblicas. Sin embargo, el orden de los libros de las escrituras hebreas fue alterado, es decir, que el actual Antiguo Testamento ha sido el resultado de la influencia de la versión conocida como La Vulgata. Pero los libros deuterocanónicos nunca fueron parte del canon inspirado por Dios.

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Iglesia de Dios Unida

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

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Comparación de textos

¿Cuál fue el título que se puso sobre la cruz?
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La Biblia contiene algunos pasajes que parecen contradecirse, pero que realmente se complementan.

La Biblia contiene algunos pasajes que parecen contradecirse, pero que realmente se complementan.

La Biblia contiene algunos pasajes que parecen contradecirse, pero que realmente se complementan. Un buen ejemplo de esto son los versículos que se refieren al título que Pilato, el gobernador romano en Judea, mandó poner sobre el madero donde fue crucificado Jesús:

• Mateo 27:37: “Este es Jesús, el Rey de los judíos”.

• Marcos 15:26: “El Rey de los judíos”.

• Lucas 23:38: “Este es el Rey de los judíos”.

• Juan 19:19: “Jesús nazareno, Rey de los judíos”.

A primera vista, podría parecer que ninguno de los cuatro escritores copió correctamente las palabras del título. Pero cuando leemos los cuatro relatos nos damos cuenta de que cada uno agrega un poco más de información. Juan nos dice que fue Pilato quien escribió el título y Lucas nos permite entender por qué las palabras eran diferentes: el título había sido escrito en tres idiomas, griego, latín y hebreo (lo que también se hace notar en Juan 19:20). Este hecho hace pensar, lógicamente, que las diferencias se deban en parte a los tres idiomas que se utilizaron, así como al punto de vista personal de cada autor o biógrafo.

Al combinar las cuatro versiones del título podemos ver el mensaje completo: “Este es Jesús nazareno, el rey de los judíos”.

Ninguno de los cuatro evangelios contradice a los otros; más bien se complementan, ya que cada uno hace resaltar aspectos ligeramente diferentes de la vida y ministerio de Jesús, lo que nos permite tener una mejor perspectiva en general. El libro titulado Una armonía de los cuatro evangelios, por A.T. Robertson (editado por la Casa Bautista de Publicaciones), puede ser de mucha ayuda en el estudio de la vida de Jesús, ya que acomoda los cuatro relatos en columnas paralelas y en orden cronológico.

En muchos casos, las aparentes contradicciones se aclaran con un poco de investigación y una cuidadosa comparación de pasajes paralelos. También puede ser de beneficio el uso prudente de los libros de consulta.

Aceptar la inspiración divina de toda la Biblia

Debemos confiar en la Escritura misma, no en la forma en que los hombres la explican según sus conceptos personales.

¿Qué concepto tenemos de las Sagradas Escrituras? ¿Consideramos que son inspiradas por Dios? Una clave indispensable para poder entenderlas correctamente es aceptar la autoridad de la Biblia entera. Todos los libros que la forman —tanto los del Antiguo Testamento como los del Nuevo— fueron inspirados por Dios.*

Dios nos asegura que podemos confiar plenamente en las Escrituras. Por eso el apóstol Pablo escribió: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2‑Timoteo 3:16-17).

Esta es una afirmación contundente. Significa que con toda confianza podemos aceptar que la Biblia, en sus escritos originales, es la inspirada e infalible Palabra de Dios. Lo que ha llegado hasta nosotros son diferentes traducciones, de las cuales ninguna está libre de algunos errores humanos. Por esta razón, al estudiar la Biblia es conveniente comparar diferentes versiones.

No obstante, entre las principales versiones, que han sido traducidas concienzudamente de los textos originales en hebreo y en griego, las diferencias son mínimas. Se han analizado minuciosamente muchos manuscritos antiguos para descubrir casi todos los errores que pudieran haberse cometido al copiar los textos a lo largo de los siglos. Las verdades básicas han sido preservadas fielmente.

¿Qué prueba tenemos de que toda la Biblia —tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo— fue inspirada por Dios? Esta es una pregunta muy importante. Si la Biblia sólo fuera otro de tantos libros religiosos que se han escrito desde hace miles de años, ¿qué falta podría hacernos? Al fin y al cabo, muchos de esos libros aún pueden conseguirse, y cada día aparecen nuevas obras religiosas. Lo que hace resaltar como únicas a las Sagradas Escrituras es la inmutabilidad de sus principios fundamentales, los cuales permanecieron constantes durante los 1.500 años en que la Biblia fue escrita.

Los libros que forman la Biblia fueron escritos por unas 40 personas que vivieron en distintas épocas, y muy pocas de ellas llegaron a conocerse personalmente. No obstante, la continuidad de pensamiento en todos los escritos es obvia. Los escritos religiosos que forman la base de otras religiones y filosofías contienen contradicciones doctrinales y errores históricos fáciles de identificar.

Sólo la Biblia ha resistido el minucioso escrutinio de historiadores, críticos y arqueólogos. En toda la historia de la literatura universal ningún libro se ha mostrado tan digno de confianza como la Biblia.

Gleason Archer, erudito bíblico y lingüista, escribe acerca de algunas de las cualidades de la Biblia: “Conforme he estudiado una tras otra las aparentes discrepancias y las supuestas contradicciones entre el relato bíblico y los hechos de la lingüística, la arqueología o la ciencia, mi confianza en la veracidad de las Escrituras ha sido confirmada y reforzada repetidamente. Me he dado cuenta de que casi todos los problemas que en la Escritura han sido descubiertos por el hombre desde la antigüedad hasta ahora, han sido resueltos de manera amplia y satisfactoria por el texto bíblico mismo o por los hechos imparciales de la arqueología” (Encyclopedia of Bible Difficulties [“Enciclopedia de dificultades bíblicas”], 1982, p.‑12).

La Biblia es históricamente exacta, y además sus principios unificadores, que le dan continuidad, se encuentran desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Uno de esos principios unificadores es la fe. En Génesis 4, en los albores de la historia humana, vemos la fe de Abel, quien pagó con su vida por su fe. Posteriormente, esta misma fe fue manifiesta en las pruebas que tuvieron Noé, Abraham, Moisés, los profetas, los apóstoles, los primeros cristianos y Jesucristo mismo.

El capítulo 11 de la Epístola a los Hebreos nos declara que por miles de años se mantuvo un pensamiento unánime basado en el principio de la fe. Por lo tanto, cuando estudiamos la Biblia necesitamos tener en cuenta la unidad y continuidad de sus principios espirituales. Ya sea que estemos estudiando una narración, un himno, una de las cartas apostólicas o alguno de los cuatro evangelios, nos damos cuenta de que todos están entrelazados por los mismos principios fundamentales que Dios inspiró. Si esto fuera sólo el trabajo de hombres falibles, desde hace mucho se habrían descubierto contradicciones en sus principios, tal como ha sucedido en la mayoría de los escritos humanos. Existen muchas interpretaciones y puntos de vista contradictorios sobre lo que dice la Biblia, pero ninguna de estas opiniones sectarias afecta la integridad de las Escrituras.

Los mandamientos divinos son otro ejemplo de continuidad. Estos preceptos forman la base para la relación entre Dios y el hombre. Se encuentran desde el Génesis, donde se revelan ciertos principios básicos que son ampliados a lo largo de la Biblia, hasta el último libro, donde leemos acerca del remanente perseguido de la verdadera Iglesia de Dios poco antes del retorno de Jesucristo. Estos cristianos fieles son identificados como “los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo” y “los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 12:17; Apocalipsis 14:12).

Los mandamientos de Dios son los mismos desde el Génesis hasta el Apocalipsis, aunque en el Nuevo Testamento éstos han sido ampliados hasta el punto de incluir los pensamientos y las intenciones del corazón del hombre. Todas las Escrituras fueron inspiradas por el mismo autor: el Dios verdadero y omnipotente.

Jesús mismo declaró el principio de que las Escrituras tienen como cimiento la ley de Dios. En Mateo 22:37-40 habló acerca de los dos principios espirituales más grandes. Uno abarca los cuatro primeros mandamientos del Decálogo, y el otro comprende los últimos seis. “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”. Aquí Jesús afirma que estos dos grandes principios espirituales son el fundamento de todas las leyes de Dios.

Otro ejemplo de la continuidad de pensamiento se encuentra en las genealogías que hay a lo largo de la Biblia. Algunos piensan que sólo son vestigios históricos y que no tienen importancia. Sin embargo, las genealogías en los capítulos 5 y 10 del Génesis y los capítulos 1 al 9 de Primero de‑Crónicas establecen la base del linaje de algunos personajes del Nuevo Testamento, incluso el de Jesucristo en Mateo 1 y Lucas 3. Estas genealogías presentan a Jesús no como un personaje legendario, sino como descendiente de personas cuya existencia puede ser comprobada. Las pruebas históricas y arqueológicas han demostrado la existencia de muchos de los ancestros de Jesús, dando así credibilidad a las profecías de que él sería descendiente de Abraham (Génesis 22:18; Gálatas 3:16) y de David (Mateo 1:1). Así, las genealogías sirven como guías históricas de la existencia de Jesucristo.

Aunque muchos escritores de la Biblia vivieron en épocas muy distantes la una de la otra y ni siquiera pudieron darse cuenta de que sus palabras formarían parte de las Escrituras, Dios se encargó de que tales escritos quedaran cuidadosamente entretejidos de acuerdo con su voluntad y propósito.

Sí, la Biblia contiene historia, genealogías, poesía, cartas, profecías y símbolos, pero estos escritos fueron inspirados por el mismo Dios infalible, y cada sección es parte de un gran todo. Jesús mismo dijo: “La Escritura no puede ser quebrantada” (Juan 10:35). Dios no se contradice; es por eso que encontramos unidad y continuidad en el mensaje bíblico.

Esta es una de las principales razones por las que después de miles de años aún tenemos las Sagradas Escrituras, a pesar de los numerosos esfuerzos por destruirlas. La Biblia continuará existiendo mientras exista el hombre, pues fue escrita para que la estudiáramos, la entendiéramos y viviéramos de acuerdo con sus preceptos. Como dijo el apóstol Pablo: “Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15:4). Jesús dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35).

Si reconocemos y aceptamos el principio de que la Biblia es la inspirada Palabra de Dios, entonces es necesario que modifiquemos nuestras creencias para que estén en conformidad con las Escrituras. Dios no se equivoca ni se contradice. De principio a fin, la Biblia es como un asombroso y maravilloso tejido de las verdades de Dios y la revelación de su plan maestro para el hombre.

El apóstol Pedro hizo referencia a los inspirados mensajeros de Dios: “Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les reveló que no para sí mismos, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” (1‑Pedro 1:10-12). Toda la Escritura está unificada, fruto de la inspiración divina.

Más adelante, el mismo apóstol explicó que “ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2‑Pedro 1:20-21). Podemos ver que Dios, por el poder de su Espíritu, es el verdadero autor de las Escrituras.

Ya en el tiempo de Pedro, algunos habían empezado a tergiversar no sólo lo que se había escrito en esos años sino también las Escrituras antiguas. Pedro les advirtió a los miembros de la Iglesia de Dios: “Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz. Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus epístolas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición” (2‑Pedro 3:14-16).

Como citamos antes, el apóstol Pablo escribió a Timoteo recordándole que “toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2‑Timoteo 3:16-17). En ese tiempo, los libros del Nuevo Testamento aún no habían sido canonizados y algunos ni siquiera habían sido escritos. Por consiguiente, las “Escrituras” a las que Pablo se refería eran las Escrituras hebreas, las que ahora conocemos como el Antiguo Testamento. Para la Iglesia apostólica, esta era la única Biblia existente.

El reconocer sólo una parte de las Escrituras como base de la fe ha dado como resultado cientos de sectas e iglesias con creencias contradictorias. Sin embargo, si damos el debido crédito a lo que la Biblia dice, debemos respetar, creer y obedecer toda la Escritura, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Jesús dijo que debemos vivir “de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4; Lucas 4:4).

Debemos confiar en la Escritura misma, no en la forma en que los hombres la explican según sus conceptos personales.

Una cosa es ver la Biblia como una simple recopilación de relatos, y otra muy distinta es reconocerla como un conjunto de instrucciones y ejemplos divinamente inspirados que forman un todo unificador. La Biblia está repleta de ejemplos de personas como nosotros cuyas vidas nos muestran su obediencia o desobediencia a los principios de Dios.

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*Algunas ediciones de la Biblia contienen, como parte del Antiguo Testamento, varios libros denominados deuterocanónicos (término que significa “del segundo canon”). Si bien estos escritos tienen cierto valor histórico, no los consideramos iguales a las Sagradas Escrituras.

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

 

¿Hay errores en la Biblia?

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Los textos originales de la Biblia no contienen errores porque fueron inspirados por Dios, pero no podemos decir lo mismo de las copias que se hicieron posteriormente o de las traducciones que se han hecho de estas últimas.

Los textos originales de la Biblia no contienen errores porque fueron inspirados por Dios, pero no podemos decir lo mismo de las copias que se hicieron posteriormente o de las traducciones que se han hecho de estas últimas. Los traductores son humanos, de manera que es inevitable que sus propias tendencias religiosas hayan influido en su trabajo. Por lo general, tales errores son relativamente pequeños, pero en algunos casos son grandes equivocaciones que ocasionan enseñanzas y prácticas erróneas.

Una de esas grandes equivocaciones la encontramos en 1 Juan 5:7-8. Durante más de mil años desde que se completaron las Escrituras, la segunda parte del versículo 7 y la primera parte del versículo 8 no aparecieron en los manuscritos griegos. Alrededor del año 500 apareció este fragmento en la versión latina que se conoce como la Vulgata. Al parecer, la inserción fue un intento para fortalecer la creencia en el concepto teológico de la Trinidad, el cual se debatía en ese entonces. Las palabras que se agregaron son las siguientes: “en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra”.

Hasta el año 1300, en ninguno de los manuscritos griegos del Nuevo Testamento aparecieron estas palabras. “Todas las pruebas textuales están en contra de 1 Juan 5:7. De todos los manuscritos griegos, sólo hay dos que lo contienen. Estos dos manuscritos son de fechas muy recientes, uno del siglo 14 ó 15 y el otro del siglo 16. Ambos muestran claramente que este versículo fue traducido del Latín” (Neil Lightfoot, How We Got the Bible [“Cómo obtuvimos la Biblia”], 1963, pp.‑57-58).

Parece ser que los monjes que copiaron el texto del Nuevo Testamento en el siglo 14 ó 15 agregaron este versículo de la Vulgata. Hasta la Biblia de Jerusalén reconoce que este versículo no es auténtico y no lo contiene. Al pie de la página correspondiente aparece esta nota: “Los mss [manuscritos] de la Vulg. [Vulgata] añaden la frase siguiente: dan testimonio: en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno; y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, etc.”

El versículo en 1 Juan 5 debería decir, como dicen cientos de los textos griegos más antiguos y la mayoría de las traducciones modernas: “Porque tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan”. Esto se refiere al testimonio de que Jesucristo es el Hijo de Dios (vv. 5-6).

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

 
1 Juan 5:7-8 nos dice: "Porque tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno”. ¿A qué se refiere esta escritura? Las palabras “en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra” aparece en solo unos pocos manuscritos recientes. No forman parte del texto inspirado. Sin esas palabras, los versículos 7 y 8 dicen lo siguiente: “Porque tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan”. Los versículos 5 y 6 se refieren a Jesús

Introducción al trasfondo histórico de los evangelios

Los cuatro evangelios constituyen una de las obras literarias más importantes en la historia de la humanidad: se refieren a la vida de Jesucristo, Dios en la carne.

Este trasfondo histórico de los evangelios no pretende ser un estudio exhaustivo y técnico, sino más bien un análisis práctico y simple de las Escrituras. Las fuentes utilizadas varían, y van desde simples manuales de la Biblia hasta los más sofisticados y extensos comentarios bíblicos.

Dios dice que debemos tener “hambre y sed de justicia” (Mateo 5:6), y la Palabra de Dios contiene el alimento que necesitamos. El Antiguo Testamento se puede comparar con el delicioso aperitivo de un magnífico banquete, el Nuevo Testamento con el plato principal, y el libro de Apocalipsis con el postre, pues es la culminación histórica y profética de todas las cosas.

El apóstol Juan lo expresó así: “Pues la ley fue dada por medio de Moisés, pero el amor inagotable de Dios y su fidelidad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17, Nueva Traducción Viviente). Note que el término pero lo hemos puesto en cursiva; éste no aparece en el griego. Muchas traducciones simplemente omiten la palabra “pero”, como en la versión La Biblia de las Américas: “Porque la ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad fueron hechas realidad por medio de Jesucristo”.

La intención de Juan no es contrastar, sino enfatizar, lo que Cristo añadió. El comentario bíblico New Illustrated Bible Commentary [Nuevo comentario bíblico ilustrado] de Nelson explica: “Juan no está denigrando la ley o a Moisés en este versículo. La ley y la gracia en el Antiguo Testamento no eran contradictorias. Las personas que en el Antiguo Testamento estaban bajo la ley igualmente son salvas por gracia . . . Juan no está diciendo que Moisés comenzó con la ley, y que luego Jesús trajo la gracia. Lo que dice es que en Cristo la gracia y la verdad son plenas. Aunque había abundante gracia y verdad en lo que Dios expresó a través de la ley que le dio a Moisés, es solo en la persona de Jesucristo que la gracia y la verdad alcanzan su máximo significado” (comentario acerca de Juan 1:17).

Así, pues, no hay duda de que la gracia y la verdad están presentes en el Antiguo Testamento, aunque ahora, en el Nuevo Testamento, la gracia y la verdad son amplificadas por Jesucristo y propagadas gracias a la disponibilidad del Espíritu Santo ofrecido a la Iglesia. Como leemos en Isaías 42:21: “Le agradó al Señor, por amor a su justicia, hacer su ley grande y gloriosa (Isaías 42:41, Nueva Versión Internacional, énfasis nuestro). Esta es la razón de por qué no se puede entender el Nuevo Testamento sin el Antiguo, y de por qué el Antiguo Testamento está incompleto sin el Nuevo.

Resulta muy conveniente que los evangelios estén situados justo en el centro de la Biblia, es decir, en la cuarta de las siete secciones que la componen, a saber: (1) la ley (2) los profetas (3) los escritos (4) los evangelios(5) Hechos (6) las epístolas y (7) Apocalipsis. Las tres primeras hacen referencia a Cristo, y las tres finales desarrollan sus enseñanzas, si se toma en consideración el orden inspirado en que se escribieron los libros del Nuevo Testamento.

Si reflexionamos seriamente sobre esto, los cuatro evangelios constituyen una de las obras literarias más importantes en la historia de la humanidad,la vida de Dios en la carne, o de Emmanuel (uno de sus nombres), que significa “Dios con nosotros” (Mateo 1:23).

Con estas cuatro biografías especiales de Jesucristo podemos aprender mucho acerca de cómo podemos entrar en el Reino de Dios y recibirla vida eterna. No existe nada comparable a estas bendiciones y recompensas. Jesús dijo: “La ley y los profetas se proclamaron hasta Juan [ya que predicaban el mensaje de Dios]. Desde entonces, se anuncian las buenas nuevas del reino de Dios [no por los profetas, sino por el Hijo de Dios], y todos se esfuerzan por entrar en él [buscan ser parte de él]” (Lucas 16:16, NVI).

En los evangelios Jesús se presenta como nuestro ejemplo perfecto, nuestro Hermano Mayor, nuestro amoroso Sumo Sacerdote, nuestro Salvador, Maestro y Rey venidero.

Estos evangelios son cuatro relatos de la vida de Jesucristo, y cada uno de ellos cumple diferentes funciones.El comentarista bíblico Merrill F. Unger dice lo siguiente de los evangelios: “Como retratos presentan cuatro poses distintas de una personalidad única. Mateo, por el Espíritu Santo, presenta a Cristo como rey, Marcos como siervo, Lucas como hombre, y Juan como Dios . . .Es así que los cuatro escritores presentan a la misma persona: el Dios-hombre, Siervo del Señor, Rey de Israel y Redentor de la humanidad” (Manual Bíblico de Unger, 1985, p. 472, énfasis nuestro y en el original).

Es interesante que los cuatro evangelios, dirigidos respectivamente a los judíos, a los romanos, a los griegos, y a toda la humanidad, recuerdan las cuatro caras de los querubines: Mateo, el León de Judá; Marcos, el buey labrador; Lucas, el rostro de la humanidad, y Juan, el águila, que representa el vuelo sublime del espíritu — la divinidad.

Mateo, recaudador de impuestos y apóstol

Mateo fue uno de los 12 apóstoles originales, conocido también como Leví (Marcos 2:14). Según parece, posteriormente fue nombrado apóstol; su nombre original (Leví) fue cambiado a Mateo, que significa “regalo de Dios”. Del mismo modo, el nombre de Simón fue cambiado a Pedro (Petros, en griego, o Cefas, en arameo, que significa “una piedra”, Juan 1:42).

Como Mateo era publicano (recaudador de impuestos, Lucas 5:27), era muy educado y conocía bastante bien las costumbres judías; a ello se debe que su evangelio proporcione mayor información respecto a las excesivas regulaciones y distorsiones de las tradiciones impuestas por las autoridades judías, que habían “envenenado” el pozo de las verdades de Dios.

En el libro Eerdmans Handbook to the Bible[Manual bíblico ilustrado de Eerdmans] leemos: “Mateo se centra en la relación de Jesús con la fe judía. El autor muestra cómo Jesús vino a cumplir el Antiguo Testamento, pero al mismo tiempo, a juzgar a los judíos por su deslealtad para con su religión. Ningún otro Evangelio denuncia tan vigorosamente las actitudes hipócritas de los fariseos. Los judíos son exhortados a ver en Jesús al Mesías prometido, el Hijo de David, y sobre ellos recae una condena por no responder a ese llamado” (1983, p. 470).

¿Por qué los judíos despreciaban tanto a los publicanos? Una fuente menciona que “como recaudador de impuestos, Mateo pudo haber sido uno de los residentes locales que luchaba por obtener el cargo, para lo cual habría acordado pagar de antemano a Herodes Antipas, gobernante de Galilea, una suma determinada. Todo el excedente del dinero recaudado iría a parar a los propios bolsillos de Mateo. Su oficina de impuestos probablemente estaba ubicada en la frontera, para poder cobrar impuestos por los productos que se transportaban de un distrito a otro. Los recaudadores de impuestos eran muy despreciados, y con mucha razón, no solo porque servían indirectamente a los romanos —opresores de los judíos—, sino también porque obtenían un beneficio personal al incrementar las cargas tributarias establecidas. Se les consideraba gente inmunda, con quienes los judíos piadosos no podían asociarse. Cuando Jesús comió en casa de Mateo en compañía de 'publicanos y pecadores', los fariseos se escandalizaron. Sin embargo, para Jesús esta acción era un símbolo de que su reino incluiría a todas las personas, sin importar la opinión que el mundo tuviera de ellas, ‘porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores’” (Mateo 9:10, 13, Who is Who in the Bible [Quién es quién en la Biblia], 1994, pp. 289-290).

Dado que Mateo se dirige principalmente al pueblo judío, quiere dejar perfectamente claro que la ascendencia de Jesús se remonta hasta David y Abraham. Su evangelio empieza con la frase “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mateo 1:1, énfasis nuestro). Unger añade: “Mateo es un Evangelio judío, arraigado en la profecía del AT relacionada con la venida del Mesías-rey y con su reino . . . El Rey es llamado primeramente ‘hijo de David’, de la familia real, legítimo heredero al trono de David; luego se le denomina ‘hijo de Abraham’, la simiente por la cual toda la tierra sería bendecida. El orden es significativo porque para el judío (y este evangelio en cierto modo va dirigido a él), el Señor debía presentarse primeramente como Rey, y después como Salvador (Juan 1:11-12)” (p. 477).

El Evangelio de Marcos

Marcos dirige su evangelio primordialmente a los crueles romanos que gobernaban Israel. Marcos hizo hincapié en que Jesús, el verdadero Rey, vino a servir y no a ser servido. Unger añade: “[El evangelio de Marcos] está orientado, no a los judíos como es el caso de Mateo, sino al mundo romano,dando una semblanza de Jesús como el poderoso Hijo de Dios, cuya palabra era ley tanto para el mundo natural como para el sobrenatural. Lo paradójico es que este poderoso Hijo de Dios es Siervo del hombre, Salvador, Redentor (Marcos 10:45)” (Manual Bíblico de Unger,p. 501, énfasis nuestro).

En cuanto a los antecedentes de Marcos, Unger señala: “El autor de este Evangelio es Juan Marcos, hijo de una tal María, de Jerusalén (Hechos 12:12). Acompañó a Pablo y Bernabé en el primer viaje misionero (Hechos 13:5), pero por alguna razón los abandonó en Perge (Hechos 13:13). Más adelante Pablo y Bernabé se separaron porque Pablo se negó a tener a Marcos en el segundo viaje. De común acuerdo, Marcos salió con Bernabé. Posteriormente se hizo la reconciliación entre Pablo y Marcos (Colosenses 4:10-11) . . . Al igual que Lucas, Marcos no fue un apóstol, como lo fueron Mateo y Juan” (p. 501). Con el tiempo, Pedro llegó a considerar a Marcos como su propio hijo (1 Pedro 5:13), por lo cual éste tuvo que haber recibido de Pedro la mayor parte de la información acerca de Jesús.

Lucas, el fiel compañero de Pablo

Así como Marcos recopiló mucha de su información acerca de Cristo acompañando a Pedro, Lucas acompañó a Pablo en muchos de sus viajes.

Unger se refiere así a este evangelio: “Su autor es Lucas ‘el médico amado’ (Colosenses 4:14; 2 Timoteo 4:11). Se trata de uno que, juntamente con Marcos, fue compañero y colaborador de Pablo, como se ve por las secciones iniciadas en primera persona del plural en Hechos 16:10-11; 20:5; 21:1 . . . Es muy posible que Lucas escribió su Evangelio mientras se hallaba en Cesarea durante el encarcelamiento de Pablo allí (Hechos 27:1)” (p. 520).

Otro comentarista bíblico, Henry H. Halley, agrega: “El énfasis especial de Lucas es la humanidad de Jesús. Al presentarlo como el Hijo de Dios, Lucas muestra la bondad de éste hacia el débil, el que sufre y el marginado.

“Si bien cada uno de los Evangelios estaba dirigido en el fondo a toda la humanidad, Mateo parece que tuvo en mente a los Judíos, Marcos a los romanos y Lucas a los griegos.

“- La cultura judía se construyó en torno a sus Escrituras, nuestro Antiguo Testamento. Por tanto, Mateo apela a las mismas.

“- La civilización romana glorificaba la idea del gobierno y el poder. Por esta razón Marcos llama la atención de una manera particular a los milagros de Jesús como muestra de su poder sobrehumano.

“- La civilización griega representaba a la cultura, la filosofía, la sabiduría, la razón, la belleza y la educación. Por tanto, para atraer a la mente pensadora, culta y filosófica de Grecia, Lucas describe, en una narración clásica, ordenada y completa, la gloriosa belleza y perfección de Jesús, el hombre ideal y universal. Además, hace más referencia a las diversas clases de personas, identificando a mujeres y niños, que ninguno de los otros Evangelios. Luego Juan añadiría su Evangelio a estos tres, a fin de dejar inequívocamente claro que Jesús era Dios en forma humana . . .

“Se piensa que Lucas escribió su Evangelio alrededor del año 60 d.C., mientras Pablo se encontraba en la cárcel de Cesarea, y que compuso el libro de los Hechos en los siguientes dos años, durante el encarcelamiento del apóstol en Roma. (Tanto el Evangelio de Lucas como el libro de los Hechos están dirigidos a la misma persona: Teófilo, y por cierto constituyen una sola obra en dos volúmenes.)

“Su estancia de dos años en Cesarea (58–60 d.C.) proveyó a Lucas de abundantes oportunidades para recoger información precisa y de primera mano tocante a todos los detalles de la vida de Jesús, de los compañeros originales de éste y de los fundadores de la Iglesia: los apóstoles.

“Cesarea estaba a menos de cien kilómetros de Jerusalén. La madre de Jesús quizá se encontrara viva todavía, residiendo en casa de Juan en esta última ciudad. Tal vez Lucas pasó muchas horas con ella, escuchando mientras le contaba los recuerdos que tenía de su maravilloso Hijo. Y Jacobo, obispo de Jerusalén y hermano mismo de Jesús, quizá le brindó a Lucas detalles exactos sobre toda la historia de la vida del Señor” (Manual Bíblico de Halley con la Nueva Versión Internacional,edición Kindle 2011, énfasis nuestro).

Juan, el apóstol amado de Jesús

El último de los cuatro evangelios es muy diferente de los otros. ¿Por qué?

Halley presenta un breve resumen: “Juan subraya de un modo especial la deidad de Cristo. Comienza con su preexistencia y se concentra en la unidad entre Jesús y Dios su Padre. Este Evangelio consta principalmente de discursos y conversaciones de Jesús: presenta lo que él dijo y no tanto lo que hizo”.

El historiador Schaff califica este evangelio como “la producción literaria más importante jamás compuesta”.

Halley más adelante continúa: “El nombre de su padre era Zebedeo (Mateo 4:21) y su madre parece haber sido Salomé (Mateo 27:56; Marcos 15:40); es probable que haya sido una hermana de María, la madre de Jesús (compare con Juan 19:25). Si esto fue así, entonces Juan habría sido primo de Jesús, más o menos de la misma edad que él, y se habrían conocido desde la infancia.

“Juan era un próspero hombre de negocios: uno de los cinco socios de una empresa pesquera que empleaba mano de obra (Marcos 1:16–20). Además de su negocio de pesca en Capernaúm, tenía una casa en Jerusalén (Juan 19:27) y era conocido personal del sumo sacerdote (Juan 18:15–16). Había sido discípulo de Juan el Bautista (Juan 1:35–40), y si era primo de Jesús, como parecen indicar los pasajes anteriormente citados, entonces también estaba emparentado de alguna manera con el Bautista (Lucas 1:36). Se presume que tenía conocimiento de la anunciación por parte de ángeles de los nacimientos tanto de Juan como de Jesús (Lucas 1:17, 32). De modo que cuando Juan el Bautista apareció proclamando que el reino de los cielos se había acercado, Juan, el hijo de Zebedeo, estuvo dispuesto a ponerse de su lado.

“Y sobre la base del testimonio del Bautista, Juan se convirtió en discípulo de Jesús (Juan 1:35–51), siendo uno de los cinco primeros, y regresó con él a Galilea (Juan 2:2–11). Luego, al parecer, volvió a su negocio de pesca; probablemente como un año después, Jesús lo llama a dejar su empresa y a viajar con él de un lado a otro. De allí en adelante estuvo siempre con Jesús y fue testigo ocular de lo que está escrito en este Evangelio.

“Jesús lo apodó [a él y a su hermano] ‘Hijo del Trueno’ (Marcos 3:17), lo que parece indicar que poseía un temperamento vehemente y violento. El incidente en el que prohibió a un extraño que utilizase el nombre de Jesús para echar fuera demonios (Marcos 9:38) y el deseo de pedir que cayera fuego del cielo sobre los samaritanos (Lucas 9:54) son referencias interesantes de su carácter, sin embargo, parece que llegó a controlar su genio. Juan era uno de los tres discípulos que formaban el círculo íntimo de Jesús, y se le reconocía como el más cercano al Maestro. Cinco veces se le menciona como ‘el discípulo a quien Jesús amaba’ (Juan 13:23; 19:26; 20:2; 21:7, 20). Debió de ser un hombre con rasgos de carácter poco comunes.

“Juan y Pedro se convirtieron en los líderes reconocidos de los Doce, y estaban generalmente juntos, aunque las disposiciones de ambos fueran muy diferentes (Juan 20:2; Hechos 3:1, 11; 4:13; 8:14).

“Juan parece haber vivido principalmente en Jerusalén durante algunos años. Según una tradición bien establecida, la última parte de su vida la pasó en Éfeso, donde envejeció. Nada se conoce de sus actividades, en Éfeso escribió su evangelio, tres cartas y posiblemente el Apocalipsis” (énfasis nuestro).

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