Preguntas Bíblicas

¿Por qué los discípulos bautizaron solamente en el nombre de Jesucristo?

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¿El bautismo es necesario para ser salvo? Si la salvación es por creer, ¿por qué tengo que arrepentirme?

Transcript

La Biblia afirma que Juan el Bautista y los discípulos de Jesucristo llevaron a cabo bautismos (Como podemos leer en Marcos 1:4 y Juan 4:1-2). Sin embargo, el bautismo de Juan fue mediante inmersión en agua (Vea Mateo 3:11). Jesucristo mismo fue bautizado de esa manera (según Mateo 3:13-15). Juan el Bautista reconoció que bautizaba en agua, pero dijo que más tarde Jesucristo bautizaría en Espíritu Santo y fuego (Vea Lucas 3:16).

También Lucas, refiriéndose al día de Pentecostés, dijo “vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos de los Apóstoles 1:5). ¿Cuál fue la razón? Dios todavía no había enviado el Espíritu Santo sobre su pueblo. Eso ocurrió más tarde, precisamente en el día de Pentecostés del año 31 d. C., después de que Jesucristo fue ascendido al tercer cielo.

Por esa razón y antes de subir, Jesucristo dio instrucciones a sus discípulos, (la Iglesia que él mismo había edificado), diciendo que todo aquel que se arrepintiese, fuera bautizado de la manera que todos la conocemos (Mateo 28:18-20).

El bautizo es más importante de lo que uno se imagina, porque de esa manera podemos tener acceso a la salvación, lo cual es sinónimo de hacer la voluntad de Dios. Jesucristo mismo dijo en Mateo 7:21-23: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre.

Por tanto, la salvación no consiste solamente en “creer”, sino además en hacer la voluntad de Dios (como se nos indica en Filipenses 2:13). Es decir que debemos ser hacedores de su palabra y no tan solo oidores porque de esa manera nos engañamos a nosotros mismos (Santiago 1:22).

Siendo nuestra naturaleza humana contraria a Dios, ninguno debería ver las enseñanzas bíblicas a su propio modo, sino tal como Dios lo ha establecido y enseñado. Todo ser humano que ha sido llamado por Dios (vea Juan 6:44; 6:65), necesita arrepentirse de sus pecados y aprender el camino que conduce a la vida eterna, recibiendo el bautismo de manos de un ministro ordenado, tal como Dios lo ha establecido. Cumplidos estos requisitos espirituales, uno podrá participar de la ceremonia de la Pascua, por haberse reconciliado con su Creador. Tenga presente que el pecado es la infracción de la Ley de Dios (como leemos en 1 Juan 3:4).

Por tanto, la verdadera carrera cristiana empieza precisamente con el bautismo, y a partir de ahí, uno entiende más el camino hacia la santidad, a través del crecimiento espiritual y el desarrollo de los frutos espirituales, porque todo aquel que no crece ni se desarrolla, corre el riesgo de ser lanzado al lago de fuego, por no mostrar frutos de crecimiento (Mateo 3:10; Lucas 3:9).

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Iglesia de Dios Unida

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

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¿Por qué necesitamos el bautismo?

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Por medio del bautismo hacemos un compromiso formal de volvernos permanentemente del pecado y rendir nuestras vidas a Dios.

¿Qué parte del proceso de conversión sigue al arrepentimiento?

“Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).

“Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hechos 22:16).

Por medio del bautismo hacemos un compromiso formal de volvernos permanentemente del pecado y rendir nuestras vidas a Dios.


¿Bautizaron Jesús y los apóstoles a aquellos que se arrepintieron?

“Cuando, pues, el Señor entendió que los fariseos habían oído decir: Jesús hace y bautiza más discípulos que Juan . . . salió de Judea, y se fue otra vez a Galilea” (Juan 4:1-3).

“. . . Y muchos de los corintios, oyendo, creían y eran bautizados” (Hechos 18:8).

¿Quiere Jesús que sus siervos continúen bautizando nuevos discípulos?

“Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:18-20).

Jesús les mandó a sus discípulos que continuaran bautizando después de su muerte y resurrección. Prometió que estaría con ellos hasta el fin de la era, el cual todavía no ha llegado. Por lo tanto, su promesa muestra que él pretendía que el bautismo fuera una parte de las responsabilidades de sus seguidores en todas las épocas, incluida la nuestra.

¿Por qué es tan importante el bautismo?

“El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:16).

El bautismo está directamente relacionado con el perdón de nuestros pecados y el don de la salvación. Por medio de su muerte, Jesucristo pagó la pena (Romanos 6:23) de nuestros pecados. En la cena de la Pascua antes de su crucifixión, Jesús bendijo una copa de vino y les dijo a sus discípulos: “Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (Mateo 26:28).

Pablo explicó que “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:8-9). También escribió: “Palabra fiel es esta: Si somos muertos con él, también viviremos con él” (2 Timoteo 2:11).

¿Cómo podemos morir con Cristo?

“¿O no sabéis que todos lo que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?” (Romanos 6:3).

El bautismo es una ceremonia simbólica de sepultura —ordenada por Jesús mismo— por medio de la cual nos unimos simbólicamente con él en su muerte, la cual fue el sacrificio por nuestros pecados. Pablo escribió: “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (1 Corintios 15:3-4).

Además explicó: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados [considerados libres de pecado] gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre . . .” (Romanos 3:23-25).

Con la ceremonia del bautismo nosotros nos unimos simbólicamente con Cristo en su muerte. “Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Romanos 6:5-6).

¿Qué responsabilidad adquirimos con el bautismo?

“Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Romanos 6:4).

“Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (vv. 11-13).

El bautismo simboliza el fin de una vida de pecado habitual y el comienzo de una nueva vida dedicada a la justicia. “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:11-14).


¿Incluye esta responsabilidad el vivir una vida de obediencia?

“Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4).

“Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29; comparar con 2 Corintios 10:3-5).

Las enseñanzas de la Biblia —tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo— se convierten en nuestra guía de vida. El Nuevo Testamento explica cómo debemos aplicar las enseñanzas del Antiguo Testamento bajo el nuevo pacto. El énfasis del nuevo pacto es la adecuada aplicación del espíritu —la intención— de las leyes de Dios.

Ya no podemos vivir como queremos, rechazando o haciendo caso omiso de las instrucciones de Dios. Jesús lo explicó claramente: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:21-23). ¡Debemos vivir conforme a la ley, no sin ella!

¿Por qué fue bautizado Jesús??

“Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó” (Mateo 3:13-15).

“Aconteció en aquellos días, que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán” (Marcos 1:9).

Jesús nació para ser un ejemplo perfecto para nosotros como ser humano. Aunque nunca pecó y no necesitaba ser perdonado, fue bautizado para mostrarnos el ejemplo que debíamos seguir. De la misma forma en que él fue bautizado, nosotros también debemos serlo. Nos mostró personalmente que el bautismo es la forma que estableció para que nos unamos con él en su muerte para que nuestros pecados puedan ser perdonados.

¿Deben bautizarse los niños?

“. . . Y muchos de los corintios, oyendo, creían y eran bautizados” (Hechos 18:8).

“Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados” (Hechos 2:41).

“Pero cuando creyeron . . . se bautizaban hombres y mujeres” (Hechos 8:12).

El bautismo es para aquellos que sean lo suficientemente maduros como para comprender y creer en el significado del arrepentimiento y del bautismo. Con raras excepciones de algunos en sus últimos años de adolescencia, la mayoría de los niños no tienen la edad suficiente para analizar por qué pecan. Simplemente no son lo suficientemente maduros como para entender su propia naturaleza y qué es lo que hay errado en ella.

Los niños son muy especiales para Dios. Jesús tomó niños pequeños en sus brazos y los bendijo (Marcos 10:13-16). Pero cada vez que se menciona específicamente el bautismo en la Biblia, vemos que los que se bautizaban eran aquellos con edad y madurez suficientes para entender el arrepentimiento, el bautismo y la seriedad del compromiso que todo esto implica. Sólo deben ser bautizados aquellos que son lo suficientemente maduros como para producir los frutos del verdadero arrepentimiento.

¿Hay ocasiones en que es necesario rebautizar a los adultos?

“Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan. Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús” (Hechos 19:3-5).

Aunque estas personas habían sido bautizadas por inmersión según el bautismo de Juan el Bautista, no habían recibido el Espíritu Santo (v. 2). Sólo aquellos que reciben el Espíritu Santo son discípulos convertidos de Cristo (Romanos 8:9). Pablo los rebautizó en el nombre de Jesucristo para que pudieran recibir el Espíritu Santo.

Hoy, muchas personas que han sido bautizadas nunca han entendido lo que es el pecado y por qué se requiere el arrepentimiento verdadero. Ellas también necesitan ser rebautizadas para recibir el Espíritu de Dios y ser convertidas.

¿Cómo debemos ser bautizados?

“Juan bautizaba también en Enón, junto a Salim, porque había allí muchas aguas; y venían, y eran bautizados” (Juan 3:23).

“Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él” (Mateo 3:16).

Vemos que Juan el Bautista escogió un lugar en el que había mucha agua para bautizar a las personas que venían a él. Y Jesús “subió del agua” después de haber sido bautizado. ¿Por qué es importante esto? La palabra griega baptizo significa “sumergir”, “meter dentro”.

Jesús fue bautizado en un lugar donde había “muchas aguas” y al ser sumergido completamente nos dejó un ejemplo de cómo debe efectuarse el bautismo. Todos los ejemplos de bautismos hechos por los discípulos de Cristo que aparecen en las Escrituras siguen este patrón. Por ejemplo, en Hechos 8:38 leemos que “descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó”. No hay ejemplo bíblico de otra forma de bautismo en agua.

El simbolismo del bautismo —la sepultura del antiguo yo— requiere una ceremonia que represente una verdadera sepultura. Sólo la inmersión llena los requisitos de este simbolismo. Por lo tanto, para seguir el ejemplo de nuestro Salvador, también debemos ser sumergidos completamente en agua al ser bautizados, simbolizando con ello que estamos sepultando nuestro viejo yo con él en una tumba de agua.

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

 
Jesucristo eligió la Fiesta de las Semanas (Shavuot en Hebreo) o Pentecostés para comenzar su Iglesia. ¿Cuál es el significado de Pentecostés para los cristianos hoy en día? La tercera de las Fiestas Anuales de Dios (después de la Fiesta de los Panes sin Levadura) es la Fiesta de las Semanas o Pentecostés (Como se lee en Levítico 23:16-21 y Hechos de los Apóstoles 2:1). Esta fiesta, también llamada la Fiesta de la Cosecha o Las Primicias (Vea Éxodo 23:16 y Éxodo 34:22), es también el día en que por primera vez Dios concedió su Espíritu a la Iglesia de Dios del Nuevo Testamento (Consulte Hechos

¿Quién debería bautizarme?

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Uno debe ser bautizado por un verdadero ministro de Jesucristo, que entienda que el arrepentimiento inicia con el temor a Dios y la obediencia a sus leyes.

El bautismo es un compromiso serio y de por vida. Por esa razón, ser bautizado por un ministro de Dios es una parte importante e invaluable del proceso. A través de la experiencia del ministro y su conocimiento, el podrá no solo llevar a cabo el bautismo, sino que además podrá ayudarle a entender cómo puede usted mismo prepararse de manera más eficaz.

Un verdadero ministro de Dios es aquel que comprende que Dios le dio a la humanidad sus leyes para mostrarle su camino de amor. Esas leyes definen como demostrar amor a Dios y a nuestro prójimo (Deuteronomio 30:15-16; Mateo 22:35-40; 1 Juan 5:3). El pecado es la violación de esa Ley del amor. Dios nos mostró un camino para vivir en paz y armonía con él y con la humanidad, que está definido por su Ley. Cuando pecamos, estamos violando o transgrediendo esos límites del camino de vida de Dios, y quebrantamos su Ley.

Un verdadero ministro de Dios entiende que cuando Dios llama a una persona, él espera una respuesta dual expresada por Jesucristo en Marcos 1:15: “arrepentíos y creed en el evangelio”. La fe y la gracia son dones de Dios (Efesios 2:8). Asimismo, Dios nos concede el arrepentimiento, especialmente cuando una persona pide en oración por ello (Hechos 8:22). Pablo nos dice que la benignidad de Dios nos lleva al arrepentimiento (Romanos 2:4).

Jesucristo mismo nos dejó un ejemplo a seguir cuando buscó a Juan el Bautista para que lo bautizara. 

“Entonces Jesús vino de Galilea a Juan al Jordán, para ser bautizado por él. Mas Juan se le oponía, diciendo: ‘Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí?’. Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó” (Mateo 3:13-15).

Juan no solo fue llamado por Dios para ministrar en esa forma, sino que además fue un hombre que entendía la seriedad con la que debemos aproximarnos a la vida Cristiana. Juan fue un emisario de Dios que vino a proclamar un bautismo de arrepentimiento. El mensaje de Juan sobre el bautismo, se diferencia de la enseñanza religiosa contemporanea y convencional, puesto que enseña que el bautismo es mucho más que simplemente un símbolo ceremonial de purificación. Él enseñó sobre un bautismo de arrepentimiento, la confesión del pecado y la necesidad de un saneamiento moral (Mateo 3:5-8). 

Después de que Jesús mismo fuese bautizado, él animó a sus discípulos a ser bautizados y, en su nombre, bautizar a otros. “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mateo 28:18-20).

El libro de los Hechos es una crónica histórica crucial de cómo la Iglesia primitiva creyó y practicó el bautismo. 

Hechos de los Apóstoles registra a los apóstoles iniciando a hacer exactamente lo que Jesús les dijo que hicieran. En sus líneas, vemos una y otra vez historias sobre el bautismo. Los ministros de Dios eran enviados no solamente a guiar a aquellos llamados por Dios, sino que además, después los bautizaban en su arrepentimiento, e imponían sus manos sobre ellos pidiendo a Dios que recibiesen el don del Espíritu Santo. 

Hechos 8:14-17 registra el siguiente relato: “Y los apóstoles que estaban en Jerusalén, habiendo oído que Samaria había recibido la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan: Los cuales venidos, oraron por ellos, para que recibiesen el Espíritu Santo;

(porque aun no había descendido sobre ninguno de ellos, mas solamente eran bautizados en el nombre de Jesús). Entonces les impusieron las manos, y recibieron el Espíritu Santo.

Más tarde, en Hechos 8 se describe detalladamente el maravilloso bautismo del eunuco etiope por Felipe. El etiope se esforzaba por entender los escritos de Isaías, pero Dios le envió a Felipe para que le ayudara comprender las escrituras. “Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? Él dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él… Entonces Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús… Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó” (Hechos 8:30-38).

Enviado por Dios, Felipe no solo pudo enseñar al eunuco sobre Jesucristo y su sacrificio por los pecadores. Sino que además fue capaz de bautizarlo en su fe y aceptación de Jesucristo. 

De forma semejante, en Hechos 16 tenemos las destacadas historias del bautismo de Lidia y del carcelero de filipos. Los enviados por Dios, Timoteo, Pablo y Silas, estuvieron viajando por la ciudad de Filipos cuando encontraron a cierta mujer llamada Lidia. Ella adoraba a Dios y “el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía”, y ella y su familia fueron bautizados (Hechos 16:14-15).

Pablo, enviado por Dios, no solo habló sobre las Buenas Noticias del Reino de Dios, y sobre Jesucristo, sino que además pudo bautizar a Lidia y a su familia. 

Poco después del bautismo de Lidia y su familia, leemos que Pablo y Silas fueron encarcelados. Mientras estaban ahí, el carcelero fue inspirado por el mensaje del Evangelio que ellos llevaban, “ Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa. Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos.” (Hechos 16:32-33).

Desde los tiempos de los discípulos, vemos el modelo de los ministros de Dios siendo enviados a bautizar a aquellos que han llegado al arrepentimiento y a la fe en Jesucristo como nuestro salvador. Pablo escribió: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?” (Romanos 10:14-15).

¿Cree usted que Dios está dirigiendolo hacia un entendimiento completo sobre él y su palabra? Si la respuesta es sí, entonces debería considerar seriamente actuar según las instrucciones que Dios le dice que siga. 

Actualmente, la Iglesia de Dios Unida tiene ministros en la mayoría de las partes del mundo, que han sido capacitados para aconsejar y bautizar a aquellos que se vuelcan a Dios con verdadero arrepentimiento. Si usted siente que Dios lo está llamando y le gustaría el consejo de alguno de los ministros de Dios, por favor comuníquese con nosotros y lo pondremos en contacto con nuestro representante ministerial más cercano a usted.

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.

 

¿Por qué bautizarse?

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El simbolismo espiritual asociado a la instrucción bíblica del bautismo es increíblemente profundo y significativo y está lleno de esperanza, alegría e ilusión. ¡Descubra sus tesoros escondidos!

Sin duda usted habrá esperado con mucha emoción varios sucesos en su vida. Quizás fue el día en que recibió su licencia de conducir (o incluso en la víspera), o cuando se graduó de la escuela secundaria o la universidad. O tal vez fue el día de su boda o el día en que nació su hijo. De hecho, hay muchos días y momentos emocionantes que puede haber anticipado con gran entusiasmo o anhelo por el futuro.

En lo personal, también he esperado ansiosamente varias ocasiones emocionantes, pero hubo una que anticipé más que todas las demás. Me gustaría contarles por qué fue tan significativa para mí, en la esperanza de poder inspirar a quienes aún no la han experimentado a desear que ocurra en su propia vida. ¿Cuál fue ese evento que tanto esperé? Fue el día de mi bautismo, que tuvo lugar hace casi 47 años, el 21 de octubre de 1972, cuando tenía 23 años. Ahora, quizás se pregunten, ¿por qué el bautismo? Bueno, durante aproximadamente un año y medio antes de ese día, había estudiado y aprendido muchísimo de la Biblia y de la literatura de la Iglesia de Dios, que incluía un curso de estudio bíblico muy esclarecedor. También había escuchado regularmente el programa de radio de la Iglesia, que añadía aún más información e inspiración a lo que estaba descubriendo.

A lo largo de ese tiempo fui entendiendo paulatinamente que gran parte de lo que me habían enseñado anteriormente sobre el cristianismo era completamente erróneo. Además, llegué a ver que la forma egocéntrica en que vivía no solo era perjudicial para mí y los demás, sino también profundamente desagradable para Dios.

El llamado de Dios al arrepentimiento

¿Cómo pude llegar a entender esto? Gracias al milagroso y misericordioso llamado espiritual de Dios el Padre (Juan 6:44). Mediante este llamamiento pude empezar a reconocer mi necesidad de arrepentirme del pecado, que no es solo la violación de sus santas leyes, sino la causa de estar separado de él (1 Juan 5:17;  1 Juan 3:4; Isaías 59:2). En cuanto al arrepentimiento, las Escrituras lo definen como un remordimiento y pesar profundo y sincero por haber ofendido a Dios, acompañado de un compromiso de cambiar (Salmos 51:4; Hechos 3:19; Hechos 17:30). 

Gracias a la compasión y guía de Dios, poco a poco me di cuenta de que necesitaba una restauración espiritual, un giro completo en la dirección de mi vida, dejando mis propios caminos para seguir de manera activa y consistente las prioridades de Dios.

También empecé a darme cuenta de cuánto necesitaba llegar a ser como Jesucristo, quien durante su vida humana en la Tierra fue el ejemplo perfecto de obediencia a su Padre y que murió de manera desinteresada y voluntaria por los pecados de la humanidad (1 Corintios 15:3; 1 Pedro 1:18-19).

Aparte de esto, empecé a entender lo imperativo que era para mí comenzar a desarrollar una relación fuerte y duradera con Dios el Padre y Jesús, reconociendo a Cristo como mi amado Salvador personal y hermano espiritual (Romanos 5:8-10; 2 Corintios 5:18-20; Mateo 12:50).

Además, Dios me ofreció la enorme posibilidad de reconciliarme completamente con él (Romanos 5:8-10; Isaías 53:5). Aparte de esa magnífica dádiva, también me proporcionó una maravillosa comprensión acerca de su espectacular propósito para toda la humanidad, que se centra en la vida eterna en su familia divina y en su reino. Esto también comprende el conocimiento de su asombroso plan para el futuro de la Tierra y la humanidad después de la segunda venida de Jesucristo.

Pero hubiera sido absolutamente imposible descubrir este deslumbrante tesoro del conocimiento divino, y mucho menos comprenderlo, de no haber sido por la maravillosa misericordia de Dios, que abrió mi mente. Como lo explica un pasaje muy revelador: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14 énfasis nuestro en todo este artículo).

De hecho esto va incluso más allá, porque “la mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo” (Romanos 8:7, Nueva Versión Internacional).

Al escribirles a los miembros de la congregación de la Iglesia en Éfeso, el apóstol Pablo describió cómo eran sus vidas antes de su conversión, afirmando: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire [es decir, Satanás el diablo], el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás” (Efesios 2:1-3). 

Efectivamente, Dios en su misericordia me permitió discernir mi tendencia natural al pecado. Sin su ayuda para entender las cosas espirituales habría quedado preso en un enfoque y actitud egoístas y contrarios a él y su camino de vida. Y, sin lugar a dudas, esto es válido para todos los seres humanos.

Por lo tanto, si Dios mismo no abre el corazón y la mente de una persona para concederle el arrepentimiento, e incluso la voluntad de hacerlo, como lo explican claramente las Escrituras, la comprensión espiritual necesaria es imposible (2 Timoteo 2:25-26).

El bautismo para el perdón de los pecados

Por tanto, gracias al amoroso y generoso llamado de Dios, llegué a entender todo esto. Y tal vez Dios lo esté llamando en este momento, tal como lo hizo conmigo. Él puede ayudarlo a entender su naturaleza carnal humana al tiempo que le concede su gracia divina y la oportunidad de arrepentirse de sus pecados para volverse a él con profunda humildad y obediencia (vea Proverbios 16:25; Jeremías 17:9). Quizás él esté guiándolo para que se embarque en un nuevo y emocionante camino de justicia que le brinde bendiciones asombrosas nunca antes experimentadas, como esperanza infinita, gozo y vida eterna en su familia divina (Romanos 2:4; Hechos 11:18; Santiago 1:25).

Ahora, volvamos a aquel día que yo tanto había esperado. ¿Por qué tenía tantas ganas de que llegara el día de mi bautismo? Es conveniente repasar en la historia bíblica el increíble recuento del inicio de la Iglesia del Nuevo Testamento en el Día de Pentecostés, una de las fiestas anuales de Dios. En ese extraordinario día, 120 de los discípulos de Jesucristo se reunieron en Jerusalén a esperar el cumplimiento de la espectacular promesa que él les había hecho solo diez días antes: “. . . recibiréis poder, cuando el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros” (Hechos 1:8).

Cuando ese formidable evento ocurrió en Pentecostés, “todos fueron llenos del Espíritu Santo” (Hechos 2:4). Al recibir el magnífico don de la presencia de Dios en sus vidas, estos devotos discípulos rápidamente empezaron a producir resultados espirituales.

Hechos 2 registra cómo los apóstoles comenzaron a dar testimonio a la muchedumbre de residentes en Judea y a los peregrinos que habían viajado a Jerusalén desde todo el mundo conocido para observar esta fiesta santa. El apóstol Pedro y los demás apóstoles tomaron la iniciativa y comenzaron a hablar con gran pasión y convicción acerca de Jesucristo a las multitudes.

En su inspirado discurso, Pedro hizo esta contundente afirmación: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36).

Al escuchar el conmovedor mensaje de Pedro, los oyentes “se compungieron de corazón”, y clamando les rogaban a él y a los otros apóstoles: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” (v. 37). “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (v. 38).

Gracias al emotivo y convincente mensaje de Pedro, tres mil personas se arrepintieron, se bautizaron y recibieron el Espíritu de Dios, que es la esencia misma de su naturaleza y poder (versículos 40-41).

A partir de aquel acontecimiento trascendental en la historia bíblica, el Espíritu Santo ha estado disponible para cada persona que Dios llama, se arrepiente genuinamente, y es debidamente bautizada (Mateo 22:14; 2 Pedro 1:10). Es importante señalar en este punto que, debido a la seriedad de tal decisión y al cambio de vida que implica, el bautismo es solo para aquellos que son lo suficientemente maduros como para comprender su verdadero propósito espiritual y hacer el compromiso respectivo.

El maravilloso simbolismo espiritual del bautismo

La única forma de bautismo que encontramos en la Biblia es la inmersión completa del cuerpo. ¿Por qué debe ser así?

En realidad el bautismo es un entierro simbólico del “viejo hombre” de una persona (Romanos 6:1-6; Efesios 4:22-24). Cuando una persona emerge del agua una vez es bautizada, se levanta de una tumba acuática simbólica, que representa una resurrección de la muerte a una vida pura, nueva y diferente. Esto se debe a que, en un sentido espiritual, los pecados de la persona arrepentida son totalmente lavados y eliminados en el agua bautismal gracias a la grandiosidad del perdón y la misericordia de Dios.

El profeta Miqueas describió esta maravillosa experiencia al escribir: “Sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Miqueas 7:19). El rey David lo expresó así: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Salmos 103:12).

Dios también inspiró a su profeta Isaías a afirmar: “Aunque sus pecados sean como la escarlata, yo los haré tan blancos como la nieve. Aunque sean rojos como el carmesí, yo los haré tan blancos como la lana” (Isaías 1:18, Nueva Traducción Viviente).

El bautismo simboliza la remoción completa del pecado en la vida de una persona arrepentida, hecha posible mediante el sacrificio de Jesucristo, quien derramó su sangre preciosa (Hechos 22:16; 1 Juan 5:6; Apocalipsis 1:5). Esto le permite a la persona avanzar en la vida con un propósito espiritual renovado y dinámico (1 Timoteo 1:5). 

Además, la persona ya no debe volver a sentir culpa por los pecados pasados. Lo que queda es una conciencia totalmente limpia y un deseo ferviente y decidido “de servir al Dios vivo” (Hebreos 9:14).

En mi caso, pude ver cómo el bautismo fue fundamental para mostrar mi deseo sincero de someterme por completo a Cristo y al Padre en plena obediencia y fe. También fue una magnífica oportunidad para prometerle al Padre, como lo hizo Jesús, “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).

Además, así como Jesús se levantó de la tumba, el bautismo le da a la persona arrepentida la seguridad total de que el Padre lo resucitará de la muerte a vida eterna cuando Cristo regrese.

Pablo escribió: “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección” (Romanos 6:4-5).

Por tanto, cuando alguien es llamado por el Padre y responde resueltamente, se arrepiente, se bautiza y recibe el Espíritu de Dios, comienza una nueva vida de crecimiento espiritual al tiempo que la antigua naturaleza humana egoísta es reemplazada gradualmente por la naturaleza justa y amorosa de Dios (2 Timoteo 1:6; 2 Pedro 1:4).

¡Qué gran emoción! ¿Puede entender ahora por qué esperaba yo con tantas ansias el día de mi bautismo? Así como este me libró en forma simbólica de los pecados pasados ​(Hechos 22:16), también representó un emocionante camino hacia una vida transformada de esperanza, felicidad y propósito. Además, abrió la puerta a una maravillosa y creciente relación con Dios el Padre y Jesucristo (Romanos 6:4, 11).

Más aún, fue el comienzo de una emocionante travesía hacia la vida eterna en el Reino de Dios. El apóstol Pedro exclamó: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (1 Pedro 1:3-5).

Compromiso pleno con Dios  

El bautismo fue fundamental para mi proceso de conversión y para una mayor comprensión de la Palabra de Dios y su plan. Ahora, décadas más tarde, él aún me guía diariamente con su Espíritu para ayudarme a vencer el pecado y obedecerle y servirle con fidelidad.

Además, gracias al bautismo Dios me hizo parte de su Iglesia, a la que encargó: “Por tanto id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mateo 28:19-20). La Iglesia está compuesta por individuos arrepentidos y bautizados de todas las naciones, razas y antecedentes económicos y culturales.

Todos trabajan unidos para llevar a cabo la obra de Dios en esta era, y para amarse y servirse como hermanos y hermanas espirituales en Cristo (Romanos 12:10; Gálatas 6:10).

¿Y qué hay de usted? Como dije antes, ¿podría Dios estar llamándolo a una comprensión más profunda de él y su Palabra? ¿Es capaz de verse a sí mismo y su naturaleza humana corrupta como realmente son y por qué necesita arrepentirse de sus pecados para comenzar de nuevo, a la vez que desarrolla una relación sólida con Jesucristo su Salvador?

Como dije antes, me tomó alrededor de un año y medio llegar al punto en que, después de estudiar y aprender, me sentí listo para dar el siguiente paso. Ese paso, por supuesto, era bautizarme y recibir el don del Espíritu Santo, que Dios entrega inmediatamente después del bautismo mediante la imposición de manos efectuada por un ministro fiel de Jesucristo (véase Hechos 8:17; 19:6; 2 Timoteo 1:6).

Después de considerar lo anterior, sinceramente lo animo a que continúe estudiando la Biblia. Hay muchos artículos en la revista Las Buenas Noticias y otras publicaciones, incluido el Curso de Estudio Bíblico de doce lecciones, producidos por la Iglesia de Dios Unida en forma tanto impresa como digital. Puede encontrar todo este material en el sitio web iduai.org. Igualmente, puede encontrar muchos y muy interesantes programas de Beyond Today en español en video para ayudarlo a obtener más conocimientos.

Por otra parte, si desea hablar sobre el arrepentimiento, el bautismo, el Espíritu Santo, asistir a servicios de culto u otros temas espirituales, la Iglesia de Dios Unida tendrá mucho gusto en concertar una cita privada con uno de nuestros ministros. Puede ponerse en contacto con la Iglesia a través de las direcciones o los números de teléfono que figuran en la página 2 de esta edición o por medio de nuestra página de contacto (iduai.org/contacto).

Por último, si Dios lo está llamando y usted comienza a ver la necesidad de arrepentirse, a su debido tiempo podrá tomar la decisión de comprometerse con él. Cuando llegue ese momento (que es diferente para cada persona), como sucedió conmigo, ¡anhelará intensamente el día en que sea bautizado! ¡Que Dios lo bendiga y lo guíe en su travesía espiritual!  BN

La misión de la Iglesia de Dios es predicar el evangelio de Jesucristo y del reino de Dios en todo el mundo, hacer discípulos en todas las naciones y cuidar a todos ellos.