Beyond Today Daily

Pecado por ignorancia

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El arrepentimiento es un requisito para el perdón de todo pecado, ya sea en momentos de debilidad o de ignorancia. Dios está dispuesto y listo para perdonarnos cuando nos arrepentimos de corazón.

Transcript

Me encanta repasar el Libro de Hechos con los estudiantes. Y, enseñarles las historias de fe, y del poder de Dios obrando en su iglesia en sus primeros días, que leemos ahí en el Nuevo Testamento. Recientemente estuve estudiando el capítulo tres de Hechos: la historia de Pedro y Juan sanando a un hombre cojo en el templo, que había sido cojo desde su nacimiento. Cuando entraron en el templo a la hora novena, cerca de las tres de la tarde, ¡realizaron esta curación milagrosa de este hombre! y, el mensaje que Pedro entonces comenzó a predicar, llamó mucho la atención.

Y tal cómo Pedro había hecho en el capítulo dos en el día de Pentecostés, cuando expuso ante la audiencia el hecho de que eran responsables de la muerte de Jesús;. y se compungieron de corazón… les dijo… “arrepiéntanse”. Lo mismo sucede aquí, más tarde en el templo. Y mientras explicaba el poder real que estaba detrás de la curación de este hombre, Pedro hace énfasis en el versículo dieciséis de Hechos tres: " Y por la fe en su nombre, a este, que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre; y la fe que es por él, ha dado a este esta completa sanidad en presencia de todos vosotros. Mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes.". Lo habían hecho en ignorancia... Así… Pedro suaviza un poco el mensaje al decir: "Sé que lo hicisteis por ignorancia".

Creo que en esa declaración había un gran consuelo. Hay un rayo de esperanza que… Pedro da a la audiencia: "Ustedes hicieron esto, sus pecados, su injusticia fueron hechos en ignorancia."… Pero al mismo tiempo les dio un mensaje de urgencia, de que necesitaban cambiar su comportamiento. Dios conoce nuestras debilidades. Dios conoce nuestros problemas… y cuándo tropezamos y cuándo pecamos. Él ya ha provisto para nosotros… Su gracia ya está ahí… esperando a que nos arrepintamos y reclamemos SU perdón. Tenemos que acercarnos a él, y… tenemos que reconocer nuestros errores… y luego volvernos a Él en obediencia. Así, Pedro nos dio esta pequeña esperanza de que, aunque hayamos pecado por ignorancia, aun podemos arrepentirnos. Somos débiles, somos frágiles, aún hoy hacemos ciertas cosas que no debemos, y quizás es por ignorancia, o quizás es por una debilidad momentánea. Cuando nos arrepentimos y reclamamos ese perdón de Dios… entonces hay esperanza. Y podemos seguir adelante, y podemos aprender la lección. Esa es una gran enseñanza de la historia en Hechos: personas que necesitaban conocer cuán amoroso, gentil, y misericordioso es Dios.

Eso es, BT Daily… ¡Hasta la próxima!

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Darris McNeely

Darris McNeely works at the United Church of God home office in Cincinnati, Ohio. He and his wife, Debbie, have served in the ministry for more than 43 years. They have two sons, who are both married, and four grandchildren. Darris is the Associate Media Producer for the Church. He also is a resident faculty member at the Ambassador Bible Center teaching Acts, Fundamentals of Belief and World News and Prophecy. He enjoys hunting, travel and reading and spending time with his grandchildren.

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#267 - Hechos 2-3

"Los primeros sermones de los apóstoles"
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Seguimos analizando el primer sermón dado por Pedro en la naciente Iglesia en el día de Pentecostés, que cayó el domingo del año 31 d.C.

Sabemos que fue en esa fecha porque Jesús nació en el año 4 a.C. Según la historia judía y romana, el rey Herodes el Grande murió sin lugar a dudas en la primavera del año 4 a.C. Por ejemplo, el Diccionario Bíblico de Easton explica: “Luego de un reinado tumultuoso de treinta y siete años, Herodes el Grande murió en Jericó en medio de grandes dolores en el año 4 a.C., que fue el mismo año en que nació Jesús”.

Puesto que Herodes ordenó la matanza de los niños de Belén luego del nacimiento de Jesús (Mateo 2:16), no pudo haber muerto antes de ese acontecimiento. Por eso, la fecha del nacimiento de Jesús tiene que ser antes de la primavera del año 4 a.C. Ahora bien, Lucas menciona que: “Jesús mismo al comenzar su ministerio era como de treinta años” (Lucas 3:23). Según la cronología dada en los evangelios, el ministerio de Jesús duró tres años y medio. Por eso sabemos que Jesús tuvo que comenzar su ministerio en el año 27 d.C. y murió en el año 31 d.C. a los treinta y tres años. Así también sabemos que Jesús murió en un día miércoles, pues la Pascua del año 31 caía en ese día. Veamos el gráfico:

Fechas de la Pascua según el calendario

Es interesante notar que los católicos y los protestantes fijan la fecha de la muerte de Jesús en el año 33 d.C. para que su muerte coincida con el “viernes santo”. Sin embargo, eso haría que Cristo muriera a los 35 años, una fecha demasiado tarde, pues entonces su ministerio no habría comenzado a los treinta años. El día correcto de la Pascua es otra prueba de que la crucifixión ocurrió en un día miércoles y no en un viernes.

Según estas fechas, Pedro estaba hablando exactamente cincuenta días después de que resucitó Jesús de entre los muertos y en el día de Pentecostés que significa “quincuagésimo”. Todo coincide perfectamente con la cronología bíblica que había sido profetizada según las Fiestas Santas. Dios hace las cosas a tiempo.

Pedro continúa predicando a la gran multitud de judíos que estaban en el Templo: “Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismo sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos [los soldados romanos], crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella” (Hechos 2:22-24). No sólo fueron Pedro y los demás los testigos de muchos de estos milagros, sino también los habitantes de Jerusalén.

Es importante notar algo que la traducción de este pasaje al español oculta al decir: “sueltos los dolores de la muerte”. El verdadero significado aparece en el comentario de Robertson, el experto en griego, que dice: “Los dolores de la muerte”—No sabemos cómo llegaron Pedro o Lucas a interpretar esta antigua palabra griega odinas, o “dolores de parto”. Los primeros escritores cristianos interpretaban la resurrección de Cristo como un nacimiento surgido de la muerte”. El Diccionario Teológico de Kittel añade: En Hechos 2:24, odinas se refiere a un nuevo nacimiento a través de la resurrección de entre los muertos. Dios mismo ha aliviado los dolores de nacimiento al asegurar que salga el Redentor. El sepulcro no puede retener a Cristo de la misma manera que el vientre de una mujer embarazada no puede retener a un bebé”. Por eso explicó Pablo que Jesús es “el primogénito [el primer nacido] de entre los muertos” (Col 1:18). He aquí otra evidencia más de que el concepto de nacer de nuevo se refiere también al resucitar de la muerte y nacer de nuevo en el reino de Dios. Cuando uno muere, es “sembrado en deshonra, pero resucitará en gloria” (1 Corintios 15:43).

Pedro continúa: “Porque David dice de él: Veía al Señor siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido. Por lo cual mi corazón se alegró, y se gozó mi lengua, y aun mi carne descansará en esperanza; porque no dejará mi alma en el Hades [o la tumba], ni permitirás que tu Santo vea corrupción… Varones hermanos, se os puede decir libremente del patriarca David, que murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy” (Hechos 2:25-29).

En los tiempos de Pedro, la tumba de David todavía existía y podían verla desde ese mismo Templo. Comenta Barclay: “Su tumba estaba en el Monte de Sión, donde la mayoría de los reyes de Judá fueron enterrados. En los tiempos de Adriano (117-138 d.C.) fueron arruinadas las tumbas”. Pero en esa época, Pedro aún podía señalar desde allí el lugar donde reposaban los huesos de David.

Pedro entonces concluye que la profecía no se podía referir a David mismo, sino al Mesías, que Dios levantaría de los muertos. Por eso dice de David: “Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción [el cuerpo comienza a corromperse luego de tres días]. A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos. Así que, exaltado por la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís [el don de idiomas]. Porque David no subió a los cielos; pero él mismo dice: Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies” (Hechos 2:30-35).

Noten esta importantísima aclaración que David no ha ido al cielo, como tantos suponen al creer en la inmortalidad del alma. Pedro declara que David sigue allí, en su sepultura, “durmiendo” (1 Reyes 2:10) hasta que llegue la resurrección. Puesto que David no resucitó, entonces Pedro concluye que la profecía se refiere a Cristo, el Señor que Dios el Padre ha puesto a su diestra.

Pedro asegura: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo. Al oír esto, se compungieron de corazón [no podían negar las pruebas], y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:36-37).

Pedro le entregó la misma respuesta que un ministro de Dios da hoy día: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:28). Noten la secuencia: primero, el arrepentimiento al haber quebrantado la santa ley de Dios. Luego viene el bautismo en el nombre de Jesucristo, que significa por su autoridad, para el perdón de los pecados, y finalmente viene el recibimiento del Espíritu Santo, que como verán, se hace mediante la imposición de manos.

Pedro les explica que esta oportunidad está abierta a todos los que Dios llama a su Iglesia, al abrirles sus corazones. “Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados, y se añadieron aquel día como tres mil personas.

De modo que, en ese día de Pentecostés, de una Iglesia de 120 personas, ahora llega a más de tres mil. Recuerden que la gran mayoría de estas personas habían visto los milagros de Jesús, habían escuchado a Jesús durante su ministerio de tres años y medio y habían sido testigos de los que fueron resucitados a la vida física, no sólo a Lázaro, sino a otros santos muertos en Jerusalén.

Ellos no se consideraban predicadores, sino discípulos, o sea estudiantes de la Palabra, que era enseñada por los apóstoles. Dice: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles [no sólo de Pedro], en la comunión unos con otros [el compañerismo cristiano], y en el partimiento del pan [comían juntos en sus casas] y en las oraciones” (Hechos 2:46-47). Tenían tremendo entusiasmo por ser parte de esta nueva comunidad de creyentes.

Sigue el relato: “Y sobrevino temor [respeto reverente] a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseveraban unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:43-47).

He aquí seis características que deben describir a la verdadera iglesia: 1) Es una iglesia que teme a Dios y su Palabra más que al hombre. 2) Es una iglesia que aprende humildemente la doctrina venida de los apóstoles, no de filósofos paganos ni de otras supuestas autoridades religiosas. 3) Es una iglesia que tiene un compañerismo genuino y sencillo, que le gusta comer juntos y que no hace acepción de personas entre ricos y pobres, sencillos o poderosos. 4) Es una iglesia que comparte los fondos para el bien de la comunidad, para la Obra y que cuida a sus viudas y a los más necesitados. 5) Es una iglesia alegre, sin complejos, ni es santurrona. 6) Es una iglesia respetuosa que da un buen ejemplo para los de afuera de su humildad, sencillez y amor.

Respecto a compartir los bienes, El Comentario del Conocimiento Bíblico aclara: “La venta de propiedades y el tener en común los bienes puede significar que la Iglesia pensó que Jesucristo iba a volver pronto y establecer el reino. Esto puede explicar por qué la práctica no continuó más tarde. El tener todo en común no significa un tipo de socialismo o comunismo puesto que todo se hacía en forma voluntaria y no obligatoria. Tampoco los bienes fueron distribuidos en forma pareja, sino sólo para solucionar las necesidades que surgían”.

Además, los diezmos aún no se podían entregar para solventar los gastos de la Iglesia, puesto que todavía existía el ministerio levítico y el sacerdocio del Templo que debían ser respetados y sostenidos. El cambio de entregar los diezmos al ministerio de Melquisedec, o sea, de Cristo y a los ministros nombrados por él en su Iglesia se explica en Hebreos 7-8 y fue gradual. Sólo después de la destrucción del Templo en el año 70 d.C. y el final del ministerio levítico, se pudo entregar todos los diezmos a los ministros de Jesús para la Obra de Dios. Pero al principio, la Iglesia se mantenía más por las ofrendas y la venta voluntaria de los bienes de los miembros.

Capítulo 3 – Un gran milagro

Algo maravilloso ocurrió después: “Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llamaba Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo” (Hechos 3:1-2).

De nuevo vemos a los apóstoles asistiendo a los servicios del Templo. Era una tradición judía hacer oraciones a las 9:00 AM, a las 12:00 de mediodía y a las 3:00 PM. Una de las grandes puertas del Templo se llamaba Hermosa por su belleza, y probablemente se refiere a la puerta Nicanor, que Josefo dice era tan hermosamente tallada en bronce corintio que “excedía en valor a otras puertas enchapadas en plata y oro”.

A ese lugar, cada día cargaban a un mendigo tullido desde su nacimiento. Al ver a Pedro y Juan, extendió su mano para ver si recibía algo. Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (Hechos 3:6). El paralítico no entendió lo que dijo y no se movió. Pedro entonces lo tomó y, “al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando y saltando, y alabando a Dios. Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios. Y le reconocían que era el que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo, la Hermosa; y se llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido. Y teniendo asidos a Pedro y a Juan el cojo que había sido sanado, todo el pueblo, atónito, concurrió a ellos al pórtico que se llama de Salomón” (Hechos 3:7-10). El pórtico era llamado así porque se había construido sobre los restos de los cimientos del antiguo Templo de Salomón.

Pedro ahora entrega su segundo discurso para explicar cómo pudo ser sanado el paralítico. “Viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿o por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús, a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerle en libertad. Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida, y matasteis al Autor de la vida, a quien Dios ha resucitado de los muertos, de lo cual nosotros somos testigos. Y por la fe en su nombre, a éste que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre; y la fe que es por él ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos vosotros” (Hechos 3:12-16).

Pedro no se atribuye a sí mismo el poder de hacer milagros, sino al poder de Jesús en él. Eran momentos importantes para el inicio de la Iglesia y así poder mostrar por los milagros que Jesús era el Mesías y Emmanuel, o “Dios entre nosotros”. Luego usa un juego de palabras para explicar la ironía de que escogieron liberar a un “quitador de vidas” (Barrabás) mientras crucificaron “al Autor o Dador de la vida”.

Sin embargo, Pedro no los acusa de saber quién era en realidad Jesús. “Mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes. Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer. Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo" (Hechos 3:17-21).

He aquí el meollo del mensaje cristiano: 1) Las personas pecan normalmente por ignorancia. 2) Necesitan reconocerlo y “arrepentirse”, metanoesate, que es cambiar de corazón y mente. 3) Así los pecados serán borrados, de exaleipho, o borrar la escritura de un documento. La tinta en ese entonces no contenía ácido y por eso no quedaba adherida al documento. Para borrar las letras, pasaban por encima una esponja mojada y quedaba limpio, listo para usar de nuevo. 4) Luego de la conversión viene la preparación espiritual en la Iglesia, al participar en la Obra de Dios y esperar el reino de Dios.

Aquí Pedro menciona “los tiempos de refrigerio… los tiempos de la restauración de todas las cosas” que se refieren al establecimiento del reino de Dios sobre la tierra. Este mundo quedó dañado por el pecado y por la influencia de Satanás, que es el verdadero dios de este planeta (2 Corintios 4:4). Todo esto tiene que cambiar para que la tierra y los habitantes sean “refrescados” con la paz y la felicidad del reino. Pero Pedro también está diciendo que mientras tanto, nosotros debemos pasar por una “renovación personal” al bautizarnos y recibir el Espíritu Santo. Nos damos cuenta en la vida que no podemos cambiar al mundo, pero sí podemos cambiarnos a nosotros mismos. Al bautizarnos y recibir el Espíritu Santo, somos renovados como “nuevas criaturas en Cristo” (2 Corintios 5:17) y así comienza una vida nueva.

La venida del Reino y de Cristo fue profetizado en el Antiguo Testamento, como Pedro explica: “Porque Moisés dijo a los padres: El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis en todas las cosas que os hable; y toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo. Y todos los profetas desde Samuel en adelante, cuantos han hablado, también han anunciado estos días. Vosotros sois los hijos de los profetas, y del pacto que Dios hizo con nuestros padres, diciendo a Abraham: En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra. A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad” (Hechos 3:22-26).

Pedro les comenta lo que será un patrón en el libro de los Hechos: que el ofrecimiento para entrar en la Iglesia y el reino de Dios principia con los judíos, pero no termina allí. El ofrecimiento para bautizarse se hará en todas las naciones del mundo (Mateo 28:19-20). Si tienen fe en el nombre de Jesús y lo aceptan como su Maestro y Salvador, y obedecen sus enseñanzas, que incluyen guardar los Diez Mandamientos, entonces pueden ser parte del pueblo de Dios y del futuro reino, cuando se “restaurarán todas las cosas”. Hermoso ofrecimiento, ¿verdad? En el siguiente estudio, comienza la primera persecución y veremos qué hacen los apóstoles.

Darris McNeely works at the United Church of God home office in Cincinnati, Ohio. He and his wife, Debbie, have served in the ministry for more than 43 years. They have two sons, who are both married, and four grandchildren. Darris is the Associate Media Producer for the Church. He also is a resident faculty member at the Ambassador Bible Center teaching Acts, Fundamentals of Belief and World News and Prophecy. He enjoys hunting, travel and reading and spending time with his grandchildren.

 

Capítulo 5: El Arrepentimiento

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“Arrepiéntanse y apártense de todas sus maldades, para que el pecado no les acarree la ruina” (Ezequiel 18:30, NVI). “El Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen” (Hechos 5:32).

“Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?” Esta pregunta iba dirigida a Jesucristo (Mateo 19:16). ¿Qué respondería usted si se le preguntara lo mismo? La respuesta de Jesús fue: “Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”. Cuando el hombre le preguntó “¿Cuáles?”, Jesús citó varias ordenanzas del Antiguo Testamento que en su mayoría son parte de los Diez Mandamientos (Mateo 19:18-19).

Esta es una de las numerosas escrituras que dejan absolutamente claro que Dios aún exige la obediencia a sus instrucciones; sin embargo, ¡muchas iglesias enseñan lo opuesto! ¿Por qué? ¡Porque la naturaleza humana ha sido influenciada por Satanás y porque este mundo se deja llevar por su mala influencia! “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:7).

¡Pero las leyes de Dios son buenas y muy beneficiosas para nosotros! (Romanos 7:12). Si deseamos parecernos cada vez más a Jesucristo, las leyes de Dios definen el carácter divino que él desea ver en sus hijos.

Dos obstáculos y una solución dual

Hay dos grandes obstáculos en el camino para alcanzar la vida eterna. Primero, es imposible para nosotros obedecer perfectamente los mandamientos de Dios por medio de nuestra propia fortaleza humana. Segundo, aunque fuese posible obedecer perfectamente desde ahora en adelante por el resto de nuestras vidas, ello no compensaría por la culpa de nuestros pecados pasados. La pena de muerte que pende sobre nosotros no sería revocada.

Entonces, ¿cuáles son las soluciones? Primero, de alguna manera debemos recibir el perdón de Dios por todos nuestros errores pasados. Segundo, debemos recibir el don del Espíritu Santo de Dios, que gradualmente reemplazará nuestra naturaleza inherentemente egoísta con una nueva naturaleza similar a la de Cristo.

¿Y qué debemos hacer para recibir estos preciosos obsequios? En Hechos 2 leemos cómo el apóstol Pedro le predica a la multitud reunida en el día de Pentecostés. Su poderoso sermón convenció a quienes estaban reunidos que Jesús era el Mesías prometido y que sus pecados eran responsables por su muerte y crucifixión. ¿Cómo reaccionaron?

“Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37). Ellos sintieron una vergüenza y tristeza muy profundas, y estaban dispuestos a hacer lo que fuese necesario para obtener el arrepentimiento, la reconciliación con Dios y la salvación.

“Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).

Cada parte de la autoritaria declaración de Pedro es muy significativa. Y note que en esta simple frase Pedro se refiere al remedio dual para los pecados de la humanidad: ¡el perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo de Dios!

¿Qué es el arrepentimiento?

En una ocasión posterior, Pedro instruyó a otros de manera similar y les dijo “arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados” (Hechos 3:19). En ambos casos, Pedro les dijo que lo primero que debían hacer era “arrepentirse”. ¿Qué es eso exactamente? ¡Es de vital importancia que lo comprendamos!

Las definiciones de “arrepentirse” y “arrepentimiento” en el diccionario enfatizan sentimientos de remordimiento, pesar, contrición y penitencia por faltas cometidas. De hecho, Dios espera que sintamos una profunda “tristeza que es según Dios” por nuestras transgresiones (2 Corintios 7:9-10). Mientras más reconocemos cuán numerosos son nuestros pecados y cuán perversos son a los ojos de Dios, mayor será nuestra vergüenza y tristeza.

Pero los sentimientos por sí solos no son suficientes. Decir “lo siento” una y otra vez tampoco lo es. El significado bíblico de “arrepentimiento” hace hincapié en el cambio — cambio de actitudes y acciones para abandonar completamente el estilo de vida de la desobediencia habitual.

Un sinónimo bíblico del arrepentimiento es conversión. Pablo dijo “anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento” (Hechos 26:20).

Aparte del arrepentimiento inicial, una persona debe pedir perdón cada vez que se de cuenta de que ha tropezado y pecado, y esto se aplica desde la conversión hasta el fin de nuestra vida física. Cuando una persona acude por primera vez ante Dios, el arrepentimiento inicial debe reflejarse en el sometimiento a él y en un cambio radical: de una vida apartada de Dios, a una que va encaminada a él. Después de eso, cuando una persona se desvía del “camino de Dios” aunque sea un poco, debe arrepentirse y regresar al camino correcto, corrigiendo el rumbo para volver a Dios.

¿Cuál es el camino de Dios? Es el camino del amor genuino, porque “Dios es amor” (1 Juan 4:8, 16). Jesucristo enseñó que los dos grandes mandamientos son el amor a Dios y el amor al prójimo (Mateo 22:37-40), y el amor a Dios incluye la obediencia a sus leyes. “Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3).

Los Diez Mandamientos definen ampliamente cómo amar a Dios y cómo amar a nuestro prójimo, lo que incluye a toda la humanidad. Las otras leyes espirituales en la Biblia nos entregan detalles adicionales acerca de cómo amar a Dios y a todas las personas. (Para un estudio más profundo sobre este tema, descargue o solicite nuestro folleto gratuito Los Diez Mandamientos).

¿Arrepentirse de qué?

Esto nos lleva a la pregunta “¿de qué nos debemos arrepentir?” La respuesta es del pecado. ¿Pero qué es el pecado? Pregúntele a una decena de personas y probablemente recibirá una decena de respuestas diferentes. Pero uno debe buscar las respuestas correctas a las preguntas importantes de la vida en la Biblia.

La definición del pecado se encuentra en 1 Juan 3:4: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley”. Cualquier quebrantamiento o violación de la ley de Dios es pecado.

Por lo tanto, el arrepentimiento significa abandonar el quebrantamiento de la ley ¡y adoptar el cumplimiento de esta! Dios resumió el concepto del verdadero arrepentimiento cuando le imploró así a su pueblo: “Convertíos, y apartaos de todas vuestras transgresiones, y no os será la iniquidad causa de ruina. Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Ezequiel 18:30-31).

Dios expresó a continuación su profundo amor y deseo de perdonar y salvar a todos: “¿Por qué moriréis, casa de Israel? Porque no quiero la muerte del que muere . . . Convertíos, pues, y viviréis” (vv. 31-32). Sí, usted puede tener una vida de gozo ahora y, aún más importante, ¡una vida eterna!

Además de arrepentirnos de nuestros pecados, debemos arrepentirnos de nuestras actitudes pecaminosas y la influencia negativa de la naturaleza humana, las cuales son la razón principal de nuestras transgresiones. Jesús dejó en claro que, comparados con Dios, todos somos malos (Mateo 7:11). Dios dijo: “El corazón humano es lo más engañoso que hay, y extremadamente perverso” (Jeremías 17:9, Nueva Traducción Viviente).

Tal como el rey David, debemos arrepentirnos y orar así: “Lávame . . . Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio” (Salmos 51:7-10).

La tristeza divina en comparación con la tristeza del mundo

Dios nos dio una conciencia para que cuando nos demos cuenta de nuestras faltas sintamos culpa, vergüenza y congoja. Una vez que la persona ve claramente el gran amor de su Creador y su propia falta de amor, gratitud y justicia, debiera sentir mucha tristeza — ¡pero “tristeza que es según Dios” !

Pablo explicó: “Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte” (2 Corintios 7:10).

¿Cuál es la diferencia entre los dos tipos de tristeza? La tristeza divina está dirigida a Dios (Salmos 51:4; Hechos 20:21). Es congoja y remordimiento por haber decepcionado y desobedecido al Creador, de quien proviene todo lo bueno. Nos impulsa a comprometernos a cambiar permanentemente, arrepintiéndonos de verdad.

La tristeza del mundo, sin embargo, está centrada en uno mismo, es decir, uno se siente humillado porque su transgresión ha sido descubierta, o siente lástima de sí mismo por el castigo que está sufriendo, al igual que Esaú, el hermano gemelo de Jacob (vea Hebreos 12:16-17).

En Romanos 7 leemos cómo se sintió el apóstol Pablo por sus pecados de comisión (hacer lo malo) y sus pecados de omisión (no hacer lo correcto). En Salmos 51 vemos arrepentimiento y tristeza en la oración sincera de David. Cuando el patriarca Job llegó a entender mejor la grandeza de Dios y al mismo tiempo su propia debilidad y autojusticia, dijo: “Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:6).

Es muy difícil para los seres humanos ver sus propias faltas, admitirlas y pedir perdón. Pero el verdadero arrepentimiento requiere confesar nuestros pecados a Dios, decirle cuán arrepentidos estamos y rogarle que nos perdone. Además, debemos proponernos firmemente cambiar y, con su ayuda, esforzarnos por rectificar nuestro rumbo y superar nuestros pecados. (Dios no exige la confesión de nuestros pecados a un sacerdote o ministro humano para obtener el perdón, como algunos afirman).

David dijo: “Porque yo reconozco mis rebeliones” (Salmos 51:3). Juan dijo: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).

Obediencia: Indispensable para nuestra relación con Dios y la dádiva continua del Espíritu Santo

Juan no hablaba de aquellos que aún no habían sido convertidos sino de quienes ya eran cristianos, mostrando que la confesión de nuestros pecados y el arrepentimiento es un proceso que continúa a lo largo de toda la vida cristiana.

Sin embargo, como ya dijimos, no es suficiente limitarnos a admitir nuestras faltas y sentirnos acongojados. Para mantener nuestra relación con Dios y continuar creciendo espiritualmente, debemos comprometernos a obedecer las leyes de Dios y cumplirlas.

Considere nuestra comunicación con Dios: la primera herramienta espiritual que cubrimos en esta serie fue la oración. ¿Desea usted que sus oraciones sean contestadas? Entonces, tal como señalamos anteriormente, debe procurar obedecer a Dios.

Nuestros pecados ponen una barrera entre nosotros y Dios: “He aquí que no se ha acortado la mano del Eterno para salvar, ni se ha agravado su oído para oír; pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:1-2).

Pero la obediencia intencional tiene el efecto opuesto: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, y lamentad, y llorad [con arrepentimiento sincero] . . . Humillaos delante del Señor, y él os exaltará” (Santiago 4:7-10).

De esta manera, nuestras oraciones a Dios serán contestadas. Él nos dice que “cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él” (1 Juan 3:22).

¿Y qué podemos decir de lo que Dios nos dice acerca de la segunda herramienta espiritual que cubrimos, el estudio de la Biblia? El verdadero entendimiento espiritual proviene del Espíritu Santo de Dios: “Y nosotros hemos recibido el Espíritu de Dios (no el espíritu del mundo), de manera que podemos conocer las cosas maravillosas que Dios nos ha regalado” (1 Corintios 2:12, NTV).

El Espíritu Santo de Dios es una fuente de poder espiritual que él nos entrega como “suministro” (Gálatas 3:5).

Dios inicialmente entrega el Espíritu cuando uno se arrepiente, a través de la fe y el bautismo (vea “Pasos para el arrepentimiento inicial y la conversión”, en la página 5). Sin embargo, también se nos dice que “el Espíritu Santo [es] dado por Dios a todos los que lo obedecen” (Hechos 5:32). Esto muestra que nuestro arrepentimiento inicial debe incluir un compromiso a la obediencia. Y para que el suministro del Espíritu no cese, nuestro compromiso y obediencia deben ser continuos a lo largo de toda nuestra vida cristiana, arrepintiéndonos y procurando obedecer nuevamente cada vez que tropecemos y caigamos.

A medida que crecemos en obediencia también crecerá nuestro entendimiento de la Palabra de Dios, haciendo que nuestro estudio de la Biblia sea más fructífero, tal como mencionamos anteriormente: “Buen entendimiento tienen todos los que practican sus mandamientos” (Salmos 111:10).

Debemos entender también que la obediencia por medio de la fe produce más obediencia. Necesitamos la ayuda de Dios a través de su Espíritu para continuar obedeciendo. Y cuando nos sometemos a su ayuda y obedecemos, él nos proporciona más de su Espíritu para obedecerle aún más. Luego, a medida que obedecemos más y más, esto se vuelve un hábito, y con el tiempo se convierte en nuestro carácter (para aprender más sobre este tema, solicite o descargue nuestro folleto Usted puede tener una fe viva).

Desde luego, no alcanzaremos la perfección instantáneamente. Nuestra transformación es un proceso de toda la vida. Pero recuerde que cada vez que los hijos de Dios tropiezan, nuestro Padre en los cielos siempre está dispuesto a ayudarlos a ponerse de pie nuevamente. Pero antes debemos arrepentirnos, confesar y pedir ayuda. Después de eso, tenga la certeza de que Dios lo ha perdonado. El gozo y la paz mental debieran florecer nuevamente e inundar su corazón, porque usted sabe que sus pecados ya no lo separan de Dios (Salmos 32:1-2).

Recuerde también que Dios nos ama y desea salvar a todos los seres humanos. Él no quiere “que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). En Lucas 15:10, Jesús dijo que “hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente”. ¿Será usted el siguiente?  EC

Darris McNeely works at the United Church of God home office in Cincinnati, Ohio. He and his wife, Debbie, have served in the ministry for more than 43 years. They have two sons, who are both married, and four grandchildren. Darris is the Associate Media Producer for the Church. He also is a resident faculty member at the Ambassador Bible Center teaching Acts, Fundamentals of Belief and World News and Prophecy. He enjoys hunting, travel and reading and spending time with his grandchildren.

 
Los sentimientos de culpa lo pueden conducir a la vanidad y la tristeza o al cambio positivo. Dios le ofrece un nuevo comienzo.
Harry Truman dijo una vez, "es increíble lo que puedes lograr si no te importa quién se lleva el crédito". Los apóstoles realizaron grandes milagros, pero reconocieron que no era su propia grandeza, sino la grandeza de Dios obrando a través de ellos lo que obraba. Nosotros también podemos lograr grandes cosas si permitimos que Dios y Jesucristo obren a través de nosotros.