Beyond Today Daily

Deja que Cristo obre a través de ti

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Harry Truman dijo una vez, "es increíble lo que puedes lograr si no te importa quién se lleva el crédito". Los apóstoles realizaron grandes milagros, pero reconocieron que no era su propia grandeza, sino la grandeza de Dios obrando a través de ellos lo que obraba. Nosotros también podemos lograr grandes cosas si permitimos que Dios y Jesucristo obren a través de nosotros.

Transcript

Hay un viejo dicho que dice: “Si no te importa quién se lleve el mérito, cualquier cosa puedes lograr”. Muy cierto. Hay una historia del Libro de los Hechos, capítulo 3, donde Pedro y Juan iban al templo a orar a la hora novena. Había allí un cojo de nacimiento, que buscaba limosna, algo de dinero. Pedro lo miró y le dijo: "No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda". Y el hombre se levantó, caminó y corrió al templo con Pedro y Juan. Fue un evento extraordinario, un acontecimiento que llamó la atención sobre la Iglesia, el Evangelio y el poder de Dios.

Pedro explicó a la multitud que se reunió mientras observaban este evento milagroso en Hechos 3:12: "Viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto?, ¿o por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a este?". Pedro desvió la atención centrada en él. Porque sí, fue él quien había dicho al hombre que extendía su mano: "levántate y anda", pero sabía que no fue su poder, no fue su piedad, ni su justicia; sino el poder de Jesucristo, el poder del Padre, el poder del Espíritu de Dios obrando; y fue el nombre de Jesucristo el que él proclamó allí. Ese hombre caminó. Un gran milagro fue hecho, pero también un poderoso testimonio para el evangelio aconteció ese día.

Cuando logramos eso, cuando somos capaces de no buscar el protagonismo, de entender nuestras limitaciones, aceptarlas y permitimos que Dios elija por nosotros, lo que podemos hacer y lo que puede lograr a través nuestro, entonces deja de haber límites.Lo que Dios puede obrar a través de nosotros no tiene límites. 

Dios eligió a Pedro y lo puso en el frente. Pero para ese entonces, Pedro ya había aprendido una gran lección: a no poner el foco en sí mismo. Y dio el crédito a Dios. Cuando dejamos de concentrarnos en nosotros mismos, de lo que pensamos que podemos hacer, de nuestro propio poder; y dejamos que Cristo trabaje a través de nosotros, ese trabajo puede ser asombroso, y puede ser milagroso también para nuestra propia situación actual. Podemos ser instrumentos efectivos en las manos de Dios. Pongamos el foco en Dios, no en nosotros mismos.

Eso es "BT Daily". Hasta la próxima.

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Darris McNeely

Darris McNeely works at the United Church of God home office in Cincinnati, Ohio. He and his wife, Debbie, have served in the ministry for more than 43 years. They have two sons, who are both married, and four grandchildren. Darris is the Associate Media Producer for the Church. He also is a resident faculty member at the Ambassador Bible Center teaching Acts, Fundamentals of Belief and World News and Prophecy. He enjoys hunting, travel and reading and spending time with his grandchildren.

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#267 - Hechos 2-3

"Los primeros sermones de los apóstoles"
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Course Content

Seguimos analizando el primer sermón dado por Pedro en la naciente Iglesia en el día de Pentecostés, que cayó el domingo del año 31 d.C.

Sabemos que fue en esa fecha porque Jesús nació en el año 4 a.C. Según la historia judía y romana, el rey Herodes el Grande murió sin lugar a dudas en la primavera del año 4 a.C. Por ejemplo, el Diccionario Bíblico de Easton explica: “Luego de un reinado tumultuoso de treinta y siete años, Herodes el Grande murió en Jericó en medio de grandes dolores en el año 4 a.C., que fue el mismo año en que nació Jesús”.

Puesto que Herodes ordenó la matanza de los niños de Belén luego del nacimiento de Jesús (Mateo 2:16), no pudo haber muerto antes de ese acontecimiento. Por eso, la fecha del nacimiento de Jesús tiene que ser antes de la primavera del año 4 a.C. Ahora bien, Lucas menciona que: “Jesús mismo al comenzar su ministerio era como de treinta años” (Lucas 3:23). Según la cronología dada en los evangelios, el ministerio de Jesús duró tres años y medio. Por eso sabemos que Jesús tuvo que comenzar su ministerio en el año 27 d.C. y murió en el año 31 d.C. a los treinta y tres años. Así también sabemos que Jesús murió en un día miércoles, pues la Pascua del año 31 caía en ese día. Veamos el gráfico:

Fechas de la Pascua según el calendario

Es interesante notar que los católicos y los protestantes fijan la fecha de la muerte de Jesús en el año 33 d.C. para que su muerte coincida con el “viernes santo”. Sin embargo, eso haría que Cristo muriera a los 35 años, una fecha demasiado tarde, pues entonces su ministerio no habría comenzado a los treinta años. El día correcto de la Pascua es otra prueba de que la crucifixión ocurrió en un día miércoles y no en un viernes.

Según estas fechas, Pedro estaba hablando exactamente cincuenta días después de que resucitó Jesús de entre los muertos y en el día de Pentecostés que significa “quincuagésimo”. Todo coincide perfectamente con la cronología bíblica que había sido profetizada según las Fiestas Santas. Dios hace las cosas a tiempo.

Pedro continúa predicando a la gran multitud de judíos que estaban en el Templo: “Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismo sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos [los soldados romanos], crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella” (Hechos 2:22-24). No sólo fueron Pedro y los demás los testigos de muchos de estos milagros, sino también los habitantes de Jerusalén.

Es importante notar algo que la traducción de este pasaje al español oculta al decir: “sueltos los dolores de la muerte”. El verdadero significado aparece en el comentario de Robertson, el experto en griego, que dice: “Los dolores de la muerte”—No sabemos cómo llegaron Pedro o Lucas a interpretar esta antigua palabra griega odinas, o “dolores de parto”. Los primeros escritores cristianos interpretaban la resurrección de Cristo como un nacimiento surgido de la muerte”. El Diccionario Teológico de Kittel añade: En Hechos 2:24, odinas se refiere a un nuevo nacimiento a través de la resurrección de entre los muertos. Dios mismo ha aliviado los dolores de nacimiento al asegurar que salga el Redentor. El sepulcro no puede retener a Cristo de la misma manera que el vientre de una mujer embarazada no puede retener a un bebé”. Por eso explicó Pablo que Jesús es “el primogénito [el primer nacido] de entre los muertos” (Col 1:18). He aquí otra evidencia más de que el concepto de nacer de nuevo se refiere también al resucitar de la muerte y nacer de nuevo en el reino de Dios. Cuando uno muere, es “sembrado en deshonra, pero resucitará en gloria” (1 Corintios 15:43).

Pedro continúa: “Porque David dice de él: Veía al Señor siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido. Por lo cual mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua, y aun mi carne descansará en esperanza; porque no dejará mi alma en el Hades [o la tumba], ni permitirás que tu Santo vea corrupción… Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy” (Hechos 2:25-29).

En los tiempos de Pedro, la tumba de David todavía existía y podían verla desde ese mismo Templo. Comenta Barclay: “Su tumba estaba en el Monte de Sión, donde la mayoría de los reyes de Judá fueron enterrados. En los tiempos de Adriano (117-138 d.C.) fueron arruinadas las tumbas”. Pero en esa época, Pedro aún podía señalar desde allí el lugar donde reposaban los huesos de David.

Pedro entonces concluye que la profecía no se podía referir a David mismo, sino al Mesías, que Dios levantaría de los muertos. Por eso dice de David: “Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción [el cuerpo comienza a corromperse luego de tres días]. A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís [el don de idiomas]. Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies” (Hechos 2:30-35).

Noten esta importantísima aclaración que David no ha ido al cielo, como tantos suponen al creer en la inmortalidad del alma. Pedro declara que David sigue allí, en su sepultura, “durmiendo” (1 Reyes 2:10) hasta que llegue la resurrección. Puesto que David no resucitó, entonces Pedro concluye que la profecía se refiere a Cristo, el Señor que Dios el Padre ha puesto a su diestra.

Pedro asegura: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. Al oír esto, se compungieron de corazón [no podían negar las pruebas], y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:36-37).

Pedro le entregó la misma respuesta que un ministro de Dios da hoy día: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:28). Noten la secuencia: primero, el arrepentimiento al haber quebrantado la santa ley de Dios. Luego viene el bautismo en el nombre de Jesucristo, que significa por su autoridad, para el perdón de los pecados, y finalmente viene el recibimiento del Espíritu Santo, que como verán, se hace mediante la imposición de manos.

Pedro les explica que esta oportunidad está abierta a todos los que Dios llama a su Iglesia, al abrirles sus corazones. “Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados, y se añadieron aquel día como tres mil personas.

De modo que, en ese día de Pentecostés, de una Iglesia de 120 personas, ahora llega a más de tres mil. Recuerden que la gran mayoría de estas personas habían visto los milagros de Jesús, habían escuchado a Jesús durante su ministerio de tres años y medio y habían sido testigos de los que fueron resucitados a la vida física, no sólo a Lázaro, sino a otros santos muertos en Jerusalén.

Ellos no se consideraban predicadores, sino discípulos, o sea estudiantes de la Palabra, que era enseñada por los apóstoles. Dice: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles [no sólo de Pedro], en la comunión unos con otros [el compañerismo cristiano], y en el partimiento del pan [comían juntos en sus casas] y en las oraciones” (Hechos 2:46-47). Tenían tremendo entusiasmo por ser parte de esta nueva comunidad de creyentes.

Sigue el relato: “Y sobrevino temor [respeto reverente] a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseveraban unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:43-47).

He aquí seis características que deben describir a la verdadera iglesia: 1) Es una iglesia que teme a Dios y su Palabra más que al hombre. 2) Es una iglesia que aprende humildemente la doctrina venida de los apóstoles, no de filósofos paganos ni de otras supuestas autoridades religiosas. 3) Es una iglesia que tiene un compañerismo genuino y sencillo, que le gusta comer juntos y que no hace acepción de personas entre ricos y pobres, sencillos o poderosos. 4) Es una iglesia que comparte los fondos para el bien de la comunidad, para la Obra y que cuida a sus viudas y a los más necesitados. 5) Es una iglesia alegre, sin complejos, ni es santurrona. 6) Es una iglesia respetuosa que da un buen ejemplo para los de afuera de su humildad, sencillez y amor.

Respecto a compartir los bienes, El Comentario del Conocimiento Bíblico aclara: “La venta de propiedades y el tener en común los bienes puede significar que la Iglesia pensó que Jesucristo iba a volver pronto y establecer el reino. Esto puede explicar por qué la práctica no continuó más tarde. El tener todo en común no significa un tipo de socialismo o comunismo puesto que todo se hacía en forma voluntaria y no obligatoria. Tampoco los bienes fueron distribuidos en forma pareja, sino sólo para solucionar las necesidades que surgían”.

Además, los diezmos aún no se podían entregar para solventar los gastos de la Iglesia, puesto que todavía existía el ministerio levítico y el sacerdocio del Templo que debían ser respetados y sostenidos. El cambio de entregar los diezmos al ministerio de Melquisedec, o sea, de Cristo y a los ministros nombrados por él en su Iglesia se explica en Hebreos 7-8 y fue gradual. Sólo después de la destrucción del Templo en el año 70 d.C. y el final del ministerio levítico, se pudo entregar todos los diezmos a los ministros de Jesús para la Obra de Dios. Pero al principio, la Iglesia se mantenía más por las ofrendas y la venta voluntaria de los bienes de los miembros.

Capítulo 3 – Un gran milagro

Algo maravilloso ocurrió después: “Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llamaba Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo” (Hechos 3:1-2).

De nuevo vemos a los apóstoles asistiendo a los servicios del Templo. Era una tradición judía hacer oraciones a las 9:00 AM, a las 12:00 de mediodía y a las 3:00 PM. Una de las grandes puertas del Templo se llamaba Hermosa por su belleza, y probablemente se refiere a la puerta Nicanor, que Josefo dice era tan hermosamente tallada en bronce corintio que “excedía en valor a otras puertas enchapadas en plata y oro”.

A ese lugar, cada día cargaban a un mendigo tullido desde su nacimiento. Al ver a Pedro y Juan, extendió su mano para ver si recibía algo. Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (Hechos 3:6). El paralítico no entendió lo que dijo y no se movió. Pedro entonces lo tomó y, “al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando y saltando, y alabando a Dios. Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios. Y le reconocían que era el que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo, la Hermosa; y se llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido. Y teniendo asidos a Pedro y a Juan el cojo que había sido sanado, todo el pueblo, atónito, concurrió a ellos al pórtico que se llama de Salomón” (Hechos 3:7-10). El pórtico era llamado así porque se había construido sobre los restos de los cimientos del antiguo Templo de Salomón.

Pedro ahora entrega su segundo discurso para explicar cómo pudo ser sanado el paralítico. “Viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿o por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad. Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida, y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. Y por la fe en su nombre, a éste que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre; y la fe que es por él ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos vosotros” (Hechos 3:12-16).

Pedro no se atribuye a sí mismo el poder de hacer milagros, sino al poder de Jesús en él. Eran momentos importantes para el inicio de la Iglesia y así poder mostrar por los milagros que Jesús era el Mesías y Emmanuel, o “Dios entre nosotros”. Luego usa un juego de palabras para explicar la ironía de que escogieron liberar a un “quitador de vidas” (Barrabás) mientras crucificaron “al Autor o Dador de la vida”.

Sin embargo, Pedro no los acusa de saber quién era en realidad Jesús. “Mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes. Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer. Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo" (Hechos 3:17-21).

He aquí el meollo del mensaje cristiano: 1) Las personas pecan normalmente por ignorancia. 2) Necesitan reconocerlo y “arrepentirse”, metanoesate, que es cambiar de corazón y mente. 3) Así los pecados serán borrados, de exaleipho, o borrar la escritura de un documento. La tinta en ese entonces no contenía ácido y por eso no quedaba adherida al documento. Para borrar las letras, pasaban por encima una esponja mojada y quedaba limpio, listo para usar de nuevo. 4) Luego de la conversión viene la preparación espiritual en la Iglesia, al participar en la Obra de Dios y esperar el reino de Dios.

Aquí Pedro menciona “los tiempos de refrigerio… los tiempos de la restauración de todas las cosas” que se refieren al establecimiento del reino de Dios sobre la tierra. Este mundo quedó dañado por el pecado y por la influencia de Satanás, que es el verdadero dios de este planeta (2 Corintios 4:4). Todo esto tiene que cambiar para que la tierra y los habitantes sean “refrescados” con la paz y la felicidad del reino. Pero Pedro también está diciendo que mientras tanto, nosotros debemos pasar por una “renovación personal” al bautizarnos y recibir el Espíritu Santo. Nos damos cuenta en la vida que no podemos cambiar al mundo, pero sí podemos cambiarnos a nosotros mismos. Al bautizarnos y recibir el Espíritu Santo, somos renovados como “nuevas criaturas en Cristo” (2 Corintios 5:17) y así comienza una vida nueva.

La venida del Reino y de Cristo fue profetizado en el Antiguo Testamento, como Pedro explica: “Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable; y toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo. Y todos los profetas desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, también han anunciado estos días. Vosotros sois los hijos de los profetas, y del pacto que Dios hizo con nuestros padres, diciendo a Abraham: En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra. A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad” (Hechos 3:22-26).

Pedro les comenta lo que será un patrón en el libro de los Hechos: que el ofrecimiento para entrar en la Iglesia y el reino de Dios principia con los judíos, pero no termina allí. El ofrecimiento para bautizarse se hará en todas las naciones del mundo (Mateo 28:19-20). Si tienen fe en el nombre de Jesús y lo aceptan como su Maestro y Salvador, y obedecen sus enseñanzas, que incluyen guardar los Diez Mandamientos, entonces pueden ser parte del pueblo de Dios y del futuro reino, cuando se “restaurarán todas las cosas”. Hermoso ofrecimiento, ¿verdad? En el siguiente estudio, comienza la primera persecución y veremos qué hacen los apóstoles.

Darris McNeely works at the United Church of God home office in Cincinnati, Ohio. He and his wife, Debbie, have served in the ministry for more than 43 years. They have two sons, who are both married, and four grandchildren. Darris is the Associate Media Producer for the Church. He also is a resident faculty member at the Ambassador Bible Center teaching Acts, Fundamentals of Belief and World News and Prophecy. He enjoys hunting, travel and reading and spending time with his grandchildren.

 
El arrepentimiento es un requisito para el perdón de todo pecado, ya sea en momentos de debilidad o de ignorancia. Dios está dispuesto y listo para perdonarnos cuando nos arrepentimos de corazón.
Muchas ideas populares han formado el concepto y creencias que tenemos sobre los ángeles. Pero, ¿dónde podemos encontrar la verdad sobre este tema tan fascinante?

Lección 4 - Trasfondo histórico de los evangelios

La juventud de Jesucristo
Los cuatro evangelios constituyen una de las obras literarias más importantes en la historia de la humanidad, ya que se refieren a la vida de Jesucristo como Dios en la carne. Estudiemos en profundidad la juventud de Jesús.

Tal como lo había anunciado la profecía de Miqueas 5:2, Jesucristo nació en Belén de Judea, un pequeño pueblo agrícola a 8 kilómetros al sur de Jerusalén. El rey David nació y creció allí, llegando a ser pastor de ovejas, y varios siglos más tarde los pastores seguían cuidando de sus rebaños en esa área. Cuando se cumplió el tiempo, Jesús nació en Belén y un ángel anunció a los pastores el acontecimiento, ocurrido exactamente como había sido profetizado. Los pastores se apresuraron a ir al encuentro de Jesús proclamando la buena nueva por toda aquella región (Lucas 2:17). ¡Dios había cumplido su tan esperada promesa!

Posteriormente, unos sabios acudieron a adorar a Cristo y fueron advertidos mediante revelación divina que no volvieran a Herodes, quien impacientemente esperaba por ellos para determinar la ubicación del niño y así poder enviar a sus soldados para asesinarlo. En vista de ello, los sabios tomaron otro camino de regreso a Oriente (Mateo 2:12-13).

La masacre en Belén

Aunque Satanás estaba conspirando para destruir a Jesús, Dios le llevaba la delantera. Mateo escribió: “Después que partieron ellos [los sabios], he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José y dijo: Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo. Y él, despertando, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto, y estuvo allá hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta, cuando dijo: De Egipto llamé a mi Hijo [Oseas 11:1]. Herodes entonces, cuando se vio burlado por los magos, se enojó mucho, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo que había inquirido de los sabios. Entonces se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: Voz fue oída en Ramá [una ciudad cercana], grande lamentación, lloro y gemido; Raquel que llora a sus hijos, y no quiso ser consolada, porque perecieron” (Mateo 2:13-18).

El erudito A.T. Robertson comenta: “Herodes no sabía, por supuesto, la edad del niño, pero no corrió ningún riesgo e incluyó a todos los varoncitos de Belén de hasta dos años de edad, tal vez unos quince o veinte en total. No sorprende que Josefo no hiciera ningún comentario sobre este incidente en la cámara de los horrores de Herodes” (Word Pictures of the New Testament [Imágenes en palabras del Nuevo Testamento], notas sobre Mateo 2:16, énfasis agregado en todo este artículo).

¡Cómo habían cambiado las cosas! Belén, que había celebrado con gran alegría y euforia el anuncio hecho por los pastores acerca del nacimiento de Jesús y la visita de los sabios, se convirtió en un horrendo lugar de agonía y duelo. Satanás había comenzado el proceso de herir el talón de Cristo, como fue profetizado en Génesis 3:15.

Jesús el nazareno

Así pues, José mantuvo a su familia en Egipto hasta que un ángel le dijo en sueños que ya era seguro regresar a Israel. Mateo escribe: “Pero después de muerto Herodes, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José en Egipto, diciendo: Levántate, toma al niño y a su madre, y vete a tierra de Israel, porque han muerto los que procuraban la muerte del niño. Entonces él se levantó, y tomó al niño y a su madre, y vino a tierra de Israel. Pero oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de Herodes su padre, tuvo temor de ir allá; pero avisado por revelación en sueños, se fue a la región de Galilea, y vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliese lo que fue dicho por los profetas, que habría de ser llamado nazareno” (Mateo 2:19-23).

Expositor’s Bible Commentary (Comentario Bíblico del Expositor) hace un buen resumen de los detalles históricos de ese momento: “Herodes el Grande hizo un cambio de última hora en su testamento, y dividió el reino en tres partes. Arquelao, conocido por su crueldad, recibió Judea, Samaria e Idumea. Augusto César estuvo de acuerdo y le otorgó el título de ‘etnarca’ (más honorable que ‘tetrarca’), prometiéndole el título de ‘rey’ si se lo ganaba. Arquelao probó ser un mal dirigente y lo desterraron por su mal gobierno en el año 6 d.C. Roma rigió el sur a través de un procurador, pero para entonces José ya había establecido a su familia en Galilea. Herodes Antipas, quien reaparece en Mateo 14:1-10, recibió el título de ‘tetrarca’ y gobernó en Galilea y en Perea. Herodes Felipe llegó a ser tetrarca de Iturea, Traconite, y algunos otros territorios. Este fue el mejor de los hijos de Herodes el Grande. Jesús frecuentemente se retiraba a ese territorio, lejos del débil pero cruel Antipas. José, guiado por su quinto y último sueño, acomodó a su familia en Galilea. El pueblo que José escogió fue Nazaret, que según Lucas 1:26-27 y 2:39 era el antiguo pueblo de él y de María . . . Nazaret era un lugar despreciado (Juan 7:42, 52) incluso por otros galileos (Juan 1:46). Aquí Jesús no se crió como ‘Jesús de Belén’, con sus implicancias davídicas, sino como ‘el nazareno’, con todo el oprobio del desprecio. Cuando en Hechos se hacía referencia a los cristianos como la ‘secta de los nazarenos’ (Hechos 24:5), la expresión intentaba lastimar” (2002, notas sobre Mateo 2:19-20).

En consecuencia, Jesús creció en esta pequeña aldea de Nazaret, como lo registra Lucas: “Después de haber cumplido con todo lo prescrito en la ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. Y el niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios era sobre él. Iban sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua; y cuando tuvo doce años, subieron a Jerusalén conforme a la costumbre de la fiesta. Al regresar ellos, acabada la fiesta, se quedó el niño Jesús en Jerusalén, sin que lo supiesen José y su madre. Y pensando que estaba entre la compañía, anduvieron camino de un día; y le buscaban entre los parientes y los conocidos; pero como no le hallaron, volvieron a Jerusalén buscándole. Y aconteció que tres días después le hallaron en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles. Y todos los que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas. Cuando le vieron, se sorprendieron; y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia. Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? Mas ellos no entendieron las palabras que les habló. Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:39-52).

Este es un resumen de los primeros 30 años de Jesús hasta que comenzó formalmente su ministerio. Algunos han especulado que pudo haber viajado por todo el mundo acumulando todo tipo de conocimiento místico, pero eso no es lo que indica la Biblia. Cuando comenzó su ministerio, los de Nazaret hablaban de él como si hubiera estado entre ellos todo el tiempo.

Carpintero o constructor

Cuando comenzó su ministerio, alrededor de los 30 años de edad (Lucas 3:23), note lo que la gente del pueblo decía de él: “¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban de él. Mas Jesús les decía: No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes, y en su casa” (Marcos 6:3-4).

Observe que incluso los de su propia casa no lo apreciaban ni le creían. Era conocido como un carpintero o, mejor traducido del griego tekton(de donde proviene la palabra arquitecto), un constructor que trabajaba no solo con la madera, sino también con la piedra.

A.T. Robertson comenta: “Evidentemente, desde la muerte de José, Jesús quedó a cargo del negocio y era ‘el carpintero’ de Nazaret. La palabra tekton proviene de tekein, tikto, producir, crear, como techne (artesanía, arte). Es una palabra muy antigua, usada desde la época de Homero. Originalmente designaba al que trabajaba la madera o construía con ella, tal como nuestros carpinteros en la actualidad. Posteriormente se utilizó para designar a cualquier artesano o trabajador en metal, piedra, o madera, e incluso en escultura. Sin duda Jesús trabajó la madera. Justino Mártir habla de arados, yugos, etc., hechos por Jesús. También puede haber trabajado en piedra e incluso pudo haber ayudado a construir algunas de las sinagogas de piedra en Galilea, como la de Capernaum. Los habitantes de Nazaret lo conocían y también a su familia (no se menciona a José) y su trabajo, pero ahora no daban crédito a lo que veían con sus propios ojos y oían con sus propios oídos” (ibídem, notas sobre Marcos 6:3).

El término hebreo equivalente a tektones haras, y se utiliza en  1 Crónicas 4:14: “Seraías engendró a Joab, padre de los habitantes del valle de Carisim, porque fueron artífices”. Ésta era una profesión muy respetada, que requería habilidad y comprensión de matemáticas. Pero, aun así, se trataba de algo físico, y los habitantes del pueblo no podían aceptar que ahora Jesús fuera un rabino, o maestro religioso, y mucho menos el tan esperado Mesías.

Expositor’s Bible Commentary observa: “La hostilidad del pueblo hacia Jesús se aprecia más claramente en las preguntas obvias en este versículo, ‘¿No es éste el carpintero?’ En otras palabras, ‘¿No es éste un hombre común y corriente, que se gana la vida trabajando con sus manos, como el resto de nosotros? ¿Cómo pretende ser un maestro y obrador de milagros?’ La segunda pregunta, ‘¿No es éste el hijo de María?’ parece despectiva ya que no era costumbre entre los judíos referirse a un hombre como el hijo de su madre, aun cuando el padre hubiera muerto. Detrás de esta pregunta podía estar el rumor difundido durante la vida de Jesús, de que él era hijo ilegítimo (Juan 8:41; 9:29) . . .

“La palabra traducida como ‘escandalizaban’ viene de skandalizomai [el Nuevo Testamento nunca usa esta palabra; el autor probablemente se refería al verbo skandalizo, de donde se deriva la palabra ‘escándalo’] . . . La idea que transmite el verbo griego es la de ofensa y repudio al punto de abandonar . . . la creencia en la Palabra (Lucas 8:13) o la relación personal con Jesús (14:27, 29). Jesús respondió a las dudas planteadas acerca de la legitimidad de su enseñanza y sus milagros usando un proverbio que tiene paralelos en la literatura judía y griega. Uno de estos proverbios establece el principio en el que se basan todos los demás: la familiaridad engendra desprecio . . . La gente de Nazaret era incapaz de apreciar quién era Jesús porque, al igual que la propia familia de Jesús, lo consideraban como alguien muy cercano a ellos” (ibídem, notas sobre Marcos 6:3-4).

Al parecer José, padre legítimo de Jesús, murió antes de que él comenzara su ministerio, pues cuando se menciona a la familia más adelante, solo se nombra a María y a los hermanos de Jesús.

La casa de Anás, un sacerdocio corrupto

Durante sus primeros 30 años, Jesús se preparó para su ministerio y lo mismo hizo su primo, Juan el Bautista. Si bien Jesús estaba en Nazaret, Juan el Bautista vivía en el desierto de Judea, y el padre de éste, Zacarías, oficiaba en el templo cuando a su familia (la orden de Abías, Lucas 1:5) le correspondía su turno.

Trágicamente, durante este tiempo los jefes de los sacerdotes habían llegado a convertirse en títeres de Herodes el Grande y más tarde, de su hijo Arquelao. Posteriormente las cosas empeoraron bajo el gobierno directo de los romanos, pues se corrompieron aún más al hacerse cargo de varias de las funciones de la dinastía de Herodes. Cierta familia de sumos sacerdotes, la casa de Anás, estableció una alianza política con los romanos que duró décadas, y forjó una lucrativa empresa con los cambistas. Esta familia se apropiaba de gran parte de las ganancias, exigiendo con frecuencia precios exorbitantes a los peregrinos que acudían al templo a pagar sus impuestos o a ofrecer sacrificios. Esta fue la razón principal por la cual Jesús volcó las mesas en el recinto del templo y llamó al lugar “cueva de ladrones”.

F.F. Bruce señala: “Desde luego, el cargo [de sumo sacerdote] no era tan influyente como lo había sido en el apogeo de la dinastía asmonea [sucesores directos de los macabeos]. Por otra parte, ya no estaba sujeto a la humillante minusvalía que había sufrido bajo Herodes y Arquelao. El sumo sacerdote era el representante y portavoz indiscutido de la nación, no solo ante el gobernador de la provincia, ya fuera de Judea o de Siria, sino también ante el emperador en Roma. Sin embargo, había un límite a su autoridad que sus predecesores no conocieron durante el lapso de tres siglos y medio que hubo entre Ciro el Grande y Antíoco IV.

“Durante los primeros treinta y cinco años de la administración provincial de Judea, los sumos sacerdotes eran nombrados y destituidos por los gobernadores romanos, que tanto en éste como en otros aspectos se sometían a la voluntad de Herodes y Arquelao. A pesar de los estatutos oficiales contra el soborno y la extorsión, para los gobernadores de las provincias romanas era difícil resistirse a la tentación de recurrir a tales prácticas cuando se les presentaban tantas oportunidades; y el hecho de poder nombrar y destituir a los sumos sacerdotes era una de esas oportunidades. No es de extrañarse que desde el año 6 d.C. en adelante, el sumo sacerdocio llegara a ser prácticamente del dominio exclusivo de un reducido número de familias sacerdotales ricas, partidarias de la secta de los saduceos, celosas de no hacer o permitir cualquier cosa que pudiera comprometerlas a los ojos de Roma o poner en riesgo el acuerdo existente con ella.

“Anás se convirtió en jefe de una de las familias de sumos sacerdotes más influyentes en las décadas postreras al segundo templo. Después de él, cinco de sus hijos, más un yerno y un nieto, se convirtieron en sumos sacerdotes en distintos momentos. Él mismo tuvo el cargo de sumo sacerdote entre los años 6 al 15 d.C. . . . y siguió siendo el poder detrás del trono por muchos años más. El apóstol Juan sugiere que como Caifás (yerno de Anás) fue el sumo sacerdote el año en que murió Jesús [ofició entre los años 18 a 36 d.C.], Anás jugó un papel fundamental en los preparativos para presentar cargos contra Jesús ante Pilato. Lucas le atribuye un papel importante en el primer intento del sanedrín por reprimir la predicación de los apóstoles en Jerusalén” (New Testament History [Historia del Nuevo Testamento], 1972, p. 64-65).

Alfred Edersheim dice lo siguiente en su obra Life and Times of Jesus the Messiah (Vida y tiempos de Jesús el Mesías):“Todo este tráfico comercial –el cambio de moneda, la venta de palomas y mercadeo de ovejas y bueyes– era en sí mismo, con todas sus circunstancias relacionadas, una terrible profanación y también causa de graves abusos. Pero, ¿había algo en tiempos de Cristo que hiciera esta práctica especialmente detestable e impopular? El sacerdocio siempre debió haber obtenido un beneficio considerable de esa posición. Por supuesto, no los sacerdotes comunes, que ministraban en el templo conforme el turno de cada ‘orden’, sino los funcionarios sacerdotales permanentes, los líderes inamovibles del sacerdocio, y sobre todo la familia del sumo sacerdote . . . De la avaricia y la corrupción de esta familia de sumos sacerdotes, tanto Josefo como los rabinos tienen el peor concepto. Josefo describe a Anás, el hijo del Anás del Nuevo Testamento, como ‘un gran acaparador de dinero’, muy rico, que despojaba con violencia a los sacerdotes comunes de sus ingresos oficiales” (volumen 2, 1890, pp. 370 -371).

Próxima lección: El ministerio de Juan el Bautista.